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MISIONEROS EN CAMINO: Dios, el dinero… y tú que decides
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sábado, 18 de septiembre de 2010

Dios, el dinero… y tú que decides


(Domingo XXV TO, 19 de Septiembre de 2010)
Evangelio: Lucas 16, 1-13
Por Bernardo Baldeón

Hace 2760 años, el profeta Amós escribía: “Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo: «¿cuándo pasará la luna nueva, para vender el trigo, y el sábado, para ofrecer el grano?» Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo. Jura el Señor por la Gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones”. (Primera lectura de la Misa de hoy).
Casi 30 siglos después las cosas parecen no haber cambiado mucho.
Dios no podía quedar impasible ante esa situación. El pecado de injusticia contra los pobres enseña Santiago (St 5,4), es de los que claman al cielo. Por eso la voz de Dios se oye clara y enérgica, como un rugido, dirá el profeta. También hoy se explota al pobre por parte los poderosos, que abusan de su poder, enriqueciéndose injustamente a costa de los demás.
No se puede servir a dos señores
Por eso es lógico que Jesús pusiera como primera condición a quienes quisieran seguirlo que tenían que “elegir ser pobres” (Mt 5, 3), es decir, aquellos que eligen empobrecerse para compartir con los necesitados; frente aquellos que eligen enriquecerse a costa de empobrecer a otros.
Al joven rico que quiere seguirlo le dice: “Vende lo que tienes, dáselo a los pobres, y luego sígueme” (Mt 19, 21). Los que ya le seguían se inquietan, pero Jesús es aún más claro: “Os aseguro, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos” (Mt 19, 24).
Las palabras de Jesús siguen sonando escandalosas hoy día. En el evangelio de hoy nos da el motivo: “Ningún siervo puede servir a dos amos: porque o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso al segundo. No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13).
Claro que a lo largo de la historia los cristianos, como personas y como institución hemos sido capaces de “hacer compatible lo incompatible”. Basta ponerle sordina al evangelio, elaborar complicadas elucubraciones… Pero la palabra de Jesús sigue estando ahí; clara para quien quiera escucharla, dura para quien quiera cumplirla… pero gozosa para quien la ponga en práctica porque experimentará la alegría y la felicidad de quien comparte gratuitamente. Recibirá cien veces más porque sentirá lo que es ser plenamente humanos.
Los que valorarán nuestra vida
¿Quién va a valorar nuestra vida? Cuando llegue la hora de enfrentarnos con la Verdad y determinar si nuestra existencia ha tenido sentido o ha sido un fracaso absoluto ¿quién tendrá la última palabras?
A casi todos nos enseñaron que llegará un día en el Dios nos juzgue. Pero eso de ser“juez” no va con el ser de Dios. Por eso “delegó” hace tiempo en otras manos lo que llamamos el juicio final.
La misma Iglesia lo reconoce en sus textos litúrgicos, cuando en la celebración del matrimonio, en la bendición final a los nuevos esposos les dice: “Que los pobres y afligidos sean objeto de vuestra bondad y os reciban un día en las mansiones eternas de Dios”.
Son los pobres y afligidos de la tierra quienes un día decidirán si nuestra vida ha tenido sentido o si nos hemos convertido en unas piltrafas humanas. ¡Ojalá que antes de llegar ese momento nos demos cuenta de lo que significa realmente ser felices en esta vida!
Un viejo cuento
Hay un bellísimo cuento hindú de un peregrino que se quedó a pasar la noche debajo de un árbol en un bosque cercano al pueblo. En lo más profundo de las tinieblas, oyó que alguien le gritaba:
– ¡La piedra! ¡La piedra!, dame la piedra preciosa, peregrino de Shiva.
El hombre se levantó, se acercó al hombre que le gritaba y le dijo:
– ¿Qué piedra quieres, hermano? – La noche pasada -le dijo el hombre con voz agitada- tuve un sueño, en el que el Señor Shiva me dijo que si venía aquí esta noche encontraría a un peregrino que me daría una piedra preciosa que me haría rico para siempre.
El peregrino hurgó en su bolsa y le dio la piedra diciendo:
– La encontré en un bosque cerca del río, puedes quedarte con ella.
El desconocido agarró la piedra y se marchó a su casa. Al llegar; abrió su mano, contempló la piedra y vio que era un enorme diamante. Durante toda la noche no pudo dormir de la emoción. Daba vueltas y vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Se levantó con el alba, volvió al lugar donde había dejado al peregrino y le dijo:
– Dame, por favor, la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de un diamante.
La verdadera riqueza no consiste en amontonar cosas, sino en saberse desprender de ellas.
¿Cómo hacemos?
Más de uno pensará que todo lo anterior está bien, pero ¿cómo hacemos en una sociedad como la nuestra basada en la competitividad y en la riqueza?
Cada persona es diferente, las circunstancias en que vivimos son diferentes. En fidelidad a los principios de Jesús cada uno tendrá que buscar su respuesta.
Si somos sinceros, descubriremos que en nuestra vida, confiamos demasiado en las cosas externas, y demasiado poco en lo que realmente somos. Con frecuencia, servimos al dinero y nos servimos de Dios. Le llamamos Señor, pero el que manda de verdad es el dinero. Justo lo contrario de lo que nos pide Jesús.
Cada uno en sus circunstancias concretas tiene que tomar una postura coherente con sus creencias. En este tema, es inútil actuar por programación, es decir, echar el carro por delante de los bueyes.
Nadie tiene recetas detalladas válidas para todos. Somos, o tenemos que ser, personas y cristianos adultos capaces de ir marcando el camino de nuestra vida, nuestras opciones, en coherencia con el mensaje evangélico.
Tu vida está en tus manos. Tú eres quien decide.

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WebJCP | Abril 2007