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MISIONEROS EN CAMINO: EL MENSAJE DEL DOMINGO: XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Lc 10, 1-12.17-20) - CICLO C
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sábado, 3 de julio de 2010

EL MENSAJE DEL DOMINGO: XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Lc 10, 1-12.17-20) - CICLO C


En el relato que nos presenta hoy el Evangelio, Jesús envía ya no sólo a los doce primeros llamados “apóstoles”, sino a muchos más discípulos suyos en un número simbólico -6 veces 12- que evoca el de los 72 hombres que en el Antiguo Testamento habían participado del Espíritu de Dios para colaborar en la misión de Moisés (Números 11, 25). Tratemos de aplicar a nuestra situación actual lo que nos dice hoy la Palabra de Dios, teniendo en cuenta también las otras lecturas: Isaías 66, 10-14c; Salmo 66 (65); Gálatas 6, 14-18.

1. La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos…

Imaginemos los campos sembrados de trigo y cebada en la región de Galilea. Al verlos, la imagen que también contemplan sus discípulos le sirve para referirse a la tarea que va a encomendarles a quienes enviará a anunciar la llegada del Reino de Dios, es decir, el poder del amor, fruto de una labor de siembra que Él mismo ha iniciado con su Palabra. Hay que recoger la cosecha, pero faltan trabajadores dispuestos a hacerlo y por eso Jesús exhorta a sus discípulos a pedirle a Dios que envíe los obreros necesarios.

Esta exhortación sigue vigente, sobre todo cuando escasean las personas comprometidas para la proclamación y la enseñanza de los valores del Reino de Dios: la veracidad manifestada en la honestidad y la sinceridad, la libertad responsable, la justicia social, la compasión, la voluntad de reconciliación y de paz. “Pidan al dueño de la cosecha que mande obreros a recogerla”, nos dice el Señor ahora a cada uno y cada una de nosotros.

2. Yo los envío como corderos en medio de lobos…

Estas palabras con las que Jesús envía a sus setenta y dos discípulos, podemos considerarlas también dichas a nosotros aquí y ahora, en un contexto en el que la deshonestidad y la corrupción reinantes, así como la violencia en todas sus formas, se constituyen para muchos en motivos de pesimismo paralizador.

Sin embargo, a pesar de todas esas fuerzas adversas, en virtud de nuestra fe y con la energía constructiva del Espíritu de Cristo resucitado, somos invitados, por una parte, a poner toda nuestra confianza en Dios al emprender la tarea de anunciar su Reino de justicia y de amor, sabiendo que con su poder somos capaces de vencer las fuerzas del mal; y por otra, a comportarnos siempre como corderos, es decir, sin alimentar ninguna forma de violencia-

3. “Cuando entren a alguna casa, ante todo den el saludo de paz…”

La palabra “shalom” -paz- expresa en hebreo el deseo del pleno bienestar material, emocional y espiritual para las personas a quienes se saluda o con las que se busca desarrollar una relación constructiva. A esta expresión quiso darle Jesús un contenido muy especial, y así lo percibieron sus discípulos sobre todo después de su resurrección.

El tema de la paz aparece constantemente en los profetas como una promesa que, al cumplirse, realizará el significado del nombre de Jerusalén: lugar de la paz. Ahora bien, el cumplimiento de esta promesa implica la superación de muchas dificultades. La frase “Voy a conducir a Jerusalén, como un río, la paz”, dicha por Dios en el libro de Isaías, de cuyo último capítulo está tomada la primera lectura, supone nada menos que la subida de un río desde la llanura hacia el monte donde está la ciudad de Jerusalén.

Esto significa que aunque el logro de la paz no es fácil, para Dios es posible. Pero esa posibilidad depende también de nuestra colaboración. A quienes nos llamamos cristianos -y lo somos todos los bautizados en Cristo-, optar por la paz nos exige que nos identifiquemos con Jesucristo crucificado, como dice san Pablo en la segunda lectura: “Reciban paz y misericordia todos los que viven según esta regla”.

En la Eucaristía, el rito de darnos la paz tiene este sentido. Todos estamos invitados a colaborar en la realización de las condiciones que hagan posible la paz. Sólo si nos esforzamos en realizar esta invitación identificándonos con Jesucristo crucificado, podremos estar alegres, no porque hayamos vencido nosotros las fuerzas del mal, pues únicamente Dios puede derrotarlas, sino porque nuestros nombres estarán escritos en el cielo, es decir, porque podremos participar plenamente del triunfo y de la gloria de Jesucristo resucitado. Que así sea.-

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WebJCP | Abril 2007