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miércoles, 16 de febrero de 2011

La honestidad: base de todo encuentro


Por Ernesto Duque
Publicado por Antena Misionera

Superar el drama de la soledad implica adquirir la capacidad del encuentro. Tanto del encuentro con uno mismo como del encuentro con los demás. Todo sería un mero engaño si nos faltara la honestidad de reconocer lo que somos, con nuestros valores y nuestros límites.
No es fácil. Con frecuencia estamos más preocupados por lo que reflejamos en el espejo, por lo que los demás ven o piensan de nosotros mismos que por lo que somos en realidad
Construimos grandes efectos especiales y nos convertimos en personajes de película, o creamos grandes decorados de cartón piedra como Iglesia con multitudes que parecen seguirnos. Pero es pura ficción. Poco tiene que ver con la realidad de cada día.

Si queremos ser personas que escuchan, lo primero que tenemos que aprender es algo que parece fácil, aunque muchas veces lo evitamos: ser capaces de escucharnos a nosotros mismos con una sinceridad frecuentemente dolorosa, porque nos llama a la conversión, a caminar en verdad.


La honestidad

Con frecuencia encontramos motivos para engañar a los demás, no decirles toda la verdad, o deformarla. Pero lo curioso es que con mucha más frecuencia nos engañamos a nosotros mismos.

La verdad de lo que somos rara vez coincide con lo que queremos comunicar de nosotros mismos o cómo queremos que los demás nos vean.

Nos creamos una imagen más o menos ideal de nosotros mismos para comunicarla a los demás. Para evitar pisarnos el pie y ser descubiertos, llega un momento en que nosotros mismos nos creemos esa imagen.

Pensamos que somos lo que quisiéramos ser. Y que nadie nos toque esa imagen porque siempre tendremos argumentos para defenderla o, en último caso, decirle al otro: “tú eres peor”, y nos quedamos tan tranquilos. Como si los defectos de los demás anularan los nuestros.
Consciente o inconscientemente nos defendemos. Que pueda poner de manifiesto los errores de los demás, me hace sentirme “bueno”.

En ese sentido somos fruto de una sociedad y una cultura basada en la necesidad de defenderse frente a las agresiones que nos vienen de afuera.

Pero, reconozcámoslo, nos estamos mintiendo. Lo que pasa es que la mentira nos hace sentir seguros.

Conseguir esa falsa seguridad tiene su precio: perder la honestidad.

Algunas veces quizás te pase como a mí. Te cruzas en la vida con una persona de la que no se por qué intuyes que es “honesta”. Primero te sorprende, luego la consideras un “bicho raro”.


Enfrentar la realidad

El no ser lo que somos, el intentar ser lo que queremos ser nos impide enfrentarnos con realismo frente a los conflictos que la vida trae consigo.

Quien vive siendo esclavo de una “imagen” de sí mismo a la cual no está dispuesto a renunciar, es como un coche que siempre va en quinta marcha… es incapaz de cambiar la marcha, y en alguna curva o frente a un atasco terminará en un “accidente” que puede costarle la misma vida.

La honestidad, que nace del escucharse a sí mismo, nos hace conscientes de nuestras posibilidades y de nuestros límites.

La honestidad es lo que nos da la oportunidad de afrontar una determinada situación de maneras diferentes. Tenemos distintas posibilidades de encarar la realidad que se nos presenta y buscar la mejor.


No siempre soy el mejor

Cuando no somos capaces de escucharnos a nosotros mismos, frente a cualquier problema o situación conflictiva tenderemos a echar la culpa a otros, la culpa siempre está fuera de nosotros, en el exterior.

Nos impide asumir nuestra responsabilidad. A la vez que nos impide ofrecer a lo demás lo mejor de nosotros mismos.

Ganaremos supuesta seguridad, pero perdemos mucho como personas.


La Iglesia debe escucharse a sí misma

Lo que venimos diciendo de la persona, lo podemos decir también de la Iglesia como conjunto.
Nos cuesta ser honestos y reconocer nuestras luces y sombras como institución. Llegamos a creernos que somos lo que deberíamos ser. Sin darnos cuenta traicionamos el mensaje que debemos transmitir y en vez de ayudar a las personas a ser más felices, les amargamos la vida, sin que nosotros seamos mejores.

Seamos honestos, escuchémonos a nosotros mismos con verdad y posiblemente seamos más felices y hagamos la vida más gozosa para los demás.

Esa es la finalidad de anuncio del Evangelio. No lo traicionemos buscando una seguridad personal o institucional a la que le faltaría honestidad. Nuestra misión es ser lugar de encuentro para todos los hombres y pueblos.

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WebJCP | Abril 2007