Solemnidad de la Santísima Trinidad (Juan 16,12-15)
Por R. J. García Avilés
Por R. J. García Avilés
Esta vida tiene toda su importancia. Aunque tengamos la espe ranza de que llegue a ser mucho mejor; esta vida es un regalo de Dios, y sí nosotros lo queremos, puede ser ya el definitivo don de Dios.
NO HABRA LLANTO, NI LUTO...
Según el Nuevo Testamento, con Jesús empieza la escato logía. Esta palabreja sirve a los estudiosos para referirse a la definitiva y última etapa de la historia de las relaciones de Dios con la humanidad: la etapa que estamos viviendo y que ya no acabará. La escatología, pues, es el presente y el futuro y el inmediato pasado. Esa etapa, a su vez, puede dividirse en dos sectores: antes y después de la muerte del cuerpo. En la primera la incorporación al reino de Dios puede ser deci dida o rechazada por el hombre, y la vida de los que han optado por incorporarse a ese reino discurrirá en medio de conflictos y de persecuciones. El segundo momento será el de la paz definitiva, cuando «ya no habrá más muerte ni luto, ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado», según la descripción que hace el Apocalipsis (21,4), que añade en seguida: «Escribe, que estas palabras son fidedignas y verídi cas... Ya no son un hecho» (21,5-6). Esto es lo que da unidad a esos dos momentos: que, por lo que se refiere a Dios, todo es ya definitivo.
Este es el significado de estos relatos de milagros en los que Jesús resucita a los muertos: la vida ya ha comenzado a vencer a la muerte, la esperanza en una vida definitiva ha dejado de ser esperanza para convertirse en realidad presente; la escatología no es una simple promesa: para el que quiera, puede ser un hecho.
EL HIJO DE LA VIUDA DE NAÍN
Después de esto fue a una ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Cuando se acercaba a las puertas de la ciudad resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda...
A continuación del relato de la curación del siervo del centurión (véase comentario núm. 37) coloca Lucas este otro. Si el paganismo estaba poniendo al pueblo en peligro de muerte, el judaísmo...
La viuda es Israel, la nación israelí que, habiendo tenido marido, Dios, ahora ya no lo tiene (véase Jr 51,5); pero el que ha muerto no es su marido, sino su hijo. El hijo muerto es el pueblo, que camina hacia la tumba en la que su muerte se hará definitiva. Y en ese camino el encuentro con Jesús evita, al menos por el momento, el desastre.
Acercándose, tocó el ataúd... y dijo:
-¡Joven, a ti te hablo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
La muerte de aquel hijo no había sido accidental. El haber abandonado a su Dios era lo que había alejado a aquel pueblo de la vida. Pero Jesús no viene a condenar, sino a ofrecer una nueva oportunidad. Por encima de las normas religiosas que habían llevado a la muerte a aquel pueblo (estaba prohibido tocar un ataúd; el que lo hacía quedaba impuro y no podía participar de la vida social y religiosa con los demás), Jesús actúa y lo devuelve a la vida... y a su madre, que si libremente lo quiere, podrá dejar de ser viuda: «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 1,68).
NO NOS ARREBATEIS EL PRESENTE
Lo que hace definitiva la historia humana, en lo que a las relaciones con Dios se refiere, no es la muerte, sino la vida. Y la vida está garantizada por la presencia de Dios. En el momento en que un grupo de personas decide dejar que Dios sea su Padre y empieza a vivir como hijos y hermanos, en ese mismo momento se hace firme la oferta de Dios y les comunica su propia vida, que por ser suya es indestructible, eterna, definitiva. Cuando un grupo de personas decide adoptar el amor al estilo de Jesús como única norma de comportamiento, en ese mismo momento Dios se viene a vivir con ellas. Y para esas personas, hombres o mujeres, ya ha empezado la escato logia. Y asumen el compromiso y adquieren el derecho de luchar por que en el mundo presente vayan desapareciendo la muerte, el luto, el llanto, el dolor..., anticipando, adelantan do la participación plena en la ya definitiva victoria de la vida sobre la muerte.
Nadie tiene derecho a arrebatar a hombres y a mujeres esta posibilidad. Nadie tiene derecho a hacer creer a quienes sufren, a tantos que atraviesan la existencia como un permanente y angustioso esfuerzo por sobrevivir, por escapar a la muerte, al luto, al llanto y al dolor..., que es voluntad de Dios el que tengan que esperar a morirse para poder vivir, para poder encontrarse con el, con la justicia, el amor, la alegría la felicidad... Nadie tiene derecho. Y quien lo haga estará enviudando de la misma manera que enviudó Israel: alejando a Dios de su lado. Y llevando a los hombres a una muerte que, si Dios no lo remedia, será defintiva.
Quien esté sufriendo las consecuencias de una muerte que se resiste a dejarse vencer, que escuche hoy las palabras del Señor: «¡Joven, a ti te hablo, levántate! »
No desperdiciemos la ocasión. ¡Hay que vivir!
NO HABRA LLANTO, NI LUTO...
Según el Nuevo Testamento, con Jesús empieza la escato logía. Esta palabreja sirve a los estudiosos para referirse a la definitiva y última etapa de la historia de las relaciones de Dios con la humanidad: la etapa que estamos viviendo y que ya no acabará. La escatología, pues, es el presente y el futuro y el inmediato pasado. Esa etapa, a su vez, puede dividirse en dos sectores: antes y después de la muerte del cuerpo. En la primera la incorporación al reino de Dios puede ser deci dida o rechazada por el hombre, y la vida de los que han optado por incorporarse a ese reino discurrirá en medio de conflictos y de persecuciones. El segundo momento será el de la paz definitiva, cuando «ya no habrá más muerte ni luto, ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado», según la descripción que hace el Apocalipsis (21,4), que añade en seguida: «Escribe, que estas palabras son fidedignas y verídi cas... Ya no son un hecho» (21,5-6). Esto es lo que da unidad a esos dos momentos: que, por lo que se refiere a Dios, todo es ya definitivo.
Este es el significado de estos relatos de milagros en los que Jesús resucita a los muertos: la vida ya ha comenzado a vencer a la muerte, la esperanza en una vida definitiva ha dejado de ser esperanza para convertirse en realidad presente; la escatología no es una simple promesa: para el que quiera, puede ser un hecho.
EL HIJO DE LA VIUDA DE NAÍN
Después de esto fue a una ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Cuando se acercaba a las puertas de la ciudad resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda...
A continuación del relato de la curación del siervo del centurión (véase comentario núm. 37) coloca Lucas este otro. Si el paganismo estaba poniendo al pueblo en peligro de muerte, el judaísmo...
La viuda es Israel, la nación israelí que, habiendo tenido marido, Dios, ahora ya no lo tiene (véase Jr 51,5); pero el que ha muerto no es su marido, sino su hijo. El hijo muerto es el pueblo, que camina hacia la tumba en la que su muerte se hará definitiva. Y en ese camino el encuentro con Jesús evita, al menos por el momento, el desastre.
Acercándose, tocó el ataúd... y dijo:
-¡Joven, a ti te hablo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
La muerte de aquel hijo no había sido accidental. El haber abandonado a su Dios era lo que había alejado a aquel pueblo de la vida. Pero Jesús no viene a condenar, sino a ofrecer una nueva oportunidad. Por encima de las normas religiosas que habían llevado a la muerte a aquel pueblo (estaba prohibido tocar un ataúd; el que lo hacía quedaba impuro y no podía participar de la vida social y religiosa con los demás), Jesús actúa y lo devuelve a la vida... y a su madre, que si libremente lo quiere, podrá dejar de ser viuda: «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 1,68).
NO NOS ARREBATEIS EL PRESENTE
Lo que hace definitiva la historia humana, en lo que a las relaciones con Dios se refiere, no es la muerte, sino la vida. Y la vida está garantizada por la presencia de Dios. En el momento en que un grupo de personas decide dejar que Dios sea su Padre y empieza a vivir como hijos y hermanos, en ese mismo momento se hace firme la oferta de Dios y les comunica su propia vida, que por ser suya es indestructible, eterna, definitiva. Cuando un grupo de personas decide adoptar el amor al estilo de Jesús como única norma de comportamiento, en ese mismo momento Dios se viene a vivir con ellas. Y para esas personas, hombres o mujeres, ya ha empezado la escato logia. Y asumen el compromiso y adquieren el derecho de luchar por que en el mundo presente vayan desapareciendo la muerte, el luto, el llanto, el dolor..., anticipando, adelantan do la participación plena en la ya definitiva victoria de la vida sobre la muerte.
Nadie tiene derecho a arrebatar a hombres y a mujeres esta posibilidad. Nadie tiene derecho a hacer creer a quienes sufren, a tantos que atraviesan la existencia como un permanente y angustioso esfuerzo por sobrevivir, por escapar a la muerte, al luto, al llanto y al dolor..., que es voluntad de Dios el que tengan que esperar a morirse para poder vivir, para poder encontrarse con el, con la justicia, el amor, la alegría la felicidad... Nadie tiene derecho. Y quien lo haga estará enviudando de la misma manera que enviudó Israel: alejando a Dios de su lado. Y llevando a los hombres a una muerte que, si Dios no lo remedia, será defintiva.
Quien esté sufriendo las consecuencias de una muerte que se resiste a dejarse vencer, que escuche hoy las palabras del Señor: «¡Joven, a ti te hablo, levántate! »
No desperdiciemos la ocasión. ¡Hay que vivir!








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