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sábado, 7 de agosto de 2010

Palabra de Misión: Bienaventurados porque Dios no vuelve todavía


XIX Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 12, 32-48) - Ciclo C
Por Leonardo Biolatto

El texto de hoy es relativamente largo para la liturgia y difícil de estructurar internamente. A primera lectura da la impresión de constituir un rejunte de ideas y frases de Jesús con un cúmulo de imágenes simbólicas y metafóricas. Lamentablemente, a primera lectura se conforma como un texto ininteligible y de difícil acceso desde nuestra cultura. Las imágenes y metáforas necesitan ser explicadas y situadas en su contexto socio-histórico, la referencia al castigo por parte del amo debe ser tamizada y adecuada, la concatenación de la argumentación necesita una línea interpretativa que la relacione. En definitiva, es un texto difícil hoy que no lo era hace dos mil años. Es una perícopa enredada para nosotros y simple para la comunidad lucana. Se pueden encontrar paralelos en Mateo, precisamente en Mt. 6, 20-21, referencia a la acumulación de tesoros que no pueden ser robados, y en Mt. 24, 43-51, sobre la parábola del mal servidor que se aprovecha de la ausencia de su amo y es sorprendido por el regreso del mismo. Como vemos, aquello que en Mateo está rotundamente separado, por casi un libro de distancia, por dieciocho capítulos, en Lucas constituye una seguidilla.

Si buscamos cómo está hilvanado el texto, primero tenemos que entender la lectura de hoy en el marco que le constituye la lectura del domingo anterior (cf. Lc. 12, 13-21) y el resto de versículos que no leemos (cf. Lc. 12, 22-31), donde Jesús aconseja a sus discípulos no temer por las posibles faltantes de materiales ni por las inquietudes propias del tiempo que pasa; lo importante es confiar en que existe un Padre, que ese Padre nos ama, y que es capaz de suministrarnos lo que necesitamos en tiempo y forma. El Padre, en definitiva, sabe mejor que nosotros cuál es nuestra necesidad urgente, y por eso es preciso buscar el Reino primero, y saber que lo demás, lo accesorio, viene por añadidura. Así culmina el versículo 31, con una clara contraposición entre lo absoluto, representado por Dios y su Reino, y lo secundario, que es el resto de las cosas. Ante el peligro de que ese Reino absoluto aparezca como inaccesible, la lectura litúrgica inicia con el llamado a la confianza: no temer. Esta es una de las cualidades cruciales de Jesús y recordada frecuentemente por Lucas: cree que la fe no puede estar fundamentada en el temor, en el miedo. Así es que el ángel le advierte a Zacarías, en los inicios del Evangelio, que no tema (cf. Lc. 1, 13), tanto como lo hace con María (cf. Lc. 1, 30); en base al nacimiento del Bautista, Zacarías exclamará en su cántico que es signo del Pueblo de Dios vivir libres de temor (cf. Lc. 1, 74); inmediatamente, el ángel pide que no teman, esta vez a los pastores en la noche del nacimiento (cf. Lc. 2, 10); ya en la vida adulta de Jesús, Pedro será llamado al seguimiento discipular en medio de la invitación a no temer (cf. Lc. 5, 10); a Jairo le pedirá fe y no temor respecto a la situación grave de su hija (cf. Lc. 8, 50); a los discípulos les explicará que no deben temer a los que matan sólo el cuerpo (cf. Lc. 12, 4), y ni siquiera temer por cosas que a la larga resultan insignificantes (cf. Lc. 12, 7). Ese es el Dios de Jesús, la fe del Maestro, y eso es lo que quiere transmitir a sus discípulos, que en redacción de Lucas son el pequeño rebaño, expresión que se hace eco de una Iglesia primitiva diminuta en medio del Imperio Romano. Ante esa situación de aparente desamparo frente a la mole imperial, las claves hermenéuticas de la historia de la salvación lucana son la certeza de la existencia de un Padre que ama, y lo poderoso de la inversión de valores que encarna el Evangelio. En el Reino, lo pequeño es grande y las riquezas son obstáculos.

A partir de esta introducción, en el texto se suceden las imágenes metafóricas que desarrollan el contenido de la enseñanza, con una cadencia que pareciera desordenada o arbitraria, pero que guarda sucesión:

- Polillas y ladrones: las primeras imágenes tienen que ver con el tema que ocupa casi todo el capítulo 12, sobre las riquezas en la visión humana y en la visión divina. La orden es terminante: vender los bienes y darlos como limosna. En la lógica del Reino no son necesarios, más bien estorban. En contrapartida, deben construirse bolsas que no se vuelvan viejas, según el original griego palaioo me, o sea, que no se desgasten y se rompan con el paso del tiempo, como muchas veces sucede con las riquezas materiales que, al cambiar la moda, se vuelven insuficientes para la satisfacción del cliente, obligando a entrar en una moda de cambio y recambio que es círculo vicioso. Estas bolsas particulares tienen la ventaja de acumular un tesoro que ni las polillas ni los ladrones pueden maltratar. Son bolsas que resisten la embestida del mundo y por eso pueden estar junto al corazón, o mejor dicho, el corazón puede estar en ellas.

- Cinturón y lámparas: la expresión sobre estar ceñidos se refiere a tener ajustado el cinturón que, comúnmente, en un lugar donde es habitual el uso de la túnica larga, se vuelve cotidiano. Quien tiene ajustado el cinturón, evita enredar sus pies con la túnica y es capaz de realizar movimientos sin obstáculos. Los ceñidos están dispuestos a trabajar, a diferencia de los no ceñidos, que parecieran estar holgazaneando, confiados en que nada nuevo sucederá. De la misma manera, la idea de las lámparas encendidas tiene que ver con la atención puesta en una tarea. Encienden sus lámparas para esperar los que saben que, aún siendo de noche, aún en la oscuridad, hay alguien que viene. Como los hombres que esperan el regreso de su amo, para abrirle inmediatamente, sin perder tiempo. Sólo los ceñidos y de lámparas encendidas pueden abrir rápido la puerta. En términos cristianos, sólo los que se desprenden de los bienes materiales pueden estar plenamente disponibles para recibir a su Señor.

- Cuidados con los ladrones: el material con el que se construían las casas de Palestina no era, en absoluto, concreto, y podía ser fácilmente horadado. De tal manera, un ladrón no muy entrenado, no necesitaba demasiado tiempo para perforar la pared de la habitación que quería robar. Obviamente, como recalca Jesús, si el dueño de la casa supiese a qué hora le agujerearán la pared, estará allí para sorprender in fraganti al malhechor. Como, normalmente, el dueño de casa no lo sabe, debe tomar precauciones. El discípulo tampoco sabe a qué hora ni qué día volverá el Hijo del Hombre, y por eso se ve en la obligación de estar siempre atento, siempre en alerta. La imagen, para nada intenta comparar al Hijo del Hombre con un ladrón, sino que busca explicar plásticamente el sentido de la espera frente a lo desconocido. Para esperar lo que no sabemos con precisión, es necesario tener ceñido el cinto y las lámparas encendidas.

- Los riesgos de aprovechar la demora: cuando Pedro le pregunta a Jesús si esas palabras que pronuncia son advertencias generales (para todos) o advertencias discipulares (sólo para ellos), el Maestro esquiva la pregunta y cambia el planteo. No le responderá directamente a Pedro, no le dirá que habla para todos ni para unos pocos. En cambio, le contará la historia del servidor que, creyendo que el amo demoraría, se aprovechó de la situación para golpear y emborracharse. Como era de esperarse, el amo volvió en el momento más inoportuno de su juerga, demostrándole que no tenía sentido aprovecharse de la demora. Hasta aquí, el mensaje para Pedro es que, en lugar de preocuparse por dividir entre los de afuera y los de adentro, debe preocuparse por la venida del Hijo del Hombre, y más aún, preocuparse por la situación que le toca ocupar, situación discipular, ya que aquel que tiene más conocimiento (discípulo), está obligado a rendir mayor cuenta, a diferencia del ignorante que actúa por la misma ignorancia. Si el cristiano sabe que el Hijo del Hombre volverá, deberá ser tan precavido como el dueño de la casa que sabe que vendrá el ladrón.

- Los bienaventurados: más allá de las bienaventuranzas que Lucas agrupó en Lc. 6, 20-23, tenemos dispersas en medio del libro algunas más, como las relacionadas a María (cf. Lc. 1, 45.48), a los que no se escandalizan de Jesús (cf. Lc. 7, 23), a los dichosos que ven las obras jesuánicas (cf. Lc. 10, 23), a los que oyen la Palabra y la ponen en práctica (cf. Lc. 11, 28), a los que invitan al banquete a aquellas personas que no pueden retribuirle la invitación (cf. Lc. 14, 14), y las que recopila la perícopa de hoy. Se llama bienaventurados a los siervos que son encontrados sirviendo por su señor, sobre todo si el amo llega en la hora menos pensada y, contra todo pronóstico, los encuentra ejerciendo la diakonía en la medianoche o en la madrugada. Serán ellos los que recibirán el gozo de ser servidos por su Señor, y en ese servicio reconocerán que no se han convertido en amos, sino que les está siendo dado aquello que dieron. Son bienaventurados porque han comprendido y aprehendido la dinámica del Reino: el servicio. Como María, como los que no se escandalizan de Jesús, como los que ven al Maestro y lo entienden, como los que oyen la Palabra y la ponen en práctica, y como los que realizan acciones en vistas a los marginados, son bienaventurados los que esperan confiados y atentos.

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De alguna manera, la expresión simbólica que Lucas traza con el amo que regresa y se pone a servir a sus sirvientes, es la realidad de la pasión-cruz y la enseñanza práctica que Juan expresará con el lavatorio de los pies (cf. Jn. 13, 2-17). Jesús es el Señor/Amo que se ciñe la cintura, lava los pies de los seres humanos y hace bienaventurados a los que dan la vida por el Reino, conociéndolo o no. Esa realidad cristológica, sucedida en un pasado histórico que determinó la encarnación, y prolongada en la línea del tiempo humano por la acción del Espíritu Santo, parece suspendida hasta el regreso del Hijo del Hombre. Las comunidades cristianas de la segunda y, mucho más, aquellas de la tercera generación cristianas, se comenzaron a preguntar, prontamente, qué estaba impidiendo el regreso del Señor. Actualmente, en otro sentido al que nos referimos, la gente se sigue preguntando por el regreso del Señor. O mejor expresado: se sigue preocupando por el no-regreso. La historia parece sumida en un círculo de destrucción-progreso-destrucción. Se arman y desarman guerras, se promueven préstamos a los países enriquecidos, aparentemente progresan, luego se sumen en la deuda externa, y a la par suceden las batallas, civiles y comerciales. Aquello que un grupo de varones y mujeres alcanza como logro, es derribado al día siguiente por el ímpetu de los avasalladores que no escuchan otra voz más que la propia. ¿Y Dios?

La evangelización (los evangelizadores) tiene la tarea de recordar al mundo que hay que estar atentos, vigilantes, con las lámparas encendidas, y siempre los cinturones ceñidos. Es difícil responder a los interrogantes sobre el regreso del Hijo del Hombre y sobre la presencia/ausencia de Dios, pero no es imposible dar el testimonio concreto en la historia, en esta historia que parece sumida en un círculo vicioso, que parece destinada al barranco, que parece abandonada de la mano de Dios. El testimonio concreto es el desprendimiento de los cristianos, el abandono real de la Iglesia en sentido providencial. No es necesaria una respuesta largamente argumentada sobre la parusía, ni una larga homilía sobre los apocalipsis que están al cruzar la calle. Es mucho más elocuente el testimonio que nace de las bolsas con el auténtico tesoro, las bolsas donde se pone el corazón, las alforjas con las vidas entregadas por los pobres de la tierra. Es más elocuente la fe que espera y no desespera, que pacientemente se hace confianzuda en el silencio divino. Es más elocuente hacer como el Señor que se arremanga para servir a los demás. No es excusa para detener la evangelización el no tener respuestas; la respuesta más adecuada ante la ausencia de Dios es reconocerlo presente entre los pobres y marginados. ¡Bienaventurados los que puedan ver en el otro el rostro de Dios!

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WebJCP | Abril 2007