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MISIONEROS EN CAMINO: Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (Lc 2, 16-21): AL SERVICIO DE LA PAZ
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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (Lc 2, 16-21): AL SERVICIO DE LA PAZ



El saludo obligado hoy es: ¡Feliz año nuevo, lleno de ventura, salud, paz y bien! Entre las múltiples ideas que confluyen en este día: Octava del misterio de Navidad, Circuncisión y Nombre de Jesús, maternidad divina de María, Año Nuevo y Jornada Mundial de la Paz, nos fijamos en el presente año en ésta última: Jornada de la Paz (instituida por el papa Pablo VI en 1968).
1. Una palabra gastada. Por medio de Santa María, Madre de Dios, recibimos a Cristo que es nuestra paz. Él es Dios que llega a nuestro mundo en raza humana, "nacido de una mujer". Dios se hace hombre para que éste se convierta en hijo de Dios por adopción (2ª lect.). Se realiza así en plenitud la bendición de Dios a los israelitas con su paz (1ª lect.).
Hoy nos deseamos mutuamente un Feliz Año, lleno de paz. Sin duda, lo hacemos con sinceridad. Aunque siempre acecha el peligro de la fórmula estereotipada, pues la palabra "paz" es una de las más gastadas del diccionario. Ya casi no significa nada, de tanto manipularla. Sin embargo, la aspiración a la paz es una constante infatigable en la historia de la humanidad, y, al mismo tiempo y paradójicamente, es la ausencia más sentida en la historia de los pueblos.
Desde el crimen de Caín la guerra parece ser nuestra compañera inseparable de viaje. Porque no sólo cuenta el estallido declarado de las armas; también la guerra fría, la violencia, el terrorismo, los atentados, secuestros y atracos, la opresión, la violación de los derechos humanos, la agresividad, la explotación del hombre por el hombre de múltiples formas.
Son innegables el adelanto cultural y el asombroso progreso técnico. Sin embargo, hay una asignatura que siempre nos queda sin aprobar: la lección de la paz. Suspenso anual durante siglos. La "paz armada", de hoy y de siempre, es un pingüe negocio, una industria descomunal, una mina fabulosa de dinero. Millones de hombres jóvenes en todo el mundo están sobre las armas, y miles de cerebros científicos emplean su talento para la destrucción de la humanidad, cuando podrían hacerlo para servir a la vida, especialmente donde más urge.
Lo más triste es que la carrera de armamentos corre paralela a la curva ascendente del hambre, la enfermedad, la incultura y la miseria, cuyas estadísticas e imágenes gráficas son escalofriantes. La guerra es un capricho y un juguete muy caro. ¡Cuántas escuelas, hospitales, carreteras, viviendas, universidades y bibliotecas podrían construirse con el dinero de las armas!

2. Cristo es nuestra esperanza de paz. Las crónicas resumen del año, aparecidas en los medios de información, pueden resultar poco alentadoras en muchos aspectos. Pero no vamos a recargar sombriamente las tintas al principio de un año nuevo que nos deseamos feliz. Abramos más bien una ventana a la brisa de esperanza que nos llega desde el portal de Belén, donde una joven madre, María, nos da a Jesús que es nuestra PAZ (Ef 2,14).
Por medio de la maternidad divina de María, Dios ha entrado en nuestro año y es Dios-con-nosotros, dentro de la historia humana. En el anuncio del ángel a los pastores se escucha: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama. Desde entonces es posible la paz en nuestro bajo mundo; porque Dios nos ama. Y el Niño es el signo de esa paz. Jesús es el sacramento del encuentro de Dios con el hombre en la paz que da el amor; sabernos amados de Dios y amando a nuestra vez con el amor con que somos amados, es fuente de paz verdadera.
Desde ahora es posible la paz, la felicidad, el amor y la fraternidad entre los hombres. Son las paradojas de Dios: un bebé indefenso y frágil en brazos de una pobre mujer del pueblo, trae el secreto y la auténtica arma para la paz: EL AMOR. Más eficaz que todos los pactos y conferencias de desarme. ¿Ilusión utópica? Es que olvidamos que construye más paz un solo gramo de amor que millones de toneladas de armas, misiles y explosivos.

3. Compromiso personal con la paz. No sólo los demás están armados. Cada uno tiene armado su corazón a la defensiva por la soberbia, y en plan agresivo por el ansia de dominio. Pues bien, mientras no nos desarmemos todos completamente, por dentro y por fuera es un sarcasmo y una comedia desearnos paz y felicidad. Mientras no estemos en paz con Dios, con nuestra conciencia, con los de casa y el resto de los familiares, con los vecinos, amigos y compañeros de trabajo, así como con todos los ciudadanos, es inútil descorchar la espuma del champán. Esas burbujas no son más que un espejismo, un engaño más. Y no habrá paz sin fraternidad, justicia, libertad y amor. El desarrollo humano integral, animado por el amor, es el nuevo nombre de la paz.
Convirtamos nuestro corazón a la bienaventuranza evangélica de la paz, sin ceder al pesimismo derrotista y menos todavía a la tentación de la intransigencia, del fanatismo, de la violencia, de la guerra fría o caliente. Cristo dijo: Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Alentemos toda iniciativa en pro de la paz y el desarme en todos los aspectos, sin quedarnos en mera simpatía y en vagos deseos. Tarea obligada del cristiano es ser constructor de la paz. Así no pasará en vano la Navidad ni el año que nace.
Es fácil echar a los demás la culpa por la ausencia de paz en nuestro entorno. Pero no solamente los que gobiernan el mundo y las naciones han de construir la paz; a todos nos toca esa tarea, y más a los cristianos. Cada hogar ha de ser una escuela de paz, educando a las nuevas generaciones para la convivencia, el servicio, la fraternidad, la solidaridad, la reconciliación; y no para la agresividad y la intolerancia.
El año nuevo que estrenamos es una oportunidad nueva para gestos de paz. Revaloricemos hoy el don mutuo de la paz.

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WebJCP | Abril 2007