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viernes, 12 de noviembre de 2010

Palabra de Misión: No sirve el amor para mañana / Trigésimotercero Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C – Lc. 21, 5-19


Publicado por Leonardo Biolatto

Como ocurre en cada final de los ciclos litúrgicos, nos concentramos en las palabras más apocalípticas de Jesús. Los estudiosos llaman apocalipsis sinóptico a los textos conservados por Marcos, Mateo y Lucas como discurso del Señor sobre los últimos tiempos. En Marcos lo encontramos en su capítulo 13, en Mateo en el capítulo 24 y en Lucas en el capítulo 21. De cualquiera de las tres maneras, nos encontramos en la sección final de la vida narrada del Maestro. Por lo tanto, este texto no puede entenderse sin todos los capítulos previos de cada Evangelio. Es imposible interpretar las frases de este Jesús apocalíptico sin tener en cuenta el mensaje total jesuánico. Porque, convengamos, la primera impresión al tomar estas perícopas es que ha sido un rejunte de sentencias, más o menos históricas, sin demasiado nexo entre sí. Algunos biblistas postulan como teoría la existencia, anterior a Marcos, de un panfleto elaborado por grupos entusiastas del regreso inminente de Jesús. Este panfleto, probablemente redactado entre los años 40 y 60 d.C., habría sido tomado por Marcos, quien le produciría modificaciones propias de su teología. Mateo y Lucas adaptarían para sus libros la adaptación marquiana. En estos sucesivos pasajes, cada uno elegiría lo conveniente y agregaría lo necesario para su época y su comunidad.

Lucas es quien más en claro deja la situación. Para él, una cosa es la destrucción de Jerusalén y del Templo (sucedida en el 70 d.C.), y otra muy distinta es el fin del mundo. En todo caso, ambos acontecimientos forman parte del devenir de la historia de la salvación, pero eso no significa que uno implique al otro en lo inmediato. Recordemos que Lucas es el evangelista más histórico, en el sentido que intenta trazar etapas dentro de una gran historia universal de la salvación. Hay una etapa propia del Antiguo Testamento, una etapa de Jesús y una etapa del Espíritu Santo y la Iglesia. El resumen de las tres etapas es la venida del Hijo del Hombre (cf. Lc. 21, 27). Resumen porque la historia, sin ser circular, se resuelve a la manera del Reino. La venida del Hijo del Hombre es la llegada de un estado de bienestar y justicia, un punto de respuestas para el caminar humano. En el Reino, la mesa será compartida, la justicia social se instaurará, no habrá males ni enfermedades ni calamidades. En el Reino consumado, Dios es la manifestación total del amor que lo envuelve todo y no deja lugar a dudas. Durante el tiempo que corresponde a la historia, es obvio que habrá catástrofes, guerras, pestes y hambre generalizada. Las hubo y las seguirá habiendo mientras dure el peregrinar humano sobre la tierra. No se pueden ver allí signos de la venida inminente del fin del mundo. Eso lo ven los falsos profetas, los que se auto-denominan Cristo sin serlo y los predicadores apocalípticos. Contra ellos advierte Jesús. Ellos son los engañadores. El texto griego lucano menciona el verbo planao, que puede traducirse como engañar o descarriar, pero también como seducir. Y es que los mensajes sobre un posible fin del mundo son seductores; de eso se aprovechan muchísimos para llenar sus templos. A las masas les encanta oír lo desgraciado que es el futuro, sobre todo cuando el futuro es inmediato y los damnificados resultan ser los otros.

Pero lo curioso es dónde pone el énfasis el texto lucano; y es lo que sigue a continuación, a partir del versículo 12. Antes de que se acabe el mundo, habrá persecución para los discípulos, juicios injustos y hasta martirio. Veamos el contexto de tribulación en detenimiento, con la traducción más literal posible:

a) Les pondrán las manos encima y los perseguirán: los discípulos son perseguidos, porque no es suficiente expulsarlos de algún lugar, sino también ir detrás de ellos hasta apresarlos. Se trata de una cacería, propia de las religiones declaradas ilegales en el Imperio Romano y de las sectas rechazadas por el judaísmo. Convengamos que el autor tiene, como motivo inmediato, la hostilidad romana frente a un movimiento que declara Rey a una persona distinta al César, y la hostilidad judía frente a un movimiento que avasalla las instituciones clásicas y pilares del judaísmo. En este último punto vale detenerse a analizar cómo el texto lucano asume la destrucción del Templo de Jerusalén como un hecho que tiene sentido en la historia salvífica, y al tener sentido, parece un hecho deseado por Dios. Creer que el Templo tenía la necesidad de ser destruido, es una acusación teológica muy grave. Para un judío, pensar que caería la Casa de Dios es imposible, pues demostraría a ciencia cierta que Dios no es tan poderoso ni es el único Dios. El Jesús lucano, en cambio, no se escandaliza del Templo que cae sin dejar piedra sobre piedra. Es más, parece desear que ese Templo caiga porque la Casa de Dios es más grande, más universal, y porque institucionalmente, Jerusalén ya no representaba la esencia de Yahvé, no lo revelaba como verdaderamente es. Tamaña declaración sólo puede ser realizada por alguien que ve la historia en perspectiva y proyección. Y gracias a esa mirada, también entiende que la persecución a los discípulos es esperable en el desarrollo de la historia.

b) Los entregarán a las sinagogas y guardias: cuando sean apresados durante la persecución, los discípulos serán llevados a comparecer ante dos instituciones, la religiosa y la civil. Las sinagogas harán el juicio judío, mientras que las guardias romanas conducirán a los apresados al calabozo y a su posterior enjuiciamiento civil. De una u otra manera, el Evangelio parece ser molesto para los representantes de los poderes. Aquellas herramientas de sostén del sistema, de conservación del orden, se oponen al poder de la Buena Noticia que atenta contra los sistemas establecidos y contra el conservadurismo. Las dos expresiones, de echar las manos encima y ser entregados, aluden, en primer lugar, a una situación de desvalidez, donde el discípulo parece solo, hasta sin la ayuda de Dios (más adelante veremos que no es así), y en segundo lugar, recuerdan lo que será la pasión del Cristo. Es a Jesús a quien primero le echan mano en Getsemaní (cf. Lc. 22, 54) para ser entregado al Sanedrín (juicio religioso) y a Pilato (juicio civil).

c) Los arrastrarán hasta reyes y gobernantes: esta afirmación es interesante. Se supone que el discípulo lleva un mensaje de implicancias políticas, de lo contrario, no tendría razón su comparecencia ante reyes y gobernantes, representantes de la organización civil. Es interesante porque muchas tendencias espiritualizantes de la evangelización promulgan la no interferencia en asuntos de la política. Tal postura contradice el martirio de los inicios del cristianismo; martirio que comienza en Jesús, crucificado en la pena capital romana, que continúa con el apresamiento de Pablo al final de los Hechos de los Apóstoles (Hch. 25-28), que se continúa con las comunidades cristianas que mueren por órdenes de los Emperadores. Los discípulos son arrastrados hasta las máximas instancias del poder para dar argumento sobre la Buena Noticia que predican. Los poderes terrenales prefieren las malas nuevas, las calamidades que asustan, el terrorismo. La Buena Noticia de liberación es un problema para ese sistema que quiere asustar, porque la liberación se trata de lo opuesto al temor, se trata de la fe en la potencia del Dios que vence al mal.

d) Por causa de mi Nombre: la causa, en definitiva, es el Nombre de Jesús, que es el Cristo, que es el Hijo de Dios. Hay persecución, hay tribulación, hay calabozo, hay juicios y enfrentamientos con reyes y gobernantes, porque se habla de una Persona que es capaz de molestar. Si se hablase de banalidades, de trivialidades, de cosas sin importancia, seguramente no pasaría nada; no habría tribulaciones, no habría calabozo, no existiría la persecución ni ningún cristiano sería llevado a juicio. Pero todo esto existe porque hay un Nombre que altera el orden establecido, que altera el presente. La razón por la que el discurso escatológico de Jesús no puede leerse sin contextualizarlo en su presente, es porque la Buena Noticia no es buena en un futuro, sino excelente ahora mismo. La liberación no es para mañana, sino para hoy mismo, ahora, ya. Jesús no es un personaje revolucionario del pasado ni una figura de leyendas antiguas. Jesús inspira por su actualidad, por su presencia resucitada constante.

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Como la historia lucana tiene sentido en Dios, en este caso, las tribulaciones y las persecuciones tienen sentido para dar testimonio. La palabra en griego para el testimonio es marturion, de donde se deriva mártir. De más está explayarse sobre el significado profundo de este término en la tradición cristiana. El mártir es el que da testimonio radical, hasta el extremo, hasta la muerte. Y la muerte es su último y más grande manera de proclamar la Buena Noticia. Sólo quien cree de verdad que Cristo es la Pascua, que en la muerte no se acaba todo, es capaz de dar la vida sinceramente. No es morir por una causa o por una ideología, sino por la certeza de conocer el misterio de Dios, que es misterio presente. No es morir por un futuro idealizado en el Paraíso, sino morir para cortar la injusticia presente.

Los mártires no son dementes que sueñan con los pies fuera de la tierra. Al contrario, los mártires son discípulos capaces de tener el cuerpo fijo entre los pobres, como columnas ante la injusticia. Lo importante de la vida martirial está en que la muerte acontece como consecuencia lógica de la vida. No es una muerte aislada, solitaria, perdida en un anuario oficial martiriólogo. La muerte de los mártires es la clave hermenéutica de su vida. Son los que han entendido plenamente la escatología de Jesús. Saben que no pueden perderse en meditaciones trascendentales sobre la forma del infierno, del purgatorio o del cielo. Eso no contribuye en nada, no cambia el mundo, no instaura el Reino. La escatología de Jesús es la escatología del ahora, la que consume la vida por una utopía de justicia, verdad y libertad. La escatología se hace carne en esta tierra, en el Nombre de Jesús. Los mártires son los que no reniegan de una Persona que altera, molesta y sigue vivo, a pesar de los intentos por asesinarlo, borrarlo o desaparecerlo. Justamente, por no renegar, los han martirizado.

El sueño de Dios debe ser una Iglesia de mártires. Una comunidad de discípulos que dan testimonio hasta el punto de desangrarse por el Evangelio. Es un sueño osado, muy pretencioso. Sin embargo, Jesús recuerda que Él estará siempre presente con las palabras de sabiduría, y también el Espíritu Santo (cf. Lc. 12, 11-12). La Iglesia escatológica es la del Dios presente, no la del Dios del futuro; es la Iglesia que se preocupa hoy por los pobres y hoy por la injusticia, y no espera una solución mágica que baje del cielo. Es la Iglesia que emplea el grueso de su tiempo en reproducir el camino de Jesús de Nazareth entre leprosos y publicanos, en lugar de organizar jornadas de espera del Hijo del Hombre que baja glorioso en la nube. ¿A quién podemos esperar si no somos capaces de comprometernos con los que están? ¿Qué futuro planeamos recibir si el presente se nos escapa de las manos? Una Iglesia de mártires es una Iglesia cansada de las tribulaciones, de las persecuciones y de las cárceles, pero es una Iglesia con tanta esperanza, que la muerte no la asusta, sino que la fortifica.

1 comentarios:

Minos_diz dijo...

Me pareció muy interesante su disertación.

En verdad creo que uno de los principales problemas que enfrentamos en este mundo caótico e injusto, es la falta de denuncia, propiciada por el egoísmo y la falta de compromiso. "Si yo estoy bien ¡que ruede el mundo!!"... cuando realmente, si practicamos el amor sincero a nuestro prójimo, deberemos alzar la voz para defenderlo.

¿Como transmitir este valor de solidaridad y sobre todo, la valentía suficiente para desdeñar el señalamiento social, la persecución y el martirio físico?

El ejemplo de Jesucristo sigue vivo, pero está demasiado oculto detrás de los medios masivos de comunicación que nos fascinan con su colorido y movimiento. Está oculto en la "relativización de la verdad", en la tolerancia ideológica mal entendida, en la falta de pasiones perdurables, en la inmediatez... ¿como cambiar? ¿qué hacer?


WebJCP | Abril 2007