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MISIONEROS EN CAMINO: Homilías y Reflexiones para el XXIV Domingo del T.O. (Mt Mt 18,21-35) - Ciclo A
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sábado, 10 de septiembre de 2011

Homilías y Reflexiones para el XXIV Domingo del T.O. (Mt Mt 18,21-35) - Ciclo A


Publicado por Iglesia que Camina

“COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS”

El deudor perdonado, parece que nunca rezó el Padre nuestro. Pidió el perdón de su deuda; sin embargo, fue incapaz de comprender al que le debía una minucia comparada con la suya. Decimos que solo sabe amar aquel que ha sentido y experimentado el amor.

Decimos que sólo sabe perdonar aquel que ha sido perdonado. Sin embargo, siento que constantemente recibimos el perdón del Señor en el Sacramento de la confesión, pero tengo la impresión de que no vivimos de verdad el perdón porque luego, ¿verdad que nos cuesta perdonar? Siempre nos asisten razones que justifiquen la dureza de nuestro corazón y vivir toda una vida de resentimientos, de recuerdos y de experiencias que nos privan de la paz y de la alegría del corazón.

Todos nos sentimos con derecho a ser perdonados, pero qué difícil nos resulta luego el deber de perdonar. Hasta nos atrevemos a decir que “amamos a Dios”, pero amar al que nos ha hecho daño, eso ya suena a otra música. ¡Cómo le voy a perdonar con el daño que me ha hecho! ¡Bueno, yo le perdono, pero no me pida que hable con él!

Preferimos vivir con el resentimiento toda la vida a liberarnos de una vez para vivir en el gozo y la alegría del perdón. Porque, querámoslo o no, el perdonar cuesta, pero libera al perdonado y libera al que perdona. Ya que el perdón nos devuelve esa libertad perdida hace tanto tiempo.

El caso es que la parábola de Jesús tiene un final bien comprometido. “Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada uno perdona de corazón al hermano.” Que es lo mismo que nos enseñó y rezamos en el Padre nuestro: “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.” ¿Podemos ser perdonados si nosotros no perdonamos? Imposible, porque mientras no perdonemos y llevemos el resentimiento y el rencor o el odio en el corazón, cómo puede habitar el amor de Dios en nuestro corazón.

El gran signo o señal del cristiano es amar a Dios y al prójimo. No podemos hablar de amar a Dios si no amamos al prójimo. Amar al prójimo es señal de que nuestro corazón está lleno del amor de Dios. ¿Cuesta perdonar? Lo sé, porque el orgullo suele ser más grande que nuestro amor. Además porque entendemos que perdonar es un acto debilidad y es reconocer que el otro tiene la verdad, lo cual no es cierto. No perdonamos lo bueno sino lo malo, no perdonamos lo bueno que nos han hecho sino lo malo. Que el Señor no nos diga también a nosotros: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”




LA PALABRA DE DIOS Y LA PENITENCIA

No entenderíamos suprimir la lectura de la Palabra de Dios en la celebración de la Eucaristía. Sin embargo, apenas hacemos alusión a ella en la celebración de la Confesión. La Exhortación “Verbum Domini” dedica un número muy bello a este tema. Conviene que todos lo conozcan, porque algo tiene que cambiar.

“…sin embargo, conviene subrayar la importancia de la Sagrada Escritura también en los demás sacramentos, especialmente en los de curación, esto es, el sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia… Por el contrario, es necesario que se le dé el espacio que le corresponde. En efecto, nunca se ha de olvidar que la “Palabra de Dios es palabra de reconciliación porque en ella Dios reconcilia consigo todas las cosa, encarnado en Jesús levanta al pecador”. “Por la Palabra de Dios el cristiano es iluminado en el conocimiento de sus pecados, y es llamado a la conversión y a la confianza en la misericordia de Dios”. Para que se ahonde en la fuerza reconciliadora de la Palabra de Dios, se recomienda que cada penitente se prepare a la confesión meditando un pasaje adecuado de la Sagrada Escritura y comience la confesión mediante la lectura o la escucha de una monición bíblica, según lo previsto en el propio ritual. Además, al manifestar después su contrición, conviene que el penitente use una expresión prevista en el ritual, “compuesta con las palabras de la Sagrada Escritura.” (VD n.61)

A veces damos mucha importancia al examen de conciencia, el cual debemos hacer, pero es fundamental acercarse al Sacramento iluminados por la Palabra de Dios, que es iluminación para vernos por dentro y es esperanza porque es palabra que nos anuncia el amor y la misericordia y el perdón de Dios. Algo debiera cambiar en el modo que tenemos de confesarnos. El mismo confesor debiera leer algún texto adecuado a la realidad del penitente. Para ello, sería bueno elaborar una serie de textos bíblicos que puedan ayudar a los fieles en su preparación y celebración de la Confesión.





EL SACRAMENTO DEL PERDÓN

Cuando Dios perdona, Dios olvida. Dios sólo tiene memoria de lo bueno que haces. Lo malo se lo sueles recordar tú mismo. ¿Para qué?

Confesarte es algo más que limpiar tu pasado, es abrirte una ventana a tu futuro. Por eso, lo más importante en la confesión no es tu pasado, lo que tú llevas, sino tu voluntad de cambio, tu decisión de futuro y lo que Dios hace en ti.

Confesarte, más que un avergonzarte de lo que eres, es el reconocimiento de lo que puedes ser y de lo que Dios aún puede hacer en ti. Lee la fórmula de la absolución:
“Dios, Padre misericordioso, que por la Muerte
y Resurrección de su Hijo, reconcilió consigo al
mundo y derramó al Espíritu Santo para el perdón de
los pecados, te conceda el perdón y la paz por el
ministerio de la Iglesia. Yo te absuelvo de
tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.”

Confesarte, más que verte a ti mismo como malo, es verte amado por Dios en el espejo de su perdón, que es el espejo de su propio corazón.

Confesarte es restaurar la imagen de Dios impresa en ti por el Bautismo y estropeada y maltratada por el pecado.

Confesarte es sentirte a ti mismo más grande que tus propias debilidades y fracasos; es reconocer a Dios más grande que nosotros; es reconocer que el poder de la gracia es más que nuestras debilidades.

Confesarte es creer en ti y en tu propio futuro y en el futuro de la Iglesia y del mundo, porque cada vez que tú eres diferente haces diferente a la Iglesia y al mundo..




PENSAMIENTOS PARA CONFESARSE

Lo importante en la Confesión no son tus pecados, sino el amor de Dios que los perdona.

Lo importante en la Confesión no es el decir los pecados, sino la voluntad de cambio de corazón y vida.

Lo importante en la Confesión es dejarse perdonar, porque de qué sirve que Dios perdone si yo no me dejo perdonar y sigo con el mismo remordimiento.

Cuando Dios perdona, Dios olvida.

Cuando Dios perdona, Dios nos renueva. La Penitencia es un nuevo nacimiento.

La Confesión no debiera ser un acto de vergüenza, sino un momento de alegría porque Dios va a sanarnos.

En la Confesión debo tener dolor de mis pecados, pero mucho más debo sentir que, a pesar de todo, Dios me ama.

La Confesión es un momento especial en el que Dios me dice al corazón: “A pesar de todo, yo te amo y te perdono, vete en paz y no peques más.”

La Confesión no es una lavandería, sino un renacer, un comenzar de nuevo y un sentirnos nuevos. Dios nos ha dicho: “Echaré tus pecados a mi espalda.” “Echaré tus pecados al fondo del mar.” “Sepultaré tus pecados.”

Vienes cargado en tu conciencia y te levantas aliviado.

El fruto de la confesión es la conversión y la alegría y la fiesta de Dios en tu vida.




NO BUSQUES RAZONES

Para todo queremos buscar razones. Razones para amar. Razones para perdonar. Razones para sufrir. Razones para ser feliz. Dios el es el único que no busca razones para nada porque su única razón es el amor. El amor que busca razones deja de ser amor. Aquí te sugiero algunos criterios, no razones, que puedan ayudarte en tus momentos difíciles.

No intentes comprender la cruz de tus sufrimientos. Haz que tu manera de sufrir pueda servir de luz en el camino para los que caminan crucificados a tu lado.

No pidas explicaciones a Dios sobre tus sufrimientos. Es posible que Dios te pida que primero le expliques tú mismo por qué crucificaste a su Hijo. ¿Sabrás responderle?

La Cruz no es para comprenderla sino para llevarla y vivirla. Por eso no la llevamos en la cabeza sino en los hombros. Cuando tratas de comprender tu amor, el por qué amas, ya has dejado de amar. Es preferible que ames, a que puedas explicar el amor.

No le preguntes a Dios: ¿Por qué? Si para amar necesitas razones ya no amas de verdad. La única razón por la que Dios te ama es que Él es amor. Las demás razones le sobran.

El saber por qué sufres, en nada aliviará tu sufrimiento. Lo único que aliviará tu dolor es demostrar que tú eres más fuerte que todas tus penas porque entonces podrás sobrellevarlas, en vez de cargarlas.

No selecciones las cruces. A veces las más pequeñas son las que más duelen. Además, si las escoges, siempre quedarás insatisfecho pensando que pudiste elegir una más pequeña y la que llevas la verás demasiado grande para tus hombros.
A Dios le sobran razones para amar

Las cruces no se aman, las cruces se llevan. Pero si no puedes amar las cruces, sí puedes amar la causa y el motivo por los cuales vale la pena llevarlas. Jesús no amó nunca el madero que llevó, pero mientras lo llevaba no dejaba de pensar en ti. Por eso le pesaba menos. Tú eres la única razón de hacerle menos pesada su cruz.

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WebJCP | Abril 2007