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lunes, 2 de agosto de 2010

TERESA DE CALCUTA: Un centenario misionero


El próximo 26 de agosto se cumplirá el primer centenario del nacimiento de una de las evangelizadoras más populares de la historia reciente de la Iglesia: la beata Teresa de Calcuta. Sus Misioneras de la Caridad afrontan esta fecha desde el silencio, el trabajo y la oración. Pero, sobre todo, desde su entrega a los más desfavorecidos de la Tierra, esos a los que dedicó su vida y dotó de dignidad aquella mujer menuda enfundada en un sari blanco orlado de azul.

Por José Beltrán
Publicado por Revista Misioneros Tercer Milenio

Cuando el Imperio Otomano vislumbraba su ocaso y en el hervidero de los Balcanes la temperatura comenzaba a subir de forma alarmante, algo grande estaba a punto de ocurrir. Algo oculto y escondido, pero de una enorme trascendencia. En un momento en el que la actual capital de Macedonia, Skopje, tenía por nombre Uskub, y apenas contaba con 20.000 habitantes, estaba brotando una nueva esperanza. Allí, el 26 de agosto de 1910 Nikolle y Dranafile, dos exiliados albaneses, celebraban el nacimiento de una niña, tercera entre sus hijos; una niña que, cuando creció, nunca tomó esa fecha como su cumpleaños: prefería celebrarlo el día siguiente, aquel en el que recibió el bautismo. De este modo, hace ahora cien años, nacía Agnes Gonxha Bojaxhiu y con este acontecimiento se escribían los primeros renglones de la biografía de una de las personalidades clave de la historia y de la Iglesia del siglo XX: la Madre Teresa de Calcuta.
Un siglo después, en los cinco continentes se ultiman los actos para dar gracias a Dios por la vida y obra de la Madre Teresa, con la mirada puesta en esos primeros pasos que dio en su entrega misionera, desde una infancia que ella misma reconoce que vivió como donación. “Desde que era muy joven sentía esa vocecilla interna que me decía: «tienes que hacer algo», «no puedes quedarte con los brazos cruzados», «si tú no lo haces, nadie lo hará», y esa voz me ha acompañado el resto de mi vida y es la que me ha llevado a estar trabajando hasta el final de mis días”, comentaba la religiosa, quien no dudaba a la hora de elaborar su carta de presentación: “De sangre soy albanesa. De ciudadanía, india. En lo referente a la fe, soy una monja católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al corazón de Jesús”.
Esta pincelada autobiográfica insinúa los puntos clave que llevaron a Juan Pablo II a proclamarla beata el 19 de diciembre de 2003, cuando apenas se habían cumplido seis años de su muerte. El siguiente paso: la canonización, cada vez más cerca. Así lo reconoció hace unas semanas el padre Brian Kolodiejchuk, quien, además de ser superior general de los Misioneros de la Caridad, es postulador de la causa. “Hasta el momento no se ha presentado un caso lo suficientemente fuerte para pasar el tribunal médico en la Congregación vaticana para las Causas de los Santos”, dijo. “Pero todavía estamos esperando y rezando. Alguien tiene que pedir la intercesión de la Madre Teresa; a continuación, la Madre Teresa tiene que interceder, Dios tiene que realizar el milagro, alguien tiene que informar del milagro y entonces podemos continuar con el proceso”, detalló.
A la espera de este hecho, el silencio, la oración y el trabajo inundan en cada instante las casas de las Misioneras de la Caridad. Con esta espiritualidad como bandera, celebrarán este centenario las hijas de Madre Teresa, tomándolo como un impulso más para cumplir el cuarto voto de sus Constituciones, que, unido a la castidad, pobreza y obediencia, les invita a vivir un “servicio libre y de todo corazón a los más pobres de entre los pobres”, o lo que es lo mismo, niños abandonados, prostitutas, indigentes, leprosos, enfermos mentales…, sin importarles su credo o ideología.
En Madrid, por ejemplo, ese espíritu de sencillez hará que los actos se concentren en una eucaristía en la catedral de Nuestra Señora de la Almudena, que se celebrará el próximo 7 de septiembre y estará presidida por el presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Antonio María Rouco Varela. “Las hermanas quieren que su labor pase tan desapercibida que prefieren que hablemos por ellas los que las conocemos en su día a día. De hecho, sus Constituciones recogen la obligación de callar”, asegura el delegado de Misiones de Madrid, el padre José María Calderón, que desde hace 15 años es el confesor y capellán de las religiosas, además de contar en Radio María con un programa semanal sobre la amiga de los pobres.
El centenario coincide además con los treinta años de la presencia de la institución en España. Fue en junio de 1980 cuando la Madre Teresa de Calcuta y un grupo de cuatro hermanas llegaron a la localidad madrileña de Leganés para abrir una casa de acogida. Y para comenzar esta andadura con pie firme contaron con el asesoramiento de la fallecida Paquita Gallego, una madrileña que se inspiró en la obra de la Madre Teresa para crear un comedor social. Aquella toma de contacto ha dado paso hoy a comunidades repartidas en cuatro ciudades de nuestro país: Barcelona, Madrid, Sabadell y Murcia.

Una gran familia

Actualmente la familia nacida en la India está formada por un conglomerado de religiosas, sacerdotes y laicos que arriman el hombro para estar junto a los preferidos de Dios. La rama principal, la de las Misioneras de la Caridad, fundada hace seis décadas, cuenta con más de 4.800 monjas repartidas en 757 casas de 145 países. Los hermanos de las Misioneras de la Caridad vieron la luz en 1963, y la rama contemplativa de las hermanas dio sus primeros pasos en 1976. Además, en 1984 la Madre Teresa fundó junto al padre Joseph Langford los Padres Misioneros de la Caridad. A ellos se une el movimiento diocesano Corpus Christi, fundado por la religiosa para que los sacerdotes diocesanos que se identificaban con el carisma contaran con una fraternidad, que actualmente coordina un español, el padre Pascual Cervera.
Tras la muerte de la fundadora en 1997, la hermana Mary Nirmala Joshi tomó el relevo al frente de las misioneras. En marzo de 2009 y durante el capítulo general de la congregación, que duró casi dos meses y en el que participaron 163 hermanas –de ellas, 74 eran de origen indio–, fue nombrada superiora general la alemana Mary Prema. Nirmala había sido reelegida por tercera vez, pero ella misma pidió ser relevada de sus obligaciones, por razones de salud y por su deseo de dedicarse a una vida más contemplativa. “Dios me mostrará poco a poco el camino a seguir”, comentaba la hermana Mary tras su elección.
Este peregrinaje, a los ojos de José María Calderón, “les está llevando a las raíces de su carisma, a revisar el amor a la pobreza personal, pero, a la vez, a adaptarse a las nuevas formas de pobreza que están naciendo en este mundo. En cualquier caso, siguen al pie de la letra las palabras de Jesús, cuando señalaba: «El que quiera venir en pos de mí, que tome su cruz y me siga»”. Y son muchas las jóvenes que están tomando el relevo en esta orden de contemplativas en la acción. El ritmo creciente de vocaciones fue tal que desde que murió la Madre Teresa no pasaba un mes sin una nueva fundación. Hace tres años decidieron poner freno para poder asumir este crecimiento. “La llama no se apaga y las vocaciones aumentan. Desde que abrieron el preaspirantazgo en Sabadell y el aspirantazgo en Madrid, cuentan con seis aspirantes, además de otras siete mujeres que se han marchado al noviciado a Roma”, comenta Calderón.
Precisamente la vocación como diácono permanente de Francisco José García-Roca se forjó en la casa madrileña de las hermanas. Casado y con tres hijas, este profesor del colegio San José de Cluny en Pozuelo de Alarcón entró en contacto con ellas “porque éramos vecinos del barrio. Comencé a colaborar en el comedor y de ahí pasé a echar una mano con los terminales de SIDA, en un momento especialmente complicado, cuando los tratamientos estaban en ciernes y los enfermos apenas sobrevivían más allá de una semana en la casa de acogida”. Con el tiempo, su compromiso se ha ido adaptando a los nuevos rostros de la pobreza. “Los miércoles por la noche me uno a dos misioneras por las calles de Madrid para repartir ropas a los mendigos y acompañar a las prostitutas en lugares como la calle Montera”, relata Francisco, quien este verano viajará a Tánger con su familia a un hogar de las religiosas. Su misión allí se centra en ayudar a las mujeres solteras que se han quedado embarazadas, un colectivo especialmente denostado en los países islámicos. Les ayudan a dar a luz y se preocupan de sus hijos en la guardería.
“El testimonio de su propia vida es el mejor mensaje para evangelizar a los que tienen alrededor. Eso les llegaba a cuantos conocieron de primera mano a la Madre Teresa y es lo que contagia a cuantos trabajamos con las misioneras. Ella era una persona que acumulaba los máximos galardones en materia de solidaridad –que solo aceptaba en nombre de los pobres– y, sin embargo, era la primera en ponerse a barrer cuando llegaba a cualquier casa”, defiende Francisco. Él ya ha comenzado su cuenta atrás para ese viaje a Tánger, donde compartirá unos días de este verano con la familia de Pedro Jara, un ingeniero de telecomunicaciones que también encontró su vocación en contacto con la obra de la beata. “Pude descubrir el lado humano en medio de una vida ligada a proyectos técnicos”, comenta ahora como psicólogo y orientador escolar.

Dejarse cautivar

Para Pedro, este centenario supone una llamada a dejarse sorprender por la Madre Teresa. “Todavía es una gran desconocida para el mundo. Hasta ahora, hasta los propios creyentes nos hemos empapado de su faceta como una persona con grandes obras sociales en la India, su parte más popular. Es el momento de ahondar en el fundamento de toda esta acción, la idea de que esta generosidad solo tiene sentido para ella desde el amor de Dios, pues la Madre Teresa ve a Cristo en el pobre. Le daba la misma importancia a la eucaristía que al trato directo con el pobre, porque en ambos tocaba el corazón de Cristo”, sostiene, a la vez que apunta que “es esto lo que viven ahora las Misioneras de la Caridad, una comunidad que es más contemplativa que activa, a pesar de todo lo que hacen por los demás”.
En estos tiempos difíciles, Calderón señala que “Madre Teresa es una carta de presentación, un testimonio del amor de Dios en un mundo secularizado. Los premios que le concedieron –como los recibidos por otros muchos misioneros anónimos o por organizaciones como Cáritas– le dieron un renombre a la beata que permitió dar a conocer la labor de nuestra Iglesia, pero, sobre todo, otorgó dignidad a los más despreciados de este mundo. Es falso, erróneo y malicioso creer que la Madre Teresa representa a ‘otra’ Iglesia, pues ella se sintió profundamente unida a Roma, con un gran sentido de la obediencia, desde sus inicios, cuando el obispado local le dio el visto bueno para la fundación de la orden, hasta la relación tan especial que mantuvo con Juan Pablo II”.
Es precisamente esa alegría vital, la esperanza de hacer un mundo más humano y la dedicación absoluta al indefenso lo que agradecen los cientos de peregrinos que se postran diariamente a los pies del sepulcro de la beata en Calcuta y que se multiplicarán este mes de agosto. Y todo, por una mujer de aspecto débil, enfundada en un sari blanco con ribetes azules, pero de gran fortaleza física y espiritual, que, sintiéndose una gota en el océano, logró provocar una gran oleada que hoy se hace cada vez más fuerte.

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WebJCP | Abril 2007