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jueves, 19 de enero de 2012

¡Remen Mar Adentro!



La Iglesia de Benín, y todo el país, acaba de celebrar 150 años de evangelización, es decir, la llegada de los dos primeros misioneros de la Sociedad de Misiones Africanas de Lyon (SMA). Además, el Señor nos dio la gracia de la visita del papa Benedicto XVI que vino a firmar y a transmitir la Exhortación Apostólica fruto del Segundo Sínodo para África a los obispos del continente. ¡Una bella y solemne ocasión para clausurar el Jubileo!

Generalmente, un Jubileo es para recordar. Dos acontecimientos, una sola gracia para recibir y hacer fructificar. La misión nos invita a ser misioneros. Siento cómo resuena en mi espíritu el mandato de Jesucristo: «Den gratuitamente, puesto que recibieron de forma gratuita» (Mt 10,8). «¿Recuerdas de dónde vienes?». Parece preguntarnos este festejo; y el mismo nos responde: «¡Tú vienes del compromiso de otros cristianos, vienes de la misión, del sacrificio de los misioneros!». Inmediatamente se nos plantea una segunda pregunta: «¿Qué has hecho para dar seguimiento a la labor de esos misioneros?». Este fue el tema del Jubileo: «Cristiano, da razón de tu esperanza» (1Pe 3,15).

Con estos sentimientos viví el Año Jubilar; recibimos una visita papal marcada por la misión. Así vivió el Papa el envío recibido de Cristo: «Fortalece a tus hermanos» (Lc 22,32). Vino a fortalecernos en nuestra fe que es vida y misión. Esta visita durante el Jubileo me invita a ir aún más lejos, más a fondo en este ministerio que el Señor me ha confiado desde hace 16 años en la Iglesia de la provincia de Donga. Recuerdo mi primer encuentro con el beato Juan Pablo II, después de mi elección y antes de mi consagración, en donde me dijo: «Usted es joven. Si lo he nombrado obispo no es para que se quede en sus oficinas... ¡Salga al encuentro de la gente!».

Viví esa presencia personal con la gente hasta hace dos años, cuando me detectaron cáncer en los huesos; hasta entonces frecuentemente visité pastoralmente a toda mi diócesis, acudiendo a cada parroquia, a cada comunidad que la constituye, a todo lugar donde mis sacerdotes iban; incluso me llevaban en motocicleta donde los coches no podían transitar.

Agradezco al Papa haberme indicado el camino. Fue así como rápidamente me di cuenta de la urgencia y el tamaño de mi misión. En el curso de esas visitas de formación y catequesis a todas las personas de las aldeas, tomé conciencia de la necesidad de crear nuevas parroquias; por lo que instituí la primera el 24 de diciembre de 1995, apenas tres meses después de mi nombramiento. La última parroquia (Santa Rita de Bariènou, la número 17) se creó el 24 de diciembre de 2010.

Milagros misioneros
Asimismo, la urgencia e inmensidad de la misión me hicieron comprender la necesidad de orar al Dueño de la mies para enviar obreros a ella. Orar, sí, pero también buscar junto con él a los obreros y enviarlos puesto que él ha compartido conmigo el cuidado de sus ovejas.

La misión progresa gracias a los misioneros de todos los carismas y vocaciones –laicos, personas consagradas, presbíteros– pero es necesario reconocer el lugar privilegiado que tienen los sacerdotes en el trabajo de primera evangelización; comprendí que para ser una Iglesia misionera es necesario crecer en la fe, catequizar, evangelizar, dar los sacramentos, formar para la misión... En 1995 la diócesis contaba con ocho sacerdotes y un seminarista; en ese año, el regalo del Señor para aquel joven obispo –que era yo– fue la llegada providencial de un sacerdote Fidei Donum de la diócesis de Angers (Francia) que estaba destinado a otra zona pastoral y que llegó con nosotros sin que aún sepamos cómo, con él resolví el problema de una parroquia que estaba sin sacerdote. ¡Los sacerdotes Fidei Donum son un gran don para las diócesis pobres!

Tesoros misioneros
No sólo era necesario contar con la riqueza de sacerdotes diocesanos, sino también con los tesoros misioneros de la Iglesia universal. Lo que se vive actualmente en nuestra diócesis de Djougou, 17 parroquias, un centro de formación, un colegio católico y escuelas, es gracias a la llegada de miembros de diversos institutos religiosos –religiosas, misioneros del Verbo Divino, camilianos y combonianos– que además del servicio cuantitativo comparable al de los sacerdotes diocesanos es el de ser signos visibles de la esencia de la Iglesia: ¡ella es misionera!, igualmente a la presencia de 18 sacerdotes Fidei Donum de otras diócesis de Benín y del país vecino, Togo. Ellos son un gran testimonio y manifiestan, a nuestros ojos, la unidad de la Iglesia.

Estos sacerdotes son la prueba de que se está tomando conciencia del deber misionero de las Iglesias particulares en varios ámbitos, en primer lugar, son signo de la colegialidad y la solicitud pastoral de los obispos; también son signo de que los sacerdotes comprenden que ellos han sido ordenados para la misión universal de la Iglesia y deben cargar personalmente con la preocupación pastoral de las Iglesias pobres. Ellos son el signo palpable de la madurez de la Iglesia.

«Poseído» por mi diócesis
He hablado de mi presencia personal –física–, pero hay igualmente otro punto muy importante en el corazón de mi misión: la presencia o cercanía espiritual. Como resultado de las visitas pastorales puedo decir: «Estoy “poseído” por mi diócesis». Me siento como intercesor privilegiado y rezo constantemente por la evangelización de esta zona de Benín para que el Señor envíe más evangelizadores; también pongo en sus manos a todos aquellos que ya están trabajando. Todas las mañanas, en mi oración, hago el recorrido de la diócesis, parroquia por parroquia, presentando al Señor a los sacerdotes, religiosos, catequistas, movimientos cristianos, jóvenes, niños de nuestros orfanatos, seminaristas, aspirantes...

Está claro que esto es fácil para una diócesis como la mía, que es pequeña, ¡el número de los evangelizadores me lo permite! Espontáneamente pienso en mis hermanos obispos que tienen a cargo diócesis más grandes en población, en número de parroquias y de sacerdotes, en institutos religiosos y obras; entonces, también rezo por ellos. Cada vez más, comprendo la importancia de lo que llamo «la oración pastoral», una de las características de la misión de un obispo. Esto lo interiorizamos en el testimonio de Cristo que se iba a los lugares aislados para orar. Los obispos no sólo tenemos instrumentos intelectuales, estratégicos, técnicos, etnológicos o sociológicos para cumplir nuestra misión. Nuestro primer y más importante instrumento es la oración para, en y con nuestra Iglesia-familia.

«A izar mis velas»
«Remen mar adentro». Esto me lleva a responder la última pregunta que suscita en mí la celebración de este Jubileo y la visita del Papa: «¿Y ahora?». Ahora doy gracias a la Santísima Trinidad por haber suscitado valientes misioneros hace 150 años, además de ellos, agradezco la misión, obra de Dios confiada a «vasijas de barro». También doy gracias a Dios por los misioneros de hoy en el mundo, particularmente por los que trabajan en el campo de Donga. Agradezco al Señor su fidelidad y por confiar en nosotros para hacer progresar su misión.

Ahora voy «a izar mis velas» para estimular a los colaboradores que Dios me ha dado y que él me dará igualmente mañana: para recibir de nuevo, con alegría y determinación, nuestra misión; para corregir nuestro camino e ir más lejos y a fondo en esta tarea; para aceptar el desafío que el Papa nos lanzó con su visita: «La Iglesia de África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz», «ustedes son la sal de la Tierra» (Mt 5,13-14)

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WebJCP | Abril 2007