Publicado por Antena Misionera
Pablo de Tarso afirma que la caridad de Cristo nos apremia (cf 2Cor 5,14). La “indignación”, tan de moda y en cierta manera tan urgente puede entenderse como un fuerte apremio que empuja a buscar que la voluntad de Dios se cumpla, porque nos va en ello todo. ¡La vida! El encuentro con la misión personal, con la llamada-envío que Dios tiene reservada para María, y con ella para cada creyente comprometido/a, se convierte en una manera distinta de mirar la realidad y en una necesidad imperiosa de actuar y de compartir el don descubierto: “El Todopoderoso ha hecho conmigo cosas grandes…
“Su misericordia de generación en generación”. ¡Dios actuando misericordiosamente en mí y en la historia…! La ceguera colectiva ante este don divino llena de sana indignación. Y de alegría compartida, cuando se le reconoce (cf Lc 1,39-55). Así, con gozo y con premura, y también con cierta indignación, realiza el mismo Jesús la misión recibida del Padre: “¡He venido a traer fuego al mundo y cuanto desearía que ya estuviera ardiendo!” exclama, a modo de inesperado desahogo ante sus seguidores. La fuerza del Espíritu “empuja” a Jesús en su actuar misionero: desde la acampada “entre nosotros” y en el desierto de Judea en el que consolida su adhesión personal al Dios único y verdadero, hasta el momento de la ratificación de su proyecto de vida en la cruz, pasando por la evangelización de los pueblos y la sanación de las gentes que encuentra en su camino, desde Galilea a Jerusalén.
La premura del compartir la grandeza de Dios frente a la inmensa banalidad del mundo, el deseo irresistible de mostrar su actuar liberador frente a las muchas opresiones que el sistema, o los sistemas político-financieros nos procuran, es otra manera de ser y de estar indignados. Siempre lo ha sido. En este movimiento inaugurado en la historia por María, la joven nazarena, están todos los hombres y mujeres llamados/as a ser hoy profetas de un Reino que “no es de este mundo” pero sigue gestándose en él; creyentes que viven con pasión (ternura e indignación conjugadas) los sufrimientos y las esperanzas que forjan los entresijos de la historia. Ellos y ellas, misioneros del Evangelio, nunca dejarán de ser humildes engrandecidos por Dios y grandes humillados por los dioses del mundo; personas dispuestas siempre a dar gratuitamente todo lo que son y todo lo que tienen, porque el dolor de los seres humanos, y de la entera creación, los/las “indigna”…, pero de otro modo: al modo poco reconocido y nada mediático del Maestro de Nazaret. Para programa de vida “indignada”, el de Jesucristo.
“Su misericordia de generación en generación”. ¡Dios actuando misericordiosamente en mí y en la historia…! La ceguera colectiva ante este don divino llena de sana indignación. Y de alegría compartida, cuando se le reconoce (cf Lc 1,39-55). Así, con gozo y con premura, y también con cierta indignación, realiza el mismo Jesús la misión recibida del Padre: “¡He venido a traer fuego al mundo y cuanto desearía que ya estuviera ardiendo!” exclama, a modo de inesperado desahogo ante sus seguidores. La fuerza del Espíritu “empuja” a Jesús en su actuar misionero: desde la acampada “entre nosotros” y en el desierto de Judea en el que consolida su adhesión personal al Dios único y verdadero, hasta el momento de la ratificación de su proyecto de vida en la cruz, pasando por la evangelización de los pueblos y la sanación de las gentes que encuentra en su camino, desde Galilea a Jerusalén.
La premura del compartir la grandeza de Dios frente a la inmensa banalidad del mundo, el deseo irresistible de mostrar su actuar liberador frente a las muchas opresiones que el sistema, o los sistemas político-financieros nos procuran, es otra manera de ser y de estar indignados. Siempre lo ha sido. En este movimiento inaugurado en la historia por María, la joven nazarena, están todos los hombres y mujeres llamados/as a ser hoy profetas de un Reino que “no es de este mundo” pero sigue gestándose en él; creyentes que viven con pasión (ternura e indignación conjugadas) los sufrimientos y las esperanzas que forjan los entresijos de la historia. Ellos y ellas, misioneros del Evangelio, nunca dejarán de ser humildes engrandecidos por Dios y grandes humillados por los dioses del mundo; personas dispuestas siempre a dar gratuitamente todo lo que son y todo lo que tienen, porque el dolor de los seres humanos, y de la entera creación, los/las “indigna”…, pero de otro modo: al modo poco reconocido y nada mediático del Maestro de Nazaret. Para programa de vida “indignada”, el de Jesucristo.
Trinidad León Martín *
*Mercedaria de la Caridad,
Profesora de la Facultad de Teología de Granada
*Mercedaria de la Caridad,
Profesora de la Facultad de Teología de Granada
0 comentarios:
Publicar un comentario