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viernes, 17 de febrero de 2012

LA HOMILÍA MÁS JOVEN: ESCALA DE VALORES


VII Domingo del T.O - Ciclo B (Mc 2,1-12)
Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Estamos acostumbrados a ver en representaciones de lugares bíblicos, que las edificaciones están rematadas por una cúpula. Pese a que existiese, en el Israel de la época de Jesús, no se utilizaba. En Jerusalén, en el Museo de la Flagelación, hay unas preciosas maquetas, muy bien realizadas, de casas de Cafarnaún, que nos permiten entender el episodio de hoy. Los techos eran de entramados de arbustos, recubiertos de arcilla. Pesaban poco y resultaban bastante consistentes, pero se podía, separando el ramaje, practicar un boquete e introducir subrepticiamente a un hombre, en el caso del evangelio de la misa de hoy era un enfermo, descolgarlo y depositarlo en el suelo. Las casas de entonces no eran espacios limitados y cerrados como los pisos de hoy. La vida se hacía en grandes patios a los que podían acceder con facilidad los vecinos, reservándose el interior para la vida familiar íntima y el sueño. Lo que llamamos Casa de Pedro, en realidad era cocina, horno, despensa y dormitorios. El galileo convivía al aire libre, casi siempre.

2.- Imaginado el escenario, mis queridos jóvenes lectores, comprenderéis el proceder de la gente. La actitud de Jesús, las palabras que le dirige al enfermo, a los eruditos les indigna. ¿Quién se ha creído ser este hombre? ¿Cómo se atreve a apropiarse de poderes divinos y perdonar pecados? Jesús es consciente de los sentimientos que suscita, de aquí que con cierta insolencia, se la merecían, no era orgullo, les preguntase: ¿qué es más fácil perdonar o curar? Evidentemente que los familiares y los asistentes, y nosotros mismos si hubiéramos estado presentes allí, lo lógico era pensar que se debía ir al grano. Que ponerse a discutir era perder el tiempo. Que estaban allí solicitando la curación corporal. Jesús no lo ignora, pero sabe, y quiere que sepan, que nosotros también sepamos, que hay algo más importante que la sanación biológica.

3.- Dada la idiosincrasia de aquella gente, y la nuestra, si la corta inteligencia humana da el máximo valor a la salud, demostración al canto: levántate, toma la camilla y vete que ya estas sanado. El buen hombre y los suyos, no se entretienen. Marchan gozosos. Seguramente nosotros hubiéramos hecho lo mismo. Pero la comunidad apostólica recapacitó y recordó para que nosotros aprendiéramos. El principal valor del hombre es su salud espiritual. El principal beneficio, si es que no goza de ella, es que se la restituyan. Jesús tiene poderes para hacerlo y lo otorga gratuitamente. Este poder se lo dejó en herencia a la Iglesia, es uno de sus grandes atributos, pese a que nosotros con frecuencia lo olvidemos. A los Maestros de la Ley, Jesús les da una lección, que parece ellos no la aprenden. La curación del enfermo es una demostración de su divinidad, pero no lo reconocen. La conversión del alma no es fácil para el hombre dominado por el orgullo.

4.- Pienso ahora, mis queridos jóvenes lectores, en Víctor Hugo, que dijo que si iba a Lourdes y veía un milagro, se convertiría. Fue, vio y tornó a su casa con la misma actitud de incredulidad. Supongo sabéis que en este lugar ocurren con frecuencia prodigios de estos, que un comité de expertos los examina concienzudamente, que en algo más de 60 ocasiones ha reconocido la inexplicable curación y la atribuye a poder divino. Se trata de hechos públicos, comprobables, pero a muchos les deja indiferentes. Por importante que sea la inteligencia y la razón, la curación espiritual precisa de acción divina.

Algunos de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, conoceréis esta población u otras donde el favor divino se manifiesta, pese a ello, en nuestro mundo abunda el pecado. Si me he referido a Lourdes es porque es la me resulta más próxima. No es cuestión de convertirse, sino de dejarse convertir. (Si alguno de vosotros tiene interés por conocer un hecho concreto, le puedo enviar un DVD con la explicación que da una buena mujer, Teresa Monné se llama, de cómo ocurrió su curación. Con una simpatía admirable lo cuenta. Con la misma cordialidad con que recibe en su casa a quienes acuden a conocerla, yo he sido uno de tantos).

5.- El relato de hoy debe cuestionarnos nuestro comportamiento. Cuando algún familiar nuestro, amigo, conocido o no, se pone seriamente enfermo ¿nos preocupamos de su salud espiritual por encima de poner nuestros desvelos únicamente en la actuación del profesional de la medicina? Meditarlo y aceptar el proceder del Señor, nos llevará a estructurar una escala de valores o a consolidarla, si es que ya la tenemos.

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WebJCP | Abril 2007