1- El domingo pasado comentábamos cómo Jesús comenzó su predicación en la sinagoga, es decir, con el pueblo judío aferrado a sus tradiciones y ritos. El evangelista Marcos, que tiene la intención de presentar un modelo de acción misionera para la Iglesia, hoy nos invita a descubrir cómo Jesús abandona la sinagoga, y actúa en medio de los suyos (la Iglesia) y en quienes están fuera.
Así nos dice cómo al salir de la sinagoga, «fue a la casa» de Simón y Andrés, con la intención de alojarse allí y hacerla centro de su actividad misionera. Esta casa parece simbolizar a la Iglesia y a cada comunidad particular, el hogar de Jesús, de la misma forma que sus verdaderos hermanos y parientes son quienes creen y aceptan su palabra. Marcos ya ve a Jesús como el resucitado que está presente en el interior de la casa-iglesia y desde allí ejerce su obra salvadora. En efecto, en seguida llegan de toda la ciudad y se amontonan en la puerta cuantos enfermos y endemoniados había, ya que la pequeña población se había enterado de cómo Jesús había curado de la fiebre a la suegra de Pedro.
Esta actitud solícita de Jesús hacia una humanidad doliente y acongojada, esclava del pecado y de todas sus secuelas, es una magnífica representación de lo que debe ser nuestra comunidad: una casa de familia donde desarrollemos nuestra acción no solamente hacia los que están dentro, sino que sepamos salir y conectarnos con quienes se acercan a nuestra puerta.
La comunidad cristiana no solamente es la casa de Jesús y de los discípulos que creen, sino que se expande más allá de los límites de sus paredes para transformarse en la casa de todos. Tal parece ser la imagen que nos quiso dejar Marcos.
Quizá a alguno le parezca bastante normal esta imagen; es posible que para muchos de nosotros no entrañe mayor novedad el hecho de que la Iglesia abra sus puertas a todos, particularmente a los más necesitados.
Sin embargo, debemos tener en cuenta lo siguiente: no debemos suponer que esta visión de una Iglesia abierta fuese algo visto y sentido por todos desde un primer momento. Al contrario, la primitiva Iglesia que tenía su sede en Jerusalén interpretaba que su misión debía limitarse solamente a los judíos y se resistía a bautizar a los paganos incircuncisos. Será necesaria la recia intervención de Pablo para que se descubra que la Iglesia no era una secta judía ni un ghetto cerrado.
Por otra parte, la tentación de pensar que los cristianos debemos practicar el amor solamente con otros cristianos, no ha sido eliminada del todo. Así solemos preocuparnos cuando un sacerdote o un activista cristiano es perseguido o muerto o sufre una injusticia; pero es posible que hayamos olvidado que idéntica preocupación hemos de tener por quienes están fuera de la casa y no tienen ayuda de nadie.
No está de más, pues, que hoy nos preguntemos los que estamos aquí reunidos a puertas cerradas en la casa de Jesús, si no hace falta que abramos un poco más las puertas y miremos a toda esa multitud que espera un signo de verdadera caridad de parte nuestra. El evangelio habla de enfermos y endemoniados... Nosotros podemos hablar de una sociedad enferma y encasillada en el pecado.
Abrámosle la puerta, porque el Señor no quiere permanecer aquí encerrado ya que ha venido para otra cosa. Esto quedará más claro en el segundo punto de nuestra reflexión.
2. Una imperiosa necesidad: evangelizar
Después del éxito obtenido y de la euforia de la gente, cualquiera hubiera pensado que Jesús se quedaría en la ciudad mucho tiempo, ya que las cosas se le presentaban muy bien. Pero Marcos, una vez más, se encarga de hacernos descubrir que Jesús tiene sus propios caminos y un especialísimo modo de actuar.
Precisamente a la mañana siguiente y antes que amaneciera, Jesús se levantó y se fue a un lugar solitario a rezar. Prácticamente huyó de la casa, aprovechando el sueño pesado de quienes se habían agotado con él en la jornada pasada.
En primer lugar, huye para poder estar en la soledad y rezar al Padre. Esta es otra importante lección de este evangelio: la comunidad cristiana debe saber dedicarse a una inmensa actividad apostólica, pero también debe saber encontrar el momento de soledad interior para no descuidar su relación con el Padre.
A menudo los evangelios nos apuntan el detalle de que Jesús pasaba las noches enteras en oración, a pesar del natural cansancio que le exigía un sueño reparador. Con razón se ha hablado en más de una oportunidad del "activismo" de ciertos cristianos o de ciertos grupos.
Entendemos por activismo apostólico una actividad intensa que desborda completamente los cauces de una necesaria vida interior.
Esta actividad nos saca de nosotros mismos, nos dispersa espiritualmente y termina por transformarnos en una máquina operante. Nos podemos pasar el día haciendo cosas, incluso «por los demás», pero alienándonos a nosotros mismos.
La acción de una comunidad cristiana debe ser ordenada y equilibrada, sabiendo compensar la vida interior con la exterior, la oración con la actividad, el crecimiento individual con la relación interpersonal.
Jesús nos deja una importante lección: el apóstol no puede perder en ningún momento su relación personal con Dios; debe saber escucharlo en la intimidad y silencio del corazón, ya que es su profeta; y debe hacer todo como una ofrenda cultual.
Es posible que nuestras comunidades cristianas necesiten hoy más que nunca este alimento espiritual que proviene de la oración y de la reflexión de la palabra de Dios. Jesús busca un lugar solitario para orar... Más que un lugar físico, aquí se refiere Marcos a ese lugar interior que debe permanecer en silencio para que la oración sea posible. Podemos incluso estar en silencio externo -como cuando se escucha al que habla o se leen estas páginas- y no tener silencio interior, ya que las preocupaciones, actividades y proyectos del día interfieren la vida interior.
Pero la oración puede necesitar ese corte con la actividad; y esto redundará en beneficio de la misma actividad que saldrá proyectada por la vida interior.
JESUS/ORACION: Lo que sigue del relato de Marcos lo sugiere muy a las claras: en la oración Jesús descubre por dónde ha de orientarse su tarea para que sea cumplimiento de la voluntad divina, mientras Pedro se transforma en tentador.
En efecto, al notar el apóstol su ausencia, sale en su búsqueda con los demás y le dicen a Jesús: "Todo el mundo te busca". Ese «todos» se refiere a los habitantes de Cafarnaúm, muy entusiasmados por sus milagros del día anterior.
Y la respuesta de Jesús: «Vamos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.» Y acto seguido enfiló sus pasos rumbo al interior de Galilea.
Jesús sigue ampliando el círculo de su actividad: ahora abandona por un tiempo la casa a la que volverá después, para dirigirse a las poblaciones que aún no habían sido evangelizadas.
Con total claridad Marcos postula el universalismo cristiano que llevará a Jesús, según el relato del evangelista, a predicar en la misma ciudad pagana de Tiro. Un universalismo que, como ya es sabido, choca con la mentalidad cerrada de Pedro y los demás apóstoles. Observemos de paso cómo éste será el método de Pablo, el apóstol de los paganos. Recorre las vías del imperio romano fundando pequeñas comunidades y, una vez que las ve en marcha y con un mínimo de organización, él se dirige hacia otras poblaciones para hacer el mismo trabajo.
Jesús no se detiene demasiado en un mismo lugar, lo que obliga a cada comunidad a poner el mayor empeño propio por llevar a término lo que el Señor inicia. Jesús parece reservarse la misión de despertar la fe en todos, dejando el resto del trabajo a los discípulos y a la propia comunidad.
También aquí tenemos -siempre según la mentalidad de Marcos- un modelo de acción de la Iglesia y de cada comunidad: con la excusa de buscar la perfección de una comunidad o de un grupo, no debemos cerrarnos a la acción misionera. Es frecuente encontrar grupos llamados «apostólicos» que se pasan la vida «formándose y creciendo», es decir, encerrados en sí mismos, y con esta excusa se olvidan de una obligación fundamental: el anuncio del evangelio.
La comunidad debe despertar la fe en todos, dejando que cada grupo se organice conforme a su idiosincrasia, resuelva sus problemas y crezca en la fe. El profeta está obligado a dispersar la palabra por todos los campos, al igual que el sembrador. Este mismo pensamiento lo encontramos en el texto de Pablo. El apóstol explica a los cristianos de Corinto cómo para él anunciar el evangelio es una imperiosa necesidad, es exigente obligación: «¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!» Y tan obligado se siente que interpreta que por eso mismo no cobra recompensa alguna, pues no puede haber paga donde existe obligación. Más aún, para él ya es recompensa el tener la oportunidad de anunciar el evangelio gratuitamente, ya que gratuitamente lo ha recibido.
Pablo está preocupado por ganar el mayor número posible o «por lo menos, a algunos» para que abracen el evangelio. Para conseguir esto, no tiene reparo en hacerse judío con los judíos, pagano con los paganos, débil con los débiles e, incluso, esclavo de todos, aunque él se siente más libre que nadie. Por eso termina diciendo: «Me hice todo para todos para ganar por lo menos a algunos. Y hago todo esto por el evangelio, para participar yo también de sus bienes.» El texto de Pablo es de por sí un programa de acción para nuestra comunidad: hacernos todo para todos para que, al menos, algunos puedan conocer la buena noticia.
3. ¿Qué significa este «hacernos todo para todos»?
De acuerdo con los ejemplos que da el mismo Pablo, significa renunciar a ciertos modos específicos de la propia comunidad para no atar el evangelio a una modalidad única, y, en cambio, hacer posible que cualquier persona, no importa su cultura o procedencia, pueda identificarse con su esencia liberadora.
También significa renunciar a ciertas ventajas o beneficios que nos otorga la comunidad para que no sean obstáculos a los de fuera.
Significa estar siempre disponibles para el anuncio evangélico, posponiendo cualquier otra tarea comunitaria a la que debe tener la prioridad absoluta.
Anunciar el evangelio a los de fuera es, sin duda alguna, la más absoluta y primordial tarea de la comunidad.
Es muy posible que, como Pedro, nosotros tentemos al Señor para que se quede cómodo en la casa y se evite la molestia de largas caminatas. ¡Cuánto tiempo se pierde en las comunidades discutiendo bagatelas, elaborando organigramas, organizando quién sabe cuántas actividades superfluas o rutinarias, y qué poco se dedica a la primera de nuestras obligaciones! Hoy podemos hacer un alto en nuestra vida comunitaria, y preguntarnos si este espíritu misionero de Jesús está vivo en esta comunidad que todos formamos; a qué estamos dispuestos a renunciar para que el evangelio llegue aunque sea a algunos; quiénes son esas "poblaciones vecinas" que aún no han recibido la luz de la fe.
Pensemos un momento: cuántas personas somos, con qué medios económicos contamos, con cuántas organizaciones... Pues bien: ¿está toda esta maquinaria de hombres y de cosas encaminada a propagar el evangelio? ¿O no hemos transformado la comunidad en un gran almacén donde conservamos la riqueza de la fe para uso y beneficio exclusivo nuestro?
Concluyendo...
Esta comunidad es, por cierto, la casa de Jesús ya que por la fe él se ha hecho presente en medio de nosotros.
Esta es nuestra riqueza: la presencia de Cristo.
Pero Jesús no quiere permanecer encerrado entre cuatro paredes.
Si nos llamó a nosotros, también quiere llamar a otros por medio de nosotros. No transformemos su casa en una fortaleza o en un reducto de elegidos...
Abramos las puertas: acojamos a los que se acercan hasta ella, y dirijámonos también a los que están más alejados.
Digamos hoy con el Señor: "Vayamos a los vecinos, pues para esto hemos venido".
SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1978.Págs. 212 ss
Así nos dice cómo al salir de la sinagoga, «fue a la casa» de Simón y Andrés, con la intención de alojarse allí y hacerla centro de su actividad misionera. Esta casa parece simbolizar a la Iglesia y a cada comunidad particular, el hogar de Jesús, de la misma forma que sus verdaderos hermanos y parientes son quienes creen y aceptan su palabra. Marcos ya ve a Jesús como el resucitado que está presente en el interior de la casa-iglesia y desde allí ejerce su obra salvadora. En efecto, en seguida llegan de toda la ciudad y se amontonan en la puerta cuantos enfermos y endemoniados había, ya que la pequeña población se había enterado de cómo Jesús había curado de la fiebre a la suegra de Pedro.
Esta actitud solícita de Jesús hacia una humanidad doliente y acongojada, esclava del pecado y de todas sus secuelas, es una magnífica representación de lo que debe ser nuestra comunidad: una casa de familia donde desarrollemos nuestra acción no solamente hacia los que están dentro, sino que sepamos salir y conectarnos con quienes se acercan a nuestra puerta.
La comunidad cristiana no solamente es la casa de Jesús y de los discípulos que creen, sino que se expande más allá de los límites de sus paredes para transformarse en la casa de todos. Tal parece ser la imagen que nos quiso dejar Marcos.
Quizá a alguno le parezca bastante normal esta imagen; es posible que para muchos de nosotros no entrañe mayor novedad el hecho de que la Iglesia abra sus puertas a todos, particularmente a los más necesitados.
Sin embargo, debemos tener en cuenta lo siguiente: no debemos suponer que esta visión de una Iglesia abierta fuese algo visto y sentido por todos desde un primer momento. Al contrario, la primitiva Iglesia que tenía su sede en Jerusalén interpretaba que su misión debía limitarse solamente a los judíos y se resistía a bautizar a los paganos incircuncisos. Será necesaria la recia intervención de Pablo para que se descubra que la Iglesia no era una secta judía ni un ghetto cerrado.
Por otra parte, la tentación de pensar que los cristianos debemos practicar el amor solamente con otros cristianos, no ha sido eliminada del todo. Así solemos preocuparnos cuando un sacerdote o un activista cristiano es perseguido o muerto o sufre una injusticia; pero es posible que hayamos olvidado que idéntica preocupación hemos de tener por quienes están fuera de la casa y no tienen ayuda de nadie.
No está de más, pues, que hoy nos preguntemos los que estamos aquí reunidos a puertas cerradas en la casa de Jesús, si no hace falta que abramos un poco más las puertas y miremos a toda esa multitud que espera un signo de verdadera caridad de parte nuestra. El evangelio habla de enfermos y endemoniados... Nosotros podemos hablar de una sociedad enferma y encasillada en el pecado.
Abrámosle la puerta, porque el Señor no quiere permanecer aquí encerrado ya que ha venido para otra cosa. Esto quedará más claro en el segundo punto de nuestra reflexión.
2. Una imperiosa necesidad: evangelizar
Después del éxito obtenido y de la euforia de la gente, cualquiera hubiera pensado que Jesús se quedaría en la ciudad mucho tiempo, ya que las cosas se le presentaban muy bien. Pero Marcos, una vez más, se encarga de hacernos descubrir que Jesús tiene sus propios caminos y un especialísimo modo de actuar.
Precisamente a la mañana siguiente y antes que amaneciera, Jesús se levantó y se fue a un lugar solitario a rezar. Prácticamente huyó de la casa, aprovechando el sueño pesado de quienes se habían agotado con él en la jornada pasada.
En primer lugar, huye para poder estar en la soledad y rezar al Padre. Esta es otra importante lección de este evangelio: la comunidad cristiana debe saber dedicarse a una inmensa actividad apostólica, pero también debe saber encontrar el momento de soledad interior para no descuidar su relación con el Padre.
A menudo los evangelios nos apuntan el detalle de que Jesús pasaba las noches enteras en oración, a pesar del natural cansancio que le exigía un sueño reparador. Con razón se ha hablado en más de una oportunidad del "activismo" de ciertos cristianos o de ciertos grupos.
Entendemos por activismo apostólico una actividad intensa que desborda completamente los cauces de una necesaria vida interior.
Esta actividad nos saca de nosotros mismos, nos dispersa espiritualmente y termina por transformarnos en una máquina operante. Nos podemos pasar el día haciendo cosas, incluso «por los demás», pero alienándonos a nosotros mismos.
La acción de una comunidad cristiana debe ser ordenada y equilibrada, sabiendo compensar la vida interior con la exterior, la oración con la actividad, el crecimiento individual con la relación interpersonal.
Jesús nos deja una importante lección: el apóstol no puede perder en ningún momento su relación personal con Dios; debe saber escucharlo en la intimidad y silencio del corazón, ya que es su profeta; y debe hacer todo como una ofrenda cultual.
Es posible que nuestras comunidades cristianas necesiten hoy más que nunca este alimento espiritual que proviene de la oración y de la reflexión de la palabra de Dios. Jesús busca un lugar solitario para orar... Más que un lugar físico, aquí se refiere Marcos a ese lugar interior que debe permanecer en silencio para que la oración sea posible. Podemos incluso estar en silencio externo -como cuando se escucha al que habla o se leen estas páginas- y no tener silencio interior, ya que las preocupaciones, actividades y proyectos del día interfieren la vida interior.
Pero la oración puede necesitar ese corte con la actividad; y esto redundará en beneficio de la misma actividad que saldrá proyectada por la vida interior.
JESUS/ORACION: Lo que sigue del relato de Marcos lo sugiere muy a las claras: en la oración Jesús descubre por dónde ha de orientarse su tarea para que sea cumplimiento de la voluntad divina, mientras Pedro se transforma en tentador.
En efecto, al notar el apóstol su ausencia, sale en su búsqueda con los demás y le dicen a Jesús: "Todo el mundo te busca". Ese «todos» se refiere a los habitantes de Cafarnaúm, muy entusiasmados por sus milagros del día anterior.
Y la respuesta de Jesús: «Vamos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.» Y acto seguido enfiló sus pasos rumbo al interior de Galilea.
Jesús sigue ampliando el círculo de su actividad: ahora abandona por un tiempo la casa a la que volverá después, para dirigirse a las poblaciones que aún no habían sido evangelizadas.
Con total claridad Marcos postula el universalismo cristiano que llevará a Jesús, según el relato del evangelista, a predicar en la misma ciudad pagana de Tiro. Un universalismo que, como ya es sabido, choca con la mentalidad cerrada de Pedro y los demás apóstoles. Observemos de paso cómo éste será el método de Pablo, el apóstol de los paganos. Recorre las vías del imperio romano fundando pequeñas comunidades y, una vez que las ve en marcha y con un mínimo de organización, él se dirige hacia otras poblaciones para hacer el mismo trabajo.
Jesús no se detiene demasiado en un mismo lugar, lo que obliga a cada comunidad a poner el mayor empeño propio por llevar a término lo que el Señor inicia. Jesús parece reservarse la misión de despertar la fe en todos, dejando el resto del trabajo a los discípulos y a la propia comunidad.
También aquí tenemos -siempre según la mentalidad de Marcos- un modelo de acción de la Iglesia y de cada comunidad: con la excusa de buscar la perfección de una comunidad o de un grupo, no debemos cerrarnos a la acción misionera. Es frecuente encontrar grupos llamados «apostólicos» que se pasan la vida «formándose y creciendo», es decir, encerrados en sí mismos, y con esta excusa se olvidan de una obligación fundamental: el anuncio del evangelio.
La comunidad debe despertar la fe en todos, dejando que cada grupo se organice conforme a su idiosincrasia, resuelva sus problemas y crezca en la fe. El profeta está obligado a dispersar la palabra por todos los campos, al igual que el sembrador. Este mismo pensamiento lo encontramos en el texto de Pablo. El apóstol explica a los cristianos de Corinto cómo para él anunciar el evangelio es una imperiosa necesidad, es exigente obligación: «¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!» Y tan obligado se siente que interpreta que por eso mismo no cobra recompensa alguna, pues no puede haber paga donde existe obligación. Más aún, para él ya es recompensa el tener la oportunidad de anunciar el evangelio gratuitamente, ya que gratuitamente lo ha recibido.
Pablo está preocupado por ganar el mayor número posible o «por lo menos, a algunos» para que abracen el evangelio. Para conseguir esto, no tiene reparo en hacerse judío con los judíos, pagano con los paganos, débil con los débiles e, incluso, esclavo de todos, aunque él se siente más libre que nadie. Por eso termina diciendo: «Me hice todo para todos para ganar por lo menos a algunos. Y hago todo esto por el evangelio, para participar yo también de sus bienes.» El texto de Pablo es de por sí un programa de acción para nuestra comunidad: hacernos todo para todos para que, al menos, algunos puedan conocer la buena noticia.
3. ¿Qué significa este «hacernos todo para todos»?
De acuerdo con los ejemplos que da el mismo Pablo, significa renunciar a ciertos modos específicos de la propia comunidad para no atar el evangelio a una modalidad única, y, en cambio, hacer posible que cualquier persona, no importa su cultura o procedencia, pueda identificarse con su esencia liberadora.
También significa renunciar a ciertas ventajas o beneficios que nos otorga la comunidad para que no sean obstáculos a los de fuera.
Significa estar siempre disponibles para el anuncio evangélico, posponiendo cualquier otra tarea comunitaria a la que debe tener la prioridad absoluta.
Anunciar el evangelio a los de fuera es, sin duda alguna, la más absoluta y primordial tarea de la comunidad.
Es muy posible que, como Pedro, nosotros tentemos al Señor para que se quede cómodo en la casa y se evite la molestia de largas caminatas. ¡Cuánto tiempo se pierde en las comunidades discutiendo bagatelas, elaborando organigramas, organizando quién sabe cuántas actividades superfluas o rutinarias, y qué poco se dedica a la primera de nuestras obligaciones! Hoy podemos hacer un alto en nuestra vida comunitaria, y preguntarnos si este espíritu misionero de Jesús está vivo en esta comunidad que todos formamos; a qué estamos dispuestos a renunciar para que el evangelio llegue aunque sea a algunos; quiénes son esas "poblaciones vecinas" que aún no han recibido la luz de la fe.
Pensemos un momento: cuántas personas somos, con qué medios económicos contamos, con cuántas organizaciones... Pues bien: ¿está toda esta maquinaria de hombres y de cosas encaminada a propagar el evangelio? ¿O no hemos transformado la comunidad en un gran almacén donde conservamos la riqueza de la fe para uso y beneficio exclusivo nuestro?
Concluyendo...
Esta comunidad es, por cierto, la casa de Jesús ya que por la fe él se ha hecho presente en medio de nosotros.
Esta es nuestra riqueza: la presencia de Cristo.
Pero Jesús no quiere permanecer encerrado entre cuatro paredes.
Si nos llamó a nosotros, también quiere llamar a otros por medio de nosotros. No transformemos su casa en una fortaleza o en un reducto de elegidos...
Abramos las puertas: acojamos a los que se acercan hasta ella, y dirijámonos también a los que están más alejados.
Digamos hoy con el Señor: "Vayamos a los vecinos, pues para esto hemos venido".
SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1978.Págs. 212 ss
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