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MISIONEROS EN CAMINO: V Domingo de Cuaresma (Jn 11, 1-45) - Ciclo A: JESÚS LLORÓ
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miércoles, 6 de abril de 2011

V Domingo de Cuaresma (Jn 11, 1-45) - Ciclo A: JESÚS LLORÓ


Antes de salir de la habitación, un paciente le preguntó al médico: “Doctor, tengo miedo a morir. Dígame lo que hay al otro lado”. El médico le dijo que no lo sabía.
Usted, un hombre cristiano, ¿no sabe lo que hay al otro lado?
El médico tenía el pomo de la puerta en la mano, del otro lado de la puerta venía el sonido de los gemidos y patadas de un perro. Cuando abrió la puerta de un salto se plantó en medio de la habitación dando brincos de alegría al ver al doctor.
Éste se dirigió al paciente y le dijo: ¿Ha observado a mi perro? Nunca ha estado en esta habitación. Lo único que sabía era que su dueño estaba dentro y cuando la puerta se abrió entró sin miedo.
Yo no sé lo que hay al otro lado de la muerte, sí sé una cosa. Sé que mi dueño está ahí, al otro lado de la puerta, y eso me basta.

Cuentan que poco después de la revolución francesa, Reveillere Lépaux, testigo del saqueo de las iglesias y de la matanza de los sacerdotes pensó que había llegado la hora de ocupar el lugar de Cristo y fundar una nueva religión de acuerdo con el progreso y la modernidad.
Pasados unos meses, el invento no funcionaba, no tenía clientes, y acudió a Bonaparte y le manifestó su decepción.
Bonaparte le dijo: Ciudadano, ¿de verdad queréis hacer la competencia a Jesús?
Sólo tenéis una solución, tenéis que hacer lo que hizo él. Tienen que crucificaros un viernes y tenéis que resucitar el domingo.

Un hombre fue a ver al párroco para hablarle del funeral de su padre y le dijo: “Mi padre quería que le despidiéramos en la iglesia. Nosotros, sus hijos, somos agnósticos. Le pido, por favor, que nos ahorre todas sus piadosidades”.
El párroco eligió como evangelio el de la resurrección de Lázaro. Lo escucharon con emoción contenida.
Al terminar la misa, el hijo se acercó al cura con lágrimas en los ojos y le dijo simplemente: “Gracias”.
El relato de este evangelio nos introduce en el umbral del misterio y todos podemos abrirnos si queremos a esta misteriosa realidad.

Quinto domingo de Cuaresma, anticipación y preparación para el final del viaje de Jesús y el nuestro.
No sólo hay otra agua –la Samaritana-, y otra visión –el ciego de nacimiento-, hay otra vida.
“Amar a alguien es decirle, tú no morirás para siempre”, dice Gabriel Marcel.
Jesús, en el evangelio de Juan, comenzó su ministerio, su primer signo, con una boda en Caná y termina con un funeral, su séptimo signo, en Betania, donde vivían sus amigos, Marta, María y Lázaro.
Hay crisis en Betania. Lázaro ha muerto. Sus hermanas lloran su muerte y Jesús llora con ellas.
Hay crisis en nuestra vida cotidiana porque todos nosotros somos enfermos terminales y morimos y Jesús llora con nosotros.
Hay crisis en las familias, hijos enfermos, hijos alejados de la Iglesia, hijos que se niegan a creer y otros que creen. Y Jesús llora y nos visita.
Hay crisis en el mundo: desastres naturales, revoluciones, guerras, injusticias, hambre…egoísmos y avaricias que intoxican las relaciones humanas y Jesús llora por el mundo.
Hay crisis en la vida de Jesús. Su muerte en la cruz conmueve los cimientos de la tierra.
Jesús nos abre los ojos al misterio de la vida nueva, al poder de Dios, asumiendo nuestra condición humana en su totalidad, y llora porque ama, nos ama como a su amigo Lázaro.
Los judíos, como todos nosotros, acudieron aquel día a dar el pésame a Marta y María.
Sí, nos abrazamos, besamos, lloramos, pero no podemos hacer nada. No podemos despertar al amigo muerto.
Jesús también acudió a la casa de Marta y María. Jesús conversó con ellas, lloró porque amaba a Lázaro, pero su presencia fue verdaderamente consoladora y eficaz.
Jesús le dijo a Marta: “Tu hermano resucitará”. Palabra eficaz. Promesa cumplida.
“Quitad la piedra”. “Lázaro, sal fuera. Desatadlo y dejadlo andar”, ordenó Jesús.
Jesús despertó al amigo y lo devolvió a la vida, símbolo de su resurrección, fecha que marca el final de la creación del hombre. A partir de ese día comienza la vida resucitada. Ahora sólo hay vida. Despojados de las vendas, de todo lo que nos mantiene atados, del traje de la muerte, volvemos nosotros también como Lázaros a la vida nueva.
La Iglesia, comunidad de los vestidos con el traje de la vida, de la gracia, tiene que ser lugar de liberación y de fiesta, no de mortificación y condena.
“El hombre no puede estar dispuesto a dar su vida como Jesús si no está convencido de que es indestructible.
Jesús hace al hombre verdaderamente libre cuando lo libera del miedo a la muerte”.
En este tiempo catecumenal la tumba es la piscina bautismal.
Los catecúmenos se sumergirán en las aguas, morirán, y resucitarán, vestidos de blanco a la vida nueva, a la vida cristiana.
“La nueva vida no sería realmente nueva si no viniera del final total de la vieja vida”.

Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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WebJCP | Abril 2007