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domingo, 24 de octubre de 2010

Testigo en medio de la Increencia


Publicado por Antena Misionera

El testigo se encuentra hoy conviviendo con personas que no comparten su fe. Las encuentra incluso en el ámbito de la propia familia y entre sus amigos y compañeros. La indiferencia o la increencia es el ámbito en el que de ordinario se mueve el testigo.

Una situación compleja

Lo primero que hemos de hacer es tomar nota de la complejidad de esta situación. No basta leer encuestas y sondeos. Es necesario conocer el ámbito en que nos movemos (fuera de la comunidad cristiana).

Podemos encontrarnos con creyentes piadosos y con ateos convencidos, con personas escépticas en actitud agnóstica, con gente indiferente desinteresada totalmente por lo religioso, con adeptos a nuevas religiones y movimientos, con personas que desean creer y no aciertan a descubrir un camino, con sectores que creen vagamente en «algo», con personas sincretistas que viven una «religión a la carta» para su uso particular, con personas que no saben si creen o no creen, gente que cree en Dios sin amarlo, personas que oran sin saber muy bien a quién se dirigen, gente que cree a los que creen...

Aunque convivimos en la misma sociedad y nos encontramos diariamente juntos y mezclados en el trabajo, el ocio y las relaciones, lo cierto es que sabemos muy poco de lo que piensa el otro acerca de Dios, de la fe, del sentido último de la vida. A menudo lo ignora la misma persona. Cada uno lleva en su interior cuestiones, dudas, incertidumbres y búsquedas que no conocemos. No sabemos cómo definir la postura de cada uno. J. P. Jossua propone «tener a cada uno por lo que afirma que es».

La situación más generalizada es que los que se dicen cristianos no difieren mucho en su estilo exterior de vida de los que no se reconocen como tales. Mezclados en las diversas situaciones de la vida privada, familiar, laboral, social, comparten actitudes, posicionamientos, intereses y valores muy semejantes. No es fácil detectar testigos de la fe en Dios.

Aprender de los increyentes
Con frecuencia, los cristianos hablamos del testimonio que hemos de dar en medio de esta sociedad indiferente y descreída, pero apenas pensamos en escuchar y dejarnos enseñar por aquellos que no comparten nuestra fe. Se diría que no hemos de aprender de los no cristianos y no es así. Todo ser humano, animado por el Espíritu de Dios, puede ser «signo» que nos invita a buscarlo con más ardor y fidelidad.

Lo primero que me enseña el increyente es que Dios no es una evidencia sino un Misterio que nunca acabamos de comprender ni poseer nadie. Con sus preguntas y sus críticas nos estimula a revisar la imagen que tenemos de Dios. Hacen más humilde nuestra fe porque nos ayudan a no confundir a Dios con lo que decimos acerca de él. Junto a los increyentes sentimos que Dios es un Misterio más grande que todos nuestros argumentos y teologías.

El increyente me invita también a criticar representaciones interesadas y utilitaristas de Dios. El increyente niega o duda de Dios pero no lo utiliza. Con ello nos recuerda que no hemos de manipular a Dios subordinándolo a nuestros pequeños intereses. Dios no está ahí para resolvernos los problemas o proporcionarnos una respuesta fácil a todo. No hemos de utilizar a Dios ligeramente y de cualquier manera. El increyente nos obliga a preguntarnos en qué Dios creemos en realidad. ¿Creemos en el Dios del amor, de la justicia, de la vida? ¿Nos seduce el Dios de los pobres y desvalidos, el defensor de los humillados? o ¿Creemos en los dioses que hoy tienen más adoradores (dinero, prestigio, poder, imagen, sexo, bienestar...)? ¿A qué Dios servimos?
El increyente nos invita a purificar nuestra fe. Las razones y convicciones del no creyente son las preguntas que pueden estimular al creyente. Cuando me habla de sus planteamientos me ayuda a comprender algo que, tal vez, está sucediendo también en mí. Me obliga a preguntarme por la verdad de mi adhesión a Jesucristo y de mi apertura a Dios.

El increyente me estimula a buscar con más sinceridad. Conociendo la lucha interior, el deseo de verdad y la búsqueda sincera de más de uno, puedo percibir que el Espíritu de Dios está presente en el corazón humano y tiene sus caminos para conducirlo hacia su Misterio. Permanentemente me recuerdan que la fe es búsqueda, pregunta y deseo más que posesión tranquila y rutinaria. Por eso nos podemos sentir a gusto junto a increyentes que también buscan la verdad y el sentido de la vida.

El increyente nos obliga a buscar un lenguaje más comprensible y accesible, y menos vacío de experiencia y vida. Los tópicos, las frases sabidas, la repetición de los dogmas, la recitación del credo, las citas bíblicas gastadas... no bastan para comunicar y transmitir la experiencia de Dios.

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WebJCP | Abril 2007