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viernes, 30 de julio de 2010

JESUS NO TIENE DOCTRINA SOCIAL


XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lucas 12. 13-21) - Ciclo C
Por R. J. García Avilés

RICOS, DOS VECES NECIOS

Nuestro mundo juzga inteligente a quien es capaz de acumular mucho dinero, de amasar grandes riquezas; nuestro mundo con sidera una vida segura la que se cimenta en una sólida cuenta corriente; el evangelio tiene un concepto muy distinto sobre lo que son la inteligencia y la seguridad de la vida.


JESUS NO TIENE DOCTRINA SOCIAL

Uno de la multitud pidió:

-Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia Le contestó Jesús:
-Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o arbitro entre vosotros?

Muchas de las ideologías que proponen un determinado modelo de sociedad han pretendido apropiarse del evangelio; desde los que hablan de Jesús como el primer socialista hasta los que se adueñan del término «cristiano» y lo usan como apellido de su partido, como si esa opción política fuera la única permitida a los seguidores de Jesús. Este interés supone, por un lado, el reconocimiento de que el evangelio tiene una indiscutible dimensión social; pero encierra un grave peligro: confundir el evangelio con una opción política más, reducir el evangelio a pura teoría socioeconómica (esto no quiere decir que los diversos sistemas económicos y políticos sean indiferentes, desde el punto de vista del evangelio, sino que éste no es una alternativa política o económica más; es otra cosa).

«Uno de la multitud» pretende que Jesús intervenga para decidir en un asunto de este tipo: el reparto de una herencia; pero Jesús se niega. El no tiene respuesta para ese litigio, porque, entre otras cosas, si diera una respuesta supondría que acepta el principio de que los individuos tienen derecho a apropiarse de determinados bienes de la tierra. Pero, sobre todo, porque su mensaje no ofrece soluciones concretas a los problemas concretos de los hombres; esas respuestas, desde que Dios dijo a la primera pareja «dominad la tierra» (Gn 1,28), es el hombre el que debe buscarlas. El objetivo de Jesús es hacernos caer en la cuenta de un hecho: que los hombres, al buscar la solución a nuestros problemas, lo hacemos obsti nadamente en una dirección equivocada; aquel hombre, segu ro que pensaba que, si obtenía un buen pellizco de la herencia paterna, tendría el futuro asegurado, tendría asegurada la vida. Esa opinión, que la riqueza es seguridad para la vida, es lo que desautoriza Jesús en su respuesta.


GUARDAOS DE TODA CODICIA

Entonces les dijo:

Mirad, guardaos de toda codicia, que, aunque uno ande sobrado, la vida no depende de los bienes.

Jesús, para ilustrar su afirmación, propone a las multitudes -la opción por la pobreza es una exigencia evangélica para todos, no es un consejo para los que quieren ser más perfectos- una parábola: un terrateniente, feliz porque ha obtenido una excelente cosecha, decide construir graneros más grandes, y se dice a sí mismo: «Amigo, tienes muchas provisiones en reserva para muchos años: descansa, come, bebe y date a la buena vida»; pero su vida ha llegado ya a su término y no podrá disfrutar de su riqueza un solo día: «Pero Dios dijo: Insensato, esta misma noche te van a reclamar la vida. Lo que tienes preparado, ¿para quién va a ser?»

El sentido de la parábola es muy claro: la vida está en manos de Dios y sólo él puede asegurarla, por encima incluso de las limitaciones propias de la naturaleza humana, ante las cuales nada pueden hacer unos almacenes repletos de provi siones; es una insensatez pensar que la vida puede ser buena por el simple hecho de tener las despensas llenas, es una necedad pensar que una buena manera de vivir es... la buena vida, descansar, comer y beber.


DOS VECES NECIOS

Esto es lo que le pasa al que amontona riquezas para sí y no es rico para con Dios.

Hoy siguen muchos pensando como aquel rico: conside ran que la felicidad puede llegar por medio de la riqueza de acuerdo con esta proporción: a más riqueza, más felicidad; por eso muchos ni siquiera se dan a la buena vida, como el rico de la parábola: dedican todo su tiempo a acumular más y más riquezas, consagran su existencia a dar culto al dios dinero: por él se sacrifican y a él ofrecen incluso sacrificios humanos (¿no se pueden considerar víctimas ofrecidas a este dios los millones de seres humanos que mueren cada año a causa del hambre y la miseria? Véase comentario núm. 34). Y así son dos o tres veces necios: la primera, porque pretenden asegurar su vida con el dinero; la segunda, porque muchos ni siquiera disfrutan de lo que se puede conseguir con el dinero, y la tercera, porque siendo causa del sufrimiento de muchos inocentes, se cierran la puerta a otra vida buena, a una felicidad de otra clase, la que sólo se alcanza en la expe riencia del amor compartido.

Por eso dice Pablo (primera lectura) que los cristianos deben extirpar «todo lo que hay de terreno» en ellos y, en especial, «la codicia, que es una idolatría». Los seguidores de Jesús han de poner su seguridad, y también la seguridad de que no va a faltar ese mínimo necesario para una vida digna, en la realización del reino de Dios (Lc 12,31-32), en la solida ridad y en el «amor mutuo, que es el cinturón perfecto» (Col 3,14).

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WebJCP | Abril 2007