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MISIONEROS EN CAMINO: Palabra de Misión: Cuarenta días para cambiar el mundo / Primer Domingo de Cuaresma – Ciclo B – Mc. 1, 12-15 / 26.02.12
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domingo, 26 de febrero de 2012

Palabra de Misión: Cuarenta días para cambiar el mundo / Primer Domingo de Cuaresma – Ciclo B – Mc. 1, 12-15 / 26.02.12



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Culminado el bautismo en el Jordán y la revelación al salir del agua, Jesús es empujado al desierto. Muchas traducciones prefieren utilizar el verbo llevar o conducir, pero lo cierto es que Marcos interpreta la acción del Espíritu en Jesús como un empujón o una expulsión (ekballo en griego). Jesús es arrebatado por el Espíritu que lo lleva casi a la fuerza, obligándolo a separarse del Jordán y del Bautista. Debe ir al desierto. Es el mismo Espíritu que descendió sobre Él en el bautismo. Pero no quiere que permanezca allí. Es tiempo de otra cosa, otro punto de vista en la misión, otra realidad del Evangelio.

Algunos comentaristas no están de acuerdo en interpretar esta acción del Espíritu en Jesús como un arrebato profético, como algo que excede la propia voluntad de Jesús. Consideran que interpretar ekballo como un vocablo que connota expulsión es demasiado. Pero en el texto a secas, es notable la falta de participación de la voluntad de Jesús en esta decisión de ir al desierto, o al menos, la ausencia literaria de esa voluntad. Otros comentaristas, en cambio, sí creen ver un arrebato profético, una posesión por parte del Espíritu de Dios de la persona de Jesús. Esta posesión es bien descripta por Jeremías: “Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía” (Jer. 20, 9b). El profeta es empujado a hablar, Jesús es empujado al desierto. El Espíritu penetra hasta los huesos y enciende un fuego irresistible, imposible de apagar. Jesús es un profeta de Dios, entre otras cosas. Ha recibido el Espíritu. No es un extático que, entrando en trance, se desentiende del mundo para entenderse con la esfera celestial. Su vínculo con el Espíritu está en la acción misma. Su éxtasis es el movimiento, la dinámica. Por eso se deja empujar al desierto (a Marcos no le interesa mucho la situación geográfica concreta de este desierto), para vivir el período de cambio, de transformación hacia el modelo de Evangelio del Reino.



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El desierto al que se introduce Jesús, y la cantidad de días que permanece allí, son reminiscencias de Israel. Cualquier israelita puede asociar el número cuarenta con su historia. Son cuarenta los días que dura el diluvio según Gen. 7, 12; son cuarenta años los que vaga Israel por el desierto según el Sal. 95, 10; son cuarenta los días que pasa Moisés en el Sinaí para escribir las tablas de la Alianza, según Ex. 34, 28; son cuarenta los días que marcha Elías hasta el monte Horeb para encontrarse con Dios, según el relato de 1Rey. 19, 8. Hay más ejemplos bíblicos, pero estos son suficientes para sentar el significado del número cuarenta. Tradicionalmente, se ha afirmado que cuarenta años o días son un período de prueba, que en cierto sentido no es equivocado. Pero parece más conveniente plegarse a la opinión de que cuarenta es el tiempo del cambio, o el tiempo que prepara el cambio. Tras el diluvio, se genera la Alianza de Dios con toda la humanidad, es el renacer de una nueva época. Tras el peregrinar en el desierto, Israel ingresa a la Tierra Prometida, y cambia radicalmente desde su economía (de nómades a sedentarios) hasta su concepción religiosa (del Dios de la Tienda que camina junto al Pueblo, al Dios del Templo establecido). Tras la marcha de Elías, se encuentra con Yahvé en el Horeb y recibe las indicaciones para nombrar a los nuevos reyes y al profeta que lo sucederá en la nueva etapa. Los cuarenta días marcan el cambio, el paso, la transformación de la situación. Jesús está por cambiar su praxis, pero simbólicamente, toda la vida (y muerte) de Jesús es un cambio para la humanidad, un giro en la historia. Por eso la descripción de la estancia en el desierto juega en Marcos un papel extremadamente simbólico. Puede que en el fondo esté el Jesús histórico que pasó un tiempo en el desierto (con Juan el Bautista o después de separarse de Juan), pero hay sobre todo una simbología supracósmica y en resumen de lo que es la vida y la muerte de Jesús. Como bien lo relata el autor, mientras el protagonista batalla con las fuerzas del mal, exorcizando, curando, enseñando, predicando y liberando, cuando parece sólo un hombre frente a un sistema injusto y pecador, es también el Hijo de Dios, acompañado por ángeles, que obtendrá la victoria. El Jesús tentado es el Jesús terriblemente humano, el Jesús servido por ángeles es el Jesús terriblemente divino.

Entre estas figuras que acompañan el desierto de Jesús se destaca Satanás. Marcos prefiere la forma semita de designarlo: Satán, antes que el griego Diabolos (Diablo). La Biblia se encarga de ser escueta y medida respecto a la información sobre esta personificación del mal. El gran peligro es interpretarlo de forma dual, como un dios malo, con igual poder y dominio que Yahvé. Para la Biblia, se trata principalmente de un ser creado por Dios (por lo tanto, inferior a Él), miembro de la corte angélica (cf. Job 1-3), simbólicamente representado por la serpiente (cf. Gn. 3, 1; Sab. 2, 24). Satán significa adversario. Es el que se opone al Reino de Dios. Lo hace con acusaciones y con tentaciones. Su oposición, en el Evangelio según Marcos, tiene mucho que ver con limitar la plenitud del ser humano. Satanás y los espíritus impuros causan la posesión, la enfermedad, la locura y la perversión del sistema religioso. Son los obstáculos a la realización humana; el mal que no deja al humano ser verdaderamente humano según los designios originales de Dios. A ese mal viene a derrotar Jesús. Por eso lo enfrenta cara a cara en el desierto, y lo enfrentará durante toda su vida y su muerte. El mensajero del Reino de Dios viene, definitivamente, a derrotar la mayor oposición del ser humano. Es el Reino de la liberación que destruirá el imperio de la opresión, para que el ser humano sea verdaderamente libre. Esta es la imagen completa de la lucha supracósmica, con los ángeles sirviendo al Hijo del Hombre.

Junto a estos seres espirituales y Jesús se encuentran también las fieras o bestias salvajes. El término en griego que los designa puede designar animales no domesticados o animales peligrosos. Respecto a la presencia de estas fieras en el desierto de Marcos hay varias interpretaciones. Pueden ser animales propios de un lugar geográficamente desierto; pueden ser un símbolo del mal, específicamente de la serpiente, según algunos textos que describen la serpiente como bestia salvaje (cf. Hch. 28, 4); pueden ser las fieras que representan a los grandes poderes del mundo, sobre todo políticos, siguiendo la tradición apocalíptica (cf. Dn. 7); o pueden ser animales que evocan la armonía de la Creación, cuando el ser humano habitaba con ellos en convivencia ideal, representando el regreso de los últimos tiempos a los tiempos originales, según la literatura judía apocalíptica que menciona bestias que dejan de ser peligrosas en la época mesiánica (al respecto, también cf. Is. 65, 25a).



Lo de Jesús es lo de la Iglesia

Si el desierto de Marcos es una escena simbólica de resumen cósmico, entonces las fieras pueden ser los poderes mundanos, que junto a los ángeles (poderes del bien) y Satanás (poderes del mal) conforman la tríada sobre la que el Hijo de Dios debe hacer equilibrio para llevar adelante su misión. Este equilibrio sólo es posible si el Hijo se deja guiar por el Espíritu del Padre. Este resumen cristológico es resumen eclesiológico. Si la comunidad quiere resistir, permanecer, ser fiel, debe dejarse empujar por el Espíritu y equilibrarse según ese Espíritu divino. Los ángeles estarán a su servicio, pero habrá fieras y habrá Satanás. Equilibrarse en el escenario de la existencia es enfrentarse a un sinnúmero de variables y de fuerzas de muerte y de vida. Están los ángeles sirviendo, sosteniendo la vida de Dios que se inició en la armonía de la Creación, pero también está Satanás oprimiendo, esclavizando; y están los poderes mundanos (el dinero, la politiquería, el prestigio social) interponiéndose, confundiendo, amenazando.

El mundo en el que se inserta la Iglesia es el mundo de las tentaciones y los obstáculos. La comunidad de Marcos lo sabe. Hay persecuciones y está la posibilidad de ser reconocido por los otros hermanos como alguien importante dentro de las comunidades. Está la amenaza externa y la carrera interna de prestigio. Está la cruz romana y la gloria de ser superior a los otros. Pero en medio de todo ello, están los ángeles y el Espíritu. Si la Iglesia se olvida de ellos, si no presta atención a las fuerzas del bien que sostienen la vida ni al Espíritu que empuja, moviliza y profetiza, no puede hacer equilibrio, y desequilibrada se rompe, se raja, se despedaza. Y rota, rajada y despedazada, la Iglesia no transmite vida al mundo.

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WebJCP | Abril 2007