A UN AÑO DEL VIOLENTO TERREMOTO
Sin asistencia oficial y más pobres que antes del sismo, siguen viviendo en tolderías precarias dentro de un estadio de Puerto Príncipe. Las historias de las familias que sobreviven gracias a la fe, que a veces, reconocen, también se pierde.
"Estaremos aquí por un largo tiempo aún, tal vez no salgamos jamás". Idamente, una madre de diez hijos, continúa "alojada" en el mismo estadio del suburbio de Puerto Príncipe un año después del terremoto que devastó la capital haitiana.
Esta mujer de unos cincuenta años vive a la sombra de la iglesia Santa Teresa de Pétion-Ville, destruida por el temblor que causó la muerte de al menos 220.000 personas en el país más pobre de América.
Cerca de ella, dos niños corren, gritan y juegan a hacer girar una vieja silla en la entrada del pequeño estadio de fútbol que alberga desde hace un año a cientos de personas sin techo.
Las lonas bajo las cuales se cobijan las familias están ajadas y descoloridas. Pero la gente no se ha movido. Al contrario, el parque cuenta con nuevos ocupantes. Incluso la familia de Idamente se agrandó con la pequeña Milona, de 3 meses.
"Fue concebida aquí", dice la madre, cuyo hijo mayor tiene 28 años.
A pesar de la masiva intervención de las asociaciones humanitarias, Idamente no vislumbra mejorías en su "miserable" existencia. "Estamos a la gracia de extranjeros que quieren hacer cosas, pero el gobierno no tiene proyectos para nosotros", dice la mujer con desolación.
Algo más lejos se ven unas mujeres atareadas detrás de sus pequeños comercios instalados de cualquier modo. Un hombre pedalea con energía en una máquina de coser. "Fue hace un año, pero nadie lo olvida", dice Alfred Louis Dos, sastre de profesión.
"Nadie lo ha olvidado, pero la vida continúa. Yo retomé mi oficio tiempo después de la catástrofe. Tengo una familia que alimentar, debo asegurar la escolaridad de mis hijos", dice Alfred, de 57 años.
Llegado a este lugar al día siguiente del sismo, huyendo de su villa miseria totalmente arrasada, este padre de seis hijos recuerda los primeros momentos casi sin emoción.
"Durante el sismo yo gritaba 'la sangre de Jesús' y unos momentos después descubrí mi pequeña casa derrumbada y mi familia dispersada", comenta Alfred, que recuerda la enorme muchedumbre presente en el estadio a su llegada.
"La gente dormía por todas partes, algunos montaban sus refugios con restos de telas, pedazos de tablas y chapas viejas para cobijar a sus hijos".
Alfred podría pasarse horas contando su historia, como para desahogarse. Con una sonrisa sin dientes, recuerda los momentos más difíciles: "Las temporadas de lluvias, dormíamos parados, empapados".
"Gracias a Dios todavía estamos vivos", dice Alfred, condenando a las autoridades, "esa gente de mala fe que no ha hecho nada para cambiar nuestra situación". "No deberíamos seguir en el mismo lugar".
Su hija Marie-Flore, de 25 años, también se encomienda a Dios, aunque reconoce que estuvo a punto de perder la fe con el shock del sismo.
"Tenía mucho miedo y me había desentendido un poco. Pero ahora ya está, retomé el camino de la fe y creo que sólo Jesús a su regreso cambiará Haití", dice la joven.
Fuente: AFP
"Estaremos aquí por un largo tiempo aún, tal vez no salgamos jamás". Idamente, una madre de diez hijos, continúa "alojada" en el mismo estadio del suburbio de Puerto Príncipe un año después del terremoto que devastó la capital haitiana.
Esta mujer de unos cincuenta años vive a la sombra de la iglesia Santa Teresa de Pétion-Ville, destruida por el temblor que causó la muerte de al menos 220.000 personas en el país más pobre de América.
Cerca de ella, dos niños corren, gritan y juegan a hacer girar una vieja silla en la entrada del pequeño estadio de fútbol que alberga desde hace un año a cientos de personas sin techo.
Las lonas bajo las cuales se cobijan las familias están ajadas y descoloridas. Pero la gente no se ha movido. Al contrario, el parque cuenta con nuevos ocupantes. Incluso la familia de Idamente se agrandó con la pequeña Milona, de 3 meses.
"Fue concebida aquí", dice la madre, cuyo hijo mayor tiene 28 años.
A pesar de la masiva intervención de las asociaciones humanitarias, Idamente no vislumbra mejorías en su "miserable" existencia. "Estamos a la gracia de extranjeros que quieren hacer cosas, pero el gobierno no tiene proyectos para nosotros", dice la mujer con desolación.
Algo más lejos se ven unas mujeres atareadas detrás de sus pequeños comercios instalados de cualquier modo. Un hombre pedalea con energía en una máquina de coser. "Fue hace un año, pero nadie lo olvida", dice Alfred Louis Dos, sastre de profesión.
"Nadie lo ha olvidado, pero la vida continúa. Yo retomé mi oficio tiempo después de la catástrofe. Tengo una familia que alimentar, debo asegurar la escolaridad de mis hijos", dice Alfred, de 57 años.
Llegado a este lugar al día siguiente del sismo, huyendo de su villa miseria totalmente arrasada, este padre de seis hijos recuerda los primeros momentos casi sin emoción.
"Durante el sismo yo gritaba 'la sangre de Jesús' y unos momentos después descubrí mi pequeña casa derrumbada y mi familia dispersada", comenta Alfred, que recuerda la enorme muchedumbre presente en el estadio a su llegada.
"La gente dormía por todas partes, algunos montaban sus refugios con restos de telas, pedazos de tablas y chapas viejas para cobijar a sus hijos".
Alfred podría pasarse horas contando su historia, como para desahogarse. Con una sonrisa sin dientes, recuerda los momentos más difíciles: "Las temporadas de lluvias, dormíamos parados, empapados".
"Gracias a Dios todavía estamos vivos", dice Alfred, condenando a las autoridades, "esa gente de mala fe que no ha hecho nada para cambiar nuestra situación". "No deberíamos seguir en el mismo lugar".
Su hija Marie-Flore, de 25 años, también se encomienda a Dios, aunque reconoce que estuvo a punto de perder la fe con el shock del sismo.
"Tenía mucho miedo y me había desentendido un poco. Pero ahora ya está, retomé el camino de la fe y creo que sólo Jesús a su regreso cambiará Haití", dice la joven.
Fuente: AFP
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