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sábado, 27 de noviembre de 2010

Palabra de Misión: Darle sentido a la historia / Primer Domingo de Adviento – Ciclo A – Mt. 24, 37-44



La liturgia católica determina que el tiempo ordinario de cada Ciclo culmine con una mirada escatológica y comience con otra en la misma línea. El penúltimo domingo del tiempo ordinario se lee una sección del pequeño apocalipsis sinóptico, el último domingo es la Fiesta de Cristo Rey donde la escatología se explica desde la cruz, y el primer domingo de adviento se lee otra sección del pequeño apocalipsis sinóptico. De esta manera, simbólicamente, lo que comienza y lo que culmina se resume en el resumen de la historia, que es Jesús crucificado y, rebeldemente, resucitado. Siguiendo con el simbolismo, podemos decir que no hay más historia que la historia del crucificado resucitado. La vida de cada ser humano, de cada varón, de cada mujer, tiene sentido en esa condensación de Dios que es Jesús de Nazareth. La escatología no es algo para ir buscando al final del camino, sino algo para ir caminando, para desentramar los acontecimientos y mirarlos con nueva luz. La dicotomía histórica de la injusticia humana (que crucifica a Jesús) y la justicia divina (que lo resucita) es aplicable a cada instante, y no solamente en un juicio universal final. Hay juicio/discernimiento en las acciones cotidianas, en las decisiones de todos los días. Por eso es importante estar preparados, atentos, velando. El discurso de Jesús no busca generar temor (el temor es anti-evangélico), sino confianza y actitud de vida. Velar no es tener un ojo abierto para ganarle de mano a Dios. Velar es vivir con la certeza de la presencia constante del Cristo. Velamos por fe, no por miedo. Para recalcar esto, Mateo añade al discurso apocalíptico conservado en los Evangelio sinópticos, un capítulo completo elaborado según la redacción mateana. Si recordamos bien, la estructura básica de los capítulos 13 de Marcos y 21 de Lucas (apocalipsis sinópticos), consiste en un agrupamiento de frases y sentencias del Señor sobre la caída del Templo de Jerusalén, el final de los tiempos, las tribulaciones que acontecerán a los discípulos y la exhortación a estar velando. Mateo recoge lo mismo (con algunas particularidades) en el grueso de su capítulo 24, pero añade tres parábolas sobre el tema de la vigilancia y una mirada sorprendente sobre el juicio final que realizará el Rey del Universo. Este añadido mateano refleja su estilo literario por dos cuestiones: porque las parábolas son propias del Jesús Maestro, que es una de las imágenes preferidas de Mateo para presentar a Jesús; y porque la idea de juicio es una herencia del judaísmo del que proviene el autor. Las tres parábolas son la del siervo fiel (Mt. 24, 45-51), las diez vírgenes (Mt. 25, 1-13) y los talentos (Mt. 25, 14-30). El cierre de esta sección está en Mt. 25, 31-46 con el juicio que distribuye a la izquierda los que han despreciado al hambriento, al sediento, al que estaba de paso, al desnudo, al enfermo y al preso; y a la derecha del Hijo del Hombre a los que tuvieron la actitud contraria, de empatía con el hermano sufriente. O sea que, el juicio según Mateo, es el discernimiento de aquellos que vivieron como vivió Jesús, saciando el hambre y la sed, acogiendo, vistiendo, curando enfermos y visitando a los presos. El que supo hacer del hermano necesitado su norma de vida, ha entendido en qué dirección quiere Dios que vaya la historia humana.

La contraparte de esta actitud de vida vigilante y comprometida, es lo que sucedía en tiempos de Noé. El libro del Génesis es lapidante al respecto: “Cuando el Señor vio qué grande era la maldad del hombre en la tierra y cómo todos los designios que forjaba su mente tendían constantemente al mal, se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, y sintió pesar en su corazón” (Gn. 6, 5-6). La lectura que hace Jesús difiere de esta visión terrorífica de la humanidad. Para Él, el problema de los días del diluvio reside en que la vida se vivía como si nada, sin sentido. Los seres humanos hacían las mismas acciones que ahora (comer, beber, casarse), pero sin incluir a Dios y a sus planes en sus existencias. Entonces, cuando vino el diluvio, acción de Dios y planificada por Él según el relato, se los llevó a todos. Noé se salvó en el arca porque estaba atento a las señales divinas; supo escuchar el plan y, por estar atento, se salvó. Esta re-lectura que hace Jesús es significativa. El problema no es tanto la maldad de los humanos como su dejadez, su vida sin sentido. Comen, beben y se casan sin saber a dónde se dirigen, por qué lo hacen, y qué sentido tiene que estén en la tierra. Esta forma de existencia no es vivir, sino sobrevivir. Es la manera más dilatada de malgastar la existencia. Para el relato del Génesis la clave del diluvio está en una maldad activa; para Jesús es una maldad pasiva, la maldad de no hacer nada, de dejar las cosas así, de no preocuparse por los otros, de no valorar la vida. Como en aquel tiempo el diluvio arrasó con todos porque no prestaban atención a Dios, de la misma manera la venida del Hijo del Hombre será un cataclismo histórico, porque nadie la estará esperando como es debido, o sea, viviendo sus vidas con sentido. La frase que describe lo que algunos llaman arrebatamiento está construida de tal manera, que en su composición semita, se explica a sí misma. La frase se estructura como un paralelismo entre dos que están en el campo y dos que están moliendo (los vocablos griegos y el contexto permiten inferir, cosa que hacen las traducciones, que los dos primeros son varones y las dos segundas son mujeres), resultando que, de cada par, uno es tomado/recibido (ambas son las acepciones del verbo paralambano) y el otro dejado. Por lo tanto, realizando la misma actividad, puede que alguien la realice como algo más rutinario (serán los dejados) y otro reconozca un sentido profundo en su trabajo, y a partir de ese sentido lo plenifique (serán los tomados). Esto vale para toda la humanidad, para varones y para mujeres, para los que trabajan en el campo y los que usan la piedra de molino. Cada instante de la existencia necesita cobrar sentido, y sobre todo, un sentido de trascendencia que remita a Dios.

Si Dios está en el horizonte de lo que hacemos, entonces estaremos velando, como el dueño de casa que, a sabiendas del horario del ladrón, no deja perforar sus paredes. El recurso a esta imagen del ladrón que perfora las paredes ya ha sido utilizada por Mateo en el primer discurso de Jesús: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben” (Mt. 6, 19-20). Nuevamente, la estructura literaria de la frase responde al paralelismo, y además al antagonismo. Vemos cómo el mismo tema de los ladrones que perforan paredes se encuentra en plano escatológico, más allá de ser una metáfora propia del ambiente palestino con casas de paredes de barro que, fácilmente, son destruidas por los bandidos. El tesoro no-material no puede ser robado, porque es tesoro que custodia Dios mismo.

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Adviento suele ser el tiempo litúrgico que refuerza la espera. Estamos ante las puertas de una llegada, de la encarnación. Esperamos a Alguien que viene y que es digno de ser esperado. Pero también es cierto que esperamos porque la liturgia nos marca la espera; de lo contrario, esta época podría ser como cualquier otra, un período más. Y eso es lo que no quiere Dios: que vivamos sin sentido. Dios quiere seres humanos atentos a su proyecto del Reino; seres humanos que se den por enterados de que Él existe, que está entre nosotros y que quiere plenificar nuestras vidas. Cuando los varones y mujeres viven desentendidos de lo trascendente, dejando a Dios afuera, lastiman su más íntima humanidad. Porque el ser humano sólo puede entenderse a sí mismo desde Dios; cualquier otra aproximación, por más técnica, científica o filosófica que sea, siempre es limitada. Lo técnico suele dar un sentido de productividad laboral a la vida, pero nada más. La plenitud parece estar en producir más en menor tiempo y a buen precio. Lo científico se encamina al descubrimiento, con la tentación de descubrir para aumentar el conocimiento que es aumento del poder. La plenitud es saberlo todo, ser omniscientes. Lo filosófico es una reflexión de ejercicio de la mente, pero muchas veces absorbe al ser humano como un objeto de estudio desprendido de su realidad ontológica en Dios. La plenitud, en este caso, es llegar a una reflexión sin errores que responda las preguntas sin respuestas. Cualquiera de las tres vías, por sí sola, encuentra un límite infranqueable. Para lo técnico el límite es el mismo varón o mujer que no pueden vivir para trabajar. En lo científico, el límite es el mundo de las experiencias sentimentales, de la fibra íntima de cada uno. Para lo filosófico son las preguntas que nunca tendrán respuesta definitiva, como las referentes a la muerte o el sufrimiento.

Adviento es Dios que viene para abarcar al ser humano con toda la divinidad encarnada. Jesús es el abordaje más completo de la humanidad porque es la locura de un Dios que se hace hombre. ¿Cómo no darle sentido a la vida a partir de Jesús? ¿Cómo dejar pasar el hecho del regalo de que estemos existiendo? De la nada hemos sido llamados a una vida que, para ser vida con mayúsculas, debe ser algo y no, justamente, nada. No podemos comer, beber y casarnos como si se tratara de una representación social que hay que seguir para subsistir. En el fondo, lo que Jesús quiere es que no nos conformemos con el aire que respiramos; ese aire tiene que valer hasta la última gota. Para eso, la actitud de vida ha de ser la actitud de Jesús de Nazareth. Ni comer por comer, ni beber por beber. Todo de cara a Dios, o sea, todo de cara a los hambrientos, sedientos, forasteros, enfermos, desnudos y presos. En ellos cobra sentido la vida. Y si la vida cobra sentido en ellos, entonces la misión también. ¿Nuestras celebraciones son celebradas por celebrar? ¿Nuestros actos evangelizadores se hacen para cumplir una rutina anual? ¿Cómo respondemos a los hambrientos, a los sedientos, a los forasteros, enfermos, desnudos y presos? ¿Respondemos? Adviento es una advertencia para que evangelicemos como Jesús, atentos al proyecto del Reino y no a los proyectos institucionales, porque lo que viene a nuestro encuentro no es algo (no es una iglesia ni un templo ni una moral); lo que viene es Alguien, es Jesús.

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WebJCP | Abril 2007