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MISIONEROS EN CAMINO: VII Domingo del T.O - Ciclo B (Mc 2,1-12): Tus pecados quedan perdonados
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sábado, 18 de febrero de 2012

VII Domingo del T.O - Ciclo B (Mc 2,1-12): Tus pecados quedan perdonados


Por Julio Suescun c.m.

El evangelista San Marcos sigue presentándonos a Jesús, en Galilea, para que sus lectores podamos responder a esta pregunta que hemos oído repetir de labios de los oyentes de Jesús: ¿Quién es éste? Hoy nos presenta a Jesús como el perdón de Dios que llega a los hombres que acuden a él con fe. Pero no todos aceptan las enseñanzas y a las obras de Jesús como venidas de Dios. Son los escribas y fariseos. Ellos van a intervenir en una serie de signos, realizados por Jesús en distintos tiempos y lugares, que el evangelista reúne aquí por exigencias de redacción. No parece que su intención sea condenarlos, sino más bien advertirnos a sus lectores que desde prejuicios semejantes a los de los fariseos y escribas, es imposible llegar a conocer quién es Jesús.

El primero de estos signos se coloca en Cafarnaúm, pero ya no en la sinagoga. Terminada la gira misionera, Jesús volvió a casa. Y a penas se supo, acudió la gente en tropel, hasta el punto de que no cabían ni a la puerta. El ansia de curación y la fe en Jesús impulsó a un grupo de creyentes a una curiosa estrategia: pusieron a un amigo paralítico en una camilla y retirando unas losas del tejado de la casa donde estaba Jesús, descolgaron la camilla, le colocaron al paralítico delante. Jesús reconoce la fe que tienen y dice directamente al paralítico: Tus pecados quedan perdonados. Unos escribas, que habían acudido pronto y habían copado los primeros asientos, para observarlo todo cuidadosamente, reaccionan para sus adentros desde sus prejuicios teológicos. Sólo Dios puede perdonar los pecados, por lo tanto si Jesús se atribuye este poder, está blasfemando. La conclusión de su argumento podría haber sido otra: Si sólo Dios puede perdonar los pecados y Jesús los perdona, es que Jesús es Dios. Ahora hace falta demostrar que Jesús puede perdonar los pecados. Para ello, Jesús apela al poder de su palabra. Si cuando dice levántate y anda, el paralítico se pone en pie y camina, también cuando dice tus pecados quedan perdonados, sucede lo que dice. El paralítico plegando su camilla y saliendo a la vista de todos, los dejó atónitos y daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos visto cosa igual.

Estos escribas, aun presenciando lo que hace Jesús, no creen en él, porque están seguros de saberlo todo sobre Dios. Como los fariseos, también ellos eran hombres religiosos, cumplidores escrupulosos de la legalidad, pero intolerantes con cualquier interpretación de la ley, distinta a la suya. Creen tener un conocimiento tan absoluto de Dios, que ni Dios mismo puede obrar de manera distinta a como ellos piensan. Su fidelidad a la ley no está basada en el amor, sino en la preocupación por la exactitud de su “cumplimiento” con lo que piensan tener derecho a que Dios se lo pague. No admiten que el premio no es conquista del hombre, sino don y gracia de Dios, fruto de su amor. La suya es una fidelidad sin alma, sin amor. De ahí la multiplicación de la casuística para poder cumplir la ley, haciendo su propia voluntad, incluso contra la voluntad manifiesta de Dios.

La fe cristiana admite un Dios que tiene la capacidad de sorprendernos, de dejarnos atónitos con lo que hace, porque su ser es infinitamente mayor que nuestro conocimiento de él. Jesús, sus palabras y sus obras siguen causando en nosotros una gozosa sorpresa. La Iglesia vive y celebra esta fe sorprendente en Dios, en el sacramento del perdón. En él Dios, por el ministerio de los sacerdotes, sigue perdonando los pecados. Basta acercarse a él con fe.

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WebJCP | Abril 2007