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jueves, 5 de abril de 2012

Viernes Santo (JN 18, 1-19,42) - Ciclo B: ¿QUE HACE DIOS EN UNA CRUZ?


Por José Antonio Pagola

Lo crucificaron...

La ejecución de Jesús no ha sido algo casual, fruto de un malentendido de las autoridades religiosas y políticas de Israel. Tampoco basta considerar la cruz como algo permitido por Dios por motivos enigmáticos, pero que ha quedado resuelto con el triunfo glorioso de la resurrección. La resurrección «no elimina el escándalo de la cruz, sino que lo eleva a misterio» (J. Sobrino). Porque, aún después de la resurrección, nos tenemos que preguntar: ¿por qué y para qué la cruz? ¿qué hace Dios en una cruz?

Un «Dios crucificado» constituye una auténtica revolución y nos obliga a cuestionar todas nuestras imágenes humanas de Dios. La cruz rompe todos nuestros esquemas sobre un Dios al que suponemos conocer ya de antemano. El crucificado no tiene el rostro que nosotros atribuimos a la divinidad. En la cruz no hay belleza, poder, fuerza, sabiduría, majestad.

Dios no aparece como el que tiene poder sobre la muerte, sino como alguien que se ve sumergido dentro de ella. Con la cruz, o se termina toda nuestra fe en Dios o se abre a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que nos ama de manera insospechada. Contra todas nuestras concepciones sobre la divinidad, en la cruz descubrimos sorprendidos que Dios es alguien que sufre con nuestros sufrimientos. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le «salpica». Dios no puede amarnos sin sufrir. Como ha dicho D. Bonhoeffer, «sólo un Dios que sufre puede salvarnos».

A este «Dios crucificado» no se le puede «entender» desde categorías filosóficas. Es un escándalo y una necedad. A este «Dios crucificado» sólo se le «entiende» cuando sabemos amar a los que sufren y descubrimos por propia experiencia que el amor verdadero a los crucificados hace sufrir.

Este «Dios crucificado» no permite una fe ingenua y egoísta en cualquier Dios poderoso puesto al servicio de nuestros propios intereses. Este Dios nos pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y los gritos de tantas víctimas de la injusticia. A este Dios nos acercamos, cuando sabemos acercarnos al sufrimiento de cualquier abandonado. Los cristianos seguimos dando muchos rodeos para no encontrarnos con el «Dios crucificado». La Semana Santa nos ha de recordar que la originalidad del cristiano está en «permanecer con Dios en la pasión» de los que sufren (D. Bonhoeffer). Sin esto, no hay fe en el Dios verdadero sino manipulación.

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WebJCP | Abril 2007