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MISIONEROS EN CAMINO: XXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 14, 1.7-14) - Ciclo C: UN ASIENTO DE PRIMERA
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miércoles, 25 de agosto de 2010

XXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 14, 1.7-14) - Ciclo C: UN ASIENTO DE PRIMERA


Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

En un vuelo de British Airways, una señora blanca y rica se encontró sentada junto a un hombre negro. Ésta llamó a la azafata para exponerle sus quejas y su disgusto.
“Me han sentado junto a este negro y no puedo viajar así. Búsqueme otro asiento”.
“Cálmese señora”, le dijo la azafata, “el avión está lleno, pero miraré a ver si queda algún asiento libre”.
Minutos más tarde, la azafata sonriente volvió con la buena noticia. “Señora, sólo queda un asiento en primera clase”.
“Hacer un cambio de asiento es algo extraordinario, pero dadas las circunstancias, el capitán ha concluido que sería una grave desconsideración hacia el pasajero tener que volar junto a una persona tan desagradable”.
Y dirigiéndose hacia el hombre negro le dijo: “Señor, recoja sus cosas y sígame, tengo un asiento preparado para usted en primera clase”.

El resto de los pasajeros respondió con una fuerte ovación.

En algunas iglesias de Nueva York aún se pueden leer los nombres de la gente importante: Cornelius Vanderbilt, el hombre más rico de su tiempo, John Rockefeller, el hombre que desde su primer sueldo hasta el final de su vida siempre dio el diezmo a su iglesia. Éstos compraban su banco en las primeras filas y en su ausencia nadie los ocupaba.

Las listas humanas y el protocolo de los hombres no se parecen en nada a las listas de Dios.

El primer banco de nuestras iglesias está siempre vacío, excepto el día en que, por razones ajenas al culto, acuden las autoridades civiles y militares que, con mucha solemnidad y todo derecho, ocupan el primer banco.

Dios, asombro y alegría, no mide la categoría de las personas por los cargos que ostentamos, por los títulos conseguidos o por la riqueza acumulada.

En las iglesias, en torno a la mesa de Jesús, todos somos ilegales, porque todos somos pecadores, todos los bautizados tenemos la misma dignidad porque todos ostentamos el único título de hijos de Dios. Todos somos miembros de la misma familia de Dios.

La sociedad de ahí afuera es muy imperfecta. Aquí adentro todos somos importantes pero yo no soy más importante que el que está a mi lado o el que está detrás o delante. Todos participamos de la misma mesa y recibimos al mismo Jesús.

Todos invitados como en la parábola: “amigo, sube más arriba”.

La cercanía con Dios no es cuestión de lugar ni de geografía, es cercanía que sintoniza con Jesús, el que nos enseña a eliminar barreras y a valorar a todos, especialmente a los más desfavorecidos de la sociedad, los que nadie invita.

Los no invitados son los preferidos de Jesús y debieran ser también los nuestros.

Los judíos, los primeros invitados a la nueva fiesta inaugurada por Jesús, despreciaban a los extranjeros y no querían que se sentaran junto a ellos ni viajaran con ellos.

Jesús, en cuyo nombre nos reunimos, nuestro anfitrión, invita a todos a su mesa, a esta conversación dominical a esta tertulia de amigos entorno a la Palabra de Dios y las historias que Jesús nos cuenta para mostrarnos su corazón e infundirnos su espíritu.

Hoy, Jesús, el hombre humilde, nos exige ser humildes. ¿Somos humildes ante Dios? Dios mira con agrado la humildad de sus siervos ¿Se lo ha preguntado alguna vez?

No me diga que se sienta en el último banco por humildad. Se sienta ahí por miedo o para salir de la iglesia el primero.

Jesús nos exhorta también a ser comunidades de acogida donde nadie se sienta extranjero, desconocido o no querido.

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WebJCP | Abril 2007