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XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 23, 35-43) - Ciclo C:
Jesucristo, Rey del Universo
Por Pedrojosé Ynaraja
Jesucristo, Rey del Universo
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- Actualmente la historia se puntea mediante diversos calendarios. Goza de especiales privilegios el cronológico. No todos son simultáneos. Existe el curso escolar, el judicial y, no lo olvidemos, el litúrgico. Y este último llega ahora a su fin. Estamos en el domingo número 34 del tiempo ordinario, dedicado en todos los ciclos, a la fiesta de Cristo Rey. Atribuir a Jesús este título, pudo en otros tiempos ser expresivo y elogioso. Me temo que en la actualidad y para vosotros, mis queridos jóvenes lectores, tal calificativo no os cause ni admiración, ni ilusión. Y yo, que soy viejo, pienso lo mismo. ¡Hay reyes de tantas clases y de tan diversos comportamientos! Hay reyes dictadores, reyes que “reinan pero no gobiernan”, reyes puras figuras decorativas y hasta destronados y desterrados, pero que continúan llamándose así. Lamento también, que en tiempos no lejanos, en tierras desde las que os estoy escribiendo, sumergidos en ciertas manifestaciones públicas, al grito de ¡viva Cristo rey! civiles no autorizados, sacaran sus porras y ¡garrotazo y tentetieso a mansalva! Os he contado estas cosas, porque pienso que es preciso que nos limitemos a los contenidos de los textos litúrgicos, si queremos ser fieles al mensaje de la Iglesia.
2.- En la primera lectura se menciona una población: Hebrón. Está situada a unos 80 Km. al sur de Jerusalén. Es la ciudad más antigua, permanentemente habitada. La he visitado unas cuantas veces y me encanta siempre hacerlo. Allí están enterrados los patriarcas y matriarcas del pueblo judío. Era la capital de las tribus del sur, en contraposición a las del norte, que llamamos Israel. Se sentían un mismo pueblo, pero dividido de alguna manera y sintiendo entre ellos una cierta rivalidad. El relato de hoy cuenta el episodio que explica la aceptación de David como soberano de las dos facciones. Pese a su decisión de hacer capital de los dos pueblos a Jerusalén, sabia estrategia, no fue una fusión demasiado duradera. Se perdió al morir Salomón. David quedo como tipo y ejemplo, pese a que la Biblia no oculte sus errores y pecados.
Nosotros hoy, a ejemplo de aquellos israelitas antiguos que lo hicieron a David, debemos reconocer a Jesús como nuestro líder, ejemplo, repleto de bondad y generosidad y dotado de divinidad, el único Salvador de la humanidad. Pese a la ambigüedad de la palabra rey, el evangelio la incorpora a dos momentos de la vida de Jesús. En el interrogatorio de Pilatos y cuando, condenado a muerte, retorciéndose de dolor en la cruz, no exige que se le quite el cartel que han clavado en el leño.
3.- ¡Un rey y Dios ajusticiado! ¿A quien se le ocurre tal dislate? Esta es la paradoja. Aquí radica la más sublime enseñanza cristiana. Aquí comprobamos y aprendemos que los pensamientos de Dios no coinciden casi nunca con los criterios y costumbres burguesas que imperan entre nosotros, que nos quieren someter, hoy en día.
El acto de saciar la sed del Crucificado puede parecer una burla o un alivio. Le dieron vinagre, dice el texto. En realidad se trataba de agua con vinagre, bebida común aun hoy en día en ciertos lugares. Nosotros al agua añadimos limón, básicamente acido cítrico, ellos vinagre, fundamentalmente acido acético. No os extrañe, pues, lo que chupó Jesús. Os recomiendo que hagáis la prueba, para experimentar un poco lo que sintió el Señor.
La gente importante le había marginado desde el principio. Tanto la autoridad romana, como la judía. Llegaron mas tarde a odiarle y de tal manera, que le sometieron al desprecio y la tortura. Y esto desde los sumos sacerdotes hasta uno de los delincuentes condenado a muerte con Él, que estaba a su lado. Parecía que el Maestro había llegado a la derrota total. Hasta el Padre se le ocultó.
4.- La obnubilación no era total. Aquel reo de su lado, reconoce la injusticia y se atreve a impetrarle ayuda. Aquellas mujeres atrevidas y sensibles, su Madre, la de Mágdala y la de Salomé y aquel joven de no más de quince años, le acompañan. Con el justo deseo de aliviar su dolor. La escena real, la estampa de aquel momento, carecería de la belleza con que la presentan la mayoría de nuestros artistas. Hemos sabido camuflar de tal manera el misterio, que hasta el Crucifijo se ha convertido en acompañante de adornos o actitudes eróticas. Tal proceder no es paradoja, es ofensiva.
Vuelvo a repetirlo, aceptar la tal paradoja es el único camino para gozar de la sublime Resurrección. Pese a que este triunfo lo contemplemos más especialmente el día de Pascua, hoy con serenidad lo debemos referir a nuestra vida. Si algunos se vanaglorian de los éxitos de su equipo deportivo y otros de los éxitos de sus cantantes. ¿nos sentimos ufanos de ser amigos comprometidos de Jesús? ¿Vivimos alegres su triunfo? ¿tratamos de contagiarlo a los demás? Porque si subir al podio, abrazar una copa o una preciosa ensaladera, o una medalla, alegra al que la posee, a su familia, a los amigos y vecinos, por una temporada, la victoria de Jesús llena de felicidad a todos los hombres, de todos los tiempos. Eso, si lo saben. Eso, si lo aceptan. ¿Quién está dispuesto a comunicarlo y así alegrar el mundo?
2.- En la primera lectura se menciona una población: Hebrón. Está situada a unos 80 Km. al sur de Jerusalén. Es la ciudad más antigua, permanentemente habitada. La he visitado unas cuantas veces y me encanta siempre hacerlo. Allí están enterrados los patriarcas y matriarcas del pueblo judío. Era la capital de las tribus del sur, en contraposición a las del norte, que llamamos Israel. Se sentían un mismo pueblo, pero dividido de alguna manera y sintiendo entre ellos una cierta rivalidad. El relato de hoy cuenta el episodio que explica la aceptación de David como soberano de las dos facciones. Pese a su decisión de hacer capital de los dos pueblos a Jerusalén, sabia estrategia, no fue una fusión demasiado duradera. Se perdió al morir Salomón. David quedo como tipo y ejemplo, pese a que la Biblia no oculte sus errores y pecados.
Nosotros hoy, a ejemplo de aquellos israelitas antiguos que lo hicieron a David, debemos reconocer a Jesús como nuestro líder, ejemplo, repleto de bondad y generosidad y dotado de divinidad, el único Salvador de la humanidad. Pese a la ambigüedad de la palabra rey, el evangelio la incorpora a dos momentos de la vida de Jesús. En el interrogatorio de Pilatos y cuando, condenado a muerte, retorciéndose de dolor en la cruz, no exige que se le quite el cartel que han clavado en el leño.
3.- ¡Un rey y Dios ajusticiado! ¿A quien se le ocurre tal dislate? Esta es la paradoja. Aquí radica la más sublime enseñanza cristiana. Aquí comprobamos y aprendemos que los pensamientos de Dios no coinciden casi nunca con los criterios y costumbres burguesas que imperan entre nosotros, que nos quieren someter, hoy en día.
El acto de saciar la sed del Crucificado puede parecer una burla o un alivio. Le dieron vinagre, dice el texto. En realidad se trataba de agua con vinagre, bebida común aun hoy en día en ciertos lugares. Nosotros al agua añadimos limón, básicamente acido cítrico, ellos vinagre, fundamentalmente acido acético. No os extrañe, pues, lo que chupó Jesús. Os recomiendo que hagáis la prueba, para experimentar un poco lo que sintió el Señor.
La gente importante le había marginado desde el principio. Tanto la autoridad romana, como la judía. Llegaron mas tarde a odiarle y de tal manera, que le sometieron al desprecio y la tortura. Y esto desde los sumos sacerdotes hasta uno de los delincuentes condenado a muerte con Él, que estaba a su lado. Parecía que el Maestro había llegado a la derrota total. Hasta el Padre se le ocultó.
4.- La obnubilación no era total. Aquel reo de su lado, reconoce la injusticia y se atreve a impetrarle ayuda. Aquellas mujeres atrevidas y sensibles, su Madre, la de Mágdala y la de Salomé y aquel joven de no más de quince años, le acompañan. Con el justo deseo de aliviar su dolor. La escena real, la estampa de aquel momento, carecería de la belleza con que la presentan la mayoría de nuestros artistas. Hemos sabido camuflar de tal manera el misterio, que hasta el Crucifijo se ha convertido en acompañante de adornos o actitudes eróticas. Tal proceder no es paradoja, es ofensiva.
Vuelvo a repetirlo, aceptar la tal paradoja es el único camino para gozar de la sublime Resurrección. Pese a que este triunfo lo contemplemos más especialmente el día de Pascua, hoy con serenidad lo debemos referir a nuestra vida. Si algunos se vanaglorian de los éxitos de su equipo deportivo y otros de los éxitos de sus cantantes. ¿nos sentimos ufanos de ser amigos comprometidos de Jesús? ¿Vivimos alegres su triunfo? ¿tratamos de contagiarlo a los demás? Porque si subir al podio, abrazar una copa o una preciosa ensaladera, o una medalla, alegra al que la posee, a su familia, a los amigos y vecinos, por una temporada, la victoria de Jesús llena de felicidad a todos los hombres, de todos los tiempos. Eso, si lo saben. Eso, si lo aceptan. ¿Quién está dispuesto a comunicarlo y así alegrar el mundo?
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