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viernes, 7 de enero de 2011

Nosotros ante el bautismo del Señor



Esta fiesta del Bautismo del Señor, cierra el tiempo de Navidad. Acabamos de celebrar en la Navidad y en la Epifanía el acontecimiento más grandioso de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, se ha hecho hombre como nosotros y ha revelado que nunca nos abandonará a un destino ciego en este mundo. Esta es la grandeza y la fuerza del misterio de la encarnación: nuestro Dios se comunica con la humanidad haciéndose hombre y asume en su divinidad a todos los humanos por su Hijo Jesucristo. Es la mayor manifestación de amor que puede concebirse, la mayor prueba de un amor inimaginable, infinito, del amor de Dios.

Hoy en esta festividad del Bautismo de Jesús por el Bautista, Jesús ya hombre maduro, anuncia un tiempo nuevo que nos reclama un cambio de mentalidad. Jesús quiere ser solidario con el pueblo, quiere participar en un movimiento de solidaridad con toda la humanidad en un proyecto suyo, en el que Él personalmente, con la fuerza del Espíritu, va a ser protagonista para transformar la historia. Jesús va a traer al mundo unas nuevas relaciones entre Dios y los hombres. Y hoy ante el Bautista, recibe el Espíritu de Dios que le garantiza su misión.

El bautismo de Jesús nos invita a pensar hoy en nuestro bautismo, en que Dios infundió también en nosotros su Espíritu.

El desafío que nos propone Jesús es participar en esta realidad que Él vive, dejarnos amar por Dios Padre, porque a medida que nos sentimos amados somos capaces de amar a otros. Lo que Jesús propone, lo que hace crecer el Reino, es una humanidad renovada, es lo que Jesús quiere impulsar al recrear en los humanos un corazón compasivo que se comprometa profundamente con el hermano y con toda la creación.

No son la penitencia y los símbolos arcaicos de la predicación de Juan los que van a cambiar el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que Dios sea verdaderamente el Señor de nuestra vida.

“Es mi hijo amado, escuchadle”, es la voz de lo alto. Al recibir Jesús el bautismo de Juan se oye la voz del Padre, que marca y sella la identidad de Jesús de Nazaret. Dios mismo está en Él, nadie como Jesús ha poseído ni poseerá la presencia del Espíritu de Dios. Jesús bautizado en el Jordán es el Hijo de Dios, Dios-Uno-con-nosotros.

Este episodio, el primero de la vida pública de Jesús nos trasmite un mensaje que no podemos dejar pasar por alto: nuestra fe, nuestra seguridad de que Dios está presente con nosotros en la historia y en el devenir de la humanidad. Un Dios que es amor, que nos ha creado a su “imagen y semejaza” por amor, y quiere que por encima de todo desterremos de nuestro corazón el odio, el desprecio, la exclusión e introduzcamos al Dios íntimo, misteriosamente presente, que se encarna en cada uno de nosotros para transformar con su Espíritu nuestro corazón, al permanecer en cada uno de nosotros hasta el fin de los tiempos con su presencia buena, benefactora.

Esta presencia de Jesús en nosotros nos llama a participar en una misión muy concreta, en la misión que Jesús el ungido, animado por el Espíritu divino, viene a desempeñar. Lo han anunciado San Pablo e Isaías en las lecturas que hemos escuchado: “Jesús viene a implantar el derecho y la justicia”. Jesús lo hizo, se empeñó en dignificar la vida de todos aquellos con quienes se encontró por los caminos de Galilea y que vivían sin la dignidad, sin los medios y sin la felicidad que el Padre quiere para sus hijas e hijos.

La acogida de Jesús a los marginados, que Él encontró en aquella sociedad en la que Él vivía, inaugura un mundo nuevo y una nueva humanidad, una nueva forma de entendernos y de relacionarnos los seres humanos. Al participar del espíritu de Jesús estamos llamados a unirnos a Él para realizar en nuestra vida, con nuestra determinación y nuestro esfuerzo, la instauración en nuestro mundo la fraternidad universal, que hará presente el Reino de Dios, que Jesús viene a instaurar en toda la humanidad.

Esto nos pide a todos los miembros de la comunidad creyente, el que hemos de recordar y actualizar nuestra condición personal de bautizados en el nombre del Señor Jesús. El sacramento del Bautismo, que nos une y nos configura con Cristo Jesús, es “el más bello y el más sublime de los dones de Dios”. Nuestra condición de bautizados debe instarnos a vivir siempre dando gracias, buscando en nuestra vida caminos de coherencia en conformidad con nuestra condición de discípulos y seguidores de Jesús. Nuestra misión de ungidos por el Espíritu, de creyentes cristianos, es la misma que dinamizó toda la vida del Señor Jesús.

Este inicio que hoy conmemoramos del caminar nuevo de Jesús en su vida pública, debe significar para nosotros una verdadera renovación de nuestro caminar, de nuestro vivir siguiéndole a Él.

Al igual que Él, también nosotros deberíamos pasar por el mundo haciendo el bien y ayudando a todos los oprimidos por cualquier tipo de mal. El sufrimiento, lo vemos a diario, sigue estando aquí entre nosotros, marcando y lacerando la vida de no pocas personas. Lo encontramos a cada paso en nuestros días. Serán compañeros de trabajo, familiares nuestros, tantos…que sufren la actual situación social que vivimos, que sufren de muchas maneras la tristeza en sus vidas, la exclusión social, tantas desgracias.

Bautizados en el nombre de Cristo Jesús, fieles a su mismo Espíritu, también nosotros cada día hemos de ser fieles como Él en la “búsqueda del derecho y de la justicia” para tantos seres humanos que carecen de ambos.

Este nuevo año, que comienza en estos días, debe significar un deseo, una determinación de seguir a Jesús. Se nos pide un verdadero examen para señalar en nuestra conciencia todo aquello que Jesús está esperando de cada uno de nosotros.

Nos ha dado su espíritu, seamos responsables, sintámonos de verdad amados por Él, comprendamos que viene a amarnos a todos, a que vivamos como hermanos, no dejemos de tener presente la realidad social en la que vivimos, su presencia nos impulsa y apoya, y nos llama a poner vida a nuestro derredor.

No podemos pasar por alto que en nuestra tarea por el Reino de Dios ya son muchos los que están comprometidos, no seremos nosotros nuevos ni estaremos solos. Hay legión, unos creyentes y otros no creyentes, que se mueven hacia la realidad de un mundo más justo y más humano. Que seamos nosotros uno más con ellos.

Así seguiremos configurándonos con Cristo en nuestra comunión con Él, que comenzó en nuestro bautismo, en el que también “se pronunció desde lo alto eres mi hijo amado, tengo en ti mis complacencias”.

Seamos dignos de ello.

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WebJCP | Abril 2007