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viernes, 15 de octubre de 2010

¡Tu gloria Señor, hasta los confines del Orbe!

Publicado por OMP ARGENTINA
Homilía de Monseñor José Vicente Conejero Gallego, obispo de Formosa, y Presidente de la Comisión Episcopal de Misiones, en la misa de la Jornada Mundial de las Misiones (San Miguel, Buenos Aires, domingo 10 de octubre de 2010).


Queridos hermanos:

¡Discípulos Misioneros de Jesucristo aquí y más allá de las fronteras!

Demos gracias a Dios que nos permite celebrar y participar del III° Encuentro Nacional de Grupos Misioneros en Argentina. Es, verdaderamente, un don de Dios estar reunidos en el nombre de Jesús, Misionero del Padre, bajo la moción del Espíritu Santo que nos impulsa a responder a los nuevos desafíos de la Misión.

Sabemos que el principio de la Misión es el inmenso amor de Dios, pues él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tm 2,4).Este querer es de las Tres Personas Divinas, que son un sólo Dios: Unidad en Comunión; Comunión de Personas en la Unidad.

También sabemos y reconocemos que el modelo de todo misionero es Jesús, el enviado del Padre, consagrado y ungido por el Espíritu Santo para llevar la Buena Noticia de la salvación a todos los hombres, especialmente a los pobres. Contemplando a Jesús, es fácil descubrir los sentimientos y actitudes del auténtico misionero: pobre, obediente, fiel, sencillo, alegre, servicial… capaz de llegar hasta el extremo del amor: la entrega total y definitiva de la propia vida por los demás.

La meta de la Misión es hacer participar a los hombres de la vida Eterna; vida Eterna que consiste en el conocimiento del Padre y de su Enviado Jesucristo (cfr. Jn 17, 3; la misión evangelizadora de la Iglesia tiene como objetivo final llegar a ser partícipes de la naturaleza divina (cfr. 2Pe 1,4), miembros de la Familia de Dios, para vivir en Comunión con Él, y en unidad y concordia con toda la humanidad, instaurando la fraternidad universal. Por ello, Benedicto XVI, en el Mensaje de la Jornada Mundial de las Misiones de este año 2010, nos recuerda e invita a construir la comunión eclesial, clave de la misión, razón por la cual debemos aprender a ofrecer signos de esperanza y a ser hermanos universales, cultivando los grandes ideales que transforman la historia y, sin falsas ilusiones o miedos inútiles, comprometiéndonos a hacer del planeta la casa de todos los pueblos.

¡Qué profunda, luminosa y motivadora es, a la vez, la Palabra de Dios, que acabamos de proclamar y escuchar!

El Profeta Isaías reconocía cómo las tinieblas cubren la tierra, cómo una densa oscuridad pesa sobre las naciones. Pareciera decirnos: “Es de noche”. Esta es una realidad que, también hoy, podemos reconocer sobre nuestra sociedad actual. Pero, si el profeta presentía y anunciaba la luz y el esplendor de la aurora sobre las naciones de la tierra; con mayor razón, podemos nosotros anunciar hoy un mensaje de esperanza a toda la humanidad; pues, con la fe de la Iglesia Misionera, proclamamos con fuerza y firme convicción: JESUCRISTO ES LA LUZ DEL MUNDO Y EL QUE LO SIGUE NO CAMINA EN TINIEBLAS, SINO QUE TIENE LA LUZ DE LA VIDA (cfr. 8, 12)

Los misioneros, como el profeta sabemos: ¡que cuán hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias! , como el mismo Apóstol Pablo nos lo recordaba (Rm 10, 15).

La Iglesia, Esposa y Cuerpo de Jesucristo, se verá enriquecida con todos los valores y culturas de los pueblos, semillas del mismo Verbo de Dios esparcidas por la tierra, y sentirá cómo palpita y se ensancha su corazón, cuando arriben a su seno. “La Iglesia, enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos, sabe que tiene que llevar a cabo todavía una labor misionera ingente… debe insertarse en todos estos grupos con el mismo afecto con que Cristo se unió por su encarnación a las determinadas condiciones sociales y culturales de los hombres con quienes convivió” (AG 10).

Por eso, es lógico anhelar y sentir con el Salmista que todos los pueblos y naciones de la tierra, conozcan los caminos del Señor, alaben y glorifiquen su Nombre (Salmo 66).

Y si, como afirma el Apóstol: “la fe nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo” Cómo debemos estar siempre disponibles, a tiempo y a destiempo, para proclamar el mensaje Cristo, con cuánto empeño y fuerza debemos anunciar a Jesucristo a todos.

La Misión exige, necesariamente, voluntarios libres que acepten ser enviados. Isaías mismo narró su vocación:

“Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
-¿A quién mandaré?, ¿quién irá de nuestra parte?
Contesté:
-Aquí estoy, mándame. (Is 6, 8).

Es la misma actitud de María: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”… Y entonces, María partió y fue sin demora” (Lc 1, 38-39).

Es, por sobre todo, la absoluta disponibilidad y respuesta de Jesús: “Aquí estoy, yo vengo para hacer, Dios, tu voluntad” (Heb 10, 7. 9).

¿Hemos sentido y oído, nosotros, el llamado del Señor para ser enviados? ¿Hemos oído el clamor de tantos hermanos que aguardan impacientemente el anuncio de la verdad del Evangelio para encontrar el sentido verdadero de la vida? ¿Cómo es nuestra disponibilidad y prontitud?

Si estamos convencidos de que la Palabra de Dios es fuente de sabiduría y de la prudencia para las relaciones entre los hombres, y si somos conscientes de la necesidad y urgencia que la Buena Noticia sea conocida y vivida hasta los confines de la tierra, ¿qué hago, qué hacemos para proclamarla, difundirla y ponerla en práctica?

La Misión es más compleja de lo que a primera vista parece, porque abarca muchos aspectos y dimensiones: Fe y adhesión firme e inquebrantable a Jesucristo y a su Iglesia, anuncio, profundización del mensaje, comunión y experiencia de familia y comunidad, discípulos-misioneros, testigos del Resucitado, destinatarios o interlocutores como hoy se dice, frutos de libertad, justicia, alegría y paz.

El relato de Lucas, que narra la lectura e interpretación de Jesús del pasaje de Isaías en la sinagoga de Nazaret, que acabamos de escuchar, nos ayuda sobremanera a comprender el ser y quehacer de los misioneros de Jesús y la tarea de la Misión.

En primer lugar, el misionero, la misionera, es consciente de que no parte de su propia iniciativa, sabe y se siente movido, ungido y enviado por el Espíritu del Señor para llevar la Buena Noticia. La suya es una vocación, un llamado, que requiere sí, la libre aceptación. Así lo sintió y expresó Jesús: “Porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió” (Jn 6, 38); o aquella otra afirmación suya: “Yo no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” ( Jn 5, 30); así lo sintió Pablo y debemos sentirlo todos los misioneros: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe.¡Ay de mí si no predico el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado” (1Cor 9, 16-17).

La Misión tiene como fin llevar la alegría y la esperanza a los pobres, no olvidemos que el Evangelio es “Buena Noticia”, no amarga profecía, es anuncio de la “ verdad que hace libres”, es “luz que ilumina” a quienes caminan en la oscuridad de la duda y la desconfianza, es “gracia, gozo y paz” del Espíritu Señor.

Cómo quisiéramos decir con Jesús, en el ejercicio de nuestro servicio misionero, con sinceridad humilde: “Hoy se cumple este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.

Decíamos antes que la misión, la acción evangelizadora de la Iglesia, es una realidad compleja que contiene varios elementos, no contrapuestos ni exclusivos, sino complementarios y mutuamente enriquecedores, como hacía notar el Papa Pablo VI (cfr. EN 24). Ser misioneros es aceptar el designio amoroso y salvador de Dios sobre la humanidad y convertirlo en obra: del mismo modo que Jesucristo, el Hijo de Dios se encarnó y nos redimió con su muerte en la cruz y resurrección.

Queridos jóvenes discípulos-misioneros, quisiera, por último, hacer dos referencias más. Una, tomada de Aparecida, ese acontecimiento eclesial reciente que nos exhorta a la Conversión personal y pastoral y a la Renovación misionera de nuestras comunidades en torno a Jesucristo, Maestro y Pastor, propiciando actitudes de apertura, diálogo y disponibilidad, testimonio de comunión eclesial y santidad, inspirándonos siempre en el mandamiento nuevo del amor (cfr. DA 368); siendo fieles e imitando al Maestro, “siempre cercano, accesible, disponible para todos, deseoso de comunicar vida en cada rincón de la tierra” (DA 372). Me estoy refiriendo a la Misión ad gentes, es decir, a la misión universal en todos los Continentes: Para no caer en la trampa de encerrarnos en nosotros mismos, debemos formarnos como discípulos misioneros sin fronteras, dispuestos a ir “a la otra orilla”, aquella en la que Cristo no es aún reconocido como Dios y Señor, y la Iglesia no está todavía presente (DA 376).

Somos nosotros, los miembros de los Grupos Misioneros quienes debemos sensibilizar, estimular y hacer presente en nuestras comunidades el corazón universal de la Iglesia y a estar disponibles para ser enviados, como Jesús envió a sus Apóstoles, más allá de las fronteras, es decir, hasta los confines de la tierra. De esta manera entraremos en nuestro continente, como dice el Documento, “en una nueva primavera de la misión ad gentes” (DA 379).

La otra referencia, mirando a un futuro no muy lejano, la Jornada Mundial de la Juventud del próximo año 2011, en el mes de agosto, en Madrid. Como bien saben, el Papa Benedicto XVI ha escrito un hermoso y profundo Mensaje para prepararnos a vivir, aquí o allí, a este acontecimiento eclesial. En el lema elegido, inspirándose en un texto de la Carta a los Colosenses, se encierra lo que quiere el Sucesor de Pedro para todos los jóvenes de hoy: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2, 7). Me ha impactado profundamente este mensaje del Papa. Invito a que lo lean y comenten en sus Grupos Misioneros, les enriquecerá muchísimo. Ahora espigo e interpreto algunas ideas de su contenido en el que acentúa y reitera, de diversas maneras, el anuncio del Kerigma, tan propio de la vida de los misioneros: El misterio y poder de Cristo muerto y resucitado es el fundamento de nuestra vida, el centro de la fe cristiana…Creemos firmemente que Jesucristo se entregó en la Cruz para ofrecernos su amor; en su pasión, soportó nuestros sufrimientos, cargó con nuestros pecados, nos consiguió el perdón y nos reconcilió con Dios Padre, abriéndonos el camino de la vida eterna. De este modo, hemos sido liberados de lo que más atenaza nuestra vida: la esclavitud del pecado, y podemos amar a todos, incluso a los enemigos, y compartir este amor con os hermanos más pobres y en dificultad… del corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina… Acojamos la cruz de Jesús, signo del amor de Dios, fuente de vida nueva. Sin Cristo muerto y resucitado, no hay salvación. Sólo Él puede liberar al mundo del mal y hacer crecer el Reino de la justicia, la paz y el amor, al que todos aspiramos.

También el Papa nos invita a agradecer el don de la Iglesia, pues la fe profesada por la Iglesia es la que asegura nuestra fe personal.

En la historia de la Iglesia, los santos y los mártires han sacado de la cruz gloriosa la fuerza para ser fieles a Dios hasta la entrega de sí mismos; en la fe han encontrado la fuerza para vencer las propias debilidades y superar toda adversidad. Y de la fe brota la caridad, que debemos testimoniar con palabras y obras. Cristo es el bien más precioso que tenemos para compartir con los demás. Es necesario que anunciemos y testimoniemos a Cristo para que otros jóvenes, en el encuentro con Él, puedan encontrar el sentido y la alegría de la vida.

La Santísima Virgen María, Madre y modelo de todos los misioneros, junto con san Francisco Javier y Santa Teresa del Niño Jesús intercedan por nosotros para que seamos discípulos-misioneros, aquí y más allá de las fronteras.

+José Vicente Conejero Gallego, Obispo de Formosa
Jornada Mundial de las Misiones – 3er. Encuentro Nacional de Grupos Misioneros

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WebJCP | Abril 2007