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lunes, 1 de noviembre de 2010

Una forma de vivir

Solemnidad de Todos los Santos, 1 de noviembre de 2010
Por José Mª Castillo

Evangelio: Mt 5, 1-12a

Jesús dijo en las bienaventuranzas pensando en su comunidad de discípulos y, por tanto, dirigiéndose a ellos. Las bienaventuranzas, dichas a todo el mundo, o sea a personas que ni conocen el proyecto de Jesús, ni eso les interesa, son un mensaje que carece de sentido. Es más, no sólo no tienen sentido, sino que las bienaventuranzas, como mensaje para quien no coincide con lo criterios que configuran las comunidad cristiana, son un contra-sentido. ¿Qué sentido puede tener decir a los pobres, a los que sufren, lloran y se ven perseguidos, que ellos son los “dichosos”, los que se deben sentir felices en este mundo?


Las bienaventuranzas expresan los efectos sorprendentes y las inesperadas consecuencias que produce el mensaje del Evangelio cuando éste llega a ser la “convicción” que determina la vida de un grupo humano. Un grupo que se rige y organiza su vida a partir de lo que vivió y dijo Jesús, es un espacio humano en el que se producen hechos increíbles: los pobres dejan de ser unos desgraciados y se sienten felices, los que sufren y lloran encuentran el remedio para sus males. Los perseguidos y calumniados se dan cuenta de que el odio y la maldad de los demás no les hacen daño y que vale la pena pasar por encima de todo eso. Porque la dicha que se vive en la comunidad de discípulos vale más que cualquier otra cosa.

Si efectivamente las bienaventuranzas expresan los frutos que se producen en una comunidad de personas que creen en Jesús y los siguen entonces hay que llegar a la conclusión de que Jesús no pensó ni pudo pensar, en que su mensaje podría (y tendría que) abarcar a toda la sociedad. Porque es absurdo pensar que toda la sociedad va a pensar así y va a vivir así. Una religión puede configurar a una sociedad entera, a una cultura, a millones de personas. Las bienaventuranzas no pueden abarcar tanto. Para eso sería necesario modificar la condición humana. El cristianismo y la iglesia han preferido la “extensión” a costa de la “autenticidad”. Hablamos de más de mil millones de cristianos. Pero, realmente, ¿somos tantos? Los pobres “cristianos”, ¿son felices?; ¿y los que sufren y lloran?, ¿qué hemos hecho del Evangelio? Mera palabrería vacía de contenido.

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WebJCP | Abril 2007