Por Javier Leoz
Hemos asistido en estas semanas precedentes a las cartas de presentación de Jesús. Sabemos quién es (o por lo menos tenemos una idea de Él) y hasta lo qué proyecta: que su Evangelio cuente, entre nosotros, con los suficientes apoyos y entusiasmo para que, lejos de debilitarse, se mantenga vivo, operativo, profético y presentado como gran noticia en medio del telediario negro al cual asistimos un día sí y otro también.
1.- Sencilla pero emotiva oración la del leproso del evangelio de este día: “si quieres”. Nunca, en tan pocas palabras y con tan poca voz, encontramos la llave para llegarnos hasta Dios: la humildad. Fue, entre otras, el picaporte que Él utilizó para entrar en el mundo: se hizo hombre.
-Si quieres, Señor, envíame un poco de luz. Estoy confundido. No acierto en la educación de mis hijos. Siembro y, lejos de recoger, siego lo contrario.
-Si quieres, Señor, dame un puñado de esperanza. Me produce ansiedad y hasta preocupación cuando, lo que me rodea, es contrario a la misión que tú me encomiendas.
-Si quieres, Señor, haz que me sienta un mendigo. Pero un mendigo de tu amor. Que tenga necesidad de Ti, tanta o más, como la tuvo aquel leproso que, siendo rechazado por todos, humildemente te conquistó a Ti.
2.- Estamos tan acostumbrados a la oración vehemente que, en muchas ocasiones, nos importa poco o nada tratar al mismo Dios de “tú”. Damos un margen tan gigantesco a su misericordia (que la tiene) que, en ocasiones, somos incapaces de reconocer esas afecciones internas (que afectan al alma, a los pensamientos o al corazón) y que nos impiden estar en armonía con los que nos rodean y también en comunión con el Señor.
Como cristianos ¿Qué queremos? ¿Acercarnos o alejarnos de Jesús? ¿Confiar en Él o por el contrario dar por buenos todos nuestros comportamientos, justos todos nuestros planteamientos o rectos todos los caminos que elegimos? ¿Tan limpios nos creemos y hasta nos vemos?
3.- Rezar, presentar al Señor nuestras necesidades, no se puede convertir en amenaza o chantaje: “si eres hijo de Dios baja de la cruz” (Mt 27,41). Todo lo contrario; conscientes de esas lepras que nos sacuden por dentro y por fuera en forma de preocupaciones, depresiones, orgullo, rencor, envidia o enfermedades físicas nos tiene que llevar a desgranar sencillamente: “sé que Tú lo puedes, Jesús: ayúdame a seguir adelante. Purifica de mi humanidad aquello que me distancia de Ti, todas esas heridas por las que, por mucho o por poco, sangro, me automargino y no vivo”.
4.- Se suele decir que, con miel, se consigue más que con hiel. Que nuestra fe, profunda y serena, vigorosa y humilde, sea la mejor forma de querernos a nosotros mismos y de colocar al Señor en el lugar que le corresponde: ¡ES DIOS! Tiene su ritmo, lleva su paso….y sólo falta que tengamos ganas de Él, apetito de Él, seguridad en Él. ¿Ya lo queremos?
1.- Sencilla pero emotiva oración la del leproso del evangelio de este día: “si quieres”. Nunca, en tan pocas palabras y con tan poca voz, encontramos la llave para llegarnos hasta Dios: la humildad. Fue, entre otras, el picaporte que Él utilizó para entrar en el mundo: se hizo hombre.
-Si quieres, Señor, envíame un poco de luz. Estoy confundido. No acierto en la educación de mis hijos. Siembro y, lejos de recoger, siego lo contrario.
-Si quieres, Señor, dame un puñado de esperanza. Me produce ansiedad y hasta preocupación cuando, lo que me rodea, es contrario a la misión que tú me encomiendas.
-Si quieres, Señor, haz que me sienta un mendigo. Pero un mendigo de tu amor. Que tenga necesidad de Ti, tanta o más, como la tuvo aquel leproso que, siendo rechazado por todos, humildemente te conquistó a Ti.
2.- Estamos tan acostumbrados a la oración vehemente que, en muchas ocasiones, nos importa poco o nada tratar al mismo Dios de “tú”. Damos un margen tan gigantesco a su misericordia (que la tiene) que, en ocasiones, somos incapaces de reconocer esas afecciones internas (que afectan al alma, a los pensamientos o al corazón) y que nos impiden estar en armonía con los que nos rodean y también en comunión con el Señor.
Como cristianos ¿Qué queremos? ¿Acercarnos o alejarnos de Jesús? ¿Confiar en Él o por el contrario dar por buenos todos nuestros comportamientos, justos todos nuestros planteamientos o rectos todos los caminos que elegimos? ¿Tan limpios nos creemos y hasta nos vemos?
3.- Rezar, presentar al Señor nuestras necesidades, no se puede convertir en amenaza o chantaje: “si eres hijo de Dios baja de la cruz” (Mt 27,41). Todo lo contrario; conscientes de esas lepras que nos sacuden por dentro y por fuera en forma de preocupaciones, depresiones, orgullo, rencor, envidia o enfermedades físicas nos tiene que llevar a desgranar sencillamente: “sé que Tú lo puedes, Jesús: ayúdame a seguir adelante. Purifica de mi humanidad aquello que me distancia de Ti, todas esas heridas por las que, por mucho o por poco, sangro, me automargino y no vivo”.
4.- Se suele decir que, con miel, se consigue más que con hiel. Que nuestra fe, profunda y serena, vigorosa y humilde, sea la mejor forma de querernos a nosotros mismos y de colocar al Señor en el lugar que le corresponde: ¡ES DIOS! Tiene su ritmo, lleva su paso….y sólo falta que tengamos ganas de Él, apetito de Él, seguridad en Él. ¿Ya lo queremos?
5.- ¡LO DESEO TANTO, Y TÚ LO SABES!
Vivo y, sin darme cuenta, no lo hago como Tú quisieras
y avanzo recubierto y disfrazado
de las nuevas lepras con las que el mundo me invade.
Algunas, te confieso Jesús, hasta las considero virtud
Deseo tanto, oh Señor, desprenderme
de todo aquello que me hace grande a los ojos del mundo
anhelo tanto, oh Señor, curarme
de aquello que me impide abrazarte
con todas las consecuencias.
Tú, Señor, Tú lo sabes todo.
SI quieres, Jesús, puedes limpiarme:
de la pereza que me paraliza
y me convierte en freno y obstáculo de tu Reino
Del relativismo que me tranquiliza, adormece
y me confunde al dar lo falso por verdadero
o a ver lo bueno como malo y lo noble como caduco
¡DESEO TANTO SEÑOR QUE ME LIMPIES!
Que te necesite,
como el labriego pide el agua para sus campos
Que te busque,
como el montañero añora las cotas altas
Que te desee,
como el niño apetece los brazos de su madre
Que confíe en Ti,
sabiendo que Tú eres médico que nunca falla
Ojala, Señor, en mi oración no siempre humilde
me presente ante Ti como lo que soy, y a veces olvido:
limosnero de la salud que me ofreces
pordiosero de tu amor gratuito y desinteresado
menesteroso de tus gracias y de tu aliento.
Tú, Señor, sabes cuánto…pero cuánto lo quiero
Tú, Señor, sabes cuánto….necesito de una limpieza a fondo
Vivo y, sin darme cuenta, no lo hago como Tú quisieras
y avanzo recubierto y disfrazado
de las nuevas lepras con las que el mundo me invade.
Algunas, te confieso Jesús, hasta las considero virtud
Deseo tanto, oh Señor, desprenderme
de todo aquello que me hace grande a los ojos del mundo
anhelo tanto, oh Señor, curarme
de aquello que me impide abrazarte
con todas las consecuencias.
Tú, Señor, Tú lo sabes todo.
SI quieres, Jesús, puedes limpiarme:
de la pereza que me paraliza
y me convierte en freno y obstáculo de tu Reino
Del relativismo que me tranquiliza, adormece
y me confunde al dar lo falso por verdadero
o a ver lo bueno como malo y lo noble como caduco
¡DESEO TANTO SEÑOR QUE ME LIMPIES!
Que te necesite,
como el labriego pide el agua para sus campos
Que te busque,
como el montañero añora las cotas altas
Que te desee,
como el niño apetece los brazos de su madre
Que confíe en Ti,
sabiendo que Tú eres médico que nunca falla
Ojala, Señor, en mi oración no siempre humilde
me presente ante Ti como lo que soy, y a veces olvido:
limosnero de la salud que me ofreces
pordiosero de tu amor gratuito y desinteresado
menesteroso de tus gracias y de tu aliento.
Tú, Señor, sabes cuánto…pero cuánto lo quiero
Tú, Señor, sabes cuánto….necesito de una limpieza a fondo
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