Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Una señora tenía una sirvienta muy trabajadora, pero comprobó que cada vez que su sirvienta visitaba a su madre echaba en falta algo.
La espió y encontró un cesto con azúcar, café, telas y otras baratijas escondido debajo de la cama. Cesto que llevaba a su madre.
La señora no se sublevó ni reaccionó con violencia o insultos. Sintió compasión y con cordialidad le dijo: “Estoy segura de que su madre vive en escasez y aquí tenemos de todo. En este cesto hay azúcar, café y unas telas, déselas a su madre y dígale que le envío mis mejores saludos y deseos.
La sirvienta se puso colorada y balbuceó un tímido gracias.
Nunca más la señora echó nada en falta.
La corrección surtió su efecto y las dos convivieron en paz y sin sospechas durante largos años.
“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos”.
La palabra pecado, ayer tan presente en nuestras vidas, hoy, ha perdido contenido y se ha secularizado. Ya no hay que dar cuentas a nadie, ni a Dios ni a los demás y mucho menos al cura.
Los grandes pecados de la Iglesia primitiva: la apostasía, el adulterio y el homicidio necesitaban confesión y penitencia pública; hoy, son aireados por los medios de comunicación y ya no nos escandalizan.
Ya no hay intimidad, todo ha salido del armario para regocijo de las masas ávidas de escándalos.
¿Creen ustedes que aún hay pecados?
¿Pueden decirme uno?
¿Cuándo fue la última vez que a solas reprendió a un hermano como pide el evangelio?
La corrección fraterna, según el espíritu del evangelio proclamado, ha desaparecido. Todos rechazamos la corrección.
Cuando alguien nos hiere o insulta, además de sentirnos mal lo contamos a los demás: “Mira lo que me ha hecho este tipo”.
El pecado existe y es un gran mal. A nosotros nos toca eliminar sus efectos y sanar al pecador. Tarea difícil en este tiempo de un individualismo feroz, pero hay que intentarlo y de una manera especial entre nosotros, los seguidores de Jesús, la Iglesia de Jesús.
“Si hace caso, has salvado a tu hermano”.
“Existimos desde un diálogo”.
Un diálogo con Dios al que confesamos nuestros pecados y el que siempre nos perdona.
Cuando este diálogo se rompe y vivimos por nuestra cuenta, el pecado que acecha a nuestras puertas nos secuestra y nos convertimos en sus rehenes. Sólo Dios nos puede liberar.
Un diálogo con los hermanos de la comunidad cristiana, familia de los engendrados por el Espíritu de Jesús.
La Iglesia es comunidad de pecadores, una familia de gente imperfecta que tiene por misión ayudarnos mutuamente a madurar en el amor.
La Iglesia dice un escritor es como el arca de Noé. Si no fuera por la tormenta que ruge afuera nadie podría aguantar el olor que hay dentro.
Este diálogo con los hermanos es también confesión de los pecados, “confesaos mutuamente vuestros pecados”, es animación a vivir unidos a Cristo, nuestra Cabeza, es comunión con los hermanos y es oración: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Diálogo con nosotros mismos. Buceo en el interior más interior de nuestro ser para que el “ante ti, ante ti, sólo pequé” del salmista resuene claro y arrepentido y me abra al triple diálogo humano.
En la Iglesia de Jesús todos somos ilegales, todos somos acogidos, todos somos queridos, los de cerca y los de lejos, todos somos corregidos y perdonados por la gran misericordia de Dios.
Hermanos e Iglesia, dos palabras esenciales de la vida cristiana, dos realidades a descubrir y a vivir según el evangelio de Jesús de este domingo.
La espió y encontró un cesto con azúcar, café, telas y otras baratijas escondido debajo de la cama. Cesto que llevaba a su madre.
La señora no se sublevó ni reaccionó con violencia o insultos. Sintió compasión y con cordialidad le dijo: “Estoy segura de que su madre vive en escasez y aquí tenemos de todo. En este cesto hay azúcar, café y unas telas, déselas a su madre y dígale que le envío mis mejores saludos y deseos.
La sirvienta se puso colorada y balbuceó un tímido gracias.
Nunca más la señora echó nada en falta.
La corrección surtió su efecto y las dos convivieron en paz y sin sospechas durante largos años.
“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos”.
La palabra pecado, ayer tan presente en nuestras vidas, hoy, ha perdido contenido y se ha secularizado. Ya no hay que dar cuentas a nadie, ni a Dios ni a los demás y mucho menos al cura.
Los grandes pecados de la Iglesia primitiva: la apostasía, el adulterio y el homicidio necesitaban confesión y penitencia pública; hoy, son aireados por los medios de comunicación y ya no nos escandalizan.
Ya no hay intimidad, todo ha salido del armario para regocijo de las masas ávidas de escándalos.
¿Creen ustedes que aún hay pecados?
¿Pueden decirme uno?
¿Cuándo fue la última vez que a solas reprendió a un hermano como pide el evangelio?
La corrección fraterna, según el espíritu del evangelio proclamado, ha desaparecido. Todos rechazamos la corrección.
Cuando alguien nos hiere o insulta, además de sentirnos mal lo contamos a los demás: “Mira lo que me ha hecho este tipo”.
El pecado existe y es un gran mal. A nosotros nos toca eliminar sus efectos y sanar al pecador. Tarea difícil en este tiempo de un individualismo feroz, pero hay que intentarlo y de una manera especial entre nosotros, los seguidores de Jesús, la Iglesia de Jesús.
“Si hace caso, has salvado a tu hermano”.
“Existimos desde un diálogo”.
Un diálogo con Dios al que confesamos nuestros pecados y el que siempre nos perdona.
Cuando este diálogo se rompe y vivimos por nuestra cuenta, el pecado que acecha a nuestras puertas nos secuestra y nos convertimos en sus rehenes. Sólo Dios nos puede liberar.
Un diálogo con los hermanos de la comunidad cristiana, familia de los engendrados por el Espíritu de Jesús.
La Iglesia es comunidad de pecadores, una familia de gente imperfecta que tiene por misión ayudarnos mutuamente a madurar en el amor.
La Iglesia dice un escritor es como el arca de Noé. Si no fuera por la tormenta que ruge afuera nadie podría aguantar el olor que hay dentro.
Este diálogo con los hermanos es también confesión de los pecados, “confesaos mutuamente vuestros pecados”, es animación a vivir unidos a Cristo, nuestra Cabeza, es comunión con los hermanos y es oración: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Diálogo con nosotros mismos. Buceo en el interior más interior de nuestro ser para que el “ante ti, ante ti, sólo pequé” del salmista resuene claro y arrepentido y me abra al triple diálogo humano.
En la Iglesia de Jesús todos somos ilegales, todos somos acogidos, todos somos queridos, los de cerca y los de lejos, todos somos corregidos y perdonados por la gran misericordia de Dios.
Hermanos e Iglesia, dos palabras esenciales de la vida cristiana, dos realidades a descubrir y a vivir según el evangelio de Jesús de este domingo.
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