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domingo, 5 de diciembre de 2010

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO- CICLO A: DAD FRUTOS QUE PRUEBEN VUESTRA CONVERSIÓN


Publicado por Pastoral Vocacional

A veces ocurre, o a algunos nos ocurre, que cuando estamos esperando un acontecimiento importante o a una persona querida, gozamos casi más que en el momento en que ese encuentro se realiza. Pues bien, el Adviento, tiempo de esperanza, es un tiempo de alegría. Pero no se trata de una alegría fácil, superficial y sin sentido, sino profunda, espiritual, e ilusionante.
La alegría es muy grande porque nos preparamos para la mayor fiesta que podíamos imaginar: el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre. Es el mayor milagro y regalo de Dios.
Dios es el único que puede realizar cosas imposibles, como hacer brotar de un tronco viejo y seco, el tronco de Jesé, un renuevo lleno de vida, el Mesías Salvador del mundo, que viene a hacer posible la paz, la justicia y la fraternidad universal, la reconciliación de los hombres entre sí, con Dios, y con la creación entera.
Por aquel tiempo, dice el evangelio, Juan, un tipo muy original, gritaba en el desierto de Judea: “Convertíos, porque está cerca el reino de Dios” Y es queel Reino de Dios no llega si no hay conversión.
La conversión es cambio radical: significa echar fuera el pecado y cambiar el corazón, las actitudes profundas. No basta un maquillaje cualquiera. El mismo Bautista resultaba, con su estilo de vida, una provocación. Decía: “Dad frutos que prueben vuestra conversión”. Y los frutos, entonces como ahora, son siempre los mismos: la honradez, la justicia, la humildad, la comprensión mutua, la solidaridad, el respeto y cumplimiento de la ley de Dios.
El salmo responsorial ha resumido muy bien las promesas y esperanzas del profeta Isaías: "que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente". Justicia y paz eran los distintivos de los días del Mesías. El profeta anunciaba que el enviado de Dios "no juzgará por apariencias, defenderá con justicia al desamparado, con equidad dará sentencia al pobre", y hará reinar la paz y la concordia ("habitará el lobo con el cordero...").
Si miramos hoy a nuestro mundo, nos damos perfecta cuenta de que la Navidad de hace dos mil años, no fue más que la inauguración de un tiempo nuevo, pero todavía tenemos mucho que crecer en justicia y en paz. Todavía hay mucho que cambiar en nuestra vida personal y social, para que se pueda decir que ya estamos en los días del Salvador, días de justicia y de paz.
También Pablo pedía a Dios, fuente de toda paciencia y consuelo: "os conceda estar de acuerdo entre vosotros". Si conseguimos que haya más comprensión y armonía en nuestras familias y en nuestras relaciones con los demás (“acogeos mutuamente como Cristo os acogió”), habrá valido la pena preparar y celebrar la Navidad de este difícil año 2.010.
Para nosotros HOY, el Señor está llegando, siempre está llegando, pero hay que abrir caminos y allanar senderos. Si las fronteras o las barricadas que levantamos le impiden el paso, no llegará.
Para acoger el Reino de Dios, tenemos que cambiar radicalmente: renunciar a nuestros egoísmos, violencias e injusticias, y abrir el corazón al Espíritu de Dios, al amor de Dios que transforme nuestras vidas.
Juan decía: “Yo os bautizo con agua, pero el que viene detrás de mí os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Esto quiere decir que el Señor a quien hay que preparar el camino, viene a quemar, a purificar, a transformar nuestras actitudes. Esto significa que el Adviento y la Navidad, con ser la fiesta de la venida salvadora de Dios, es a la vez una llamada a que tomemos en serio esta venida. Ahora se hacen muchos preparativos para celebrar estas “fiestas”, no se dice Navidad; se desea con mensajes y regalos felicidad, pero no se dice en qué consiste la felicidad y a qué precio hay que comprarla. ¡Cuánto engaño y mentira! En este ambiente cultural y social, los creyentes nos preparamos para celebrar, en adoración y acción de gracias, el gran misterio de la Navidad, que nos abre la posibilidad de cambiar el mundo, haciendo realidad nuestros deseos más grandes de justicia, de paz y de amor.
En este tiempo de Adviento, ¿cuál es tu experiencia? Puede que te sientas vacío, como árbol seco y sin fruto, o como un árbol herido por el dolor, doblado por la enfermedad y el sufrimiento. No importa. Este es el tiempo de la esperanza. Dios puede hacer que brote en ti un renuevo de vida. El Espíritu todo lo puede. Abramos a él nuestro corazón y celebraremos con inmenso gozo la venida del Señor.

Los sacerdotes hemos de ser profetas de esperanza, invitando a los hombres a abrir las puertas a Cristo, el Salvador. Una misión siempre urgente y de frutos insospechados.


Julio García Velasco

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WebJCP | Abril 2007