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MISIONEROS EN CAMINO: VIII Domingo del T.O. (Mt 6,24-34) - Ciclo A: Dios, el dinero y la providencia
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jueves, 24 de febrero de 2011

VIII Domingo del T.O. (Mt 6,24-34) - Ciclo A: Dios, el dinero y la providencia



En esta página de Mateo oímos algo que nos concierne a todos: dinero, Dios, la providencia en Él; las palabras de Jesús son determinantes: “O Dios o el dinero, no es posible servir a ambos”. No recibamos estas palabras de Jesús como palabras amargas, recordemos que son parte de la Buena Noticia salvadora con la cual Jesús busca nuestra verdadera felicidad.

Qué pensar del dinero. El dinero es un medio de cambio para poder conseguir los bienes que necesitamos para vivir. Es el fruto, es la representación de nuestro trabajo.

De la lectura evangélica, del pensamiento social cristiano, se deduce con claridad, que el trabajo es necesario para cubrir las necesidades de los humanos. El mundo entero lo podemos ver como una colmena en la que todos hemos de aportar nuestro trabajo, para que todos podamos vivir de él. Es necesaria la organización de la sociedad, la mejor productividad en el trabajo, una economía bien gestionada para lograr la mejor rentabilidad en la transformación y la distribución justa de todas las riquezas producto del trabajo de todos, sin ceder a nuestro deseo personal de acumular bienes. Es una verdadera ascesis cristiana, es la exigencia del Reino de Dios el que todos sus hijos vivan con dignidad.

Según esto, el dinero es bueno, siendo el fruto de nuestro trabajo, lo necesitamos para vivir.

Pero bien sabemos, que toda acumulación de bienes se hace a costa de los demás. En los últimos años asistimos a un proceso de concentración del dinero en manos de cada vez menos personas, mediante operaciones especulativas, y cada vez crece más el número de pobres en todo el mundo, fruto, cómo dice Jesús, de servir al dinero. El destino que quiere Dios para la humanidad es el encuentro en un día con todos sus hijos, servir a Dios es colaborar en su proyecto. ¿Cómo poder decir que acumular dinero es servir a Dios?

En este contexto hemos de entender las palabras de Jesús que invitan a confiar en la providencia de Dios, en un Dios Padre que cuida de todos sus hijos, por eso no debe extrañarnos este aparente dilema, que Jesús señala para su seguimiento de nuestra actitud ante Él y ante el dinero.

Con frecuencia entendemos mal la providencia de Dios. Nosotros solemos pensar que el amor providente de Dios va a cubrir nuestra falta de esfuerzo personal, el no haber realizado bien nuestro trabajo, esperando con fatalismo que Dios proteja nuestro futuro que posiblemente no hemos preparado. También a veces tranquilizamos nuestra conciencia ante la injusticia y opresión de las desgracias que presenciamos, dando la espalda a los que sufren, diciendo, con deje de cinismo, que la providencia cuidará de ellos. Así fácilmente solemos llamar providencia a nuestro bienestar y a la abundancia de bienes que disfrutamos y nos olvidamos de ella cuando llaman a nuestra puerta la pobreza o el sufrimiento ajenos.

Este pensamiento nuestro, inmaduro, sobre la providencia, no concuerda con la invitación de Jesús en el Sermón del Monte a esforzarnos por ayudar a los pobres con nuestros bienes, con nuestro trabajo para salir de su pobreza, pobreza que Dios no quiere para ninguno de sus hijos.

Jesús nos dice cómo hemos de confiar en la providencia de Dios: “buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, lo demás se os dará por añadidura”; será abandonarnos en manos de nuestro Padre Dios, después de haber buscado, realizado la justicia, para Él las criaturas humanas es lo más importante de la creación.

Si el Reino de Dios lo recibimos como don gratuito de su acción creadora, Jesús nos llama a colaborar con Él en su trasformación. Nuestra confianza en Dios implica necesariamente nuestro compromiso. Así se entiende que Jesús nos hable hoy de algo tan nuestro para todos nosotros como es el dinero y nos emplace ante él en actitud ética.

El estar dispuestos a aportar nuestra colaboración con nuestro trabajo a la obra grandiosa del desarrollo de toda la Humanidad, exige generosidad, solidaridad. Convenzámonos, el verdadero del seguimiento a Jesús es una llamada personal y colectiva para colaborar en la realización de su plan salvador.

Y hay algo que añadir. El evangelio es una respuesta a los problemas que se nos plantean hoy y aquí... La revuelta de los países del Magreb y de Oriente Medio, que parece en gran parte motivada por las necesidades básicas de la mayoría de aquellas poblaciones, nos debe hacer reflexionar en la verdad y en la necesidad de asumir estas palabras de Jesús. Las consecuencias del ansia desenfrenada de dinero y del consumo de relativamente pocas personas en nuestro mundo, las sufren aquellas poblaciones cada vez más numerosas, para muchos de ellos como cuestión de vida o muerte. Pensemos también en nuestro consumo, en nuestras actitudes de buscar con frecuencia de cualquier manera nuestro dinero.

Sabemos que a escala mundial, está planteado el problema del agotamiento del planeta. Vivimos en nuestro primer mundo embarcados en un nivel de vida que el planeta no puede soportar, mucho menos ahora que los países emergentes exigen su ración de energía y de bienes de consumo y vemos que no llega para todos el reparto del pastel; si queremos sobrevivir, ¿no deberíamos apoyar nuevos programas de organización de nuestra sociedad global, sin duda alguna, con sobriedad y austeridad obligada también para nosotros, para que todas las personas y pueblos puedan vivir dignamente?

No olvidemos, la providencia nos pide el respeto sagrado a nuestro medio natural, a nuestra tierra, nos pide colaborar con Dios creador en conservar y perfeccionar este mundo que nos ha sido dado para nuestro disfrute y nuestro cuidado.

Todo esto nos sugiere esta bella página del evangelio de Mateo, que si dejar de lado el poder salvador de Dios simbolizado en el esplendor y delicadeza con que trata a las flores del campo y a las aves del cielo (que pasan todos sus días buscando su alimento....), nos asegura que no va a dejar fuera del Reino a ninguno de sus hijos.

Por eso, colaboremos en el advenimiento del Reino de Dios. Jesús nos ayuda con su Espíritu, con su presencia entre nosotros.

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WebJCP | Abril 2007