Dicen que un gitano acudió un día al párroco para pedirle que dijera una misa por su difunta señora. El párroco le acogió amablemente y apuntó en la libreta correspondiente el nombre de la señora. Preguntó a continuación qué día querían la misa, y el gitano le dijo que el 29 de junio. El sacerdote le indicó que ese día, por ser la fiesta de san Pedro y san Pablo, la misa tendría que ser de rojo, pero que él ya diría, y varias veces, el nombre de la señora. El gitano, aunque con una cara de no entender del todo el dato, aceptó.
Cuando llegó el día señalado, vino toda la numerosa familia a la iglesia y, antes de la misa, el gitano se acercó de nuevo a la sacristía. El sacerdote le aseguró que, en efecto, la misa iba a ser aplicada por su señora. Pero lo que el gitano quería decirle era esto: “Mire, con respecto a aquello que me dijo del color: las mujeres sí han aceptado, pero de los hombres ni uno solo ha querido venir de rojo”…
Después de la sonrisa, la moraleja. Porque no sólo con los gitanos, como en el caso (si es que pasó). Puede sucedernos con otros muchos de nuestros fieles. Los eclesiásticos tenemos una terminología específica, cuando no técnica, tanto en nuestras homilías como en nuestros avisos y comunicaciones, y nos creemos que la entienden todos. Pues no. A la amabilidad en acoger a las personas, hay que unir también una información y un lenguaje claros, que puedan entenderse fácilmente.
Después de proclamar las bienaventuranzas (domingo pasado), Jesús les dice a sus seguidores que deben ser “sal y luz”…
Basta poca sal para que la comida tenga sabor; el exceso de sal es perjudicial, lo importante no es comer sal, sino comida con sabor… ¿Qué nos dice esto? Pues que no nos abarrotemos de religión (en el sentido común de la palabra) sino de vida impregnada de sabor evangélico.
Y la sal se diluye humildemente en el alimento. No busquemos nuestro éxito ni el triunfo de la Iglesia. Busquemos el crecimiento de la persona y de la sociedad.
El otro símbolo que utiliza Jesús para hablar de nuestra misión es la luz. Y lo hace en la línea de los profetas. Isaías, en la primera lectura de hoy, nos ayuda a aterrizar en esto de la luz.
¿Cuándo brillará tu luz en las tinieblas?, pregunta el profeta. ¿Cuándo romperá tu luz como la aurora?
Y he aquí su insólita respuesta: cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia; cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente; cuando hospedes al pobre sin techo y vistas al que ves desnudo…
A esto se refiere Jesús cuando concluye: “Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.
La liberación es el signo de la presencia de Dios que reina entre los hombres; es manifestación de que su Reino no sólo está cerca, sino que está “dentro de vosotros”.
“Vosotros sois la luz del mundo…” Vosotros sois el signo de que Dios se ha comprometido con la historia de los hombres. Vosotros sois el germen de una sociedad sin fronteras.
¡Quizás no sea tan complicado vivir las bienaventuranzas!
Cuando llegó el día señalado, vino toda la numerosa familia a la iglesia y, antes de la misa, el gitano se acercó de nuevo a la sacristía. El sacerdote le aseguró que, en efecto, la misa iba a ser aplicada por su señora. Pero lo que el gitano quería decirle era esto: “Mire, con respecto a aquello que me dijo del color: las mujeres sí han aceptado, pero de los hombres ni uno solo ha querido venir de rojo”…
Después de la sonrisa, la moraleja. Porque no sólo con los gitanos, como en el caso (si es que pasó). Puede sucedernos con otros muchos de nuestros fieles. Los eclesiásticos tenemos una terminología específica, cuando no técnica, tanto en nuestras homilías como en nuestros avisos y comunicaciones, y nos creemos que la entienden todos. Pues no. A la amabilidad en acoger a las personas, hay que unir también una información y un lenguaje claros, que puedan entenderse fácilmente.
Ser sal y luz
Después de proclamar las bienaventuranzas (domingo pasado), Jesús les dice a sus seguidores que deben ser “sal y luz”…
Basta poca sal para que la comida tenga sabor; el exceso de sal es perjudicial, lo importante no es comer sal, sino comida con sabor… ¿Qué nos dice esto? Pues que no nos abarrotemos de religión (en el sentido común de la palabra) sino de vida impregnada de sabor evangélico.
Y la sal se diluye humildemente en el alimento. No busquemos nuestro éxito ni el triunfo de la Iglesia. Busquemos el crecimiento de la persona y de la sociedad.
El otro símbolo que utiliza Jesús para hablar de nuestra misión es la luz. Y lo hace en la línea de los profetas. Isaías, en la primera lectura de hoy, nos ayuda a aterrizar en esto de la luz.
¿Cuándo brillará tu luz en las tinieblas?, pregunta el profeta. ¿Cuándo romperá tu luz como la aurora?
Y he aquí su insólita respuesta: cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia; cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente; cuando hospedes al pobre sin techo y vistas al que ves desnudo…
A esto se refiere Jesús cuando concluye: “Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.
La liberación es el signo de la presencia de Dios que reina entre los hombres; es manifestación de que su Reino no sólo está cerca, sino que está “dentro de vosotros”.
“Vosotros sois la luz del mundo…” Vosotros sois el signo de que Dios se ha comprometido con la historia de los hombres. Vosotros sois el germen de una sociedad sin fronteras.
¡Quizás no sea tan complicado vivir las bienaventuranzas!








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