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MISIONEROS EN CAMINO: IV Domingo de Cuaresma (Jn 3,14-21) - Ciclo B: EL DOMINGO DE LAS SORPRESAS
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viernes, 16 de marzo de 2012

IV Domingo de Cuaresma (Jn 3,14-21) - Ciclo B: EL DOMINGO DE LAS SORPRESAS


Publicado por Iglesia que Camina

Así le llamaría yo a ese Cuarto Domingo de Cuaresma porque si leemos atentamente el texto del Evangelio nos daremos cuenta de que todas son sorpresas. ¿Las citamos para que luego cada uno se sienta él mismo sorprendido?

Primera sorpresa: “Todo el que crea en Él (en el Hijo del hombre) tenga vida eterna.”
Segunda sorpresa: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él.”
Tercera sorpresa: “Dios no envió a su Hijo a juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve.”
Cuarta sorpresa: ¿En qué consiste el juicio? “En preferir o rechazar la luz.”
A la luz de estas, al menos, cuatro sorpresas, ¿quién podrá hablar mal de Dios?

Nos anuncia que nuestro destino es su misma vida, la vida eterna. Nos anuncia hasta dónde llega su amor por nosotros. Nos abre a la esperanza anunciando que Él no quiere juzgar a nadie ni condenar a nadie, al contrario lo que Dios quiere es que “todos se salven”. Nos dice que somos nosotros los que decimos nuestro último destino, no Él, porque somos nosotros los que aceptamos o apagamos la luz de la verdad en nuestras vidas.

Todavía no logro entender cómo le hemos hecho tan mala prensa a Dios. Nos han metido en la cabeza de un Dios juez y la de un Dios amor. Por eso nuestras relaciones con Él tienen poco de tiernas, de amorosas. En realidad, nuestras relaciones con Dios debieran ser relaciones de amor, de cariño, de confianza, de gozo y de esperanza.

Es preciso cambiar nuestra cabeza y, por supuesto, nuestro corazón. Dios quiere revelarse como el Dios capaz de amar hasta entregarnos lo mejor que tiene, nada menos que a su propio hijo. Es capaz de amarnos tanto o más que a su propio Hijo porque a quien ama más, ¿al que deja que los hombres lo juzguen, condenen y lo maten o a nosotros por quienes Él entrega su vida? Pareciera una herejía, pero es la verdad del amor que Dios nos tiene: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único.”

¿Es éste el Dios de nuestra fe? Si no es éste, entonces nuestra fe es muy débil y hasta dudo de que creamos de verdad, porque creer no es “aceptar verdades”, sino es “creer que Dios nos ama”. Esta el fundamento de nuestra fe.




LA GRATUIDAD DEL AMOR

San Pablo, en la segunda lectura, entendió muy bien la verdad del “Dios amor”. Para Pablo, Dios revela y manifiesta su amor en la pura gratuidad. Posiblemente Pablo habla como testigo de esta gratuidad de Dios.

Amar a los buenos, lo hace cualquiera. Amar a los que se portan bien con nosotros no tiene nada de particular. Pero “amarnos cuando éramos malos” eso ya es otra música. “Dios, rico en misericordia, y por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, por pura gracia hemos sido salvados.”

El amor se revela en la gratuidad. Y la gratuidad se manifiesta en el amor. Y el amor gratuito se expresa en el perdón. Decimos que “perdonar” es difícil. ¿No sería mejor decir que lo que nos cuesta es “amar de verdad”? Perdonar es difícil para el que no ama.

Perdonar es normal y fácil para el que ama.
Quienes digan que aman, hagan la prueba:

¿Amáis gratuitamente? ¿Amáis perdonando”. El amor es desinteresado. El amor no pone límites ni siquiera al perdón. Dejamos de amar cuando dejamos de perdonar. Amamos a los que “no merecen ser amados”, “cuando estábamos muertos al pecado”.

¿Hay alguien hoy que no se sienta amado? ¿Que tu vida no es digna y que incluso estás en pecado? Pues, a pesar de todo, ¡hoy Dios te ama! ¡Incluso si tú no le amas!





¿QUIÉNES SE SALVAN?

Ahí a una para los buenos que fácilmente se escandalizan.
La respuesta es: “Todos.”

Dios no envió a su Hijo para unos cuantos simpáticos y buenos.
Dios envió a su Hijo para que “todos se salven por Él”.

¿Se salvan los buenos? Yo espero que sí.
¿Se salvan los malos? Bueno, tú y yo los enviaríamos a la “caldera del infierno”.

Pero Dios quiere que “también los malos se salven”.
¿También los que nos han hecho daño? También ellos están llamados a la salvación.

Un amigo mío me decía: “Si eso es verdad, yo no quiero encontrarme con fulanito en el cielo.” A lo que le respondí: "Pues si no quieres estar con él en el cielo, Dios os va a sentar juntitos y te apuesto a que le das un abrazo, porque antes lo abrazó Dios."

¿Acaso no hemos sido también nosotros malos en algún momento y ahora somos buenos?
¿Acaso como padre de familia dejas de amar al hijo que no se porta debidamente contigo?
Recuerda el tremendo abrazo que Dios le dio al hijo pródigo que hizo de todo y regresó a casa oliendo a chancho.

Estamos avanzando en la Cuaresma, ¿estaremos avanzando también en el amor? No se puede llegar a la Semana Santa y a la Pascua, si no amamos de verdad. Haríamos el ridículo al pie de la cruz llorando de emoción, pero con el corazón endurecido para con los malos.





EL PERDÓN PENITENCIAL

Cuando Dios perdona. Dios olvida. Dios sólo tiene memoria de lo bueno que haces.
Lo malo se lo sueles recordar tú mismo. ¿Para qué?

Confesarte es algo más que limpiar tu pasado, es abrirte una ventana a tu futuro. Por eso, lo más importante en la confesión no es tu pasado, lo que tú llevas, sino tu voluntad de cambio. Tu decisión de futuro.

Confesarte, más que avergonzarte de lo que eres, es el reconocimiento de lo que puedes ser y de lo que Dios aún puede hacer en ti. Recuerda la fórmula de la absolución:
“Dios, Padre misericordioso,
que por la Muerte y Resurrección de su Hijo
reconcilió consigo al mundo y derramó al Espíritu Santo
para el perdón de los pecados,
te conceda el perdón y la paz por el ministerio de la Iglesia.
Yo te absuelvo de de tus pecados
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.”

Confesarte, más que verte a ti mismo como malo, es verte amado por Dios en el espejo de su perdón, que es el espejo de su propio corazón.

Confesarte es restaurar la imagen de Dios impresa en ti por el Bautismo y estropeada y maltratada por el pecado.

Confesarte es sentirte a ti mismo más grande que tus propias debilidades y fracasos.
Es reconocer a Dios más grande que nosotros.
Es reconocer que el poder de la gracia es más que nuestras debilidades.

Confesarte es creer en ti y en tu propio futuro y en el futuro de la Iglesia y del mundo, porque cada vez que tú eres diferente haces diferente a la Iglesia y al mundo.




NO APAGUES LA LUZ

Solo la luz nos hacer ver el camino.
Si la luz los caminos se pierden en la oscuridad.
Solo la luz nos hace ver la verdad.
Sin la luz la verdad se hace invisible.

Vivir en la luz es vivir abiertos a la verdad de Jesús.
Vivir en la oscuridad es vivir cerrados a la verdad de Jesús.
Vivir en la luz es tener una mente y un corazón iluminados.
Vivir en la oscuridad es tener una mente y un corazón en la oscuridad.

En el Bautismo se nos entregó una vela encendida en el Cirio Pascual.
Era el símbolo de la vela de nuestra vida abierta a la verdad del amor de Dios.
Era el símbolo de la vela de nuestra vida abierta a la verdad del Evangelio.

¿Qué hemos hecho con aquella vela?
¿La conservamos todavía?
¿La has encendido alguna vez recordando tu bautismo o el de tus hijos?
Esa vela es el símbolo de Jesús luz que ilumina nuestras vidas.

Jesús mismo nos dice: “Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. El que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.”

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WebJCP | Abril 2007