Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
El día de Reyes una señora suplicaba a su marido que la acompañara a la iglesia. Éste se negó. La idea de que Dios se hiciera hombre y que una estrella guiara a los tres Reyes hasta Belén le parecía tan absurda que se negaba a creer.
Desde su ventana veía la nieve caer copiosamente y pensaba en los pájaros que no encontraban las semillas que les había dejado para que se alimentaran. Se puso el abrigo y salió para abrir de par en par la puerta de la cochera y echar allí más semillas pero los pájaros no entraron. Dio todas las luces para que entraran, pero estaban demasiado asustados. Se van a morir de hambre pensaba. Estaban a unos metros de la comida y del agua y no la encontraban.
"Oh, si yo fuera un pájaro", pensó para sus adentros, "yo les enseñaría el camino y los llevaría hasta el agua y la comida".
En ese momento sonaron las campanas de la iglesia y cayó en la cuenta de que el hijo de Dios y su estrella se hicieron presentes para enseñarnos el camino que lleva a la vida eterna. Dios sólo podía enseñarnos el camino haciéndose como uno de nosotros.
La liturgia nos recuerda hoy la simbólica historia de los tres reyes magos.
La historia de tres hombres que se pusieron en camino para dejarse llevar confiadamente a donde una estrella misteriosa los quisiera guiar.
La fe, por definición, implica la idea de un largo y complicado viaje.
A Dios no se le puede encontrar por apoderados, por poderes. Este fue el error de Herodes.
Los tres reyes magos sabían que era importante seguir la estrella, era su búsqueda personal, su gran oportunidad de encontrarse y adorar al Rey de Reyes.
No basta conocer la biografía de un tal Jesús. La fe no se hereda como las joyas familiares, ni se nos da repitiendo lo que otros han dicho muy bien y bonito sobre Jesús.
Como los tres reyes tenemos que viajar, tenemos que buscar y tenemos que decidir creer en Jesús personalmente y con la gracia de Dios.
Los tres reyes pidieron ayuda a otras personas en su búsqueda del Rey.
En nuestro afán de independencia, de resolver nuestros problemas a solas, no pedimos ayuda a los demás. Unas veces por no molestar y otras por miedo a parecer débiles o tontos nos privamos de la sabiduría de los hermanos.
Cuando nuestros tres reyes llegaron a Jerusalén sabían que estaban en la zona buena pero no encontraban el lugar exacto. El GPS no lo localizaba. Pero preguntaron a los expertos y lo encontraron. Preguntaron y recibieron. De nuevo se pusieron en camino y la estrella volvió a brillar.
En el viaje de la fe hay muchas personas que nos pueden ayudar si somos atrevidos y sabios para preguntar. Ni somos islas ni lo sabemos todo, todos somos deudores, todos necesitamos de los demás y en el terreno de la fe necesitamos toda la ayuda que los demás y Dios nos pueden brindar. Aceptémosla con humildad y sigamos nuestro viaje hasta el final.
En esta historia enfatizamos más de la cuenta lo que los tres reyes ofrecieron, sus regalos. No nos fijamos en lo que recibieron.
Buscan un rey y se encuentran con un establo, un carpintero, una pobre mujer y un niño. Nada maravilloso. Todos los signos externos parecen contradecirles. Pero lo aceptan ya que la estrella que han seguido, fija en el cielo, apunta al establo. Aceptan el signo de Dios e ignoran el resto.
No esperemos ni la alfombra roja ni una salva de 21 cañonazos, Dios se manifiesta en los aspectos más cotidianos de la vida, en la casa, en el trabajo, en el juego…
El secreto está en
- buscar la sabiduría,
- viajar con fe a un encuentro personal con Dios,
- pedir ayuda a lo largo del camino,
- aceptar lo que encontremos aún disfrazado de debilidad,
- creer
Desde su ventana veía la nieve caer copiosamente y pensaba en los pájaros que no encontraban las semillas que les había dejado para que se alimentaran. Se puso el abrigo y salió para abrir de par en par la puerta de la cochera y echar allí más semillas pero los pájaros no entraron. Dio todas las luces para que entraran, pero estaban demasiado asustados. Se van a morir de hambre pensaba. Estaban a unos metros de la comida y del agua y no la encontraban.
"Oh, si yo fuera un pájaro", pensó para sus adentros, "yo les enseñaría el camino y los llevaría hasta el agua y la comida".
En ese momento sonaron las campanas de la iglesia y cayó en la cuenta de que el hijo de Dios y su estrella se hicieron presentes para enseñarnos el camino que lleva a la vida eterna. Dios sólo podía enseñarnos el camino haciéndose como uno de nosotros.
La liturgia nos recuerda hoy la simbólica historia de los tres reyes magos.
La historia de tres hombres que se pusieron en camino para dejarse llevar confiadamente a donde una estrella misteriosa los quisiera guiar.
La fe, por definición, implica la idea de un largo y complicado viaje.
A Dios no se le puede encontrar por apoderados, por poderes. Este fue el error de Herodes.
Los tres reyes magos sabían que era importante seguir la estrella, era su búsqueda personal, su gran oportunidad de encontrarse y adorar al Rey de Reyes.
No basta conocer la biografía de un tal Jesús. La fe no se hereda como las joyas familiares, ni se nos da repitiendo lo que otros han dicho muy bien y bonito sobre Jesús.
Como los tres reyes tenemos que viajar, tenemos que buscar y tenemos que decidir creer en Jesús personalmente y con la gracia de Dios.
Los tres reyes pidieron ayuda a otras personas en su búsqueda del Rey.
En nuestro afán de independencia, de resolver nuestros problemas a solas, no pedimos ayuda a los demás. Unas veces por no molestar y otras por miedo a parecer débiles o tontos nos privamos de la sabiduría de los hermanos.
Cuando nuestros tres reyes llegaron a Jerusalén sabían que estaban en la zona buena pero no encontraban el lugar exacto. El GPS no lo localizaba. Pero preguntaron a los expertos y lo encontraron. Preguntaron y recibieron. De nuevo se pusieron en camino y la estrella volvió a brillar.
En el viaje de la fe hay muchas personas que nos pueden ayudar si somos atrevidos y sabios para preguntar. Ni somos islas ni lo sabemos todo, todos somos deudores, todos necesitamos de los demás y en el terreno de la fe necesitamos toda la ayuda que los demás y Dios nos pueden brindar. Aceptémosla con humildad y sigamos nuestro viaje hasta el final.
En esta historia enfatizamos más de la cuenta lo que los tres reyes ofrecieron, sus regalos. No nos fijamos en lo que recibieron.
Buscan un rey y se encuentran con un establo, un carpintero, una pobre mujer y un niño. Nada maravilloso. Todos los signos externos parecen contradecirles. Pero lo aceptan ya que la estrella que han seguido, fija en el cielo, apunta al establo. Aceptan el signo de Dios e ignoran el resto.
No esperemos ni la alfombra roja ni una salva de 21 cañonazos, Dios se manifiesta en los aspectos más cotidianos de la vida, en la casa, en el trabajo, en el juego…
El secreto está en
- buscar la sabiduría,
- viajar con fe a un encuentro personal con Dios,
- pedir ayuda a lo largo del camino,
- aceptar lo que encontremos aún disfrazado de debilidad,
- creer
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