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MISIONEROS EN CAMINO: Homilías y Reflexiones para el XXX Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 18, 9-14) - Ciclo C
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viernes, 22 de octubre de 2010

Homilías y Reflexiones para el XXX Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 18, 9-14) - Ciclo C


“HABLAR DE JESÚS”, “HACER VER A JESÚS”
Publicado por Iglesia que Camina

En su Mensaje para el Domund 2010, Benedicto XVI recuerda a aquellos griegos que se acercaron a Felipe diciéndole “queremos ver a Jesús” y nos sitúa a nosotros en este 2010, diciendo: “También los hombres de nuestro tiempo, quizá no siempre conscientemente, piden a los creyentes no sólo que “hablen” de Jesús, sino que “hagan ver” a Jesús. Que hagan resplandecer el Rostro del Redentor en todo rincón de la tierra ante las generaciones del nuevo milenio, especialmente, ante los jóvenes de cada continente, destinatarios privilegiados y sujetos del anuncio evangélico.”

Aquellos griegos no pedían que les hablasen y contasen la Vida de Jesús, querían verlo. Es algo que también hoy los hombres y mujeres de nuestro tiempo reclaman. Será necesario hablarles de Jesús, pero sobre todo piden “verlo”. Hacer ellos mismos la experiencia del encuentro con Él. El Papa destaca sobre todo a los jóvenes diciendo: “Estos deben percibir que los cristianos llevan la palabra de Cristo porque El es la verdad, porque han encontrado en El, el sentido, la verdad para su vida.” Dicho de otra manera, necesitan que les hablemos más con nuestras vidas, nuestra verdad y el sentido de nuestro vivir, que con palabras bonitas que, con frecuencia, no dicen nada, o lo que es peor, contradecimos luego con nuestras vidas.

“Ver el rostro de Jesús”, fue el eslogan de Juan Pablo II para el nuevo milenio. “Ver el rostro de Jesús” es el llamado de Benedicto XVI para esta Jornada del Domund 2010. Lo cual implica el compromiso de todos nosotros los cristianos de hacer de nuestras vidas un testimonio del Evangelio o, como dice el Papa, demostrar que “Jesús es nuestra verdad”, y es el que “da sentido” a nuestras vidas. Es decir, la coherencia entre nuestra fe y nuestra vida. Ese es el problema nuestro, borrar con el codo lo que escribimos con la mano. Borrar con la vida lo que anunciamos con la palabra.

Sobre todo, como escribía en la Encíclica sobre el amor, “nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, es el mandamiento nuevo del amor”. Ser testigos del amor es ser misioneros del amor y ser misioneros del amor es ser misioneros de Jesús. “Sólo a partir del amor con Él y entre nosotros podemos ofrecer a los hermanos un testimonio creíble, dando razón de la esperanza que está en nosotros”.

El Domund no es sólo anunciar a los demás el Evangelio, es también el compromiso de nuestra conversión.”Mandato misionero que han recibido todos los bautizados y la Iglesia entera y que no puede realizarse de una forma creíble sin una profunda conversión personal, comunitaria y pastoral.”


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EUCARISTÍA Y MISIONEROS

Con frecuencia vivimos la Eucaristía como algo íntimo y personal. Nos alimentamos de Cristo y pareciera que engordamos espiritualmente. ¿No nos estaremos olvidando de algo fundamental? Benedicto XVI en su Mensaje nos dice claramente: “No podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Este exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por esta razón, la Eucaristía no sólo es fuente y culmen de la vida de la Iglesia, sino también de su misión:”Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera” capaz de llevar a todos a la comunión con Dios, anunciando con convicción: “lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros”.

Está bien comulgar y sentir en nosotros el latir del corazón de Dios, pero ¿para quedarnos con Él a solas? El amor es como el fuego, no se le puede encerrar porque tiende a dilatarse. La olla express necesita de una salida para que no explote. El amor que sembramos en nuestro corazón al comulgar necesita ser luego expresado hacia los demás. No hay verdadera comunión sólo con Dios, si a la vez no comulgamos con los demás. Comulgar o participar en la Eucaristía es compartir el “pan que será entregado por vosotros” y beber “el cáliz de mi sangre que será derramada por todos”. La Eucaristía nos hace Iglesia, por tanto, nos hace partícipes de la misión de la Iglesia, es sacramento de comunión, no de individualismo egoísta. El espíritu misionero es como el oxígeno que hace posible que el fuego se mantenga vivo. Comulgar es entrar en comunión con todos los hombres, sobre todo con aquellos que más preocupan al corazón de Dios que son los que aún no le conocen o que, conociéndole, no lo viven.


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EL GRAN RETO DE LA IGLESIA

La Iglesia tiene en estos momentos demasiados retos y desafíos; sin embargo, los Obispos reunidos en Aparecida (Brasil) reconocieron algo bien concreto: “Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo.” (Aparecida n. 14)

“Formar discípulos.” Es el primer paso. Cristianos conscientes de su bautismo, conocedores y responsables de su fe. Cristianos que han descubierto en Cristo el centro, el eje y el sentido de sus vidas.

“Discípulos misioneros.” La misión de la Iglesia no es formar gente buena, tranquila, sino formar misioneros. Creyentes que miran cerca y miran lejos. Creyentes que piensan en sí pensando en los demás. Creyentes que aman y quieren que otros también amen. Creyentes que están aquí en su comunidad, pero su corazón sueña otras tierras.

Aquí somos responsables todos, desde los padres de familia, pasando por los Centros Educativos, las Catequesis como las Parroquias y Diócesis. El grano para brotar necesita romper la cáscara. El cristiano para crecer necesita romper su pequeño círculo y pensar a nivel de humanidad.

Creemos que la Iglesia, aún en medio de tantas crisis, tiene fuego suficiente como para encender los corazones de sus hijos. Las misiones marcaron uno de los momentos más florecientes de la Iglesia. Cuando una Iglesia en particular se cierra más sobre sí misma, comienza a empobrecerse. Si no abrimos las ventanas, nuestras habitaciones comienzan a humedecerse. Una Diócesis o una Parroquia que no abre sus ventanas al mundo entero, comienza a entrar en una anemia espiritual, por muy buenas estructuras que tenga. El aire que respiramos nos viene de afuera. El aire que oxigena nuestros pulmones nos viene de afuera. La vitalidad de la fe de las comunidades cristianas viene de afuera.



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LAS MISIONES ASUNTO DE TODOS

“Estas consideraciones remiten al mandato misionero que han recibido todos los bautizados y la Iglesia entera, pero que no puede realizar de manera creíble sin una profunda conversión personal, comunitaria y pastoral. De hecho, la conciencia de la llamada a anunciar el Evangelio estimula no sólo a cada uno de los fieles sino a todas las comunidades diocesanas y parroquiales a una renovación integral y a abrirse cada vez más a la cooperación misionera entre las Iglesias, para promover el anuncio del Evangelio en el corazón de toda persona, de todo pueblo, cultura, raza, nacionalidad en toda latitud.”

Conversión personal: conciencia de cada uno de su responsabilidad misionera.

Conversión comunitaria: conciencia de que cada comunidad es responsable de la suerte del Evangelio y el encuentro de cada hombre y mujer con el Evangelio.

Conversión pastoral: cambio de esa mentalidad diocesana, parroquial, individualista. Tenemos que entrar todos por esa nueva mentalidad de que la fe se nos ha dado para compartirla. Tenemos que entrar por esa nueva mentalidad de que todos somos responsables de todos. Tenemos que entrar por esa nueva mentalidad de “ser nosotros mejores” para mejor poder ayudar y preocuparnos por los demás.

Tenemos que renovar nuestra mentalidad para comenzar a pensar en términos de Iglesia y no en términos del individualismo de “salvar mi alma”. Me salvaré salvando a los demás. Cuando lleguemos a Dios, Dios preguntará no tanto qué hicimos, sino dónde están los demás. ¿Cuál será nuestra respuesta?

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TAMBIÉN EL BOLSILLO ES MISIONERO

Cierto que la fe ni se compra ni se vende. La fe es un don gratuito de Dios y que nosotros debemos pedir en nuestra oración, no solo en este día, sino en todos los días del año. De esto creo que todos estamos, más o menos convencidos.

¿Nos convenceremos de que también de que no solo el corazón es misionero sino que también es misionero el bolsillo? Nos dice el Santo Padre en su Mensaje:

“Renuevo, por tanto, a todos la invitación a la oración y, a pesar de las dificultades económicas, al compromiso de la ayuda fraterna y al apoyo concreto de las Iglesias jóvenes, Este gesto de amor y de participación, que el precioso servicio de las Obras Misioneras Pontificias, a las que va mi gratitud, procederá a distribuir, sostendrá la formación de sacerdotes, seminaristas y catequistas en las más lejanas tierras de misión y animará a las jóvenes comunidades eclesiales.”

Es lo que llamamos la COLECTA del DOMUND. Las obras llevadas a cabo por los misioneros son muchas y grandes. Si la fe es gratuita, los medios para anunciarla y hacerla llegar tienen sus costos. Todos estamos necesitados. La crisis nos ha afectado y golpeado a todos, a unos más que a otros. ¿Afectará también a nuestra generosidad para con las Misiones y los Misioneros?

El dinero mejor invertido es aquel que ponemos a disposición de los intereses salvíficos de Dios. Tal vez no sepamos a dónde ha ido nuestra ayuda. Eso importa poco, lo que sí interesa es que nuestros bolsillos y billeteras también pueden ser evangelizadores.

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WebJCP | Abril 2007