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sábado, 12 de junio de 2010

Palabra para la Mision: De la experiencia de la Misericordia a la Misión


Domingo XI del TO (Lc 7, 36-8, 3) - Ciclo C
Publicado por Euntes

2Samuel 12,7-10.13 / Salmo 31 / Gálatas 2,16.19-21
Lucas 7,36-8,3

Reflexiones

Misericordia divina y ternura femenina: son dos pistas fecundas para la reflexión y el compromiso misionero, que brotan de las lecturas de este domingo. Dos temas que parecen dispares; sin embargo, se conjugan en una realidad ideal, que es el rostro de Dios, Padre y Madre. Ante todo, la misericordia de Dios, que interviene para salvar la gravísima situación del rey David (I lectura). El profeta Natán le señala con el dedo: “¡Tú eres ese hombre!” (v. 7): violento, adúltero, homicida. En cuanto David reconoce su error (“¡He pecado contra el Señor!”), el profeta le garantiza el perdón del Señor Dios. Y concluye con un anuncio de esperanza: “Tú no morirás” (v. 13). Así ocurre siempre, porque la última palabra de Dios no es el castigo, ni la amenaza; sino el perdón y la vida. La experiencia del perdón lleva a la misión: David, renovado interiormente y gozoso por la salvación recibida, promete enseñar a los rebeldes los caminos del Señor y proclamar Su alabanza (Sal 51,12-17).


A David, sin embargo, no le salva su arrepentimiento; es Dios quien le da la gracia de arrepentirse y de cumplir el bien. Ésta es la experiencia y la enseñanza insistente de Pablo (II lectura) sobre la gratuidad de la salvación que Dios nos ofrece. Pablo, tras haber comprobado la insuficiencia de la Ley, es feliz en proclamar que, ahora, Cristo vive en él, como nuevo principio de vida (v. 20).


Sobre el tema del amor y de la misericordia, tenemos en el Evangelio de hoy dos grupos de personas contrapuestas: por un lado, Simón y sus compañeros fariseos, los ‘puros’ y fríos observantes de la Ley; y por el otro, Jesús y la mujer pecadora pública (v. 37). Es probable que Jesús la hubiera encontrado otras veces, quizás en casa de alguno de esos pecadores con los que Él solía reunirse para comer (Lc 7,34; 15,2). Pero la mirada de Jesús sobre ella era totalmente diferente a la de los otros hombres: le había demostrado respeto, comprensión, confianza... Ella había comprendido que ese Señor no la consideraba un objeto, sino una persona. Aquí empieza una especie de ‘competición de amor’, que cada uno –la mujer y Jesús- manifiesta a su manera. La mujer, con el lenguaje y la efusión de sus gestos femeninos: besos, perfume, cabello suelto, lágrimas..., hasta provocar desconcierto y escándalo entre los presentes. Pero Jesús interviene para defender y elogiar a esa mujer: “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor” (v. 47). El amor es la única realidad que le interesa a Dios. Él mira, crea, busca sólo el amor; los pecados merecen siempre una consideración menor, importan menos que el amor. La mujer ha amado mucho, pero Dios ama aún más, infinitamente; perdona y crea. Así la mujer se salva y puede ir en paz (v. 50).


El contraste entre Jesús y Simón -el fariseo que lo invita a comer- se refiere también al tema de la acogida y la hospitalidad. Simón es víctima de sus juicios tajantes: es duro hacia la mujer que está tocando a Jesús: “¡es una pecadora!”; y es negativo hacia la dignidad de Jesús: “si éste fuera profeta, sabría quién es...” (v. 39). Jesús coge la ocasión para poner en evidencia tres valores esenciales para una verdadera hospitalidad. Simón los ha omitido, la mujer los ha cumplido. El agua para los pies, para refrescarse del cansancio del caminar, pero también para ponerse a los pies del huésped, en actitud de humildad y de escucha (v. 44). El beso de la cortesía que supera la formalidad y regenera las relaciones (v. 45). El olio perfumado que crea un ambiente agradable para todos e introduce al banquete convival (v. 46).


La mujer ha amado mucho; por tanto, se le perdonan sus pecados y puede irse en paz (v. 47.50). ¿A dónde puede ir? ¿Para hacer qué? ¿Con quién? Después de experimentar el amor de Cristo y haber descubierto la misericordia de Dios, la respuesta más coherente es la misión. Los versículos siguientes abren horizontes nuevos, nunca vistos: compartir la aventura misionera de Jesús (v. 8,1). ¡Las mujeres también! Las encontramos entre los discípulos, valientes en la ruta del Calvario y al pie de la Cruz, misioneras del Resucitado en la mañana de Pascua, orantes en el cenáculo de Pentecostés. Aportan su contribución: su peculiar sensibilidad, incluso sus bienes, pero sobre todo su capacidad de amor (v. 8,2-3). Aportan lo específico de su “genio femenino”, como lo llamaba Juan Pablo II (MD 31), sin el cual las obras de Dios y de la Iglesia carecen de calidad y eficacia. Benedicto XVI lo ha reafirmado, (*) en una extensa catequesis sobre “las mujeres al servicio del Evangelio”.



Palabra del Papa

(*) “La historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres... El elogio se refiere a las mujeres en el transcurso de la historia de la Iglesia y se expresa en nombre de toda la comunidad eclesial. También nosotros nos unimos a este aprecio, dando gracias al Señor porque Él guía a su Iglesia, de generación en generación, sirviéndose indistintamente de hombres y mujeres, que saben hacer fructificar su fe y su bautismo para el bien de todo el Cuerpo eclesial, para mayor gloria de Dios”.
Benedicto XVI
Audiencia general, Roma, miércoles 14.2.2007).


Siguiendo los pasos de los Misioneros

- 13/6: S. Antonio de Padua (1195-1231), sacerdote franciscano nacido en Portugal, doctor de la Iglesia, eficaz evangelizador en Francia e Italia.

- 15/6: B. Luis María Palazzolo (1827-1886), predicador de misiones populares, fundador de las Hermanas ‘Poverelle’ para la educación, la asistencia y las misiones.

- 16/6: B. María Teresa Scherer (1825-1888), religiosa suiza, cofundadora de las Religiosas de la Caridad de la Santa Cruz, que tuvieron una rápida difusión.

- 17/6: Jornada Internacional contra la Desertificación y la Sequía, instituida por la ONU (1995).

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WebJCP | Abril 2007