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MISIONEROS EN CAMINO: Reflexiones para el XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Lc 10, 1-12.17-20) - CICLO C
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sábado, 3 de julio de 2010

Reflexiones para el XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Lc 10, 1-12.17-20) - CICLO C

Por Rogelio Narváez Martínez

“ENVÍA, SEÑOR OPERARIOS A TU MIES”.

1.-Muy gentiles amigos:
Atendiendo al mandato del Señor en el Evangelio: “Rueguen al dueño de la míes que envíe trabajadores a sus campos”, es necesario que nos demos espacio, el día de hoy, para que elevemos a Dios una plegaria, en la que le pidamos el obsequio de tres regalos: primer regalo: que mueva el corazón de los jóvenes a una respuesta generosa ante la invitación de un Dios que es generoso, para que así haya abundantes vocaciones a la vida sacerdotal; segundo regalo: que a los jóvenes que se encuentran en alguna etapa de la formación en nuestro Seminario les conceda el don de la perseverancia; y tercer regalo: que a todos aquellos que, por su gracia, nos hemos consagrado a su servicio y al de nuestros hermanos lo hagamos con una respuesta que se exprese en la totalidad, en la perpetuidad y en la alegría.

¿Cuál es el motivo de estos tres regalos que le pedimos al Señor?

2.- Bastaría que un día realizáramos un sencillo recorrido a través de las calles de nuestra ciudad, por los oscuros y patéticos callejones de muchas de nuestras colonias, a través de las habitaciones de los reclusorios y de los tutelares, por cada rincón de nuestros asilos y en los orfelinatos, llegar a cada rincón de los hospitales... Sería suficiente que un día pudieras contemplar el río de dolor que fluye a través del corazón de nuestras familias para que constataras la veracidad y la actualidad de las palabras pronunciadas por el Maestro: “la cosecha es mucha y los obreros son pocos”.

Pidamos a Dios con confianza, que suscite la vocación en el corazón generoso de muchos jóvenes, y supliquémosle que conceda el don de la perseverancia a nuestros valientes jóvenes que hoy mismo se están formando para participar un día de la vida sacerdotal a favor de nuestro pueblo.

3.- ¿Sabes? En la vocación al sacerdocio reconocemos tres cualidades necesarias e inseparables: la gratuidad, la funcionalidad y la inalterabilidad.

La primera es la gratuidad. Debemos admitir en el fondo de la vocación sacerdotal la total y gratuita iniciativa de Dios. El que seamos elegidos por Dios no significa que seamos los más elegibles. Reconocemos con humildad y con sinceridad que no tenemos los méritos suficientes como para participar de un don que nos excede. En cada uno de aquellos que perciben o hemos percibido la llamada al sacerdocio se repite la historia de aquellos primeros discípulos a quienes Cristo afirmó de modo rotundo: "No me han elegido ustedes a mí, sino que soy yo quien os he elegido a ustedes" (Jn 15,16).

La vocación al sacerdocio nace de la gratuidad, porque no puede ser sólo el producto de la decisión de un aspirante, ni puede tampoco establecerse en virtud de una decisión de la comunidad. Nadie puede pronunciar como propias aquellas palabras que sólo le pertenecen a Él, al Maestro: “Éste es mi Cuerpo”. “Ésta es mi Sangre”. “Yo perdono tus pecados”. No existe comunidad alguna que pueda otorgar tales poderes. Sólo Él puede hacerlo. Precisamente esto es lo grande, lo enteramente consolador y reconfortante: es aquí en donde penetra en la historia algo que supera todas nuestras capacidades.

Justamente este don gratuito, esta superación de toda nuestra capacidad personal es lo que está esperando el hombre en la historia siempre de nuevo, una y otra vez, y hasta el fin del mundo tal y como Jesús lo ha mencionado: la potestad de perdonar, de cambiar el pasado; la facultad de invocar un amor que es indestructible y con ello seguir alimentando al pueblo de Dios con el Pan de la Vida.

4.- Ahora, que ya hemos hablado de la gratuidad, podemos captar la segunda cualidad en la vocación sacerdotal: la funcionalidad. Cuando Dios llama al hombre, le llama para algo. El destinatario real y auténtico del ministerio no es el sujeto que lo recibe en la solemnidad de una ordenación sacerdotal, sino todos aquellos que reciben sus beneficios en la dispersión de los tiempos.

La funcionalidad nos refiere el ministerio sacerdotal no como un punto de llegada sino como un punto de partida. La historia de la salvación habla de un misterioso modo de proceder divino: Dios llama a Abraham para fundar un pueblo nuevo; llama a Moisés para liberar a Israel de las manos de los Egipcios, llama a los profetas para que sean heraldos de la verdad y testigos de la voluntad divina; ha llamado a la Virgen María para ser la Madre del Salvador. Después de todo lo anterior, Jesús de Nazareth, el Verbo encarnado, ha querido llamar a unos cuantos hombres y les ha enviado a predicar y a realizar señales de salvación.

Se abre de pronto, ante nuestra mirada, un horizonte que tal vez nos pueda parecer, hasta demasiado grandioso y atrevido, aunque las palabras encierran un sentido eminentemente práctico.

El texto del día de hoy, menciona dos aspectos funcionales en la misión apostólica y sacerdotal: son enviados a predicar y están dotados de la potestad de expulsar a los demonios. PREDICACIÓN Y POTESTAD -Palabra y Sacramento- son las dos columnas fundamentales del servicio sacerdotal. Lo son en todos los tiempos. Ambos cometidos adquieren múltiples formas en el desempeño de las actividades sacerdotales cotidianas. La Palabra tiene muchas expresiones, que van desde la Predicación y la enseñanza hasta la conversación personal. El sacramento no se reduce al instante preciso de la celebración litúrgica, sino que pide la preparación interior de quien lo administra, y la orientación hacia Dios de quien lo recibe. Es importante poner mucho cuidado para no alejarnos de estos cometidos fundamentales.

Después del Concilio Vaticano II, ha surgido algunas veces la impresión de que hay cosas por hacer más urgentes que la predicación de la Palabra de Dios y la administración de los Sacramentos. Hay quienes piensan que primero hay que crear otra sociedad, antes de dedicarse a aquellas tareas. Tales opiniones se basan en la ceguera espiritual que sólo es capaz de percibir los valores materiales y que se olvida que el hombre necesita siempre la "totalidad", quiere respuestas para el cuerpo, pero también para el alma. No pueden dejarse a un lado los problemas del espíritu, la salvación eterna. Al contrario, es su desplazamiento o su exclusión lo que provoca los otros problemas y los hace insolubles.

Nunca es, por tanto, superfluo conducir a los hombres hacia el Dios vivo. Por el contrario, Él es siempre el presupuesto básico para despertar lo mejor de las fuerzas humanas, aquello sin lo que, en definitiva, no pueden vivir. Cuanto más penetrados estemos nosotros mismos de la presencia del Dios vivo, tanto más podremos llevarla a los hombres y tanto mejor percibiremos que es justamente este servicio genuinamente sacerdotal el que no ignora la vida real, sino que hace "que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10).

5.- Y, entonces llegamos a la tercera de las características de la misión sacerdotal, ya hemos hablado de la gratuidad y de la funcionalidad, la tercera es la inalterabilidad. En palabras sencillas digamos que: Cuando Dios nos elige, lo hace de forma gratuita, y esta elección es para algo, pero también Él nos elige para siempre. La inalterabilidad subraya enfáticamente la firmeza inamovible del propósito divino.

Dios ha querido comparar la estabilidad del orden de su elección con el orden de la creación. La inalterabilidad no tiene su fundamento en la fidelidad del hombre sino en la fidelidad de Dios. Bien podríamos recordar las palabras del Salmista: " Lo ha jurado Yahweh y no ha de retractarse; Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec" (Sal 109,4).

Podría un día arrepentirse el hombre de sus decisiones, y es muy triste admitirlo, pero Dios jamás se arrepentirá de la elección que ha hecho a nuestro favor

6.- Es, con lo anterior, como podremos comprender ahora todas aquellas apreciaciones que sobre el ministerio sagrado se han tenido, a lo largo de la historia de la Iglesia.

San Pablo se llama, a sí mismo, por su apostolado: Ministro de Dios y dispensador de sus tesoros (1Cor 4,1). Santo Tomás de Aquino dice que el sacerdote es constituido embajador y mediador entre Dios y el hombre.

San Juan de Ávila le llama relicario de Dios, casa de Dios, lo compara con el sol en relación con la noche. Su Santidad Juan Pablo II le llamó al sacerdocio: “Don y Misterio”, y a los sacerdotes les llama intermediarios, Instrumentos vivos de la acción de Cristo en el mundo y, sobre todo, también ha querido llamarles Pastores.

San José María Escrivá de Balaguer rechaza llamarle al sacerdocio una renuncia y pide llamarle ganancia incalculable. San Gregorio Magno les llama a los sacerdotes condimento del sabor de la vida eterna, sal del alimento de la vida cristiana. El Concilio Vaticano II, entre otras expresiones, les llama: Pastores y padres. San Juan Crisóstomo les llama repartidores de las contribuciones de la ciudad celestial.

7.- Es necesario, seguirle pidiendo a Dios que nos envíe operarios, que les dé perseverancia a nuestros jóvenes y, que a aquellos que ya trabajamos en la míes, recibamos de Él la comprensión de que más allá de las gratificaciones humanas no puede existir una mejor recompensa, que el saber que nuestros nombres están escritos en el Cielo.



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“CONYUGES Y CONSORTES”.

“En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir”.

1.- Muy gentil amigo: Escribe Michael Quoist en su libro: “Háblame de amor”:
" Cómo la sinfonía necesita de cada nota,
cómo el libro necesita de cada palabra,
cómo la casa necesita de cada piedra,
cómo el océano necesita de cada gota de agua,
cómo la cosecha necesita de cada grano de trigo,
la humanidad entera tiene necesidad de ti,
yo tengo necesidad de tí,
allí donde estés, único,
y por tanto irremplazable".

Me agrada compartirte este texto inicial porque el Señor en este domingo ha querido exaltar la importancia de la enseñanza y el testimonio de dos personas que se acompañan en el camino de una misma misión.

2.- ¡Créanmelo! Por más que he querido y por más que lo he intentado: Una y otra vez mi reflexión en torno a la enseñanza de este domingo no la he podido alejar del seno de la familia cristiana.
Y es que, considero que son los esposos cristianos los primeros que debieran asimilar que: el testimonio de dos personas que caminan juntos en la vida y que llegan a estar de acuerdo en aquello que enseñan es importantísimo e incomparable.

Se trata de una misión de dos personas, pero no para que uno sea el guía y el otro sea guiado ni en donde uno es el que empuja y el otro es empujado, se trata de un acompañarse paralelamente. En este tenor, los términos coloquiales del matrimonio en el que se hacen llamar Cónyuge y consorte al esposo o a la esposa, nos hablan atinadamente acerca de la naturaleza de esta misión de los dos.

3.- ¿Qué significa el ser cónyuge en el matrimonio? Ser Cónyuge significa ingresar a un estilo de vida en el que los dos asuman equilibradamente las mismas cargas, una misma responsabilidad, un trabajo por realizar entre dos personas, porque así ha sido diseñado. Se trata de llevar los dos “el mismo yugo” para que al barruntar la tierra las líneas de los surcos se tracen uniformemente.

¿Y el ser consorte? El que los esposos sean llamados Consortes, por su parte, significa asimilar que se tiene a nuestro lado a alguien que vive la misma suerte con uno, y que de parte de uno, no tan sólo en el papel, deberíamos hacerle sentir de esa misma manera: no estás solo o sola yo estoy contigo. Se trata de estar al lado de alguien, o tener a alguien a nuestro lado, en las más diferentes situaciones, vivir la misma suerte con alguien: en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las tristezas, en los momentos de luz y en los momentos de oscuridad, en los días fastos y en los nefastos, en los días gratos y aún en los ingratos, en los períodos soleados y en aquellos que se viven bajo la tormenta incesante.

Se trata de una misión de dos en donde los esposos se complementan.

La tragedia cotidiana, en este tenor, no es otra sino ese experimentar que lejos de tener a alguien que carga con nosotros el mismo yugo, le han dejado a uno asumir todo el compromiso, y no pocas veces tienes que ir llevando en peso a aquel o aquella que en teoría te iba a hacer la vida más ligera. El drama que convierte en pesadillas los sueños es aquel en el que alguien que te había prometido asumir contigo las vicisitudes de la vida ha desaparecido un día cuando la enfermedad ha desplazado la salud, cuando la escasez ha despedido a la bonanza, y te deja contemplando en el espejo el espectro de la soledad.

4.- Esta misión es para los dos, y tan importante es uno como la otra, y viceversa.

Se trata de la complementariedad de esas dos clases de belleza, que decía Marco Tulio Cicerón existen en el mundo: el encanto y la dignidad. El encanto es la cualidad de la mujer, la dignidad es la cualidad del hombre.

El Señor no ha enviado a los esposos cristianos a la geografía de nuestro mundo como si fueran dos bellas islas para náufragos, sino como continentes a conformar en la unidad de esfuerzos el mundo nuevo que Él quiere fundar.

El Señor no ha enviado gente aislada sino que ha enviado en el matrimonio a los esposos de dos en dos para predicar el Reino y hacerlo presente en el mundo. La labor tendrá la garantía de su efectividad en la capacidad que se tenga de reconocer lo que el otro puede aportar a la labor que Dios nos ha encomendado y en el ofrecer lo que yo le puedo aportar en su propia labor. El Señor nos invita a reconocer la riqueza de la labor de dos personas.

Es la fuerza de la unión y no de la contradicción la que nos enriquece. ¿Cuántas veces los cristianos nos queremos erguir como majestuosos monolitos pero estamos aislados de los demás? Debemos ser como dos monolitos pero no separados.

5.- Realmente es increíble la labor de dos personas cuando se realiza en la armonía, en ocasiones uno es el que conduce y el otro es copiloto, uno sabe cuando acelerar y el otro cuida que se frene a tiempo lo que puede provocar daños a la familia, en ocasiones uno es el que toma las iniciativas y el otro es el que las ejecuta o las respalda... Se trata de esa labor que, similar a la acción verificadora del maestro de la construcción, realizan esas dos gotas de líquido verdoso en el instrumento que han llamado “nivel” para tener desde dos puntos de óptica, la perspectiva complementaria que nos ofrezca el conocimiento de un edificio que va levantándose uniformemente.

Son necesarios los dos. Y de esta manera, ocasionalmente uno empuja hacia el norte y otro empuja hacia el sur, uno empuja hacia el poniente y otro empuja hacia el oriente. Uno empuja hacia lo vertical y el otro hacia lo horizontal, uno tiene los pies en la tierra y el otro tiene su mirada bien ubicada en el cielo. Uno cuida no tropezar con lo mismo del pasado y otro empieza a vislumbrar el futuro. Uno es el cerebro y el otro es el corazón. Uno camina hacia la derecha y el otro hacia la izquierda y el movimiento se torna equidirigido, equidistante, equilibrado y ecuánime.

6.- ¿Saben? Quiero hablar en esta tarde de dos elementos que son destructivos en la vida de aquellos dos que caminan juntos en la misión de su vida: la falta de unidad en ambos y el orgullo en uno o en los dos.

7.- Primero la falta de unidad. ¿Cuántas veces aparentamos estar juntos y vivimos cada uno en nuestro mundo, en nuestro pequeño horizonte, reducidos solamente a nuestros propios intereses, a nuestros egoísmos y solamente vemos procuramos y defendemos aquello que satisface nuestras aspiraciones egoístas?

Lo anterior le accarrea la infelicidad a los demás y por ende nos origina nuestra propia infelicidad. Poter Robinson en su libro "Mitos y leyendas del Mundo", tiene un cuento en el que manifiesta la desunión entre las personas como un producto de la falta de cordura.

"Durante sus ratos libres, un monje gustaba de ir a visitar a los enfermos en los hospitales, pero un día cambio de rutina y decidió conocer la vida de un manicomio. Después de recorrer los diversos pabellones, fue a platicar sus impresiones con el director del plantel.

-Señor director, he visto mucha gente en los pabellones y patios muy lastimada por los tormentos mentales.

-Así es, la mayoría de ellos deben pasar un tiempo muy largo internados para ser rehabilitados, y puedan llevar una vida normal fuera de aquí -indicó el médico.

-¿Cuántos pacientes se encuentran internados en esta institución? -preguntó el monje.

-No tengo el dato exacto, pero calculo que debe haber... entre setecientos u ochocientos enfermos, aproximadamente - dijo el doctor.

-¿Tantos? Bueno si así es - comentó el monje-, supongo que tendrá muchos vigilantes para controlarlos cuando pierdan los estribos.

-No, no tenemos muchos. En realidad tenemos pocos vigilantes - respondió el director.

-¿Cómo es posible? -preguntó el monje-. Suponga que todos los enfermos se unieran en contra de ustedes en un motín, ¿Qué harían?

-Eso no nos preocupa - contestó el médico-. Los locos no se unen. Viven demasiado metidos en ellos mismos; su único interés son sus propias ideas y,... sus fantasías.

Muy querido amigo: El egoísmo nos destruye, pareciera que protege nuestros proyectos, pero en realidad destruye el mejor de los proyectos. El cónyuge tiene que aprender a referir su vida en primera persona pero del plural. No son mis cosas, ni mis problemas, no son mis ideas o mis ilusiones,.... se trata de nuestras cosas, nuestros problemas, nuestras ideas y nuestras ilusiones. Uno pensaría que el egoísta tiene un horizonte muy amplio y la verdad es que no es así, se trata de aquel que tiene un horizonte tan angosto que termina una y otra vez en él.

8.- Y ya que referimos el egoísmo, es adecuado que lo mencionemos en una de sus principales presentaciones destructoras: el orgullo. El orgullo suscita la falta de dialogo en las personas y esta también destruye lo más sagrado: ka familia. Pensemos en nuestra vida y sinceramente encontremos todos aquellos momentos en que por causa de nuestro orgullo se ha desecho una amistad o una bella y pura relación.

Gustavo Adolfo Becquer dibuja en su rima XXX lo que acontece en la vida de los esposos cuando el orgullo preside y decide la relación. Se trata de una escena como la de cualquier familia en la que él por inadvertencia, o quizá por maldad, ha hecho algo que a ella le ha hecho sentirse lacerada. ¿Cuánto daría él por regresar las manecillas del reloj pero es imposible hacerlo? ¿Cuánto daría por pronunciar esas palabras que sanan las heridas: me perdonas? ¡Pero cuánto nos cuesta pronunciarlas! Y así es como el orgullo no le permite pedir perdón a él y es el orgullo el que no le permite perdonar a ella. Después viene el arrepentimiento de ambos, quizá cuando ya poco se puede hacer...
Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: "Por qué callé aquel día",
y ella dirá: "¿Por qué no lloré yo?".

9.- Es difícil ir de dos en dos, sería más fácil ir de tres en tres, y así al discordar con alguien tener una alternancia en las soluciones. Pero es que los matrimonios cristianos debieran saber que sí hay un tercero en el matrimonio: Dios quien quiere ser el tercero en tu misión y en mi misión, a Él le gusta que sepamos consultarlo. Pero somos muchos los que le hemos dejado en el templo en el día del matrimonio o de la consagración, y en nuestras casas se ha convertido en una imagen ornamental, y hemos olvidado que si se va de dos en dos en la vida de los esposos, es para que el tercero en la consulta sea precisamente Dios.



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“DE DOS EN DOS”.

“En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: Pónganse en camino: No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias...”.

1.- Muy queridos amigos:

El Señor Jesús ha enviado de dos en dos a los esposos, y ellos deben tener en claro que en el verdadero amor no manda nadie; obedecen los dos. Pero, el Señor Jesús también ha enviado de dos en dos a los padres de familia, y deben darse cuenta de la importancia que tiene el que los coincidan en los criterios que se tienen para educar a los hijos.

Hoy en día, sobreabundan todos esos libros en los que los comentarios de los psicólogos de la familia coinciden al manejar el concepto de “los hijos tiranos” cuya principal arma para conseguir sus fines, no es otra sino la de dividir a aquellos dos que comandan en la familia,... y manejan ellos que, muchas más veces de las que nos podemos imaginar los hijos tiranos llegan a provocar incluso la ruptura esponsal de sus padres.

Los padres de familia debieran actuar en el escenario de su familia a imagen de un dúo en actuación: cuando uno de los dos canta, el otro aplaude, cuando el otro actúa el primero apoya tras bambalinas... El problema radica en las actitudes de aquellos matrimonios en los que cuando un padre está cantando o actuando el otro le está abucheando, y viceversa.

Y, la verdad, es que debe dar vergüenza el vivirlo, pero te digo que también da vergüenza el presenciarlo, cuando se generan esos momentos en que el padre o la madre de familia juegan a ser populares a cosa del descrédito del otro. ¡Es una de las más lamentables faltas de respeto! Hablemos un poco sobre este tema.

2.- Te quiero comentar sobre un libro escrito por Francine Klangsbrun titulado “La gente casada; cómo conservar el matrimonio en la era del divorcio”. Para escribir su libro, Francine entrevistó a 100 parejas que llevaran más de 15 años de casados y tenía como propósito identificar los factores que le han permitido a esos matrimonios sobrevivir juntos, y la respuesta fue unánime: el respeto.

Respetar quiere decir por sus raíces: mirar. Se trata de mirar con claridad y amor al otro.

El respeto es el arte de amar tal como lo ejercen las parejas casadas que honran lo mejor e irrepetible en cada cual.

Ella refiere las siguientes reglas del respeto:

Evitar el desdén, la indiferencia o el menosprecio de lo que al otro le agrada, ya que es síntoma y efecto devastador de la falta de respeto. Implica que uno cree que la otra persona no vale nada.
Evitar los comentarios hirientes, sobre todo cuando las aficiones son distintas. Esto suele ser humillante.
Fomentar la autoestima del otro. Reconocer sus virtudes, hacer comentarios afectuosos sobre el otro.
Apreciar la individualidad de la otra persona y aceptar que es única e irrepetible.
La aceptación de los rasgos diferentes del otro es cuestión de tiempo y es por ello que el respeto es una cualidad de los matrimonios maduros y no de los enardecidos enamorados.
No se trata de la indiferencia, porque esta separa y el respeto une a las personas.
Aprender uno del otro es lo que enriquece.
3.- Sobre la realidad y el cultivo del respeto, los primeros que debieran estar convencidos son los recién-casados, aquellos que han cambiado la realidad de su vida y que deben asimilar su nueva situación: han pasado de ser sujetos pasivos, hijos de familia a ser directores de orquesta con batuta compartida y tocando el piano a cuatro manos, se han desplazado de la parte trasera del automóvil de la familia en la que nacieron y crecieron a los asientos delanteros en un automóvil en el que se desplazarán aquellos que nazcan y crezcan en el seno de su familia.

4.- Es necesaria la justa valoración del otro y de ambos. Se dice, con imprecisión, que detrás de cada hombre hay una gran mujer. Yo tengo que decir que, no es detrás ni delante sino al lado de una gran mujer donde hay un gran hombre, y al lado de un gran hombre donde hay una gran mujer.

El matrimonio es un ir en el camino de la vida de dos en dos teniendo la confianza no en el dinero, ni en lo que carguen en el morral, ni en la elegancia de sus sandalias sino en aquel que les ha enviado y que les puede ayudar durante el tiempo del recorrido, así como en el trabajo que en la coherencia y en la complementariedad pueden hacer los dos.

Hoy, resulta necesario que los esposos no se ufanen de los logros temporales obtenidos, sino que su alegría esté sustentada por los logros de eternidad que se buscan y que se reciben de parte de Dios. Para que esto sea conseguido será también necesario que, de forma frecuente las parejas de apóstoles regresen al lugar del que han salido y revisen sus logros ante Aquel que conoce a la perfección aquello que realmente es importante en nuestras vidas.

Solamente así los matrimonios sabrán que la felicidad exige una inversión de tiempo, de energía y sobre todo de interioridad.

5.- Muchos esposos quieren que los resultados sean inmediatos y desisten en su empeño, al darse cuenta de que el matrimonio exige demasiado esfuerzo. He aquí diez consejos que son de utilidad y que tenemos que pedirle a Dios que nos conceda su adecuada comprensión.

Primero: Los buenos matrimonios no son producto de la casualidad, y no obstante, la gente cree que el amor es algo mágico. En la vida no “decidimos” amar, simplemente, nos enamoramos y por ello debemos esforzarnos en conocer al otro, y actuar en armonía con ese conocimiento.

Los matrimonios como todo aquello que tiene vida, no son estáticos; o bien están desarrollándose o están en decadencia y en proceso de muerte.

Segundo: El amor no se destruye fácilmente: El amor rara vez muere, sólo parece ausente porque permitimos que otros sentimientos lo eclipsen.

Cuando hay desaveniencias en un matrimonio los dos cónyuges necesitan protegerse. Los matrimonios sensatos saben que la dulce calma volverá después de la tormenta.

Tercero: El matrimonio no es una panacea: Los beneficios del matrimonio son tan elogiados, que algunos llegan a pensar que es el antídoto para todas las viejas heridas, así de la niñez como de otros amores.

Y la verdad es que no hay tal cosa: el matrimonio no es la solución de los problemas personales. Por muy armónico que sea su vínculo matrimonial, usted y su cónyuge son individuos, antes de constituir una pareja.

Cuarto: Amar es aceptarse mutuamente: Creemos que el amor nos autoriza a remodelar la manera de ser de la persona amada. Y con ello tratamos de anular los rasgos de personalidad que nos resultan desagradables en la pareja, y es tan delicada la situación y tan imperceptible la frontera sobre las propiedades y las apropiaciones, que incluso en este proceso se llegan a disminuir las cualidades mismas que un día nos inspiraron tanto cariño.

El amor significa aceptar nuestra otra mitad. El deseo de cambiar en una persona surge de la conciencia de ser aceptada tal como es.

Quinto: Quienes se aman no pueden ser adivinos de los pensamientos: Aunque se puede dar, las más de las veces es una fantasía pensar que el otro está totalmente armonizado con nuestros pensamientos y sueños. Sin embargo, cuando el otro suele sentirse triste, desilusionado o incluso traicionado lo mejor que puede vivir es la comprensión de parte del otro.

No obstante, no es razonable pensar que el otro tiene que adivinar lo que pensamos, la responsabilidad de darse a conocer es asunto de la persona.

En el momento en que se le dice a quien se ama lo que se desea y el ser querido responde a lo que se necesita, es entonces cuando se presencia una auténtica manifestación de amor, quizá la más importante.

Sexto: Las mejores relaciones personales siempre están cambiando: Las personas creemos que el amor sólido no se altera de un año a otro. En realidad las relaciones cambian al igual que las personas y todo aquello que está vivo.

Las parejas que suelen tropezar más, suelen ser aquellas que se resisten al cambio. El amor exige flexibilidad para aceptar el cambio positivamente. El cambio es pariente del crecimiento, y en este tenor es adecuado que recuerdes que aquello que deja de crecer empieza a morir.

Séptimo: La infidelidad envenena el amor: Dice alguien “lo que mi pareja no sabe no puede dañarle”, esto es una falaz justificación que daña a los esposos. Una relación extramarital, si bien no destruye el matrimonio puede dañar permanentemente el vínculo conyugal.

La fidelidad nos lleva a la autorealización como personas, pero el actuar con doblez, la infidelidad nos devalúa como personas. Y la devaluación, aunque así se dé, no suele ser algo que tenga que percibirse por el otro, es algo que experimentamos en nuestro interior

Octavo: Quien ama no hace acusaciones: Los esposos deben comprender que las cosas resultan bien o mal de acuerdo a nuestras propias acciones y que no debemos culpar al otro.

El mayor problema en los matrimonios que fracasan se engendra en el momento en que se acusa al cónyuge: ”Tú tienes la culpa de que yo sea infeliz”.

Los cónyuges se convierten en los chivos expiatorios más cercanos, y en ocasiones de cosas ajenas a ellos,... proyectamos en los que más nos quieren nuestra propia insatisfacción y nuestra impotencia de otros campos o de otras etapas de la vida.

Un consejo: ¡Cuánta más responsabilidad asuma usted por la calidad de su vida, más feliz será en compañía de su esposa o de su esposo!

Noveno: El amor no es egoísta: El amor maduro requiere de un equilibrio entre el dar y el recibir, la generosidad espontánea es la esencia del amor.

Nos sentimos más enamorados cuando damos que cuando recibimos algo de nuestro compañero o compañera.

La costumbre de dar es contagiosa. Fomenta la reciprocidad. Pero tenemos que tener cuidado de no estar dando buscando recibir. ¡Eso no es amor! Tampoco puede pasarse la vida dando sin recibir de alguien que se aprovecha de la expresión de nobleza, pero que no corresponde a los sentimientos.

Y recuerde más importante que el dinero, o el morral o las sandalias es el que vayan los dos sabiendo que es Dios quien los ha enviado y quien los va a recibir al concluir su jornada.

Los matrimonios más realizados son aquellos en los que ambos cónyuges dan el ciento por ciento..., y reciben, a cambio, el ciento por ciento.

Décimo y último: El amor sabe perdonar: En ocasiones, todas las parejas se hieren y se decepcionan. Ocurre entonces una de las dos cosas: o bien perdonamos, o inevitablemente, poco a poco, acumulamos resentimiento.

Para que el amor perdure debemos aprender a perdonar. Reprimir simplemente nuestros sentimientos y emociones, o pretender ignorarlos, no es perdonar. Tampoco lo es el disculpar la conducta del otro. El perdón es una auténtica y voluntaria renuncia a la ira y al resentimiento.

El perdón es necesario para que la buena relación interpersonal vuelva a florecer.



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“NO POSTERGAR LO IMPOSTERGABLE”.

“En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos.

Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: ´Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre´.

El les contestó: ´No se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.

Quisiera el día de hoy hacer dos precisiones, la primera de ellas terminológica y la segunda de ellas histórica.

Iniciemos precisando lo terminológico.

El término “mies” pertenece a un lenguaje tan preciso y cualificado que suele ser desconocido, no tan sólo para las personas de la ciudad sino también por algunos que habitan en los campos.

La mies es el cereal maduro, y es por tanto el tiempo en el que el sembradío debe ser segado y el cultivo de granos cosechado.

La “Mies” es el campo que ya ha sido trabajado adecuadamente y que tiene la espiga en su punto para ser cortada, de tal manera que la menor dilación pudiera ser fatal y provocaría la ruina en un trabajo ya realizado durante largas y extenuantes jornadas.

¿Quién fue Aquél que trabajó intensamente el campo, como para que este se encuentre en el punto de la “mies” y necesite ya de los operarios? Dirige la mirada al Cristo que está en tu habitación y podrás ver las huellas del trabajo en sus manos, sus pies, su rostro, su costado, su frente, su espalda, su corazón...

Lo anterior nos ayuda a entender muchas cosas: la riqueza y la urgencia que tiene la oración por las vocaciones, la necesidad de la generosidad en los jóvenes, pero también la importancia de tu apostolado a favor de una “mies” que no puede esperar.

Detengamos en este verano la mirada en las vocaciones.

Es Dios quien llama, por eso resulta necesario el rezarle a Él para que nos envíe los operarios necesarios.

¡Hagamos oración! El sacerdote no inventa su misión: es llamado. Su identidad y misión nacen de una vocación. Es Dios quien elige a los que Él quiere, de tal manera que el sacerdocio será posible cuando un joven aprenda a escuchar la voz de Dios y cuando nosotros aprendamos a elevar nuestra voz al dueño de la Mies.

La vocación sacerdotal se fundamenta en una relación dialogante. Pero se fundamenta, sobre todo, en una iniciativa de Jesús. ¡Rueguen al Dueño de la Mies para que envíe trabajadores a sus campos!

Tenemos que distinguir entre los derechos y los dones. Los derechos se pueden exigir, pero los dones se solicitan a Alguien y una vez que se reciben se le agradecen a ese Alguien.

Podemos mencionar primero el aspecto de la paternidad para que entiendas lo del ministerio sagrado. La paternidad no es un derecho que le puedan exigir los esposos al Señor y, por lo tanto, en el momento en que Dios no se los da esta situación se pudiera convertir en una gran injusticia. Por el contrario, la paternidad es un don y éste se le pide al Señor y a Él hay que agradecerlo.

De la misma manera, no existe el derecho al sacerdocio. Esta misión no se puede elegir como si de un oficio o de una profesión se tratase. Sólo se puede ser elegido y llamado por Él. El sacerdocio no figura en la lista de los derechos humanos. Nadie puede reclamar el recibirlo. Jesús llama a los que Él quiere. Hay derechos humanos que le competen a los hombres en razón de la naturaleza que Dios le ha dado y a favor de los cuales deben pronunciarse con tal determinación todos cuantos tienen fe en el Creador. Pero hay también un derecho y una libertad del Señor sobre aquéllos a quienes Él quiere para un ministerio especial.

Existe una voluntad de Jesús sobre mi persona y sobre tu persona. Tú y yo debemos adentrarnos en esta voluntad y debemos madurar en ella. La voluntad de Dios es nuestro espacio vital. Nuestra vida será tanto más plena, más colmada y libre, cuanto más nos unifiquemos con esta voluntad, en la que estará contenida la más profunda verdad de nuestro propio ser.

El Señor ha elegido, no por que sean los más elegibles, a Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé: Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor. Llamó a los que Él quiso y hoy debemos pedirle en nuestra oración que siga enviando operarios a sus campos.

¿Y tú, a qué has sido llamado? ¿Has orado por las vocaciones?

¡Bien! Ahora te invito a que hagamos una precisión histórica, que para muchos pueda ser intrascendente pero no para aquellos que tomemos con seriedad el Evangelio del día de hoy.

Este día me estaba acordando de un santo que celebramos el 06 de Octubre, y el referirlo en este momento nace de la enseñanza del Evangelio que el Señor nos ofrece en este día. Me refiero a San Bruno.

Bruno significa: "fuerte como una coraza o armadura metálica" (Brunne, en alemán es coraza). San Bruno se hizo famoso por haber fundado la comunidad religiosa más austera y penitente, los monjes cartujos, que viven en perpetuo silencio y jamás comen carne ni toman bebidas alcohólicas.

Él nació en Colonia, Alemania, en el año 1030. Desde joven demostró poseer grandes cualidades intelectuales, y especialísimas aptitudes para dirigir espiritualmente a los demás. Ya a los 27 años era director espiritual de muchísimas personas importantes. Uno de sus dirigidos fue el futuro Papa Urbano II.

Ordenado sacerdote fue profesor de teología durante 18 años en Reims, y Canciller del Sr. Arzobispo, pero al morir éste, un hombre indigno, llamado Manasés, se hizo elegir arzobispo de esa ciudad, y ante sus comportamientos tan inmorales, Bruno lo acusó ante una reunión de obispos, y el Sumo Pontífice destituyó a Manasés. Le ofrecieron el cargo de Arzobispo a San Bruno, pero él no lo quiso aceptar, porque se creía indigno de tan alto cargo. El destituido en venganza, le hizo quitar a Bruno todos sus bienes y quemar varias de sus posesiones.

Teniendo todavía abundantes riquezas y gozando de la amistad de altos personajes y de una gran estimación entre la gente, y pudiendo, si aceptaba, ser nombrado Arzobispo de Reims, Bruno renunció a todo esto y se fue de monje al monasterio de San Roberto en Molesmes. Pero luego sintió que aunque allí se observaban reglamentos muy estrictos, sin embargo lo que él deseaba era un silencio total y un apartamiento completo del mundo. Por eso dispuso irse a un sitio mucho más alejado. Iba a hacer una nueva fundación.

La historia de San Bruno se complementa con la de San Hugo.

San Hugo era el obispo de Grenoble, y vio en un sueño que siete estrellas lo conducían a él hacia un bosque apartado y que allá construían un faro que irradiaba luz hacia todas partes. Al día siguiente llegaron Bruno y seis compañeros a pedirle que les señalara un sitio muy apartado para así ellos dedicarse a la oración y a la penitencia. San Hugo reconoció en ellos lo que había visto en sueños y los llevó hacia el monte que le había sido indicado en la visión. Aquel sitio se llamaba Cartuja, y los nuevos religiosos recibieron el nombre de Cartujos.

San Bruno redactó para sus monjes un reglamento que es quizá el más severo que ha existido para una comunidad. Silencio perpetuo. Levantarse a media noche a rezar por más de una hora. A las 5:30 de la mañana ir otra vez a rezar a la capilla por otra hora, todo en coro. Lo mismo a mediodía y al atardecer.

Nunca comer carne ni tomar licores. Recibir visitas solamente una vez por año. Dedicarse por varias horas al día al estudio o a labores manuales especialmente a copiar libros. Vivir totalmente incomunicados con el mundo... Es un reglamento propio para hombres que quieren hacer gran penitencia por los pecadores y llegar a un alto grado de santidad.

San Hugo llegó a admirar tanto la sabiduría y la santidad de San Bruno, que lo eligió como su director espiritual, y cada vez que podía se iba al convento de la Cartuja a pasar unos días en silencio y oración y pedirle consejos al santo fundador. Lo mismo el Conde Rogerio, quien desde el día en que se encontró con Bruno la primera vez, sintió hacia él una veneración tan grande, que no dejaba de consultarlo cuando tenía problemas muy graves que resolver.

Por aquel tiempo había sido nombrado Papa Urbano II, el cual de joven había sido discípulo de San Bruno, y al recordar su santidad y su gran sabiduría y su don de consejo, lo mandó ir hacia Roma a que le sirviera de consejero. Esta obediencia fue muy dolorosa para él, pues tenía que dejar su vida retirada y tranquila de La Cartuja para irse a vivir en medio del mundo y sus afanes. Pero obedeció inmediatamente. Es difícil calcular la tristeza tan grande que sus monjes sintieron al verle partir para lejanas tierras. Varios de ellos no fueron capaces de soportar su ausencia y se fueron a acompañarlo a Roma. Y entonces el Conde Rogerio le obsequió una finca en Italia y allá se fundó un nuevo convento, con los mismos reglamentos de La Cartuja.

Los últimos años del santo los pasó entre misiones que le confiaba el Sumo Pontífice, y largas temporadas en el convento dedicado a la contemplación y a la penitencia. Su fama de santo era ya muy grande.

Murió el 6 de octubre del año 1101 dejando en la tierra como recuerdo una fundación religiosa reconocida en todo el mundo por su santidad y austeridad. Que Dios nos conceda como a él, el ser capaces de apartarnos de lo que es mundano y materialista, y dedicarnos a lo que es espiritual y lleva a la santidad.

Todo lo anterior está bastante bien, pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el Evangelio del día de hoy? Pues bien, te diré que San Bruno indicó que cuando alguien entraba a la Cartuja tendría que morir a sí mismo y al mundo para que pudiera vivir auténticamente para Dios y llegó a vivirse tanto la pobreza en la Cartuja que cuando alguien ingresaba por aquella puerta del convento su nombre desaparecía de todo tipo de documentos, y lo que pudiera antojarse como más difícil es la práctica de que cuando alguien moría se enterraba en el patio del convento y sólo aparecía un nuevo montículo que señalizaba un nuevo ciudadano de la eternidad. Efectivamente no se ponía ni una cruz ni un letrero que indique el nombre, los apellidos, la fecha de nacimiento o la datación de la defunción. Digamos que se trata del autodespojamiento en el grado más extremo por el cual se renuncia hasta a la propia historia para quedar en el anonimato,… Bueno, casi casi en el anonimato, ya que en la barda del patio en donde están enterrados los monjes está una inscripción del Evangelio: Alégrense más bien de que sus nombres estén inscritos en el cielo.

¿Y qué otra alegría puede haber más grande que ésta?


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“NO POSTERGAR LO IMPOSTERGABLE”.

“En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos.

El término “mies” pertenece a un lenguaje tan preciso y cualificado que suele ser desconocido, no tan sólo para las personas de la ciudad sino también por algunos que habitan en los campos.

La mies es el cereal maduro, y es por tanto el tiempo en el que el sembradío debe ser segado y el cultivo de granos cosechado.

La “Mies” es el campo que ya ha sido trabajado adecuadamente y que tiene la espiga en su punto para ser cortada, de tal manera que la menor dilación pudiera ser fatal y provocaría la ruina en un trabajo ya realizado durante largas y extenuantes jornadas.

¿Quién fue Aquél que trabajó intensamente el campo, como para que este se encuentre en el punto de la “mies” y necesite ya de los operarios? Dirige la mirada al Cristo que está en tu habitación y podrás ver las huellas del trabajo en sus manos, sus pies, su rostro, su costado, su frente, su espalda, su corazón...

Lo anterior nos ayuda a entender muchas cosas: la riqueza y la urgencia que tiene la oración por las vocaciones, la necesidad de la generosidad en los jóvenes, pero también la importancia de tu apostolado a favor de una “mies” que no puede esperar.

Detengamos en este verano la mirada en las vocaciones.

Es Dios quien llama, por eso resulta necesario el rezarle a Él para que nos envíe los operarios necesarios.

¡Hagamos oración! El sacerdote no inventa su misión: es llamado. Su identidad y misión nacen de una vocación. Es Dios quien elige a los que Él quiere, de tal manera que el sacerdocio será posible cuando un joven aprenda a escuchar la voz de Dios y cuando nosotros aprendamos a elevar nuestra voz al dueño de la Mies.

La vocación sacerdotal se fundamenta en una relación dialogante. Pero se fundamenta, sobre todo, en una iniciativa de Jesús. ¡Rueguen al Dueño de la Mies para que envíe trabajadores a sus campos!

Tenemos que distinguir entre los derechos y los dones. Los derechos se pueden exigir, pero los dones se solicitan a Alguien y una vez que se reciben se le agradecen a ese Alguien.

Podemos mencionar primero el aspecto de la paternidad para que entiendas lo del ministerio sagrado. La paternidad no es un derecho que le puedan exigir los esposos al Señor y, por lo tanto, en el momento en que Dios no se los da esta situación se pudiera convertir en una gran injusticia. Por el contrario, la paternidad es un don y éste se le pide al Señor y a Él hay que agradecerlo.

De la misma manera, no existe el derecho al sacerdocio. Esta misión no se puede elegir como si de un oficio o de una profesión se tratase. Sólo se puede ser elegido y llamado por Él. El sacerdocio no figura en la lista de los derechos humanos. Nadie puede reclamar el recibirlo. Jesús llama a los que Él quiere. Hay derechos humanos que le competen a los hombres en razón de la naturaleza que Dios le ha dado y a favor de los cuales deben pronunciarse con tal determinación todos cuantos tienen fe en el Creador. Pero hay también un derecho y una libertad del Señor sobre aquéllos a quienes Él quiere para un ministerio especial.

Existe una voluntad de Jesús sobre mi persona y sobre tu persona. Tú y yo debemos adentrarnos en esta voluntad y debemos madurar en ella. La voluntad de Dios es nuestro espacio vital. Nuestra vida será tanto más plena, más colmada y libre, cuanto más nos unifiquemos con esta voluntad, en la que estará contenida la más profunda verdad de nuestro propio ser.

El Señor ha elegido, no por que sean los más elegibles, a Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé: Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor. Llamó a los que Él quiso y hoy debemos pedirle en nuestra oración que siga enviando operarios a sus campos.

¿Y tú, a qué has sido llamado? ¿Has orado por las vocaciones?

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WebJCP | Abril 2007