Año A – Domingo 24.4.2011
Hechos 10,34.37-43 / Salmo 117 / Colosenses 3,1-4
Juan 20,1-9
Reflexiones
Hechos 10,34.37-43 / Salmo 117 / Colosenses 3,1-4
Juan 20,1-9
Reflexiones
“El primer día de la semana” (Evangelio, v. 1) ¡Jesús ha resucitado! Explosiona la vida, comienza la historia nueva de la humanidad, nada es igual que antes, todo tiene un sentido nuevo, positivo, definitivo. El anuncio de este hecho histórico –que es el tesoro fundacional de la comunidad de los creyentes- resuena de casa en casa, de iglesia en iglesia, en todas las latitudes, en todos los rincones del mundo; se hace ‘evangelio-buena noticia’ para todos los pueblos. “El sepulcro vacío se ha convertido en la cuna del cristianismo” (San Jerónimo). La tumba vacía ha marcado para Juan el paso decisivo de la fe: él corrió al sepulcro, y, “asomándose, vio las vendas en el suelo, pero no entró”; más tarde entró junto con Pedro, “vio y creyó” (v. 4.5.8). Era el comienzo de la fe en Jesús resucitado, que, más tarde, se fortaleció cuando lo vieron viviente. “El hecho principal en la historia del cristianismo consiste en un cierto número de personas que afirman haber visto al Resucitado” (Sinclaire Lewis).
Desde siempre, la Iglesia misionera da vida a nuevas comunidades de fieles anunciando que Jesucristo es el Hijo de Dios, crucificado y resucitado. Él es el motivo radical y el fundamento de la misión. El hecho histórico de la resurrección de Cristo, ocurrido en torno al año 30 de nuestra era, constituye el núcleo central y ‘explosivo’ del mensaje cristiano, la catequesis lo enriquece y lo acompaña con la metodología adecuada. La misión es portadora del mensaje de vida que es Jesús mismo: el Viviente por su resurrección, después de su pasión y muerte. Éste es el kerigma, anuncio esencial para los que todavía no son cristianos; es anuncio fundamental también para despertar y purificar la fe de los que se detienen casi exclusivamente en la primera parte del misterio pascual. En efecto, hay cristianos que se concentran casi tan solo sobre el Cristo sufriente en la pasión, y casi no dan el salto de la fe en Cristo resucitado. Les parece más fácil y consolador identificarse con el Cristo muerto, sobre todo cuando se viven situaciones de sufrimiento, pobreza, depresión, humillación, luto... Sin embargo, ese consuelo sería tan solo aparente; el verdadero consuelo adquiere solidez solo por la fe y la vivencia del Resucitado. La misión es un acontecimiento eminentemente pascual, porque ahonda sus raíces y contenidos en la Resurrección de Cristo.
La fe es gradual: María Magdalena, Pedro y Juan corrieron al sepulcro con la intención de rescatar un cadáver desaparecido; no estaban preparados para un acontecimiento que no entraba en sus cálculos; tan solo más adelante llegaron a creer en el Señor resucitado; e incluso se convirtieron en sus testigos y pregoneros valientes (I lectura): “Nosotros somos testigos… los testigos que Dios había designado… Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio…” (v. 39.41.42). Desde entonces el camino ordinario de la transmisión de la fe cristiana es el testimonio de personas que creyeron antes que nosotros. Por eso, nosotros profesamos que la fe es apostólica: porque está arraigada en la de los Apóstoles y en su testimonio.
El testimonio, que une a la vez anuncio y coherencia de vida, es la primera forma de misión (cf AG 11-12; EN 21; RMi 42-44). (*) Los auténticos testigos del Resucitado son personas ‘contagiosas’. Las personas transformadas por el Evangelio de Jesús resucitado, que viven los valores superiores del espíritu (II lectura), son las únicas capaces de contagiar a otras personas y hacer que se interesen por los mismos valores, tales como: la aceptación y la serenidad en el sufrimiento, la esperanza frente a la muerte, la oración como abandono en las manos del Padre, el gozo en el servicio a los demás, la honestidad a toda prueba, la humildad y el autocontrol, la promoción del bien de los demás, la atención a las necesidades de los últimos, el testimonio de lo Invisible… Así se extiende y se realiza capilarmente la misión, aun antes y mejor que a través de las meras estructuras y de las jerarquías. “Celebra la Pascua con Cristo tan solo el que sabe amar, sabe perdonar... con un corazón grande como el mundo, sin enemigos, sin resentimientos”, como lo enseñaba en una catequesis el obispo Mons. Óscar Arnulfo Romero, asesinado en San Salvador, el 24 de marzo de 1980. Esta es la buena nueva que el mundo necesita; el Evangelio que todos tienen derecho a escuchar. Y que la Iglesia misionera debe llevar a todos los pueblos.
(*) “El anuncio tiene la prioridad permanente en la misión… El anuncio tiene por objeto a Cristo crucificado, muerto y resucitado: en Él se realiza la plena y auténtica liberación del mal, del pecado y de la muerte; por Él, Dios da la ‘nueva vida’, divina y eterna. Esta es la ‘Buena Nueva’ que cambia al hombre y la historia de la humanidad, y que todos los pueblos tienen el derecho a conocer”.
- 24/4: Pascua en la Resurrección de Jesucristo, Salvador de todos los pueblos. ¡Aleluya!
- 24/4: S. Fidel de Sigmaringen (Alemania meridional, 1578-1622), sacerdote capuchino, misionero, asesinado en la Recia (Suiza). Es el protomártir de la Congregación de Propaganda Fide (fundada en 1622) y de la incipiente Orden de los Capuchinos.
- 25/4: S. Marcos, evangelista, discípulo de Pablo y de Pedro; fundador de la Iglesia de Alejandría en Egipto.
- 25/4: S. Pedro de Betancur (1626-1667), hermano terciario franciscano, misionero español en Guatemala, llamado “hombre que fue caridad” por su entrega a los huérfanos, mendigos, enfermos.
- 27/4: S. Pedro Ermengol (+1304), español; se convirtió después de una agitada vida de bandolero, entró como religioso en la Orden de la Merced y se dedicó al rescate de los esclavos en África.
- 28/4: S. Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), celoso apóstol de las misiones populares en Francia, fundador de las Hijas de la Sabiduría y de los Monfortianos.
- 28/4: S. Pedro Chanel (1803-1841), francés, sacerdote marista, misionero en la isla de Futuna, protomártir y patrono de Oceanía.
- 29/4: S. Catalina de Siena (1347-1380), laica terciaria dominica, mística y doctora de la Iglesia, patrona de Italia y de Europa.
- 30/4: B. María Encarnación Guyart Martin (1599-1672), primera mujer misionera de los tiempos modernos (de Francia a Canadá), mística, fundadora -junto con unos jesuitas- de la Iglesia canadiense.
- 30/4: S. José Benedicto Cottolengo (1786-1842), sacerdote de Turín; confiando en la Divina Providencia, fundó obras e Institutos para asistir a la gente más necesitada y abandonada.
Desde siempre, la Iglesia misionera da vida a nuevas comunidades de fieles anunciando que Jesucristo es el Hijo de Dios, crucificado y resucitado. Él es el motivo radical y el fundamento de la misión. El hecho histórico de la resurrección de Cristo, ocurrido en torno al año 30 de nuestra era, constituye el núcleo central y ‘explosivo’ del mensaje cristiano, la catequesis lo enriquece y lo acompaña con la metodología adecuada. La misión es portadora del mensaje de vida que es Jesús mismo: el Viviente por su resurrección, después de su pasión y muerte. Éste es el kerigma, anuncio esencial para los que todavía no son cristianos; es anuncio fundamental también para despertar y purificar la fe de los que se detienen casi exclusivamente en la primera parte del misterio pascual. En efecto, hay cristianos que se concentran casi tan solo sobre el Cristo sufriente en la pasión, y casi no dan el salto de la fe en Cristo resucitado. Les parece más fácil y consolador identificarse con el Cristo muerto, sobre todo cuando se viven situaciones de sufrimiento, pobreza, depresión, humillación, luto... Sin embargo, ese consuelo sería tan solo aparente; el verdadero consuelo adquiere solidez solo por la fe y la vivencia del Resucitado. La misión es un acontecimiento eminentemente pascual, porque ahonda sus raíces y contenidos en la Resurrección de Cristo.
La fe es gradual: María Magdalena, Pedro y Juan corrieron al sepulcro con la intención de rescatar un cadáver desaparecido; no estaban preparados para un acontecimiento que no entraba en sus cálculos; tan solo más adelante llegaron a creer en el Señor resucitado; e incluso se convirtieron en sus testigos y pregoneros valientes (I lectura): “Nosotros somos testigos… los testigos que Dios había designado… Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio…” (v. 39.41.42). Desde entonces el camino ordinario de la transmisión de la fe cristiana es el testimonio de personas que creyeron antes que nosotros. Por eso, nosotros profesamos que la fe es apostólica: porque está arraigada en la de los Apóstoles y en su testimonio.
El testimonio, que une a la vez anuncio y coherencia de vida, es la primera forma de misión (cf AG 11-12; EN 21; RMi 42-44). (*) Los auténticos testigos del Resucitado son personas ‘contagiosas’. Las personas transformadas por el Evangelio de Jesús resucitado, que viven los valores superiores del espíritu (II lectura), son las únicas capaces de contagiar a otras personas y hacer que se interesen por los mismos valores, tales como: la aceptación y la serenidad en el sufrimiento, la esperanza frente a la muerte, la oración como abandono en las manos del Padre, el gozo en el servicio a los demás, la honestidad a toda prueba, la humildad y el autocontrol, la promoción del bien de los demás, la atención a las necesidades de los últimos, el testimonio de lo Invisible… Así se extiende y se realiza capilarmente la misión, aun antes y mejor que a través de las meras estructuras y de las jerarquías. “Celebra la Pascua con Cristo tan solo el que sabe amar, sabe perdonar... con un corazón grande como el mundo, sin enemigos, sin resentimientos”, como lo enseñaba en una catequesis el obispo Mons. Óscar Arnulfo Romero, asesinado en San Salvador, el 24 de marzo de 1980. Esta es la buena nueva que el mundo necesita; el Evangelio que todos tienen derecho a escuchar. Y que la Iglesia misionera debe llevar a todos los pueblos.
Palabra del Papa
(*) “El anuncio tiene la prioridad permanente en la misión… El anuncio tiene por objeto a Cristo crucificado, muerto y resucitado: en Él se realiza la plena y auténtica liberación del mal, del pecado y de la muerte; por Él, Dios da la ‘nueva vida’, divina y eterna. Esta es la ‘Buena Nueva’ que cambia al hombre y la historia de la humanidad, y que todos los pueblos tienen el derecho a conocer”.
Juan Pablo II
Encíclica Redemptoris Missio (1990) n. 44
Encíclica Redemptoris Missio (1990) n. 44
Siguiendo los pasos de los Misioneros
- 24/4: Pascua en la Resurrección de Jesucristo, Salvador de todos los pueblos. ¡Aleluya!
- 24/4: S. Fidel de Sigmaringen (Alemania meridional, 1578-1622), sacerdote capuchino, misionero, asesinado en la Recia (Suiza). Es el protomártir de la Congregación de Propaganda Fide (fundada en 1622) y de la incipiente Orden de los Capuchinos.
- 25/4: S. Marcos, evangelista, discípulo de Pablo y de Pedro; fundador de la Iglesia de Alejandría en Egipto.
- 25/4: S. Pedro de Betancur (1626-1667), hermano terciario franciscano, misionero español en Guatemala, llamado “hombre que fue caridad” por su entrega a los huérfanos, mendigos, enfermos.
- 27/4: S. Pedro Ermengol (+1304), español; se convirtió después de una agitada vida de bandolero, entró como religioso en la Orden de la Merced y se dedicó al rescate de los esclavos en África.
- 28/4: S. Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), celoso apóstol de las misiones populares en Francia, fundador de las Hijas de la Sabiduría y de los Monfortianos.
- 28/4: S. Pedro Chanel (1803-1841), francés, sacerdote marista, misionero en la isla de Futuna, protomártir y patrono de Oceanía.
- 29/4: S. Catalina de Siena (1347-1380), laica terciaria dominica, mística y doctora de la Iglesia, patrona de Italia y de Europa.
- 30/4: B. María Encarnación Guyart Martin (1599-1672), primera mujer misionera de los tiempos modernos (de Francia a Canadá), mística, fundadora -junto con unos jesuitas- de la Iglesia canadiense.
- 30/4: S. José Benedicto Cottolengo (1786-1842), sacerdote de Turín; confiando en la Divina Providencia, fundó obras e Institutos para asistir a la gente más necesitada y abandonada.
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