Contemplando la pasión de Cristo entramos en el drama más grande de la historia. En él actúa Dios mismo en su Hijo Jesús, el Cristo, y actuamos nosotros, los hombres, con toda nuestra carga de maldad y pecado.
A la luz de cómo se desarrollan los hechos en este drama inaudito, no podemos menos de decir: ¡Oh felix culpa” que nos ha entregado un Redentor que es la manifestación del amor extremo de Dios que nos perdona y nos salva.
En los personajes de la Pasión estamos representados todos nosotros. Y todos tenemos un papel importante: todos le condenamos y abandonamos a su suerte, todos pusimos en él nuestras manos.
La pasión de Cristo continúa hoy en todos los hombres que sufren cualquier clase de dolor físico o moral: hambre y opresión, tristeza y soledad, desesperación; en todos aquellos que son víctimas de la injusticia y del odio de los demás hombres.
La Iglesia está llamada a recoger todos esos sufrimientos, causados en último término por el pecado, y a combatir sin descanso contra todas las causas del mal; debe convertirse en la gran samaritana de la humanidad doliente.
Los cristianos, profundamente conmovidos, venimos haciendo memoria de la pasión de Jesús en las celebraciones litúrgicas y en los desfiles procesionales de la semana santa. Este año, como todos los anteriores, desde este domingo de Ramos hasta el de Pascua, nuestras calles y plazas se convierten en artístico y piadoso escaparate de cuanto sucedió en la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Para muchos, estas procesiones son una mera representación externa, teatral, de los acontecimientos de la Pasión. Son simples espectadores que no llegan a comprender el misterio del inmenso amor de Dios que “tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo” por su salvación.
La mirada del creyente, en cambio, es la del apóstol Pablo que decía: “Me amó y se entregó por mí”; y desde ahí, su vida se convirtió en testimonio y evangelio del amor redentor de Cristo. Esa ha de ser nuestra mirada contemplativa durante estos días.
Entremos por este pórtico de la Semana Santa para vivir en profunda meditación de los grandes misterios de nuestra salvación.
Preguntémonos:
-¿Qué sentimientos provoca en nosotros la pasión de Jesús?
-¿Qué pensamos de los sufrimientos humanos?
-¿Qué pensamos de la violencia, del terrorismo, de la muerte, por la injusticia e insolidaridad humana, de millones de inocentes? ¿Qué estamos dispuestos a hacer?
Por Julio García Velasco
Publicado por Pastoral Vocacional
A la luz de cómo se desarrollan los hechos en este drama inaudito, no podemos menos de decir: ¡Oh felix culpa” que nos ha entregado un Redentor que es la manifestación del amor extremo de Dios que nos perdona y nos salva.
En los personajes de la Pasión estamos representados todos nosotros. Y todos tenemos un papel importante: todos le condenamos y abandonamos a su suerte, todos pusimos en él nuestras manos.
La pasión de Cristo continúa hoy en todos los hombres que sufren cualquier clase de dolor físico o moral: hambre y opresión, tristeza y soledad, desesperación; en todos aquellos que son víctimas de la injusticia y del odio de los demás hombres.
La Iglesia está llamada a recoger todos esos sufrimientos, causados en último término por el pecado, y a combatir sin descanso contra todas las causas del mal; debe convertirse en la gran samaritana de la humanidad doliente.
Los cristianos, profundamente conmovidos, venimos haciendo memoria de la pasión de Jesús en las celebraciones litúrgicas y en los desfiles procesionales de la semana santa. Este año, como todos los anteriores, desde este domingo de Ramos hasta el de Pascua, nuestras calles y plazas se convierten en artístico y piadoso escaparate de cuanto sucedió en la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Para muchos, estas procesiones son una mera representación externa, teatral, de los acontecimientos de la Pasión. Son simples espectadores que no llegan a comprender el misterio del inmenso amor de Dios que “tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo” por su salvación.
La mirada del creyente, en cambio, es la del apóstol Pablo que decía: “Me amó y se entregó por mí”; y desde ahí, su vida se convirtió en testimonio y evangelio del amor redentor de Cristo. Esa ha de ser nuestra mirada contemplativa durante estos días.
Entremos por este pórtico de la Semana Santa para vivir en profunda meditación de los grandes misterios de nuestra salvación.
Preguntémonos:
-¿Qué sentimientos provoca en nosotros la pasión de Jesús?
-¿Qué pensamos de los sufrimientos humanos?
-¿Qué pensamos de la violencia, del terrorismo, de la muerte, por la injusticia e insolidaridad humana, de millones de inocentes? ¿Qué estamos dispuestos a hacer?
Por Julio García Velasco
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