El salmo 104 es un canto a la creación. Puede que Francisco de Asís se inspirara en él en su cántico a las criaturas. Este salmo se parece a un himno egipcio al Dios sol pero con la gran diferencia que en el himno egipcio el sol no es Dios sino una criatura creada por Dios.
Se inicia el salmo con una alabanza al creador:
“Bendice alma mía al Señor,
¡Dios mío que grande eres!".
La contemplación ante la creación sorprende al salmista y se vuelve hacia el Creador de tanta hermosura:
“Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Las nubes te sirven de carroza,
avanzas en as alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros,
el fuego llameante de ministro”.
El poeta fascinado de las maravillas de la creación, repasa el cielo y la tierra, es un buen observador de la naturaleza:
“Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche”.
Observa la vida que germina en la tierra desde los vegetales hasta los animales:
“De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras del campo.
Haces brotar hierba para los ganados,
Y forraje para los que sirven al hombre;
él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón,
el aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas”.
Sobre todo se extiende el espíritu creador que da vida y sacia todos los seres vivientes. Es lo que leemos en la primera página del Génesis: “el espíritu de Dios planeaba sobre las aguas”.
“Envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Cuántas son tus obras Señor,
y todas las hiciste con maestría,
la tierra está llena de tus criaturas.
Abres tu mano, y se sacien todas las criaturas de tus bienes”.
Y para terminar este himno de alabanza al Dios creador, el salmista desea que la gloria de Dios se perpetúe y que no existan malvados sobre la faz de la tierra:
“Gloria a Dios por siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que se acaben los pecadores de la tierra,
que los malvados no existan más”.
De este modo el Señor será alabado por siempre, por la tristeza y el dolor, por cada gozo, por cada alegría por pequeña y escondida que sea.
Se inicia el salmo con una alabanza al creador:
“Bendice alma mía al Señor,
¡Dios mío que grande eres!".
La contemplación ante la creación sorprende al salmista y se vuelve hacia el Creador de tanta hermosura:
“Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Las nubes te sirven de carroza,
avanzas en as alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros,
el fuego llameante de ministro”.
El poeta fascinado de las maravillas de la creación, repasa el cielo y la tierra, es un buen observador de la naturaleza:
“Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche”.
Observa la vida que germina en la tierra desde los vegetales hasta los animales:
“De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras del campo.
Haces brotar hierba para los ganados,
Y forraje para los que sirven al hombre;
él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón,
el aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas”.
Sobre todo se extiende el espíritu creador que da vida y sacia todos los seres vivientes. Es lo que leemos en la primera página del Génesis: “el espíritu de Dios planeaba sobre las aguas”.
“Envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Cuántas son tus obras Señor,
y todas las hiciste con maestría,
la tierra está llena de tus criaturas.
Abres tu mano, y se sacien todas las criaturas de tus bienes”.
Y para terminar este himno de alabanza al Dios creador, el salmista desea que la gloria de Dios se perpetúe y que no existan malvados sobre la faz de la tierra:
“Gloria a Dios por siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que se acaben los pecadores de la tierra,
que los malvados no existan más”.
De este modo el Señor será alabado por siempre, por la tristeza y el dolor, por cada gozo, por cada alegría por pequeña y escondida que sea.
Texto: Hna. María Nuria Gaza.
Publicado por Mi Vocaciòn
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