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jueves, 24 de mayo de 2012

Domingo de Pentecostés (Jn 15, 26-27. 16, 12-15) ciclo B: El Espíritu de Jesús entre nosotros


Por Jose Larrea Gayarre
Domingo de Pentecostés. 27 de mayo

Las lecturas, que acabamos de escuchar, nos hablan de la venida del Espíritu. Jesús les ha dicho a sus discípulos: “Como el Padre me ha enviado así os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.” Reflexionemos en lo que significan estas palabras para nosotros.

Hoy, fiesta de Pentecostés, actualizamos esta promesa de Jesús. Hemos oído la narración de Lucas, los discípulos de Jesús al recibir el Espíritu se transforman, dejan el miedo que les tiene recluidos y se enfrentan en el templo, en las sinagogas, a aquella sociedad segura de sus religiones, presentan la buena noticia de Jesús, su palabra de justicia, del amor mutuo, a quienes le han crucificado. Fue el comienzo de las nuevas comunidades, de la Iglesia, que fue naciendo con la acción apostólica de los seguidores de Jesús. El Espíritu de Dios era su aliento.

Jesús sigue enviando su Espíritu. Nosotros también lo hemos recibido. Creemos que el Espíritu Santo es la presencia viva de Dios, que está hoy también entre nosotros, está en nuestra persona, en nuestra vida, con la misma fuerza que en las primitivas comunidades cristianas. Hoy nos quiere conducir, siguiendo los pasos de Jesús, hacia el mundo de hoy para que se reconozca plenamente su palabra salvadora. Espera que respondamos a su llamada. Nosotros podemos acogerle libremente o rechazarle, vivir atentos a su persona o no prestarle atención alguna. Hoy nos preguntamos: ¿cuál es nuestra respuesta?

Hoy vemos en nuestro mundo gentes cansadas de tanta frivolidad, de ver tantos escándalos, de sufrir las consecuencias de abusos de poder legitimados, confusas ante promesas de rectitud social incumplidas, deseosas de vivir con nueva seguridad, con dignidad para sus vidas. Vemos grupos, que buscan apoyo para realizar su vida con paz, con valores que parecen ya olvidados, también brotan nuevas comunidades que recuerdan la ilusión y firmeza de las primeras comunidades cristianas que se apoyaban en el Espíritu.

Parece también que muchos en la Iglesia no acaban de encontrarse con la nueva sociedad secularizada, pluralista, les resulta incómodo y difícil dejar viejos caminos, viejas costumbres y trazar nuevos modos de evangelizar, de dialogar, de convivir con las gentes de hoy, abriéndose a sus auténticas necesidades humanas, ayudándoles a comprender la necesidad de la apretura a lo sagrado.

Las primeras comunidades cristianas, comenzando por san Pablo, apoyadas por el Espíritu, él lo dice, presentaron siempre el mensaje de Jesús adaptado a los nuevos tiempos y culturas. Nuestro reto, nuestra tarea exige tener creatividad, generosidad para presentar con nuestra vida el mensaje de Jesús a los hombres y mujeres de hoy, a jóvenes y mayores, en las situaciones en que viven, adaptándolo también a sus necesidades, a la cultura actual.

El Espíritu presente hoy como ayer, nos da la seguridad de que iluminará nuestra inteligencia para que lleguemos a descifrar su presencia en acontecimientos, en proyectos, en gestos generosos y de solidaridad que hoy se realizan en la sociedad actual; gestos e iniciativas de ayuda a quienes sufren las consecuencias de injusticias, gestos que nosotros habremos de apoyar también, haciendo posibles acciones decisivas para la construcción de un futuro abierto a la vida de todos los ciudadanos y a la fraternidad de la humanidad.

El Espíritu nos dará hoy valentía para crear con su fuerza algo nuevo, algo que desean hoy desde lo más profundo de su ser tantos oprimidos a quienes no les respetan sus más legítimas aspiraciones humanas, así lo prometían y lo hacían también los profetas a los desterrados del pueblo de Israel.

El Espíritu nos sigue empujando a testimoniar el amor de Dios y su perdón a todos los hombres. Sabemos que toda persona posee en lo más profundo de sí misma un dinamismo espiritual, que cuando trabajamos y luchamos, cuando amamos o sufrimos, cuando vivimos y cuando morimos, no lo hacemos solos, sino lo hacemos acompañados por la presencia amorosa del Espíritu de Dios.

Si vivimos conscientes de esta presencia llegaremos a comprender, que la presencia de Dios adormecida, pero presente en hombres y mujeres que nos rodean, puede ser aceptada, deseada por quienes hoy viven olvidados de Dios, pero amados profundamente por Él.

El Espíritu, presente en todo ser humano, habita en cada uno de nosotros, en un trabajador, en una profesora, en un emigrante, en un obispo. Su presencia, nos mueve a seguir en nuestra vida los valores que Jesús vivió, nuestras tareas serán diferentes, a veces muy diversas, Él nos empuja hacia la misma meta, el camino que hemos de recorrer, será también distinto. No son los caminos los que distinguen a los que se dejan mover por el Espíritu, sino la meta hacia la que se dirigen.

Pero si tenemos una falsa idea de Dios, podemos cometer errores nefatos. Si tenemos la idea de que Dios es poder, señorío y mando, que premia y castiga, intentaremos repetir en nuestra vida esas realidades en nombre de Dios. Error desgraciado. Si descubrimos que el Dios de Jesús es amor y don total, repetiremos en nosotros la vida de Jesús, amando, reconciliando y sirviendo a los demás. Esta es la diferencia abismal entre seguir el Espíritu del que nos habla el evangelio, o seguir lo que nos dicta nuestro propio espíritu en nombre de un falso dios. Todas las religiones han solido caer en esta trampa. No caigamos nosotros.

Hoy no podemos olvidar en esta fiesta de Pentecostés, las palabras de Jesús al despedirse de sus amigos. Jesús les aseguró que les comunicaba su Espíritu, el Espíritu de Dios al decirles “Recibid el Espíritu Santo”. Ellos comprendieron, creyeron que en sus personas, el verdadero ser Dios estaba presente. Su vida fue otra. Sus discípulos se abrieron a su nueva vida para difundir entre todas las gentes la palabra de Jesús en una entrega total de sus personas.

Hoy hemos de hacer nuestras estas palabras de Jesús, que nos aseguran a cada uno de nosotros, que Dios está presente en mí como amigo en el que confiar, en el que apoyarme en la debilidad, como fuerza para amarnos como Él nos ama, con la ilusión por difundir su mensaje salvador. Con la presencia del Espíritu, aunque yo sigo siendo yo, y Dios sigue siendo Dios, no somos ya dos realidades separadas. En mi verdadero ser está siempre presente lo que hay de Dios en mí. El Espíritu que se me da, es la verdadera clave de mi vida.

Cada uno hemos de ir encontrando la respuesta a esta realidad de nuestro ser, por más que vivamos olvidados de ella. Hay algo que todos podremos intuir y experimentar. Al acercarnos al Espíritu nos abrirá a una comunicación más confiada, nos enseñará a tratar con Él. Nos ayudará a estar atentos a todo lo bueno y sencillo, con atención especial a quienes sufren en nuestro mundo. Empezaremos a vivir de forma más generosa, crecerá en nosotros la capacidad de amar y ser amados. No sabemos cómo ocurre todo esto, pero dentro de nosotros está presente una fuerza que nos sostiene, que nos conduce con firmeza a donde Jesús nos ha señalado con su vida.

Esta celebración de hoy debe llenarnos de agradecimiento profundo a Jesús que ha depositado en nosotros con su Espíritu, en lo más íntimo de nuestro ser, el deseo de continuar en nuestra persona su vida de amor, de entrega. Él lo ha derramado también sobre hombres y mujeres de todas las razas, pueblos y religiones, que viven animados por la mejor voluntad de paz y justicia, en marcha hacia el Reino de Dios, todos somos hermanos, hijos del mismo Padre, un día lo celebraremos toda la humanidad en el gozo pleno de Dios.

Por todo ello, recitemos hoy con fe y esperanza la invocación que nos presenta tan generosamente nuestra liturgia: “Espíritu Santo, ven”.

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WebJCP | Abril 2007