Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Cuando nace un niño inmediatamente buscamos parecidos. Unos dicen: mira, tiene los ojos como los del padre; otros señalan su sonrisa que se parece a la de la madre.
Estos parecidos son genéticamente transmitidos de generación en generación.
San Pablo nos invita, en la lectura de hoy, a reproducir nuestra semejanza con Cristo en virtud de nuestra pertenencia a la familia de Dios.
Los miembros de la familia, no por la sangre, sino por la fe estamos llamados a reflejar la bondad y la santidad de nuestro Padre Dios y de nuestro hermano Jesucristo.
La gente que nos mira y observa debería poder reconocer nuestra semejanza con Jesús, no en nuestros ojos o en la nariz sino en nuestra mente y en nuestro corazón, en nuestra manera de vivir y de amar.
"Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada", nos recomienda San Pablo.
A la familia se la define como "la escuela del amor" y como "la iglesia doméstica". Nosotros la podemos definir como una "mini-iglesia.
En la iglesia primitiva la iglesia era esencialmente una iglesia doméstica. No existían ni catedrales, ni iglesias, ni ermitas, no edificios donde los cristianos pudieran congregarse.
Los cristianos se reunían en una casa para celebrar la eucaristía. Era literalmente una iglesia familia. Cuando los cristianos se hicieron más numerosos edificaron templos y la familia y la iglesia se convirtieron en experiencias separadas.
El fin de la familia es formar buenos ciudadanos y el fin de la iglesia es hacernos a todos buenos cristianos. Si la familia es una mini-iglesia, ésta debería ayudar a sus miembros a encontrar a Dios en la vida de cada día y en los momentos festivos.
En la Iglesia celebramos los sacramentos pero en la familia celebramos y creamos los nuevos sacramentales: pequeños y originales ritos que nos recuerdan a Dios y lo hacen presente en nuestras actividades.
La familia es el lugar providencial donde somos formados como humanos y como cristianos.
Cada uno de nosotros tenemos nuestro personal "Nazaret" donde aprendemos a obedecer para crecer en sabiduría, edad y gracia ante Dios y los hombres.
Este es el magnífico don de la familia. Este es el don que recordamos y celebramos hoy, el don de la Sagrada Familia, María, José y Jesús.
Estos parecidos son genéticamente transmitidos de generación en generación.
San Pablo nos invita, en la lectura de hoy, a reproducir nuestra semejanza con Cristo en virtud de nuestra pertenencia a la familia de Dios.
Los miembros de la familia, no por la sangre, sino por la fe estamos llamados a reflejar la bondad y la santidad de nuestro Padre Dios y de nuestro hermano Jesucristo.
La gente que nos mira y observa debería poder reconocer nuestra semejanza con Jesús, no en nuestros ojos o en la nariz sino en nuestra mente y en nuestro corazón, en nuestra manera de vivir y de amar.
"Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada", nos recomienda San Pablo.
A la familia se la define como "la escuela del amor" y como "la iglesia doméstica". Nosotros la podemos definir como una "mini-iglesia.
En la iglesia primitiva la iglesia era esencialmente una iglesia doméstica. No existían ni catedrales, ni iglesias, ni ermitas, no edificios donde los cristianos pudieran congregarse.
Los cristianos se reunían en una casa para celebrar la eucaristía. Era literalmente una iglesia familia. Cuando los cristianos se hicieron más numerosos edificaron templos y la familia y la iglesia se convirtieron en experiencias separadas.
El fin de la familia es formar buenos ciudadanos y el fin de la iglesia es hacernos a todos buenos cristianos. Si la familia es una mini-iglesia, ésta debería ayudar a sus miembros a encontrar a Dios en la vida de cada día y en los momentos festivos.
En la Iglesia celebramos los sacramentos pero en la familia celebramos y creamos los nuevos sacramentales: pequeños y originales ritos que nos recuerdan a Dios y lo hacen presente en nuestras actividades.
La familia es el lugar providencial donde somos formados como humanos y como cristianos.
Cada uno de nosotros tenemos nuestro personal "Nazaret" donde aprendemos a obedecer para crecer en sabiduría, edad y gracia ante Dios y los hombres.
Este es el magnífico don de la familia. Este es el don que recordamos y celebramos hoy, el don de la Sagrada Familia, María, José y Jesús.
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