Por Javier Leoz
¿A dónde vas? Voy buscando esperanza. ¿De dónde vienes? ¡Vengo cargado de esperanza! ¿Para qué? Porque, el Señor ha venido, viene y vendrá para darnos un poco de valor y de coraje. Porque, hoy más que nunca, la humanidad necesita un mensaje ilusionante. Así preguntaban y así respondía un peregrino a su paso por un pueblo.
1.- Iniciamos este tiempo de Adviento y mirando tanto al interior de las alforjas de nuestra vida como al exterior de los acontecimientos de mundo, vemos que la confianza es un bien escaso. ¿En qué espera el hombre de hoy? ¿Añora algo además de lo transitorio? ¿Por qué, en vez de sentirse peregrino –con ganas de saltar del sueño a los caminos de la vida- se siente vagabundo y sin metas claras?
Con los ojos puestos en la Navidad, saboreamos este tiempo de gracia y de vigilancia, de oración y de silencio. El Adviento es un espacio donde, el corazón, se dispone, se prepara a la llegada del Señor. ¿Encontrará respuesta en la Noche Santa de su Nacimiento? ¿No llamará a nuestra puerta y, una vez más, nos encontrará rendidos a lo superfluo, sordos por los ruidos comerciales o confundidos por aspectos totalmente secundarios a su advenimiento?
2.- Necesitamos esperanza. Pero, como todo, para llenarnos de algo…primero tenemos que sentir necesidad de ello y vaciar o despejar aquellos lugares que están ocupados o saturados por la desesperación, el orgullo, la pereza o la falta de entusiasmo en nuestra fe.
Cuánto miedo y qué inseguridad nos produce la crisis (económica y moral) que sacude a toda Europa. Millones de personas sufren conmocionadas el desempleo, la falta de horizontes o se sienten obligadas a dejar sus países de origen en busca de un futuro mejor. ¿Qué podemos hacer los cristianos?
-Cargarnos de esperanza. Para que, estos escenarios negros que nos acechan los sepamos cambiar o superar desde la certeza de que, el Señor, nos acompaña en ese cometido.
-No bajar la guardia. En períodos de inclemencia, material o colectiva, hemos de ser centinelas de una venida anunciada desde siglos y que, tarde o temprano, se dará: vendrá el Señor. ¿Por qué ese intento programado de apartar a Dios de toda esfera social?
-No decaer en nuestro ánimo. El Adviento, si algo nos trae y tiene, es una buena dosis de consuelo: el Señor está a la vuelta de la esquina. Estará a nuestro lado. Compartirá nuestras penas y nuestros sufrimientos. Se hará hombre como nosotros.
3.- Reavivemos en estas semanas previas a la Navidad, las brasas de nuestra fe. Que nuestra oración, en estos días, sea más intensa y más confiada. Que, ya desde ahora, lejos de pensar en el “menú” navideño, reflexionemos un poco más sobre ese otro “menú” bien distinto que nuestros corazones y nuestras almas, nuestro equilibrio personal o nuestra mente necesitan y nos exigen.
Posiblemente, entre lo más importante, lo que más reclamen será eso: vigilar por dónde vamos. Esperar a Aquel que más amamos y no encolerizarnos a pesar de los muchos contratiempos que salen a nuestro paso.
¡A espabilarse toca! ¡Llega el Señor…y no es bueno estar dormidos! Como la veleta, que en lo alto de la torre nos indica de dónde viene el viento, también la fe nos advierte que…el Señor viene… llega… ya está aquí.
1.- Iniciamos este tiempo de Adviento y mirando tanto al interior de las alforjas de nuestra vida como al exterior de los acontecimientos de mundo, vemos que la confianza es un bien escaso. ¿En qué espera el hombre de hoy? ¿Añora algo además de lo transitorio? ¿Por qué, en vez de sentirse peregrino –con ganas de saltar del sueño a los caminos de la vida- se siente vagabundo y sin metas claras?
Con los ojos puestos en la Navidad, saboreamos este tiempo de gracia y de vigilancia, de oración y de silencio. El Adviento es un espacio donde, el corazón, se dispone, se prepara a la llegada del Señor. ¿Encontrará respuesta en la Noche Santa de su Nacimiento? ¿No llamará a nuestra puerta y, una vez más, nos encontrará rendidos a lo superfluo, sordos por los ruidos comerciales o confundidos por aspectos totalmente secundarios a su advenimiento?
2.- Necesitamos esperanza. Pero, como todo, para llenarnos de algo…primero tenemos que sentir necesidad de ello y vaciar o despejar aquellos lugares que están ocupados o saturados por la desesperación, el orgullo, la pereza o la falta de entusiasmo en nuestra fe.
Cuánto miedo y qué inseguridad nos produce la crisis (económica y moral) que sacude a toda Europa. Millones de personas sufren conmocionadas el desempleo, la falta de horizontes o se sienten obligadas a dejar sus países de origen en busca de un futuro mejor. ¿Qué podemos hacer los cristianos?
-Cargarnos de esperanza. Para que, estos escenarios negros que nos acechan los sepamos cambiar o superar desde la certeza de que, el Señor, nos acompaña en ese cometido.
-No bajar la guardia. En períodos de inclemencia, material o colectiva, hemos de ser centinelas de una venida anunciada desde siglos y que, tarde o temprano, se dará: vendrá el Señor. ¿Por qué ese intento programado de apartar a Dios de toda esfera social?
-No decaer en nuestro ánimo. El Adviento, si algo nos trae y tiene, es una buena dosis de consuelo: el Señor está a la vuelta de la esquina. Estará a nuestro lado. Compartirá nuestras penas y nuestros sufrimientos. Se hará hombre como nosotros.
3.- Reavivemos en estas semanas previas a la Navidad, las brasas de nuestra fe. Que nuestra oración, en estos días, sea más intensa y más confiada. Que, ya desde ahora, lejos de pensar en el “menú” navideño, reflexionemos un poco más sobre ese otro “menú” bien distinto que nuestros corazones y nuestras almas, nuestro equilibrio personal o nuestra mente necesitan y nos exigen.
Posiblemente, entre lo más importante, lo que más reclamen será eso: vigilar por dónde vamos. Esperar a Aquel que más amamos y no encolerizarnos a pesar de los muchos contratiempos que salen a nuestro paso.
¡A espabilarse toca! ¡Llega el Señor…y no es bueno estar dormidos! Como la veleta, que en lo alto de la torre nos indica de dónde viene el viento, también la fe nos advierte que…el Señor viene… llega… ya está aquí.
4.- ¿VIGILAR YO? ¿PARA QUÉ, SEÑOR?
Me pregunto y te pregunto
y sin dejar que me respondas
sé muy bien, oh Señor, lo que ocurre a mi lado
Estoy de vuelta de todo y, a veces, pienso que soy un loco
Tengo ganas de que el mundo se detenga:
que, tanto hombre desesperado,
encontrase en Ti la llave para ser feliz,
que, miles de promesas no cumplidas,
sirvieran para que, de una vez por todas,
entendiésemos que sin Ti…nada…no es posible nada
¡Nada sin Ti, Señor!
¿Y aún me resisto a vigilar mi vida cristiana?
¡Ayúdame, oh Jesús, a subir ligero
las escaleras que separan la tierra del torreón más alto
Para que, cuando Tú llegues, me encuentres firme:
con los ojos clavados en el cielo
con mi corazón encendido por la fe
con mis pies pisando en la dirección adecuada
con mis manos ayudando a sembrar esperanzas
con mi rostro iluminado por tu divina gracia.
¿VIGILAR YO? ¿PARA QUÉ SEÑOR?
Te confieso que, frecuentemente,
caigo en la somnolencia espiritual
Que, dioses de cartón o de dulces deseos,
me atrapan y me invitan a desertar de mi vigilancia
Me insisten que ya no eres necesario
que, sin Ti, puedo llevar una vida feliz y cómoda
Por ello mismo, Señor,
porque ni soy feliz ni estoy cómodamente situado
Ayúdame a ser y estar vigilante…esperando.
A permanecer de erguido, inquieto y en vela
aguardando ese fantástico día
en el que, la paz, ya no será un imposible
en el que, el amor, ya no será sólo poesía escrita
en el que, el hombre, ya no será un adversario
Quiero ser, hoy más que nunca,
vigilante de tus promesas y de tu venida,
que me mantengan despierto y contento
el resto de mis días….hasta el momento de tu llegada.
¡VEN, SEÑOR, JESUS! ¡TE ESTOY ESPERANDO!
Me pregunto y te pregunto
y sin dejar que me respondas
sé muy bien, oh Señor, lo que ocurre a mi lado
Estoy de vuelta de todo y, a veces, pienso que soy un loco
Tengo ganas de que el mundo se detenga:
que, tanto hombre desesperado,
encontrase en Ti la llave para ser feliz,
que, miles de promesas no cumplidas,
sirvieran para que, de una vez por todas,
entendiésemos que sin Ti…nada…no es posible nada
¡Nada sin Ti, Señor!
¿Y aún me resisto a vigilar mi vida cristiana?
¡Ayúdame, oh Jesús, a subir ligero
las escaleras que separan la tierra del torreón más alto
Para que, cuando Tú llegues, me encuentres firme:
con los ojos clavados en el cielo
con mi corazón encendido por la fe
con mis pies pisando en la dirección adecuada
con mis manos ayudando a sembrar esperanzas
con mi rostro iluminado por tu divina gracia.
¿VIGILAR YO? ¿PARA QUÉ SEÑOR?
Te confieso que, frecuentemente,
caigo en la somnolencia espiritual
Que, dioses de cartón o de dulces deseos,
me atrapan y me invitan a desertar de mi vigilancia
Me insisten que ya no eres necesario
que, sin Ti, puedo llevar una vida feliz y cómoda
Por ello mismo, Señor,
porque ni soy feliz ni estoy cómodamente situado
Ayúdame a ser y estar vigilante…esperando.
A permanecer de erguido, inquieto y en vela
aguardando ese fantástico día
en el que, la paz, ya no será un imposible
en el que, el amor, ya no será sólo poesía escrita
en el que, el hombre, ya no será un adversario
Quiero ser, hoy más que nunca,
vigilante de tus promesas y de tu venida,
que me mantengan despierto y contento
el resto de mis días….hasta el momento de tu llegada.
¡VEN, SEÑOR, JESUS! ¡TE ESTOY ESPERANDO!
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