Pedro, el marinero, continuó su conversación y me dijo: segundo consejo: «Hay que reforzar el barco». No podemos zarpar hacia nuestros compromisos con la sociedad si no hemos alistado todos los instrumentos que vamos a necesitar para enfrentarnos a ese combate que nos presentará en cada instante una mar que desafía nuestra imaginación, nuestra constancia, nuestra fortaleza y sobre todo nuestra capacidad de asumir riesgos inesperados.Yo me pregunto por la disposición de nuestras instituciones para responder a esos desafíos que hemos descrito en el punto primero. Cómo está nuestro sistema educativo; cómo estamos formando el acuerdo fundamentalnsobre los valores; cómo está la central de comunicaciones de nuestra sociedad para que nos comunique información real sobre los riesgos y las posibilidades que se avecinan; cómo está la economía que debe garantizar la supervivencia en la travesía; cómo está el sistema de salud que debe proveer a la buena condición de los navegantes y cómo está el estado del puente de mando desde donde se toman las decisiones para orientar la nave.
Sin duda alguna entenderán ustedes que me estoy interrogando sobre la capacidad institucional de responder a los grandes desafíos de una sociedad que nos invita a controlarla, a formarla, a orientarla y sobre todo a saber navegar por ella dándole respuesta a interrogantes que, si
no son absueltos hoy, crearán un «maremoto» el día de mañana.
La Constitución de nuestros países ¿está hecha para gobernar el pasado, o para orientar el futuro? Los medios de comunicación que manejamos ¿son tan sólo ecos de buenas palabras pronunciadas en el ayer, o son difusores de nuestras buenas intenciones para el futuro, o simplemente yacen bajo la corrupción de un mensaje único que incita a todos a permanecer en el puerto, acobardados frente a la tarea y frente a los desafíos a los que debieran responder con valentía y diligencia?
Me pregunto si el sistema económico de nuestras sociedades es capaz de garantizar que todos vamos a sobrevivir al viaje; me pregunto si el sistema de salud está dispuesto para que todos los miembros de la tripulación y los pasajeros tengan la certeza de sobrevivir, y me pregunto
si el sistema de educación ha creado los valores y las actitudes indispensables y las habilidades que se necesitan para gobernar la nave y poder tener la garantía de que no naufragaremos.
Si revisamos las condiciones de nuestra nave, es decir, de nuestras instituciones, tendremos que dar –creo yo–, en muchos puntos, la dolorosa respuesta de que intentamos hacernos a la mar con un bajel lleno de infiltraciones, con una nao en donde cada momento tendremos que sentir la angustia del fracaso posible.
La mayoría de nuestras instituciones fueron una respuesta tardía en el ayer y muestran en general una carencia frente al hoy y una inconsciencia total frente al mañana.
Es urgente que terminemos de reparar la nave, porque nadie nos va a disculpar del imperativo de navegar, lo que para muchas de nuestras sociedades puede convertirse indefectiblemente en el riesgo –casi cierto– de naufragar. Pienso yo, por ejemplo, en nuestras tardanzas en la integración, en nuestras veleidades y omisiones frente a los tratados de libre comercio que se nos presentan; pienso yo en aquello que Carlos Fuentes llamaba «los espejos enterrados de América Latina» cuando observo –cuando observamos– que «postergar las soluciones» se está convirtiendo en el arte más inicuo de gobernar.







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