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MISIONEROS EN CAMINO: Palabra de Misión: La insania mental de Jesús / Tercer Domingo de Cuaresma – Ciclo B – Jn. 2, 13-25 / 11.03.12
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sábado, 10 de marzo de 2012

Palabra de Misión: La insania mental de Jesús / Tercer Domingo de Cuaresma – Ciclo B – Jn. 2, 13-25 / 11.03.12



Un relato con varios relatos

El relato de la expulsión de los vendedores y cambistas del Templo, llamado por muchos exegetas el incidente del Templo, es contado por los cuatro evangelistas, pero lógicamente, podemos hallar en ellos diferencias. Como primera gran disimilitud tenemos la ubicación de la escena en el contexto general de las obras; hallamos el relato según Juan al principio de su Evangelio, en el capítulo 2, cuando Jesús apenas ha iniciado su actividad; los Sinópticos, en cambio, lo posicionan en la inmediatez de la pasión (cf. Mt. 21, 12-13; Mc. 11, 15-18; Lc. 19, 45-46), y sobre todo en Marcos, será una de los precipitantes del apresamiento (cf. Mc. 11, 18). Pero, como ya dijimos, en Juan es distinto, el episodio sucede al principio, enmarcado en la Pascua judía también, aunque separado por años de la pasión. Las teorías al respecto de esta variabilidad en la ubicación pueden resumirse en tres:

a) hubo dos incidentes del Templo, uno al principio de la vida pública y uno al final;

b) hubo un solo incidente y Juan es cronológicamente más exacto que los demás;

c) hubo un solo incidente que sucedió al final de la vida pública de Jesús y Juan lo coloca al principio por un motivo teológico.

Nosotros vamos a inclinarnos por esta última hipótesis.



¿Jesús arrebatado?

Es erróneo pensar que el incidente del Templo es un arrebato del Maestro o un instante de locura. Jesús confeccionó un látigo con cuerdas para echar a los vendedores y cambistas; quiere decir que se tomó un tiempo prudente para elaborar su arma. Jesús no realiza acciones al azar, no es un arrebatado. Si tumbó las mesas y dio rienda suelta a los animales, sabía de antemano el tamaño revuelo que suscitaría, sabía que se presentarían pronto los vigilantes del Templo y que daría inicio el juicio de inmediato.

Estos vigilantes del Templo que interrogan a Jesús son, seguramente, los levitas encargados de la custodia o policía del Santuario. El Maestro, tomando el control, nuevamente provocando, asegura que si se destruye el Templo, Él lo levanta en tres días. El verbo utilizado aquí no es el de reconstruir, que correspondería a una edificación derribada, sino levantar, según el vocablo que define el acto de la resurrección. Evidentemente para nosotros, Jesús habla de su cuerpo, de su persona, que resucita al tercer día. ¿Podía un contemporáneo de Jesús entender esto? Aún así, la respuesta es provocativa, porque de una u otra manera, hablando de la construcción material o de la resurrección, siempre se implica la inutilidad del Templo. ¿Podía un levita aceptar esto? ¿Puede una persona dedicada por completo al Santuario aceptar que éste desaparezca? Nadie, en sus cabales mentales, puede ignorar que estas actitudes (expulsión de vendedores y cambistas, respuesta sobre el Templo), en el ámbito judío, son un desafío al poder que tiene la capacidad de matar.

La cita del Antiguo Testamento que es puesta en el recuerdo de los discípulos: el celo por tu Casa me devorará, pertenece al salmo 69, composición lírica que las primeras comunidades cristianas no dudaron en asimilar como salmo mesiánico. El texto parece ser un grito hacia Dios de parte de alguien que está en problemas, y las alusiones metafóricas a la muerte aparecen una y otra vez: agua al cuello (cf. Sal. 69, 2), cieno del abismo (cf. Sal. 69, 3), aguas profundas (cf. Sal. 69, 3), abismo y pozo (cf. Sal. 69, 16). Jesús ha ingresado a una situación de muerte, aunque aún no esté totalmente develado. Pero sabemos que es así, que su vida es una provocación, que todo el Evangelio es un juicio, que la cruz aguarda la hora propicia. Puede que los discípulos hayan pensado que el celo de Jesús lo devoraría, que lo consumiría y que lo llevaría a la perdición.

Pues recuerdan mal el versículo, porque el celo que devora a Jesús por la Casa de su Padre no inhabilita su razón, no le quita autoridad sobre sus actos, sino lo contrario, lo vuelve coherente. El celo lo lleva a asumir con pleno derecho las riendas de su existencia para hacer la Voluntad de Dios. El celo no lo consume en sentido peyorativo, sino que lo devora inundando su existencia. Sabe de la muerte posible, sabe que sus dichos y sus quehaceres lo van a poner, como al salmista, en el cieno del abismo, en las aguas profundas, en el pozo. Sabe también que el final del salmo 69 es una mirada escatológica y restauradora: “Pues Dios salvará a Sión, reconstruirá los poblados de Judá” (Sal. 69, 36).



Quedan Templos por demoler

El encuentro personal con Jesús lleva, indefectiblemente, al levantamiento de personas y a la demolición de Templos. Levantar a las personas es situarlas en la esperanza cristiana, fundamentada en la certeza del sepulcro vacío, es hacer de la resurrección un evento transformador incontenible que arrasa lo viejo y lo convierte en novedad. Demoler Templos es ser profetas que vacían los corazones y las mentes de concepciones retrógradas sobre Dios, concepciones pasadas, no por moda, sino por la primicia de la Pascua; el evento pascual ya hizo caduco el sistema templario; conservarlo y vivir bajo su sombra es ponerle barreras al Evangelio y sumergir la utopía del Reino.

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WebJCP | Abril 2007