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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequeticos: V Domingo del T.O. (Mt 5, 13-16) - Ciclo A
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miércoles, 2 de febrero de 2011

Materiales liturgicos y catequeticos: V Domingo del T.O. (Mt 5, 13-16) - Ciclo A



Monición de entrada

(A)
Celebramos con gozo la Eucaristía de este domingo.
Tomando imágenes de la vida corriente, Jesús nos dice cómo debe de actuar un cristiano comprometido con su fe, dentro de su familia, de su trabajo, de su ambiente social; debe de dar gusto y sabor a la existencia humana y a la vida: Ser la sal y la luz en medio del mundo.
Con esta ilusión, comenzamos la Eucaristía cantando.

(B)
Si el domingo pasado el Señor nos decía que seríamos felices siguiendo el camino de las bienaventuranzas, hoy nos ofrece una misión a realizar: ser como la sal y como la luz en medio del mundo.
Un cristiano: en su familia, en su trabajo, en su ambiente, tiene que dar "gusto y sabor" a la existencia humana y a la vida.
Al mismo tiempo, tenemos que ser como "una Luz" que ilumine y oriente el camino hacia Dios.


Saludo

En el nombre del Padre...
La luz del Señor que nos ilumina, esté con todos vosotros.

Pedimos perdón

(A)

No siempre permitimos que la luz de Jesús brille en nosotros. Por eso, hermanos, pedimos su perdón y su fuerza.
- Tú, Jesús, que nos invitas a vivir con gozo nuestra fe cristiana. SEÑOR, TEN PIEDAD...
- Tú, Jesús, que nos has dado tu Espíritu para que seamos la luz del mundo. CRISTO, TEN PIEDAD...
- Tú, Jesús, que nos has dejado la Eucaristía para que seamos la sal de la tierra. SEÑOR, TEN PIEDAD...

Dios, nuestro Padre, que siempre nos invita a la conversión y nos ofrece su gracia, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

(B)
Como a veces no vivimos con gozo nuestra fe y apagamos la luz de nuestra esperanza, pedimos perdón a Dios:

* Por no vivir con gozo nuestra fe cristiana te decimos: SEÑOR, TEN PIEDAD...
* Porque nuestras obras distan mucho de la fe que profesamos y eso desorienta a los demás, te rogamos: CRISTO, TEN PIEDAD...
* Por las veces que no hemos sido luz que ayude a disipar las dudas o incertidumbres de los demás, te pedimos: SEÑOR, TEN PIEDAD...

(C)

Porque nos cuesta pensar que lo que tenemos es siempre un regalo de Dios y no es del todo nuestro. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Porque nos olvidamos de dar gracias a Dios por todas las cosas que nos regala. CRISTO, TEN PIEDAD...
Porque nos cuesta ser desinteresados cuando damos algo a alguien. SEÑOR, TEN PIEDAD...




Escuchamos la Palabra

Monición a las lecturas

Los cristianos no tenemos otra manera de amar a Dios si no es amando en concreto a las personas que tenemos a nuestro alrededor. Así nos lo recuerda ahora el profeta Isaías.
También San Pablo, señalará la cruz de Jesús como fuente de vida y de luz.
Esa vida, esa luz que en el evangelio se nos invita a contagiar al mundo. Escuchémoslo.

Primera lectura

En Israel, la práctica del ayuno se transformó en algo que no iba más allá de un formalismo; por eso el profeta denuncia el ayuno si con él se pretende "ganar" a Dios, y señala cuál es el que de verdad le agrada: partir el pan con el hambriento, ayudar al pobre, vestir al desnudo.

PRIMERA LECTURA
Romperá tu luz como la aurora

Lectura del libro de Isaías

Así dice el Señor:
«Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.
Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: «Aquí estoy. »
Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.»

Palabra de Dios.

Salmo responsorial
El justo brilla en las tinieblas como una luz

Evangelio.

Seguir a Jesús lleva consigo la decisión de transformar el mundo, las situaciones concretas donde se desenvuelve la vida humana; así, ser sal y luz del mundo, son signos de nuestra identidad cristiana, una identidad que nunca puede olvidar la referencia a la comunidad, a los hermanos.


EVANGELIO
Vosotros sois la luz del mundo
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del candelero, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

Palabra del Señor


Evangelio dialogado (niños)

Narrador: Un día que Jesús estaba con sus discípulos y les dijo:
Jesús: - Vosotros sois la sal de la tierra. Pero daros cuenta que si la sal pierde el sabor y se vuelve sosa no sirve para nada. Hay que tirarla a la basura.
Narrador: Y les dijo también:
Jesús: - Vosotros sois la luz del mundo. Y la luz no es para esconderla en un armario, sino para ponerla en medio de la sala, y así alumbra a todas las personas que hay en ella. Así vosotros, con vuestras buenas obras tenéis que ser luz en medio del mundo, para que la gente que os vea hacer el bien, alabe a vuestro Padre Dios que está en el cielo.

Palabra del Señor


Homilías

(A)

Un soldado norteamericano había tenido una hija con una vietnamita durante la guerra de Vietnam. Ahora, en Norteamérica, vivía con su esposa y un hijo único, pero se escribía con su hija, hasta que, al cumplir esta doce años, la recibió en su casa.
Los vecinos del barrio, algunas amistades e incluso el hijo adoptaron desde el primer momento una actitud de desprecio hacia el padre y hacia la hija; especialmente una viuda que vivía al lado, cuyo esposo había sido muerto por los vietnamitas en la guerra. La cosa se fue agravando hasta ocasionar la huida de la niña, despreciada en Vietnam por ser hija de un norteamericano y odiada en Norteamérica por ser hija de una vietnamita. Y todos los esfuerzos del buen padre por hacerse comprender de su hijo, vecinos y amistades, resultaron inútiles.
En casa trabajaba de pintor un hombre de noble corazón. Un día habló a solas con la viuda en presencia del hermano de la niña vietnamita y dijo:
-Yo conocí a su marido: era un buen hombre.
-¿Dónde lo conoció?
-preguntó la viuda.
-En la guerra de Vietnam. Yo estuve allí -respondió el pintor.
-¿Y sabe cómo murió? -volvió a preguntar la viuda.
-Sí -contestó el pintor-. Él amaba profundamente a los niños vietnamitas, víctimas de la guerra; los visitaba, los protegía, les procuraba alimentos y medicinas; vivía pensando en ellos. Y un día, al dirigirse a ellos con una carga de alimentos, estalló una bomba y murió. ¡Él fue un héroe!
Momentos después la viuda y el muchacho suplicaban perdón al dolorido padre y juntos buscaron a la niña, que había escapado, para tener con ella una cordial reconciliación. Pronto el barrio entero había cambiado de actitud. Este pintor supo apagar el odio y encender el amor.
¡Qué distinta sería la actitud de los vecinos, si hubiera atizado el odio!
¡Cuánto bien podemos hacer también nosotros en tantas y tantas ocasiones como la vida nos ofrece!
Cuentan que un niño se encontró una noche con un ciego que llevaba a su espalda un haz de leña y una vela encendida en su mano. «¿Para qué llevas la vela si estás ciego? -preguntó el niño-. No te sirve de nada si no puedes ver». El ciego le respondió: «Al contrario; me sirve para mucho. Llevo esa vela para que los hombres distraídos me vean y no tropiecen conmigo».
Hermanos y hermanas: Seamos luz con nuestras buenas obras para que los «distraídos», es decir, los que andan despistados por el camino de la vida las vean y no den tropezones. Aquel pintor, con su actuación, fue luz para los vecinos de su barrio.
La sal da sabor a los alimentos. Seamos sal como nos pide Jesús, no para amargar la vida de nadie sino para hacer agradable la vida de todos.
Por otra parte, la sal vale para que los alimentos no se corrompan. ¡Ay! ¡Cuánta menos corrupción habría en el mundo si los que nos llamamos cristianos, es decir, discípulos de Cristo, lo fuéramos de verdad!
Jesús nos pide a los cristianos que seamos la luz del mundo y la sal de la tierra; en definitiva nos pide que hagamos más llevadera y más feliz la vida de los demás.


(B)

SIN LA CONCIENCIA TRANQUILA

No hace falta ser experto en economía mundial para saber que, cada año que pasa, hay más pobres que son cada vez más pobres. En la actualidad se produce en el mundo un diez por ciento más de los alimentos que necesitamos para vivir y, sin embargo, mueren de hambre 35.000 niños cada día y otros tantos adultos desnutridos. Es decir, la economía mundial está hoy organizada por las naciones progresistas de tal manera que, cada veinticuatro horas, produce unos 70.000 muertos. Jamás ha habido una guerra que se haya acercado, ni de lejos, a tal crueldad.
Las preguntas que nos podemos hacer son graves; ¿puede tener futuro un mundo así?, ¿puede vivir tranquila la Iglesia de Jesús en medio de una «organización» mundial que produce tanta muerte y tanto sufrimiento? Si la Iglesia dice que representa en el mundo a Jesús y su evangelio, ¿cómo tiene que reaccionar?, ¿qué tiene que hacer?, ¿qué está haciendo?.
En la Iglesia ha habido y hay muchas personas, grupos e instituciones que viven entregados a luchar por la vida y dignidad de los pobres; nunca les agradeceremos lo suficiente el testimonio que nos dan a todos. En la Iglesia hay un magisterio social valiente y progresista, que defiende los derechos y la dignidad de los pobres, reclama reformas profundas y audaces, y denuncia los atropellos contra los países más débiles e indefensos.
Todo esto es así y, sin embargo, no podemos vivir con la conciencia tranquila. Los pobres fueron para Jesús los preferidos, los más importantes, los primeros, ¿qué son para nosotros hoy? ¿Influyen algo en nuestra manera de entender a Dios, de interpretar el Evangelio, de configurar nuestra vida cristiana? Todos los domingos, millones de cristianos se reúnen en el mundo entero para celebrar la cena del Señor, ¿por qué esa Eucaristía no desencadena una solidaridad más audaz hacia el mundo pobre?
Sería un error olvidar la grave advertencia de Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente» ¿Nos puede suceder hoy algo de esto?

(C)

LA VIDA COMO RAPIÑA
Vosotros sois la sal de la tierra

Un día sí y otro también, saltan a los medios de comunicación nuevos casos de corrupción y fraudes escandalosos. No son hechos que han brotado de pronto entre nosotros, sino el resultado lamentable de una contradicción que ha acompañado la gestación de la moderna sociedad democrática desde sus orígenes.
Por una parte, la filosofía democrática proclama y postula libertad e igualdad para todos. Pero, por otra, un pragmatismo económico salvaje, orientado hacia el logro del máximo beneficio, segrega en el interior de esa misma sociedad democrática desigualdad y explotación de los más débiles.
Este es el principal caldo de cultivo de la corrupción actual. Como decía recientemente el escritor italiano Claudio Magris, «vivimos la vida como una rapiña». Seguimos defendiendo los valores democráticos de libertad, igualdad y solidaridad para todos, pero lo que importa es ganar dinero como sea. El «todo vale» con tal de obtener beneficios, va corrompiendo las conductas, viciando las instituciones y vaciando de contenido nuestras solemnes proclamas.
Se confunde el progreso con el bienestar creciente de los afortunados. La actividad económica, sustentada por un espíritu de lucro salvaje, termina por olvidar que su meta es elevar el nivel humano de todos los ciudadanos.
Los políticos, por su parte, parecen ignorar que esos desarraigados que producen «inseguridad ciudadana» no son fruto de una situación heredada, sino algo que estamos generando ahora mismo dentro de nuestro sistema.
Todo se sacrifica al «dios» del interés económico: el derecho de todo hombre al trabajo y a una vida digna, la transparencia y honestidad en la función pública, la verdad de la información, el nivel cultural y educativo de la TV.
¿Hay alguna «sal» capaz de preservarnos de tanta corrupción? Se pide investigación y aplicación rigurosa de la justicia. Se piensa en nuevas medidas sociales y políticas. Pero se echa en falta un nuevo tipo de personas capaces de sanear esta sociedad introduciendo en ella honestidad. Hombres y mujeres que no se dejen corromper ni por la ambición del dinero ni por el atractivo del éxito fácil.
«Vosotros sois la sal de la tierra», estas palabras dirigidas por Jesús a los que creen en El, tienen contenidos muy concretos hoy. Son un llamamiento a mantenernos libres frente a la idolatría del dinero, y frente al «progreso» cuando éste esclaviza, corrompe y produce marginación. Una llamada a desarrollar la solidaridad responsable frente a tantos corporativismos interesados. Una invitación a introducir misericordia en una sociedad despiadada que parece reprimir cada vez más «la civilización del corazón».

(D)

EL CORAJE DE NO SER PERFECTOS
Si la sal se vuelve sosa

Los seres humanos tendemos a aparecer ante los demás como más inteligentes, más buenos, más nobles de lo que realmente somos. Nos pasamos la vida tratando de ocultar nuestros defectos para aparentar ante los demás y ante nosotros mismos una perfección que no poseemos.
Los sicólogos dicen que esta tendencia se debe, sobre todo, al deseo de afirmarnos ante nosotros mismos y ante los otros para defendernos así de su posible superioridad.
Falta en nosotros la verdad de «las buenas obras» y llenamos nuestra vida de palabrería y de toda clase de disquisiciones.
No somos capaces de dar al hijo un ejemplo de vida digna, y nos pasamos los días adoctrinándolo y exigiéndole lo que nosotros no vivimos.
No somos coherentes con nuestra fe cristiana, y tratamos de justificarnos criticando a quienes han abandonado la práctica religiosa. No somos testigos del evangelio, y nos dedicamos a predicarlo a otros.
Tal vez, hayamos de comenzar por reconocer pacientemente nuestras limitaciones e incoherencias, para poder presentar a los demás sólo la verdad de nuestra vida.
Si tenemos el coraje de aceptar nuestra mediocridad, nos abriremos más fácilmente a la acción de ese Dios que puede transformar todavía nuestra vida.
Jesús habla del peligro de que «la sal se vuelva sosa». San Juan de la Cruz lo dice de otra manera: «Dios os libre que se comience a envanecer la sal, que aunque más parezca que hace algo por fuera, en substancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios».
Para ser «sal de la tierra», lo importante no es el activismo, la agitación, el protagonismo superficial, sino «las buenas obras» que nacen del amor a ese Dios que actúa en nosotros.
Con qué atención deberíamos escuchar hoy en el interior de la Iglesia estas palabras del mismo Juan de la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos y piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios... si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración».
De lo contrario, según el místico doctor, «todo es martillear y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño». En medio de tanta actividad y agitación, ¿dónde están nuestras «buenas obras»?

(E)

Comienzo con una simpática y profunda historia judía: "Un rabí preguntó a sus discípulos: "¿Cómo puedo señalar el momento en que termina la noche y comienza el día?". Uno dijo: "Cuando seas capaz de distinguir desde lejos una palmera de una higuera". El rabí contestó: "No, no es eso". Dijo otro discípulo: "Cuando se puede distinguir una oveja de una cabra, entonces cambia la noche al día". "Tampoco", respondió el rabí. "¿Cuándo es ese momento?, preguntaron impacientes los discípulos. "Cuando tú miras al rostro de un hombre o de una mujer y reconoces en él a un hermano o hermana, entonces se ha acabado la noche y ya ha roto el día"...
"Vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo..."
El mensaje de Jesús no es para guardarlo en el corazón de la persona, sino una luz que debe manifestarse...
Isaías nos dice cómo debemos salir del "salero" y cómo es urgente que pulsemos el interruptor que trasmite la corriente a nuestros preciosos aparatos de luz.
Isaías en la primera lectura dice a sus contemporáneos que Dios no quiere el culto superficial que se le ofrecía en el templo, ni los ayunos externos que se practicaban; el ayuno que Dios quiere es que partas tu pan con el hambriento, que hospedes a los pobres sin techo, que vistas al desnudo y que no te cierres a tu propia carne. Si vives así te brotará una carne nueva y romperá tu luz como la aurora, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se convertirá en mediodía...
Es indiscutible que este es quizá el único lenguaje que entiende el hombre de nuestro tiempo.
Algunas veces he comentado, que Jesús, es parco en palabras y rico en obras. Sus obras dan cumplido testimonio de Él. Y sus obras se traducen siempre en atención al hombre. Hoy, Isaías, transmisor como buen profeta de lo que quiere el Señor, nos
dice cómo se puede sazonar e iluminar al mundo. No tanto hablando cuanto actuando.
Vivimos en una época de grandes y estridentes fallos. A nuestro lado hay hombres que padecen auténtica necesidad; cerca de nosotros hay personas que mueren de soledad; todos conocemos enfermos que están solos en la cama de un centro hospitalario sin que nadie coja su mano en los momentos en los que el dolor aprieta; todos sabemos que la injusticia no es un asunto de otra galaxia, sino que es una triste realidad entre nosotros.
Y quiero especificar el caso concreto que tenemos al lado porque es el que podemos remediar.
La tentación de los universales la sentimos todos. Todos comentamos que el mundo está mal, que el hambre es una realidad tristísima, que millones de niños están desnutridos, que pueblos enteros están sojuzgados. Y ante este panorama abrumador, todos nos preguntamos angustiados qué podemos hacer nosotros, tan insignificantes y pequeños, para acabar contestándonos, desalentadora y tranquilizadoramente, que no podemos hacer nada.
Por, eso repito, quiero pensar en la persona que tenemos cercana, en aquélla cuyo caso conocemos y a la que podemos abrir nuestro corazón.
Todos tenemos un radio de acción en el que ser sal y luz. Lo que pasa es que huimos de lo concreto para enfrascarnos en
grandes y hermosas teorías que no nos exigen más esfuerzo que una brillante conversación y posiblemente una oración compungida para que Dios arregle este mundo tan difícil de arreglar.
Y mientras tanto, cerca de nosotros hay personas que siguen con la mano tendida esperando que alguien la estreche en un momento difícil, ahí siguen esos ojos abiertos esperando que alguien vierta en ellos un pequeño resplandor, ahí siguen esas personas con su pequeña comida esperando que alguien la sazone...
Hay que ir a lo concreto. Isaías dice al final de su grito algo maravilloso. Si haces esto: tu propia oscuridad se volverá mediodía. No puede soñarse con un premio mejor.
Termino con una espléndida oración del Cardenal Newman: "Quédate conmigo, Señor, y comenzaré a iluminar, como tú iluminas; comenzaré a dar luz de tal forma que puede ser luz
para los otros. Señor Jesucristo, la luz será toda tuya; nada de ella será mía. Ningún mérito es mío; tú te mostrarás a través de mí a los otros. Haz que yo te glorifique, como te agrada a ti, dando luz a todos los que están a mi alrededor. Haz que predique, sin predicar; no mediante palabras, sino por medio de mi vida. Predicar sin predicar: esa es la luz hoy tan necesaria.. .

(F)

Mateo define quiénes son los discípulos de Cristo. La definición se hace por imágenes: vosotros sois la sal, vosotros sois la luz. Una imagen más nos da el evangelista: ciudad. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. La luz y la ciudad son por naturaleza visibles. La sal es invisible, pero se conoce por el sabor. El discípulo tiene una dimensión de visibilidad y de invisibilidad. Se deja ver por lo que hace; se deja sentir, aunque no se vea, por el sabor. Como la sal, el discípulo da gusto a la vida; como la luz, alumbra y brilla; como la ciudad sobre la montaña, se deja ver. Pero no se es discípulo para hacerse ver. Porque se es discípulo, el discípulo alumbra, da sabor, se deja ver. El buen discípulo no da importancia a las consecuencias que brotan de seguir a su Señor. Lo importante es seguirle.
¡Qué poca luz da esto! ¡Parece que tiene las pilas gastadas! ¡No sabe a nada! Estas frases nos son familiares. Cuando las aplicamos a la realidad del creyente en medio del mundo se convierten en fuente de crítica. La credibilidad del cristianismo no depende de la teoría, sino de la posibilidad de que hombres y mujeres hagamos realidad la teoría. Ya en el siglo II el autor de la Carta a Diogneto describe a los cristianos así: «Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo».
Quien pregunte qué significa ser luz, sal, ciudad, tiene una respuesta en el profeta Isaías. La luz que rompe la noche, como la aurora, es la del Siervo que parte pan con el hambriento, hospeda, viste, y no se cierra en su propio universo. Estos comportamientos son los que dan luz. Ayer y siempre, las personas que nos sirven de referencia son las que «son para los demás». Se nos da bien seguir lo que nos pide el cuerpo, lo que nos halaga. El esplendor de una existencia consiste en no redundar en gloria propia. Dios es conocido y adoradopor la luz de los que le confiesan siendo luz, sal, ciudad donde se pone a los otros como los importantes.
Todo es muy sutil. Ser luz, y sal, y ciudad se puede convertir en muro que oculta a Dios cuando a estas imágenes las hacemos meta. Es la religión pervertida: hacer las cosas externamente para que nos vean los hombres; es la denuncia de Jesús a una religión hecha exterioridad; es el fariseísmo: «Lo que os digan, ponedlo en práctica; lo que hagan, no lo imitéis, pues dicen y no hacen» (Mt 23,3). El discípulo no repite por mimetismo. El discípulo responde con originalidad que nace de un diálogo íntimo con su Señor.


Oración universal

(A)
Por medio de Jesús, oremos a Dios nuestro Padre, presentándole nuestras necesidades.

1.- Para que la Iglesia, que somos todos, ilumine y confirme con sus obras lo que proclama con su doctrina. Roguemos al Señor.
2.- Por los países en conflicto y por quienes más sufren la injusticia de las guerras, para que decididamente se busquen soluciones basadas en el diálogo y la justicia rechazando la violencia. Roguemos al Señor.
3.- Para que los que queremos vivir el estilo de vida propuesto por Jesús, nos acerquemos al pobre, al desvalido, al oprimido, al que no tiene ni tan siquiera un techo, no sólo para contemplar su sufrimiento, sino para aliviarlo. Roguemos al Señor.
4.- Según Jesús, nuestra tarea es ser la luz y la sal de la tierra; para que seamos capaces de hacer brillar esa Luz de Dios en un mundo que vive en la oscuridad y nuestra forma de actuar sea un estimulo para muchos. Roguemos al Señor.

Escucha, Padre, nuestra oración. Te lo pedimos por JNS.

(B)

A Ti, Dios Padre del amor, te hacemos presente nuestras necesidades; atiéndelas con bondad y misericordia, como siempre haces con tus hijos; contestamos: ¡Señor, danos tu Luz!

Para que la Iglesia trabaje con ahínco, sin cansarse, por valorar a las personas, por reconocer su dignidad de hijos de Dios. Oremos.
Para que los cristianos seamos luz en la oscuridad de cuantos nos rodean, para que estemos cerca de los que sufren. Oremos.
Para que llegue al corazón de muchos el deseo de una paz verdadera, de la paz que nace de la justicia. Oremos.
Para que en nuestra comunidad parroquial descubramos que la grandeza de la fe no la da nuestras palabras, sino el Espíritu de Dios, que cambia al mundo y a las personas. Oremos.

Danos tu Luz, Señor, que vivimos aún rodeados de tinieblas. Por Jesucristo.

(C)

Oremos al Dios que hizo brillar la luz en nuestros corazones.

Todos: Señor, danos tu luz.

1. Por la Iglesia, para que todos sus hijos sean testigos de la luz. Oremos.
2. Por los países del tercer mundo, para que les llegue la luz del evangelio a través del ejemplo, compañía y trabajo de los cristianos. Oremos.
3. Para que crezca la voluntad de paz y entendimiento entre los pueblos. Oremos.
4. Por los enfermos y todos los que sufren, para que en la noche de su dolor brille la luz de la solidaridad de quienes están a su lado. Oremos.
5. Por los difuntos, para que hayan alcanzado la luz eterna. Oremos.
6. Para que todos nosotros seamos sal y luz del mundo, e instrumentos del Espíritu en la transformación de la sociedad. Oremos.

Oh Dios, que nos has dado a tu Hijo como luz de las naciones, acoge las súplicas que te hemos dirigido y mantennos siempre en el amor: Por JCNS. AMÉN.


Presentación de ofrendas

Aquí te presentamos, Señor, estas monedas, estos libros, este espejo y estos juguetes, que Tú has puesto en nuestras manos y que nosotros utilizamos solamente para satisfacer nuestros egoísmos y caprichos, nuestra ambición y orgullo, nuestra vanidad y nuestra comodidad. Que participar en la Eucaristía sea un aprender a ponerlos en manos de los demás, para que nuestra vida sea una vida generosa y compartida con los hermanos y los amigos.

(B)

Ofrendas:
(Se acercan a la Mesa el plato con la sal y unas velas encendidas...)

Los cristianos tenemos que ser luz y tenemos que ser sal nos ha dicho hoy la Palabra de Dios. ¿Cómo?
Nos lo ha dicho Isaías:
Partiendo tu pan con el hambriento, hospedando a los pobres sin techo, vistiendo al desnudo y no cerrándote a tu propia carne. Si vives así romperá tu luz como la aurora, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se convertirá en mediodía...




Prefacio...

Señor y Dios nuestro,
Padre de todos los hombres:
queremos agradecerte tu bondad y tu misericordia
y la confianza que has puesto siempre en el hombre.
Tú eres un Dios bueno y misericordioso con nosotros,
ya que nos perdonas todos nuestros pecados,
cuando buscamos tu perdón.
Nos has creado a tu imagen y semejanza,
de manera que el hombre
es lo más parecido a Ti de toda la creación.
Tú, Señor, pusiste el mundo en nuestras manos,
para que nosotros, sin olvidarnos de Ti,
que eres nuestro Creador,
construyamos un mundo habitado por el amor y la paz,
por la libertad y la justicia.
Por todo ello, Señor, te damos gracias
y te alabamos diciendo:

TODOS: SANTO, SANTO, SANTO ES EL SEÑOR...


Padrenuestro

Con fe y con esperanza, dirijámonos ahora al Dios del cielo, pidiéndole que se haga su voluntad en nuestra vida.
Digamos, unidos:


Oración

No podemos, Señor, seguir viviendo de forma mortecina.
Es imposible tener una existencia gris,
sabiendo que Tú nos invitas a ser luz.
En este mundo nuestro, de apagones y conflictos,
hemos de ser luz y antorcha que facilite el camino.
Nos invitas a iluminar otras vidas,
pues de la nuestra Tú te ocupas
cada vez que vamos a ti cansados y agobiados...
Tú nos descansas y sosiegas.
Tú nos recuerdas el sentido de la vida
y cuánto nos necesita el mundo.
Señor, no nos dejes hacernos insípidos,
mediocres, con una vida carente de sentido.
No nos dejes caer en esa vida loca
que nos arrastra a todos: tener, correr, acumular, competir.
Salva nuestro corazón con tu Amor.
Hoy nos ponemos ante Ti
para que seas el motor de nuestra vida,
para que enciendas nuestros corazones con tu fuerza,
para que salves nuestra vida con tu dinamismo,
para que nos renueves y fortalezcas
y después nos lances a ser luz y sal de la tierra.
Gracias por contar con nosotros,
gracias, Señor, por hacernos tus compañeros de tarea,
gracias por haberte hecho el encontradizo
y mantenernos a tu lado, en tu iglesia.
Tú nos llamaste a cada uno y nos pusiste en misión.


Bendición final

Hemos destacado el compromiso de ser sal y luz dentro de nuestros ambientes... En el compartir está la solución de muchas necesidades y problemas... Que el Señor nos acompañe y que la semana nos resulte positiva...


Reflexión

EL GUSTO DE VIVIR
¿Cómo puedes decir que somos sal y luz si tienes en cuenta la vida que llevamos?.
¿Cómo proclamar un proyecto tan atrevido en medio de nuestra insipidez y opacidad cotidianas?... Desconcertados por tus palabras buscamos cómo justificar que somos, pero tú no te cansas de decírnoslo, de ofrecernos cada mañana un puñado pequeño de sal nueva, de perderte con ella dentro de nosotros, y dejar que la palabra se haga sal, y compartir la sal de la sonrisa, y también la sal de nuestros temores, la sal de lo que amamos y la sal de que apenas sabemos hacerlo bien. La sal de nuestras resistencias y la preciosa sal del agradecimiento.
Pasarnos unos a otros esa sal de la tierra, la de los encuentros cotidianos, la compañera de esa pasión por todo lo que tiene que ver con la vida. La que nos hace gustarle en cada acontecimiento, la que nos va enseñando cómo "saben" los suyos. Llevar su sal mezclada en todo animando todo, sin confundirse con nada... Despertando en lo oculto el sabor escondido de las cosas. La sal del Evangelio que hace nuevos los alimentos que dan la fuerza para vivir.
Y acoger cada día esa luz que nos va creciendo por dentro, en ocasiones con un hilillo frágil, en otras como torrente desmedido contra la opacidad de nuestros muros, hasta esa ciudad iluminada que ya no podemos ocultar... Esa luz que se nos cuela por el entramado roto de nuestras vidas, que nos asalta inesperadamente desde los cuerpos más heridos, y embellece con sus lágrimas los rostros que visita.
Hoy mientras salía de la ciudad en un autobús repleto, una pareja joven que se quiere me hace sonreír y me vino la letra de aquella canción que dice: "En la boca llevo sabor a ti". Y siento que Tú también estás contento cuando nos miras, con ese gusto tuyo de vivir.

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WebJCP | Abril 2007