Publicado por Antena Misionera Blog
Creían tener un “poder” otorgado por Dios. Por eso desde los rabinos hasta los Sumos Sacerdotes del pueblo judío creían hablar en nombre de Dios cuando condenaban como “pecadores” al resto del pueblo. Una actitud repetida en muchas religiones y en la historia de la Iglesia Católica. Se habían arrogado el lugar de Dios y por ello con capacidad para juzgar y condenar. A través del miedo mantenían su poder sobre las personas.
Enseñar con autoridad
El modo de enseñar de Jesús provocó en la gente la impresión de que estaban ante alguien desconocido y admirable. Lo señala la fuente cristiana más antigua y los investigadores piensan que fue así realmente. Jesús no enseñaba como los «letrados» de la Ley. Lo hacía con «autoridad»: su palabra liberaba a las personas de «espíritus malignos».
No hay que confundir «autoridad» con «poder». El evangelista Marcos es muy preciso en su lenguaje. La palabra de Jesús no proviene del poder. Jesús no trata de imponer su propia voluntad sobre los demás. No enseña para controlar el comportamiento de la gente. No utiliza la coacción ni las amenazas.
Su palabra no es como la de los letrados de la religión judía. No está revestida de poder institucional. Su «autoridad» nace de la fuerza del Espíritu. Proviene del amor a la gente.
Busca aliviar el sufrimiento, curar heridas, promover una vida más sana. Jesús no genera sumisión, infantilismo o pasividad.
Libera de miedos, infunde confianza en Dios, anima a las personas a buscar un mundo nuevo.
Volver a Jesús
A nadie se le oculta que estamos viviendo una grave crisis de autoridad. La confianza en la palabra institucional está bajo mínimos. Dentro de la Iglesia se habla de una fuerte «devaluación del magisterio». Las homilías aburren. Las palabras están desgastadas.
¿No es el momento de volver a Jesús y aprender a enseñar como lo hacía él? La palabra de la Iglesia ha de nacer del amor real a las personas. Ha de ser dicha después de una atenta escucha del sufrimiento que hay en el mundo, no antes. Ha de ser cercana, acogedora, capaz de acompañar la vida doliente del ser humano.
Necesitamos una palabra más liberada de la seducción del poder y más llena de la fuerza del Espíritu. Una enseñanza nacida del respeto y la estima positiva de las personas, que genere esperanza y cure heridas. Sería grave que, dentro de la Iglesia, se escuchara una «doctrina de letrados» y no la palabra curadora de Jesús que tanto necesita hoy la gente para vivir.
Dios salva, no condena
Ésta es la Buena Noticia del evangelio: No hay desesperación definitiva; siempre se puede seguir esperando incluso «contra toda esperanza». Dios es Salvador para todos aquellos que se ven desbordados por el mal, el pecado, la impotencia o la fragilidad. Esto es lo que descubren con admiración aquellas gentes de Galilea que son testigos del poder y la bondad de Jesús que libera del «espíritu inmundo» a aquel pobre hombre que se retuerce poseído por el mal.
Enseñar con autoridad
El modo de enseñar de Jesús provocó en la gente la impresión de que estaban ante alguien desconocido y admirable. Lo señala la fuente cristiana más antigua y los investigadores piensan que fue así realmente. Jesús no enseñaba como los «letrados» de la Ley. Lo hacía con «autoridad»: su palabra liberaba a las personas de «espíritus malignos».
No hay que confundir «autoridad» con «poder». El evangelista Marcos es muy preciso en su lenguaje. La palabra de Jesús no proviene del poder. Jesús no trata de imponer su propia voluntad sobre los demás. No enseña para controlar el comportamiento de la gente. No utiliza la coacción ni las amenazas.
Su palabra no es como la de los letrados de la religión judía. No está revestida de poder institucional. Su «autoridad» nace de la fuerza del Espíritu. Proviene del amor a la gente.
Busca aliviar el sufrimiento, curar heridas, promover una vida más sana. Jesús no genera sumisión, infantilismo o pasividad.
Libera de miedos, infunde confianza en Dios, anima a las personas a buscar un mundo nuevo.
Volver a Jesús
A nadie se le oculta que estamos viviendo una grave crisis de autoridad. La confianza en la palabra institucional está bajo mínimos. Dentro de la Iglesia se habla de una fuerte «devaluación del magisterio». Las homilías aburren. Las palabras están desgastadas.
¿No es el momento de volver a Jesús y aprender a enseñar como lo hacía él? La palabra de la Iglesia ha de nacer del amor real a las personas. Ha de ser dicha después de una atenta escucha del sufrimiento que hay en el mundo, no antes. Ha de ser cercana, acogedora, capaz de acompañar la vida doliente del ser humano.
Necesitamos una palabra más liberada de la seducción del poder y más llena de la fuerza del Espíritu. Una enseñanza nacida del respeto y la estima positiva de las personas, que genere esperanza y cure heridas. Sería grave que, dentro de la Iglesia, se escuchara una «doctrina de letrados» y no la palabra curadora de Jesús que tanto necesita hoy la gente para vivir.
Dios salva, no condena
Ésta es la Buena Noticia del evangelio: No hay desesperación definitiva; siempre se puede seguir esperando incluso «contra toda esperanza». Dios es Salvador para todos aquellos que se ven desbordados por el mal, el pecado, la impotencia o la fragilidad. Esto es lo que descubren con admiración aquellas gentes de Galilea que son testigos del poder y la bondad de Jesús que libera del «espíritu inmundo» a aquel pobre hombre que se retuerce poseído por el mal.
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