A la luz de la entrega de Jesús en la Última Cena, para el perdón de los pecados. En la noche del amor y de la traición, os ofrezco, con sobrecogimiento la doble posibilidad del rencor y del perdón.
En muchas ocasiones, nos encontramos en encrucijadas que debemos resolver desde la propia libertad, sobreponiéndonos a las reacciones naturales. A veces se presenta la posibilidad de seguir caminos paradójicos, sobre todo en los momentos en los que el dolor y el sufrimiento causado por las relaciones humanas, pueden dictar actuaciones reivindicativas, paso de facturas, decisiones contrarias al amor.
Ante circunstancias que se perciben adversas, sobre todo si se cree que son producidas por el comportamiento de otros, cabe responder con rencor, o con gestos de perdón.
Si se deja aflorar la actitud negativa, se seguirán unos efectos también negativos, no sólo para quien recibe esa respuesta hostil, sino para quien la da, al optar por el enfado, el resentimiento y el rencor.
El rencor bloquea las relaciones, engendra violencia, quita libertad interior, hasta llega a producir efectos físicos dolorosos y cabe que dañe la salud; se agarrota el corazón, se siente presión en el estómago, merma la capacidad respiratoria, aparece el dolor de cabeza y los pensamientos obsesivos que producen tristeza.
El rencor afecta al comportamiento, genera deseos negativos, lleva a decisiones excluyentes, y a proyectar acciones vengativas, aunque sólo sea en el orden del pensamiento. Al dejar crecer interiormente los frutos del resentimiento, nace mal humor, amargura, hipersensibilidad, impaciencia, hasta el extremo de poner en peligro el equilibrio en el comportamiento social y la serenidad en la convivencia.
El rencor daña a quien lo alberga, que es su primera víctima. Limita las relaciones humanas, el comportamiento espontáneo, la expresividad más noble de la persona; sus efectos son aislamiento destructivo y heridas infectadas, que pueden cambiar la personalidad.
Mas, si en esa encrucijada se prefiere el sendero del perdón, y no sólo como reacción psicológica o de templaza del carácter, sino por una visión creyente, se llega a descubrir el beneficio que reporta.
El perdón libera, produce alegría, ensancha el corazón, da agilidad a la mente, aumenta la capacidad creativa y hace superar la crisis del autoencerramiento.
Por el perdón se drena la mala memoria, se levanta una muralla ante las insidias del mal, que se presentan como razones vengativas justificadas.
El perdón es prerrogativa divina. “¿Quién puede perdonar, sino sólo Dios?” El que perdona se asemeja a Dios, participa del don divino de la misericordia.
Existe el perdón que Dios concede, cuando humildemente acudimos a Él. Y existe el perdón que concedemos, como respuesta agradecida al perdón recibido. También es posible asociarse a la oración de Cristo a su Padre por el perdón de los pecados, y asociarse a su Pasión, como expiación por los propios pecados y los del mundo ente
En muchas ocasiones, nos encontramos en encrucijadas que debemos resolver desde la propia libertad, sobreponiéndonos a las reacciones naturales. A veces se presenta la posibilidad de seguir caminos paradójicos, sobre todo en los momentos en los que el dolor y el sufrimiento causado por las relaciones humanas, pueden dictar actuaciones reivindicativas, paso de facturas, decisiones contrarias al amor.
Ante circunstancias que se perciben adversas, sobre todo si se cree que son producidas por el comportamiento de otros, cabe responder con rencor, o con gestos de perdón.
Si se deja aflorar la actitud negativa, se seguirán unos efectos también negativos, no sólo para quien recibe esa respuesta hostil, sino para quien la da, al optar por el enfado, el resentimiento y el rencor.
El rencor bloquea las relaciones, engendra violencia, quita libertad interior, hasta llega a producir efectos físicos dolorosos y cabe que dañe la salud; se agarrota el corazón, se siente presión en el estómago, merma la capacidad respiratoria, aparece el dolor de cabeza y los pensamientos obsesivos que producen tristeza.
El rencor afecta al comportamiento, genera deseos negativos, lleva a decisiones excluyentes, y a proyectar acciones vengativas, aunque sólo sea en el orden del pensamiento. Al dejar crecer interiormente los frutos del resentimiento, nace mal humor, amargura, hipersensibilidad, impaciencia, hasta el extremo de poner en peligro el equilibrio en el comportamiento social y la serenidad en la convivencia.
El rencor daña a quien lo alberga, que es su primera víctima. Limita las relaciones humanas, el comportamiento espontáneo, la expresividad más noble de la persona; sus efectos son aislamiento destructivo y heridas infectadas, que pueden cambiar la personalidad.
Mas, si en esa encrucijada se prefiere el sendero del perdón, y no sólo como reacción psicológica o de templaza del carácter, sino por una visión creyente, se llega a descubrir el beneficio que reporta.
El perdón libera, produce alegría, ensancha el corazón, da agilidad a la mente, aumenta la capacidad creativa y hace superar la crisis del autoencerramiento.
Por el perdón se drena la mala memoria, se levanta una muralla ante las insidias del mal, que se presentan como razones vengativas justificadas.
El perdón es prerrogativa divina. “¿Quién puede perdonar, sino sólo Dios?” El que perdona se asemeja a Dios, participa del don divino de la misericordia.
Existe el perdón que Dios concede, cuando humildemente acudimos a Él. Y existe el perdón que concedemos, como respuesta agradecida al perdón recibido. También es posible asociarse a la oración de Cristo a su Padre por el perdón de los pecados, y asociarse a su Pasión, como expiación por los propios pecados y los del mundo ente
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