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viernes, 19 de noviembre de 2010

DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO-C. DOMINGO DE CRISTO REY


Publicado por Pastoral Vocacional

Terminamos el Año litúrgico con una mirada de asombro y de gratitud dirigida a Cristo Jesús, Rey del Universo.

Cristo Rey, sí, pero no como los reyes de este mundo. Jesús no tiene ejército ni armas, ni un gran palacio, ni lujosos tronos, ni valiosas joyas, ni un gran número de cortesanos. Su trono es la cruz y su corona está hecha de espinas. Es un Rey demasiado extraño y escandaloso para nosotros.

A los primeros cristianos les costó mucho entender todo esto. Por eso, Pablo decía: «predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1Co 1, 23). Un Rey desconcertante, paradójico, que "reina desde la Cruz", y cuyo misterio nos ayudan a entender las tres lecturas de este domingo.

En la 1ª lectura se nos presenta a David, que ya era rey de las tribus del Sur y que ahora es reconocido también por las del Norte, dando inicio al reinado más recordado de la historia del pueblo elegido, cuya capital se establecerá en Jerusalén. David se convierte en figura del futuro Mesías, cuando se le dice: "tú serás el pastor de mi pueblo, Israel". En su momento Cristo será el verdadero y buen pastor del pueblo de Dios.

En el himno cristológico de la carta a los Colosenses, se confiesa a Cristo como imagen de Dios, primogénito de todo el cosmos, cabeza de la nueva humanidad, el primero en todo, en el que reside la plenitud de la vida. Y los cristianos se alegran, y nos alegramos porque Dios "nos ha trasladado al reino de su Hijo querido".

El relato evangélico, por su parte, nos recuerda las diversas reacciones de todos aquellos que contemplan al crucificado. Son las reacciones de todos los hombres de todos los tiempos. Pueden ser también nuestras reacciones, de una u otra manera.

En primer lugar, el pueblo: “Estaba el pueblo mirando”. El pueblo presencia la escena probablemente esperando a ver en qué quedaba todo aquello. Es la mirada del espectador que, a lo más, se lamenta de la injusticia que se está cometiendo. Así miramos en tantas procesiones.

Allí están, en un lugar de honor como siempre, las autoridades, que se burlan de Jesús: “A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios”. Ellos están convencidos de que Dios tiene que ser como ellos piensan, y son incapaces de reconocer al Mesías tal y como se presenta en Jesús crucificado.

Allí están también los soldados romanos, encargados de la ejecución, que le escarnecían y le retaban: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Ellos saben muy bien que ser rey es poder y fuerza, dominio y esplendor.
Al lado de Jesús, uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Pues sálvate a ti mismo y a nosotros”. En este hombre están representados todos aquellos que aceptan y creen en Cristo y en Dios si les soluciona sus problemas.

“Pero el otro lo increpaba: ¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio?”
Y suplica: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Únicamente este malhechor ha creído en Jesús como Rey, a pesar de que le está viendo en un momento de mínima credibilidad, a punto de morir, como él, ajusticiado en la cruz.

La paradoja de un Rey clavado en la cruz nos recuerda lo que Jesús había dicho a Pilato: "Mi reino no es de este mundo". Efectivamente, su Reino no es de este mundo, pero es, al mismo tiempo, profundamente humano y «mundano»: en él no hay ejércitos, ni riquezas, ni coronas doradas, pero está siempre el hombre que vale mucho más que todo eso. Es un Reino que se construye con la entrega, la generosidad, la sencillez y las acciones aparentemente ineficaces. Recordemos las parábolas del grano de mostaza y la levadura.

Lo expresaba magníficamente el cardenal Ratzinger: «Jesús nunca sacó la espada. El no ha dado ninguna palabra a los revolucionarios. Sus discípulos murieron como él, como mártires de la paz, y justamente por ello son sus testigos; testigos de quién fue él y de quién no fue. Pero, ¿qué es su reino? El borriquillo prestado es expresión de su impotencia terrena, pero también expresión, al mismo tiempo, de su confianza perfecta en la voluntad de Dios. Él no ha erigido su propio reino, junto al reino de Dios, sino que sólo ha testimoniado esto: que su nada es su todo. Él no luchó por el poder terreno, sino por la verdad, por la justicia, por el amor: por Dios. Este reino de Dios permanece como algo quebradizo en el mundo. Pero sólo a partir de él se hará el mundo digno de vivir, humano».

Jesús predicó el Reinado de Dios, pero prácticamente nunca usó para sí mismo el esperado titulo de Rey. Después de la multiplicación de los panes, rechazó el ser nombrado rey.
El será rey en la línea del pastor que da la vida, para que todos sean libres, reyes, señores, que tomen la vida en sus manos y la pongan al servicio de los demás. Su mensaje era muy claro: “Dios actúa ahora, ésta es la hora en que Dios… se manifiesta en la historia como su verdadero Señor...”. Pero no entendían que el reinado de Dios se hace presente aquí y ahora, “se acerca”, en Jesús y a través de El… En él, ahora es Dios quien actúa y reina, reina al modo divino, es decir, sin poder terrenal, a través del amor que llega “hasta el extremo” (Jn 13,1), hasta la cruz. (J. Ratzinger, Jesús de Nazaret)

Muy pronto, en el Padrenuestro diremos "Venga a nosotros tu reino" el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz".

Los sacerdotes tenemos la misión de anunciar al Cristo crucificado y resucitado y ayudar a los fieles a tomar conciencia de que están llamados a ser reyes al estilo de Cristo, desde el servicio y el amor.


Julio García Velasco
juliogvelasco@yahoo.es

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WebJCP | Abril 2007