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MISIONEROS EN CAMINO: VI Domingo del T.O - Ciclo B (Mc 1,40-45): AL MARGEN DE LA VIDA
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viernes, 10 de febrero de 2012

VI Domingo del T.O - Ciclo B (Mc 1,40-45): AL MARGEN DE LA VIDA


Publicado por Fundación Epsilon

A falta de hospitales, los afectados por enfermedades contagiosas eran separados del resto de la población y condenados a vivir fuera de las ciudades desde la más remota antigüedad.
El prototipo de enfermedad contagiosa, en la Biblia, es la lepra (del griego "lepó11: yo pelo). Con este término se indicaban diversas enfermedades de la piel, con frecuencia curables, no necesariamente la enfermedad conocida como lepra en la medicina, moderna. La palabra hebrea con que se la designa es “sara'at” -derivada de sara : castigar- e indica también la mancha de moho en los vestidos y en las paredes de las casas, seguramente el salitre. La lepra se consideraba un castigo de Dios por los pecados que el paciente había cometido contra el prójimo, especialmente pecados de la lengua como la calumnia o la mentira.
Como las enfermedades de la piel deforman la presencia externa del hombre, se pensaba que estos enfermos eran repugnantes a Dios y peligrosos -además de repugnantes- para los hombres sanos a quienes podían contagiar; por ello, eran excomulgados, excluidos del templo y de los núcleos urbanos, Jugares aptos para transmitir el contagio por la afluencia de gente.
El diagnóstico de la enfermedad corría a cargo del sacerdote, si bien éste no se encargaba del tratamiento. Quienes se acercaban al leproso o lo tocaban no podían asistir al culto y tenían para ello que hacer determinados ritos de purificación.
Cuenta el Evangelio de Marcos que un día, cuando recorría Jesús las sinagogas de Galilea, "se le acercó un leproso (un enfermo de la piel) y le suplicó de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme.
Sintiendo lástima extendió la mano y lo tocó: Quiero, queda limpio. En seguida se le quito la lepra y quedó limpio".
Sorprendente Maestro: ni huye, ni tiene miedo al contagio. Rabí Meir se había negado a comer un huevo puesto por una gallina en una calle donde habitaban leprosos, y Rabí Yohanán decía que estaba prohibido caminar a cuatro brazos de un leproso. El Maestro de Nazaret se salta a la torera las leyes religiosas y tocando al leproso, no sólo no se contagia, sino que lo cura. Curándolo, lo integró en la sociedad, le devolvió la vida, pues hasta entonces el leproso había sido, a efectos reales, como un muerto: "Cuatro categorías de personas pueden compararse a un muerto: el pobre, el leproso, el ciego y el que no tiene hijos", rezaba un dicho de los judíos.
Jesús había venido para hacer renacer la vida y la esperanza en todos aquellos a los que la sociedad había quitado las esperanzas de vida. Su decidida actitud le acarrearía el ser considerado persona "non grata" por todos los defensores del orden establecido, poder civil y religioso.
Así es la vida: quien toma partido contra un sistema que, en pro de una ley que beneficia a una élite de privilegiados, margina a las personas más necesitadas de atención, termina él mismo siendo marginado. Y si no, hagamos la prueba defendiendo con hechos contundentes y denuncias claras a los drogadictos, alcohólicos, mendigos, prostitutas, delincuentes, a esa larga lista de leprosos que hemos arrojado entre todos de nuestra convivencia por miedo a contagiarnos. Es la sociedad quien los ha situado al margen de la vida...

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WebJCP | Abril 2007