Generalmente hemos entendido la curación del paralítico en sentido personal. Se entendía que en el paralítico de Cafarnaúm está simbolizada la persona psicológica y espiritualmente postrada. No es que se excluya este sentido, pero, según los escrituristas, quien está representada, en primer término, es la comunidad cristiana. No hay que olvidar que el milagro tiene lugar en la casa de Pedro, en Cafarnaúm, en la que cuando Marcos escribe el Evangelio se reúne una comunidad cristiana. Es preciso descubrir el alcance comunitario de los evangelios, que no fueron otra cosa que catequesis de la comunidad y para la comunidad.
Sucede tristemente que muchas parroquias no es que sean comunidades paralíticas, sino que no son propiamente comunidades; son, más bien, masas de cristianos que practican su religiosidad con sentido individualista. Es un lamento general en encuentros eclesiales: “No hay comunidad. Nuestras parroquias están masificadas”. Urge hacer comunidad en la que los fieles participen activamente, crear comunidades que compartan la misión de evangelizar la sociedad.
Cuando el Papa llama a realizar la nueva evangelización, ¿qué quiere decir sino que los “cristianos” están sin evangelizar, que viven anárquicamente su fe? En un documento de gran valor titulado Las sectas y los nuevos movimientos religiosos, a la hora, de analizar las causas por las que se ha producido una verdadera explosión sectaria en el mundo, se afirma: “La falta de comunidades vivas en la Iglesia ha propiciado el hecho de que las personas busquen refugio y amparo en los grupos sectarios en los que se favorece el clima de grupo”.
Signos de parálisis
Los signos de parálisis en las parroquias son inequívocos:
- El clericalismo que convierte a los cristianos practicantes en masa pasiva. Los sacerdotes deciden solos, hacen los proyectos, marcan enteramente la vida de la comunidad. Los seglares únicamente participan en tareas que no requieren responsabilidad ni creatividad: Leer en público, cantar, repartir ropa o comestibles, visitar a los enfermos, dar la comunión en las Eucaristías y aportar económicamente.
- La rutina y falta de entusiasmo en las celebraciones. En el análisis que hace el Vaticano con respecto a las causas del crecimiento de las sectas, aduce, como una de las principales, sus celebraciones vivas, llenas de signos y gestos que hablan al corazón y a la sensibilidad. Y el mismo documento lamenta la rutina, la monotonía, la falta de originalidad y de calor que tienen muchas celebraciones de nuestros templos.
- La falta de alegría. Uno de los síntomas de enfermedad, de parálisis, es la falta de alegría. La gente que participan en nuestras eucaristías y se mueven por nuestros templos y sacristías no dan un especial testimonio de alegría. La gente busca ansiosamente la alegría. Si nos vieran como unas pascuas, correrían a preguntarnos el secreto, se unirían masivamente a nosotros. Si es que somos comensales en el banquete del Reino y no estamos alegres y felices es porque: o no hay tal banquete o estamos desganados y no sabemos saborear los manjares del Reino o no sabemos hacer fiesta.
– Falta de espíritu misionero. Alguien ha dicho muy certeramente: “Cuando alguien no es capaz de morir por una causa es porque o la causa es miserable o es miserable el que la defiende”. Afirma contundentemente Pablo VI: “Es impensable que alguien haya aceptado de verdad la Buena Noticia y no se convierta en su mensajero. El que ha sido evangelizado de verdad, necesariamente se vuelve evangelizador” (EN 24).
Medios y remedios de curación
¿Qué medios y remedios hemos de aplicar a los cristianos cumplidores, para que se produzca en nosotros el milagro de la curación del paralítico, para que nos convirtamos en comunidades vivas y dinámicas?
- Acercarnos a la persona de Jesús. Los camilleros presentaron al paralítico a Jesús. No repararon en medios: levantaron la techumbre para descolgarlo y ponerlo delante de él. Cuando las masas cristianas, que viven de tradiciones, de ritos, de dogmas, se ponen ante Jesús de Nazaret, le miran a la cara, le escuchan y se dejan fascinar, entonces esos cuerpos paralíticos se incorporan, se reaniman. Lo decía rotundamente Pablo VI en su documento Ecclesiam suam: “La Iglesia se renovará cuando centre su atención en Cristo Jesús”. Donde se vive una espiritualidad cristocéntrica no puede haber masas de cristianos apagados. La presencia viva de Jesús no deja dormir.
- El poder curativo de su palabra. Jesús curó mediante su palabra: “Levántate, coge tu camilla y anda”. En todos sus milagros de rehabilitación interviene con su palabra: “Quiero, sé curado”, “Lázaro, levántate y sal fuera”, “sal, espíritu inmundo”… El Señor curará nuestras parálisis cuando nos pongamos alrededor suyo, escuchemos boquiabiertos sus palabras de amistad y seamos capaces de compartirlas.
Las masas muertas de cristianos se convertirán en comunidades vivas, dejarán de ser cuerpos paralíticos para ser cuerpos dinámicos, cuando los sacerdotes hagamos llegar con abundancia y claridad la palabra misma de Jesús, y los fieles, mediante la masticación y la meditación, la asimilen ávidamente. Tendremos comunidades rehabilitadas cuando los sacerdotes, en lugar de predicar “sermones”, hagan comentarios fieles sobre la Palabra de Jesús; y cuando los oyentes no se contenten con “oír”, sino que muelan el grano de trigo recibido, lo amasen, lo cuezan en el horno de su corazón y se alimenten de ello.
Levantar sospechas
Termina el evangelista reseñando: “Todos se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: “Nunca hemos visto cosa igual”. Algo parecido decían los paganos ante las primeras
comunidades cristianas, comunidades vivas: “Llenos de asombro -señala Tertuliano- comentaban: Mirad cómo se aman”. Como señala Pablo VI, nuestras comunidades deben levantar sospechas, deben dar que pensar, deben aparecer como una alternativa, un espacio verde en medio de la árida sociedad (EN, 21).
¿Qué necesita urgentemente nuestra sociedad? Que en el invierno psicológico que padecen los hombres de nuestro tiempo, gentes sin hogar psicológico, encuentren casas abiertas, familias acogedoras, que son las comunidades vivas, donde sientan el calor humano, y no centros de acogida de cristianos paralíticos.
Entonces vendrán a preguntarnos: ¿Quién ha sido vuestro sanador?
Sucede tristemente que muchas parroquias no es que sean comunidades paralíticas, sino que no son propiamente comunidades; son, más bien, masas de cristianos que practican su religiosidad con sentido individualista. Es un lamento general en encuentros eclesiales: “No hay comunidad. Nuestras parroquias están masificadas”. Urge hacer comunidad en la que los fieles participen activamente, crear comunidades que compartan la misión de evangelizar la sociedad.
Cuando el Papa llama a realizar la nueva evangelización, ¿qué quiere decir sino que los “cristianos” están sin evangelizar, que viven anárquicamente su fe? En un documento de gran valor titulado Las sectas y los nuevos movimientos religiosos, a la hora, de analizar las causas por las que se ha producido una verdadera explosión sectaria en el mundo, se afirma: “La falta de comunidades vivas en la Iglesia ha propiciado el hecho de que las personas busquen refugio y amparo en los grupos sectarios en los que se favorece el clima de grupo”.
Signos de parálisis
Los signos de parálisis en las parroquias son inequívocos:
- El clericalismo que convierte a los cristianos practicantes en masa pasiva. Los sacerdotes deciden solos, hacen los proyectos, marcan enteramente la vida de la comunidad. Los seglares únicamente participan en tareas que no requieren responsabilidad ni creatividad: Leer en público, cantar, repartir ropa o comestibles, visitar a los enfermos, dar la comunión en las Eucaristías y aportar económicamente.
- La rutina y falta de entusiasmo en las celebraciones. En el análisis que hace el Vaticano con respecto a las causas del crecimiento de las sectas, aduce, como una de las principales, sus celebraciones vivas, llenas de signos y gestos que hablan al corazón y a la sensibilidad. Y el mismo documento lamenta la rutina, la monotonía, la falta de originalidad y de calor que tienen muchas celebraciones de nuestros templos.
- La falta de alegría. Uno de los síntomas de enfermedad, de parálisis, es la falta de alegría. La gente que participan en nuestras eucaristías y se mueven por nuestros templos y sacristías no dan un especial testimonio de alegría. La gente busca ansiosamente la alegría. Si nos vieran como unas pascuas, correrían a preguntarnos el secreto, se unirían masivamente a nosotros. Si es que somos comensales en el banquete del Reino y no estamos alegres y felices es porque: o no hay tal banquete o estamos desganados y no sabemos saborear los manjares del Reino o no sabemos hacer fiesta.
– Falta de espíritu misionero. Alguien ha dicho muy certeramente: “Cuando alguien no es capaz de morir por una causa es porque o la causa es miserable o es miserable el que la defiende”. Afirma contundentemente Pablo VI: “Es impensable que alguien haya aceptado de verdad la Buena Noticia y no se convierta en su mensajero. El que ha sido evangelizado de verdad, necesariamente se vuelve evangelizador” (EN 24).
Medios y remedios de curación
¿Qué medios y remedios hemos de aplicar a los cristianos cumplidores, para que se produzca en nosotros el milagro de la curación del paralítico, para que nos convirtamos en comunidades vivas y dinámicas?
- Acercarnos a la persona de Jesús. Los camilleros presentaron al paralítico a Jesús. No repararon en medios: levantaron la techumbre para descolgarlo y ponerlo delante de él. Cuando las masas cristianas, que viven de tradiciones, de ritos, de dogmas, se ponen ante Jesús de Nazaret, le miran a la cara, le escuchan y se dejan fascinar, entonces esos cuerpos paralíticos se incorporan, se reaniman. Lo decía rotundamente Pablo VI en su documento Ecclesiam suam: “La Iglesia se renovará cuando centre su atención en Cristo Jesús”. Donde se vive una espiritualidad cristocéntrica no puede haber masas de cristianos apagados. La presencia viva de Jesús no deja dormir.
- El poder curativo de su palabra. Jesús curó mediante su palabra: “Levántate, coge tu camilla y anda”. En todos sus milagros de rehabilitación interviene con su palabra: “Quiero, sé curado”, “Lázaro, levántate y sal fuera”, “sal, espíritu inmundo”… El Señor curará nuestras parálisis cuando nos pongamos alrededor suyo, escuchemos boquiabiertos sus palabras de amistad y seamos capaces de compartirlas.
Las masas muertas de cristianos se convertirán en comunidades vivas, dejarán de ser cuerpos paralíticos para ser cuerpos dinámicos, cuando los sacerdotes hagamos llegar con abundancia y claridad la palabra misma de Jesús, y los fieles, mediante la masticación y la meditación, la asimilen ávidamente. Tendremos comunidades rehabilitadas cuando los sacerdotes, en lugar de predicar “sermones”, hagan comentarios fieles sobre la Palabra de Jesús; y cuando los oyentes no se contenten con “oír”, sino que muelan el grano de trigo recibido, lo amasen, lo cuezan en el horno de su corazón y se alimenten de ello.
Levantar sospechas
Termina el evangelista reseñando: “Todos se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: “Nunca hemos visto cosa igual”. Algo parecido decían los paganos ante las primeras
comunidades cristianas, comunidades vivas: “Llenos de asombro -señala Tertuliano- comentaban: Mirad cómo se aman”. Como señala Pablo VI, nuestras comunidades deben levantar sospechas, deben dar que pensar, deben aparecer como una alternativa, un espacio verde en medio de la árida sociedad (EN, 21).
¿Qué necesita urgentemente nuestra sociedad? Que en el invierno psicológico que padecen los hombres de nuestro tiempo, gentes sin hogar psicológico, encuentren casas abiertas, familias acogedoras, que son las comunidades vivas, donde sientan el calor humano, y no centros de acogida de cristianos paralíticos.
Entonces vendrán a preguntarnos: ¿Quién ha sido vuestro sanador?
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